El despertar del hombre selva

139Despertar
Por Jesús Soria Caro

    Es un acierto la reedición de la editorial Eclipsados del poemario de Emilio Gastón El despertar del hombre selva, un texto fundamental para estimular al hombre hacia otra mirada utópica, hacia ese territorio de lo otro, de lo libre, de lo pre-lógico, pre-moral, pre-social y anterior a cualquier construcción alienante de la civilización.

    Es necesario recuperar este texto en un momento en el que se está cumpliendo la muerte de la Historia, pero no en el sentido que anunció Francis Fukuyama en El fin de la historia y el último hombre, que aludía a que no se podía alcanzar mayor evolución social o política que la de las democracias neoliberales, las cuales constituían el mejor modelo de progreso histórico:

Y si  nos hallamos en un punto en que no podemos imaginar un mundo sustancialmente        distinto del nuestro, en el cual no hay ninguna manera evidente de que el futuro represente una mejora fundamental respecto al orden presente, entonces hemos de tomar también en consideración la posibilidad de que la historia misma puede llegar a su fin (Fukuyama, 1992: 89-90).

                 Más bien ha sucedido lo contrario, ya que hemos enfermado de verdad y la utopía es un cadáver traicionado por la Historia, esa que se escribe con mayúsculas ya que ha dictado una forma única, global, la directora del hombre-civilización (el hijo de la Historia y su evolución) que es la designación que podemos oponer al hombre-selva propuesto por Emilio Gastón en este poemario. Este último es un yo regresivo hacia lo otro del yo, aquello que se ha perdido, aquel remoto estado natural pre-social, pre-histórico, pre-civilizador. Es la esencia de aquel individuo alejado de nuestra forma externa e interna de lo social y del ser, la que le acercaba a lo natural, lo desnudaba del traje adánico de la moral y de la Verdad.

                El yo poético de estos poemas supone deshabitar la identidad del yo convencional, regresar a un yo previo al sujeto lógico y moral que ha enfermado de Verdad, que ha olvidado ese estado previo de libertad. Los 39 despertares que aparecen suponen un retorno a dicho orden natural donde no había escisión entre el yo y sus deseos, entre la utopía y la realidad. Se produce, como anuncia Almudena Vidorreta, una refundación animista, pero también se efectúa “el reclamo literario de un mañana mejor, un ejercicio de catarsis para luchar contra ese sistema trasnochado y hacer posible la utopía” (ápud Gastón 2013: 15).

                Este sujeto poemático pasará a identificarse con aquello que le desaloja de ese yo que es la cárcel de lo que el sujeto no debería haber sido, por eso asume un estado de no-yo cercano al de los elementos de la naturaleza tomando su voz de lo diferente o dialogando con estos: la nube, la flor, el manantial, los helechos, la medusa, la selva. En uno de los poemas iniciales se produce el primer despertar, dirigiéndose a la “nube comprometida” ese no-yo proclama:

 Hoy he sabido de un submundo de polución cultural,

                                               es horroroso.

Todos nuestros congéneres se han llenado de nada. (Gastón, 2013; 20).

 

                Es un no-yo que abandona toda definición inherente a su identidad ontológica como ser moral y social, ya que quiere vislumbrar el otro lado de lo real, el ángulo contrario a la Historia y sus anulaciones de ese otro yo natural, preconsciente. Es un no-yo (el hombre-selva) cercano a como fue entendido por el surrealismo, que hablaba de lo otro del ser, un estado supra-real que fusionaba consciente e inconsciente, realidad y deseo. Antonio Pérez Lasheras describe la estilística de Emilio Gastón como “dicción cercana al discurso de lo surreal, pero con una voluntad aleccionadora, didáctica, podríamos decir, cierto ritmo de versículo entre bíblico y parnasiano” (ápud Gastón 2013: 111). Así en el poema “TERCER DESPERTAR (La espiga misteriosa)” la mirada abandonada de un sujeto racional lleva a un diálogo con la espiga -casi de forma fabulística-poética- que sólo existe de acuerdo al sol, al viento, a la vida sin números ni instrumentalidades, sin construcciones morales de verdad:

Espiga compañera de los vientos:

En este sábado de piscis

dejo mi madriguera de topo disidente

                   y me despojo de toda definición

                                  soy infinito (Gastón, 2013: 23).

                 Esta renuncia al yo y a su sistema de leer la vida obedece a la falta de utopía que lo ha determinado, al abandono de un verdadero progreso social hacia esta. Por este motivo el sujeto poético se redefine en el poema como un: “abogado de los bosques” porque ha renegado de la moral, la razón y la verdad, ya que son construcciones ilusorias que han alejado al yo de su verdadera aspiración de ser libre y de que lo sea la sociedad:

 ¿Nos habremos pasado del amor?

¿Nos habremos pasado de la vida?

 

Hemos tardado espacios infinitos allende la razón…

                                               Y la razón no existe,

                                  allende la verdad…

                                                .y la verdad no existe,

                                  allende la moral…

                                                y la moral no existe. (Gastón, 2013: 24).

     Hay una lucha entre lo racional y lo poético. Lo primero es aquello que establece una cárcel de vida, una instrumentalidad, todo tiene que servir para algo, ser útil para el sistema, producir, generar, cosificar nuestra vida en definitiva. La palabra a través de la poesía debe permitir, como afirmaba Valente, “el descondicionamiento del lenguaje como instrumentalidad” (Valente, 1983: 15). Hay que liberarse de un yo condicionado por el desarrollo industrial, económico, por una orientación de su verdad individual y de su práctica social hacia la utilidad. Esta se genera mediante la creación de una Verdad que fija cómo vivir, cómo entender lo real, cómo actuar en la verdad, ya que como nos anuncia Horkheimer: “Incluso la idea de verdad ha sido reducida al papel de herramienta útil para el control” (Horkheimer, 1969: 152). 

   Y yo con mi sonrisa de molusco …

                                 ¿para qué quiero la razón?

¿para que me maree

                 -con sus habladurías-

                               fastidiando a las flores despampanantes

                                                              y a mis ideas federales. (Gastón, 2013: 95).

      Se requiere el regreso a una poesía de lo otro que dé voz, si es necesario, al silencio y a sus verdades extra-lógicas. Emilio Gastón es un buscador que asume la voz poética como ruptura contra el pensamiento afincado en valores alienantes, heredados desde lo racional y lo moral. Lanza así su mensaje de que: “!Es tan maravilloso que un poema/no sirva para nada” (Gastón, 2013: 24). La poesía no debe entrar en el juego de la razón que hace al yo instrumento de lo económico, de lo calculístico que mata la vida. Esto implica que lo poético debe ser voz liberadora que haga al yo ser capaz de abolir las jerarquías sociales y morales que lo amputan como ser verdaderamente subjetivo, acercándolo a su verdadera voluntad individual sin influjos externos a su propio deseo. Por eso, la poesía es una posibilidad para reencontrar el yo liberado en sí mismo, ese “hombre selva” libre de la razón, ajeno al teatro social que lo encarcela en rentabilidades, leyes, normas y racionalidades.

 

BIBLIOGRAFÍA:

FUKUYAMA, Francis (1992): El fin de la historia y el último hombre, Barcelona, Planeta.
GASTÓN, Emilio (2013): El despertar del hombre selva, Zaragoza, Eclipsados.
HORKHEIMER, Max , y Theodor W. Adorno (1969): Crítica de la razón instrumental, Buenos Aires,
Sur.
VALENTE, José Ángel (1983): La piedra y el centro, Madrid, Taurus.

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