El santo del dragón y la fiesta del libro

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Por Carlos Calvo

    El día de San Jorge en Zaragoza tiene una cita ineludible para las gentes de la cultura. Este veintitrés de abril de 2016, entre narrativa, poesía y textos para los más pequeños….

…, escritores como Aloma Rodríguez, Ismael Grasa, David Lozano, Carmen Santos, Rafael Rojas, Sergio del Molino, Elisa Arguilé, Ramón Acín, Chesús Yuste, José Luis Melero, Michel Suñén, Luis del Val, María Frisa, Margarita Barbachano, Ángel Petisme, Magdalena Lasala, Juan Bolea y José Luis Corral, entre otros muchos, o dibujantes de cómic desde Álvaro Ortiz a todos los de Malavida, muestran sus productos en las expositores de los porches izquierdos y derechos del paseo Independencia. Y muchos tenderetes, con la compra de un libro, regalan un clavel. En algún puesto, incluso, ofrecen un pincho de tortilla de patatas (de color pollito).

    El cartel de este año ha sido obra del diseñador Miguel Cerro y se ha inspirado en la pintura del Greco ‘El caballero de la mano en el pecho’, para evocar imaginariamente a Cervantes. Este día del libro es una época de tirón para el mundo editorial, especialmente esperado tras unos momentos flojos en ventas. Aprieta la crisis económica, asusta la piratería y amenaza el libro electrónico, con lo que libreros, editores y autores se encomiendan al santo del dragón para que les eche un capote. Sin embargo, los vientos no parecen favorables: los libreros están quejosos de que las editoriales les envían pocos ejemplares por miedo a las temidas devoluciones. A ver cómo se porta San Jorge, porque el problema no es si sigue existiendo la literatura en papel o en la tableta. El problema es qué es la literatura en esta nueva época, cómo le afectan esas nuevas herramientas y si esas herramientas y nuevos procesos pueden deteriorar, o romper incluso, las reglas básicas de su sentido. A mí me da igual el papel o la tableta. Lo que no me da igual es si sigue existiendo la literatura como yo la entiendo o veo.

    Hoy en día, en efecto, los libreros luchan por su futuro. Entre las grandes cadenas de librerías reina una sensación de inquietud por el destino que podrían correr. Primero, las grandes tiendas ahogan a las pequeñas. Luego, las cadenas son engullidas cuando los consumidores recurren a internet. Un negocio, en fin, que se marchita lentamente a medida que más lectores se pasan a los libros electrónicos. ¿Qué ocurriría si estas librerías se convirtieran en poco más que unas cafeterías y un encuentro de conexión digital? Los editores están recortando gastos y reduciendo plantillas. Los libros electrónicos están en auge, pero no hay muchas editoriales que quieran que estos dominen sobre sus versiones impresas. Lo que se pretende es suprimir al intermediario –es decir, las editoriales tradicionales- publicando directamente libros electrónicos.

    El libro ha ido pasando históricamente de la piedra al papiro y de este al papel, y de este a la pantalla ecuménica. Hay quien dice, sin embargo, que si con el libro no pudieron las fogatas de la inquisición tampoco podrán ahora las fogatas de internet. Yo lo que creo es que si las ventas han bajado no es porque la gente se enfrasque menos en la lectura, sino porque navega por los ‘ebooks’. Hay opiniones para todos los gustos, por su supuesto, pero resulta llamativa la de la Marranne Wolf cuando asegura que “la lectura digital crea un cortocircuito en el cerebro hasta el punto de dificultar la lectura profunda, crítica y analítica. El cambio en la forma de leer merma, además, capacidad de concentración”. En papel o sin papel, lo que interesa al lector es la literatura, y encontrar, de un tiempo a esta parte, un libro que te diga algo está jodido. Como el futuro del papel. Tanto o más. ¿Leer en una pantalla permite menos concentración, como dice la neuróloga? Tal vez se inaugure una nueva forma de leer, que es una nueva forma de pensar y tal vez una nueva forma de vivir. No hay que satanizarlo.

    El nuevo concepto de lectura implica un nuevo concepto de relación y de comunidad. Y ahí es donde debemos tener alguna inquietud, porque puede que haya transmisión de información pero no comunicación. Nace, pues, una nueva concepción de lo que significa leer. Antes era una visión interiorista que llevaba su tiempo y casi su espacio. Ahora parece más una intervención. El problema es confundir las actividades con las acciones. Lo común cada vez interesa menos. La lectura tiene poco porvenir si no te importa lo común. Para que te importe un libro también te tienen que importar los demás. Por eso, porque es importante conocer las inquietudes de los ciudadanos anónimos y de las gentes locales de la cultura y la política, es evidente la tradicional pregunta en esta feria literaria del veintitrés de abril, el día de San Jorge.  “A ver, piense y responda: ¿qué libro está leyendo?”…

    Emilio Lacambra: “Soy un devoto de Vázquez Montalbán, a quien una vez, de visita a mi local, le preparé una tortilla de patatas para chuparse los dedos. Y me confesó que cuando un pueblo se permite jugar con las cosas del comer es que ya no pasa hambre”.

    Luis Alegre: “Acabo de leer ‘Las mejores recetas para una buena tortilla de patatas’, de Juanjo Portolés, como el apellido materno de Luis Buñuel, turolense como yo. La receta más sencilla es la siguiente: 1) Batir los huevos en un bol, sazonar con sal y reservar. 2) Pelar las patatas y la cebolla y cortar ambas en rodajas finas. 3) Freírlas en la misma sartén con abundante aceite caliente. 4) Una vez doradas, escurrir el exceso de aceite de las patatas y la cebolla, salar e incorporar al bol de los huevos batidos, mezclando bien. 4) En una sartén con un poco del aceite sobrante, incorporar la masa de huevos y patatas y, una vez cuajada por la cara inferior, dar la vuelta con la ayuda de un plato o vuelcatortillas. 5) Cuajar bien por el otro lado y servir caliente con una ensalada, si se quiere. Esta receta, sin embargo, engorda, porque las patatas y la cebolla se fríen absorbiendo una cantidad de aceite considerable. ¿Cómo rebajar calorías? Mi madre, que hace las mejores tortillas de patatas de Aragón y La Rioja –quien la probó lo sabe-, hace las patatas al vapor en lugar de fritas. A veces, también emplea el microondas para rehogar las patatas y la cebolla”.

    Luis Felipe Alegre: “Yo soy el individuo, rapsoda me llaman algunos, y las izquierdas y las derechas, unidas, jamás serán vencidas. ¡Oh, Nicanor Parra, mi héroe de lectura siempre! Y, de repente, me viene a la memoria aquella viñeta de Mingote, de dos líneas y un dibujo, en el que un nieto le pregunta a su abuelo: ‘¿Hay que ser de derechas o de izquierdas?’. Y el viejo le responde: ‘Sobre todo lo que hay que intentar es no ser gilipollas’. Gilipollas o no, ¡yo soy el individuo!”.

    José-Carlos Mainer: “¿Hay otra tierra en el interior de la nuestra? Por favor, lean a Julio Verne, que incluso continúa un libro de Allan Poe”.

    Paco Rallo: “Recomiendo uno de los cuentos cortos de Augusto Monterroso que acabo de leer, ese de que hubo una vez un rayo que cayó dos veces en el mismo sitio, pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió. También recomiendo el libro colectivo que yo mismo he editado sobre el marqués de Sade. Y es que soy como el rayo que no cesa”.

    Nacho Escuín: “En la literatura, el juego está en el vaivén que gira alrededor de la realidad y la ficción. El enorme escritor que fue Mark Twain advirtió que la diferencia entre la realidad y la ficción es que la ficción tiene que ser verosímil. La realidad surgió, como el espía de Le Carré, del frío. Sí, la ficción tiene que ser verosímil, como los sueños”.

    Alfredo Romero: “Henry James es mi autor favorito y acabo de comprar ‘Los papeles de Aspern’. Ahora se habla más de los papeles de Panamá, que eso sí es delito y no el marrón que me he comido por los putos catálogos. De los escandalosos papeles de Venezuela ni hablamos, pero a los piratas les sigue gustando Panamá. A mí también y recuerdo el canal, el calor y el olor dulzón de los cocodrilos. Como los que describió Hernando Colón en ‘Historia del almirante’: “Esparcen un olor tan suave que parece del mejor amizcle del mundo”. Asistimos, pues, a la búsqueda de un tesoro. A la negrita que saque los colores”.

    Ángeles Irisarri: “Hoy, más que nunca, necesitamos volver a hablar de Dios. Volver nuestra mirada hacia Él y recordar que no estamos solos. Las entrevistas que contiene el libro ‘No es bueno que Dios esté solo’ desnudan los pensamientos de los personajes que pueblan sus páginas, guiados por la seductora, amable y siempre inteligente conversación de Gonzalo Altozano. Es un libro que se lee rápido, pero que queda en la memoria mucho tiempo. Tal vez, eternamente”.

    José Luis Trasobares: “Acabo de leer esa versión cervantina de la vergüenza ante el poder. ‘Sepa el señor licenciado Vidriera que un gran señor de la corte le quiere ver’. ‘Vuestra merced me excuse con ese señor porque no soy bueno para palacio, porque tengo vergüenza y no sé lisonjear’. Como periodista, la profesión está por los suelos. Su naturaleza debe ser la de indagar, molestar y controlar al poder, no solo comunicar. E ir más allá de las fuentes oficiales. Ahora mismo hay un fallo tanto en la dignidad profesional como en la veracidad de la información. No quiero entrar en un debate sobre el huevo y la gallina, pero ambos polos están conectados y ambos fallan. Hay que leer a Cervantes”.

    Víctor Casanova: “A veces el ciudadano avisado cree que la nación se debate dando tumbos y a tientas, como en ‘La gallina ciega’ de Goya, entre un marxismo pasado por cierta cirugía estética, pero fiel a viejas fórmulas letales ya fracasadas, y un marxiano grouchismo a la larga no menos nocivo, cínico e impostor. Le recomiendo dos deliciosos libros de memorias, ‘Groucho y yo’ y ‘Memorias de un amante sarnoso’, y de algunas colecciones de cuentos. Que no se me enfaden los marxistas (de Karl) ni los marxianos (de Groucho) por la invocación paralela; es una cabriola inocente en honor del genial protagonista de ‘Sopa de ganso’, farsa política prohibida en la Italia de Mussolini que consideró la película un agravio personal”.

    Fernando Rivarés: “Estoy con el texto de Calderón de la Barca ‘En la vida todo es verdad y todo es mentira’. Una obra poco conocida que contiene, sin embargo, en muy altas dosis casi todas las virtudes que caracterizaron su dramaturgia, las cuales, amén de su agilidad discursiva, tienen que ver con su capacidad para contraponer y armonizar a un tiempo, de manera inteligente y profunda, algunos conceptos cuyas dicotómica comprensión ha generado siempre conflicto en el comportamiento de los individuos y la organización de las sociedades: el legítimo afán o el deber de templarlo; la justificada soberbia o la rendida humildad; la venganza por honor o el honor de no ejercer la venganza; lo realmente falso o lo fingidamente verdadero…”.

    José Luis Juste: “Yo soy de Rafael Alberti, siempre de validez permanente. Recuerda su poema ‘A galopar, a galopar…’. ¿Son los papeles de Panamá la punta del iceberg? ¿Cuánta gente comete evasión fiscal? ¿Hacen gobiernos y fiscalía lo necesario para impedirla? ¿Para cuándo una legislación global contra esa tropelía criminal? El que roba un coche va a la cárcel y el que estafa a su país toma el aperitivo al sol. ¡Qué hipocresía! ¡Qué baja estofa!”.

    Bizén Fuster: “A mí me encanta la pluma ciertamente elegante de Manuel Azaña, que se daba la misma maña para traducir clásicos foráneos que para alentar guerracivilismos locales. ¡Arriba Azaña!”.

    Belén Gonzalvo: “Los cristianos acusan al Corán de ser homófobo y los imanes dicen que la Biblia es pornográfica, citando pasajes de Ezequiel en los que se cuenta que una madre tenía dos hijas, la mayor se llamaba Aholá y la menor Aholibá. Aholá se volvía loca con magistrados y se acostaba con egipcios. Aholibá fornicó mucho con oficiales y era tan liviana que iba buscando las caricias de los que tenían el miembro tan grande como los burros y que arrojaban tanto semen como los caballos”.

    Eva Cosculluela: “Creo que Emily Brontë escribió ‘Cumbres borrascosas’ en estado de trance, sin pensar que iba a publicarse. Liberó a su imaginación, y de ella nacieron un montón de ideas que siguen desconcertando a muchos lectores. Yo vuelvo a ella una y otra vez, porque trato de entenderla sin conseguirlo”.

    Juan Bolea: “El horror con dos caras, el mal en estado puro, el maullido del gato emparedado, como una bruja quemada en la hoguera, el terror entre el humo y la niebla. El crimen, la venganza, los abismos negros del alma; y el temblor del cuerpo, las manos crispadas, el gesto por el deshielo del dolor y del miedo. O sea, Edgar Allan Poe”.

    Ángel Gálvez: “He leído el último libro de Juan Marsé y no me ha gustado nada. Este tipo me parece además un soberbio. Nunca le han gustado las adaptaciones que de sus libros ha hecho, por ejemplo, Vicente Aranda. Según Marsé, Aranda hace un cine muy malo y Alfred Hitchcock lo hace mucho mejor. También hay que decir que Flaubert escribe mejor que él. Creo de todas formas que hay menos distancia entre Hitchcock y Aranda que entre Flaubert y Marsé”.

    Lluís Carreras: “Soy catalán y, como sabe usted, entreno ahora al Real Zaragoza. Voy hacer un poco de memoria. Celebramos en el viejo principado de Cataluña la festividad de Sant Jordi, conmemorando la victoria de las tropas aragonesas sobre las musulmanas, en la batalla de Alcoraz de 1096, bajo el mando del rey Pedro I, triunfo debido a la milagrosa aparición de San Jorge, según cuenta la leyenda. Sería ya en el siglo XV cuando se instauró oficialmente el día de San Jorge como patrón oficial de los territorios de la Corona de Aragón en recuerdo de la victoria oscense, siendo primero las Cortes catalanas en 1456 y posteriormente para Aragón en las Cortes celebradas en Calatayud en 1461. En Cataluña, además, se regala este día una rosa, siguiendo una tradición católica instaurada en la feria de los enamorados datada en el siglo XV, cuando los participantes en los torneos que se celebraban en Barcelona, coincidiendo con la feria de rosas, obsequiaban con ellas a las mujeres a la salida de misa. La elección del día 23 de abril como el día del libro y la rosa procede de la coincidencia de la muerte de Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega. La idea original fue promovida por el escritor valenciano Vicent Clavel, y por eso los aragoneses, como homenaje, dais un clavel en vez de una rosa”.

    Antón Castro: “Me he comprado el libro de cocina ‘Mariscos y cefalópodos’, y me voy a preparar estos días unos chipirones en su tinta, un pulpo a la gallega, una sepia con angulas, txangurro al horno, una cocción de percebes y un bogavante en ensalada que te cagas”.

    Un mendigo: “Vamos a ver, querido. Usted me pregunta por literatura, pero, como ve, de poco me ha servido en esta perra vida. Perro mundo en el que tengo que engatusar a mis clientes con pedestre ortografía lastimera. Ay, la literatura y los libros, las novelas y la poesía, el ensayo y el cuento, la noche y el día, el dinero y el derecho, el ying y el yang. ¿No son los escritores unos vanidosos? ¿Por quién doblan las campanas? ¿Quién mató a Harry? ¿Quién me quiere a mí?”.

    Jesús Jiménez: “Lo último que he leído ha sido al académico Ignacio Bosque en torno al sexismo en el lenguaje. La conclusión que saco es que solo hay una cosa más pesada que una feminista: dos feministas. Y las más insufribles son las obsesionadas por el lenguaje no sexista. Siguen sin enterarse de que las palabras no tienen sexo, sino género, y de que las personas no tienen género, sino sexo. Por muy femenina que sea una silla, nunca será hembra. La humanidad es femenina sin que ello signifique que todos los seres del planeta son mujeres. La ignorancia es atrevida. La verdad es que hay mucho ignorante e ignoranta”.

    Adolfo Barrena: “Soy un fan de Tintín y he comprado ‘El secreto del unicornio’. Me encanta cuando grita aquello de ‘sapristí, sapristí’ al descifrar el significado de los mapas que habrían de llevarle a descubrir el tesoro del pirata Racham el Rojo”.

    Julián Casanova: “He comprado las memorias de Harpo Marx, en las que relata la anécdota favorita del dramaturgo Thornton Wilder, que se la había contado al poco de empezar la segunda guerra mundial. A Wilder una chiquita le preguntó qué era la guerra, a lo que replicó: ‘Un millón de hombres con fusiles salen y se encuentran con otro millón de fusiles, y todos disparan y tratan de matarse’. La niña se quedó pensativa un momento y respondió: ‘¿Y si nadie se presentara?’. El dramaturgo no tuvo respuesta, como el mundo ochenta años después. Ahora bien, que haya conflictos me interesa enormemente, pues de qué viviría yo”.

    Carlos Pérez Anadón y Pedro Santisteve (en conversación privada acalorada):

Anadón: “Hombre, Santisteve, pruebe esto, ande, que es un pincho de morcilla y está bueno”. Santisteve: “Ciertamente exquisito. ¿Dónde puedo tirarlo?”. Anadón: “¡Pero si no le ha hincado el diente?”. Samtisteve: “Con olerlo me basta”. Anadón: “Siempre sospeché que era usted un sabueso”. Santisteve: “No me saque de mis casillas”. Anadón: “La gente mileurista, y usted despreciando la comida”. Santisteve: “Sí, soy despreciable y gran muslari”. Anadón: “Y un metafísico, babieca”. Santisteve: “Es que no como, rocinante”. Anadón: “No tiene usía remedio”. Santisteve: “Es que me considero aragonés”. Anadón: “¡Usted aragonés? ¡Si no entiende la fabla!”. Santisteve: “Entonces seré esquimal”. Anadón: “O de Panamá, que es peor”. Santisteve: “Un agravante, lo admito”. Anadón: “¡Cállese, bellaco!”. Santisteve: “¡Cállese usted, cochino jabalí!”…

    Una mujer exuberante: “Yo solo leo poesía. ¿La poesía se hace con palabras? ¿Poesía es lo que queda cuando desaparecen las palabras? Los versos que permitieran las imágenes, las imágenes que permitieran la síntesis, la síntesis que procurara un modo de intentar decirlo todo con apenas casi nada. Por cierto, eres muy guapo. ¿Echamos un polvete, caballerete?”. (Le doy mi teléfono y le digo que me llame dentro de un rato, cuando termine de preguntar. Me guiña un ojo. La tengo en el bote).

    Ismael Grasa: “He vuelto a leer, con sumo placer, a mi idolatrado Francisco Umbral y su lírica, su gran pasión literaria, fundamental como forjadora de su estilo. El Umbral poeta, que ya late en ‘Mortal y rosa’, es la puerta cerrada que oculta muchas de sus claves. Un hombre curioso, atento a la realidad, observador sutil de la naturaleza geográfica y también humana. Y amante celoso de sus máquinas de escribir, ahora en desuso, por la irrupción implacable de la pantalla del ordenador. ¿Qué fue de la máquina de escribir? ¿Qué será de la tinta en papel? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? ¿De dónde venimos?”.

    Se ha hecho tarde. Los tenderos están a punto de recoger. Doy por terminada la ronda libresca. Y de la mujer exuberante, maldita sea, nunca más se supo. Ayudo a mi amigo Fernando Jiménez Ocaña, que dice haber vendido en este día de San Jorge más de lo que esperaba, a meter los pocos libros que le quedan en las cajas correspondientes. Tres o cuatro bultos y a embalar con cinta adhesiva Habana. A los carros y para casa con su señora. Yo no voy para la mía, si es que todavía tengo casa, pues he quedado para cenar en el restaurante Casa Emilio con todos los jefes de sección de esta revista pollera. Lo hacemos todos los años. Es nuestro modo de celebrar el día de San Jorge. Pero no nos gusta nada la tortilla de patatas que nos ha preparado el propietario, Emilio Lacambra. Sin cebolla, la tortilla de patatas está sosa.

    Una buena tortilla de patatas no debe exceder los tres centímetros de altura, y las patatas están obligadas a presentarse, entre las yemas líquidas, con un moderado color tostado. Una tortilla de patatas jamás puede ser mazacota, compacta o color pollito. No lo entiende así Lacambra. Su respuesta al director de ‘El pollo urbano’ no se hace esperar, en forma de poema satírico: “Dionisio Sánchez la lía / así, como si tal cosa, / que la tortilla está sosa / sin cebolla, ¡qué osadía! / Mancillar con porquería / la tortilla deliciosa / es conducta deshonrosa, / de inaudita grosería. / No es de persona educada / disparar tan andanada / y quedarse así, tan ancho. / No se puede ser tan necio / sin ganarse el menosprecio, / que yo lo dejo sin rancho”.

    Ni corto ni perezoso, y arropado por la tropa pollera, Dionisio le contesta: “No se puede suprimir la cebolla, como tampoco el fulgor del agua. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y la vida de mi pueblo. La cebolla es a la tortilla de patatas como los caracoles a mi rancho. Quien lo probó, lo sabe”.

    Está claro que cuando un pueblo se permite jugar con las cosas del comer es que ya no pasa hambre. Y la mujer exuberante sin llamar…

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