Manuel Sánchez Oms, «El collage. Historia de un desafío», Erasmus Ediciones, Barcelona, 2013

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Por Mijail Bulgákov

    Son varios los manuales de historia del arte que han intentando sistematizar una historia del collage, pero pocos se han adentrado en las verdaderas causas históricas capaces de trascender el formalismo empobrecedor.

    La mayoría de ellos se han limitado a una enumeración taxonómica o a unos pequeños esfuerzos por secuenciar diversas variaciones a partir de superficiales características formales. Incluso algunos no han añadido más que tímidas ampliaciones y vacuos cambios expresivos a los trabajos que les preceden, como es el caso de Eddie Wolfram respecto a Herta Wescher.

    Sin embargo, la clave de la cuestión no radica en unas obras acabadas ni en los restos materiales –aun siendo ingentes- de la infinitud de experiencias plásticas que quedan tras ellos. Para descubrir la verdadera naturaleza histórica del collage, debemos iniciar un recorrido inverso a través de estas vivencias, hasta vislumbrar que sus primeras causas se encuentran en la realidad misma, y que aquellos que han recurrido a este amplio concepto del collage en las artes plásticas, la literatura, la música, el cine y en el resto de los registros expresivos hoy posibles, comparten sus actitudes con otras acciones que todos llevamos a cabo como dos válvulas (o esfínteres) de entrada y salida y viceversa: producción (hoy precedido siempre del prefijo “re”) y consumo. Sólo a partir de este punto podemos entender el collage como un concepto capaz de resumir la realidad cultural y productiva de toda una época y que precede al capitalismo salvaje al que nos dirigimos: la fragmentación, las frías presencias, la virtualidad de la vitrina, los orígenes insólitos de los productos del mercado, el objeto confeccionado para un uso que nunca llega, el tiempo continuo comprimido en los productos de escaparate tal y como diría Debord, un reino celeste en la tierra hecho para “ver pero no tacar”, etc. Lo que precisamente hemos llamado “collage” desde la pedantería del Arte, refiere verdaderamente a un cúmulo de intentos por dotar de un sentido nuevo a todas estas realidades desfragmentadas y que desde la Revolución Industrial constituyen el “gran collage del mundo”. Y no son las únicas, porque en ello también participan nuestros armarios, cajones y estanterías, los cuales encarnan la mentalidad positivista vigente, a pesar de jactarnos de haber superado la mismísima teoría de la relatividad por la inercia de un impulso inevitable que guía la transformación permanente de las formas de la moda.

    Este ensayo de Manuel Sanchez Oms, fuertemente documentado (su tesis doctoral está dedicada por entero a los métodos de investigación del collage y de otros fenómenos materiales del arte contemporáneo), esclarece los verdaderos lazos que unen la realidad circundante con las experiencias que revolucionaron el arte contemporáneo y, especialmente, los verdaderos objetivos de sus principales protagonistas, -las vanguardias históricas-, más allá de la estrechez de miras de la concepción academicista del arte que, aún hoy de manera generalizada, los localiza en una reclusión en los asuntos puramente ¿artísticos?, para hacerse desde ahí con un ámbito institucional cultural que entonces no existía tal y como lo entendemos ahora, tras los grandes cambios generados en este dominio después de las primeras grandes exposiciones del MoMA de Nueva York en 1936. No podemos condenar desde la prepotencia de toda actualidad, y aún menos desde nuestros conceptos de insulso progreso y cursi originalidad -tanto de ideas como de reproducciones-, los proyectos globales de las vanguardias históricas. Simplemente las hemos desechado e ignorado para culpar de nuestros fracasos a nuestros propios productos: las máquinas, generadoras de nuestra realidad y uno de los principales puntos de atención de las vanguardias, con lo que, -guiados por la doble moral que sustenta al capitalismo-, nos privamos de nuestra capacidad para materializar nuestro pensamiento en su constante interacción con esa misma realidad.

    Pero para todo ello que podemos resumir en una justa valoración histórica de las vanguardias y del collage (es decir, una estimación productiva para el futuro), es necesario olvidarse de una serie de limitaciones contraproducentes como son los burdos debates acerca de qué es arte y qué no lo es y, sobre todo, reconocer -aunque a muchos les duela en un primer momento-, que la frontera que delimita este sagrado concepto emparentado con lo religioso, sólo constituye un límite tan arbitrario (o no, según se desee) como el que separa en un templo las naves del presbiterio. Sólo así podremos valorar los verdaderos aportes de las vanguardias históricas, las cuales, como la gran revolución renacentista, quisieron recuperar para una nueva época determinada por una serie de avances en todos los ámbitos de la humanidad, el arte y la estética como medios de conocimiento de una realidad que de nuevo volvía a presentarse infranqueable, tal y como lo fueron –el arte y su entorno- en sus orígenes prehistóricos antes de la gran aventura de la Historia. En la época que vivimos, -transitoria tal y como son todas en su momento, y totalmente determinada por este sistema de explotación de libre mercado-, ha igualado conocimiento y construcción una vez perdidas las esperanzas de los sistemas de representación -tanto en lo artístico como en lo político (dado que es aquí donde residen sus profundas implicaciones)-, desde el mismo momento en que se constituyeron las democracias occidentales como una parodia cateta de las ágoras antiguas con el fin de reservar la producción para la esclavitud y la alienación militar, y proteger la economía de los mismos derechos democráticos que la burguesía arrojó a la elección de representantes y nuevos sacerdocios, tal y como el arte olvidó su realidad material para hacer creer que el cambio formal que alimenta una moda cada vez más rápida y superficial, constituía la historia misma del arte. Mientras tanto el presente parece eternizarse, estancarse y asentarse tal y como deseó el III Reich, -durante “mil años”-, mientras las condiciones de vida se degradan, porqué quizás tanto en lo económico como en lo político hayamos olvidado la realidad misma y, sobre todo, la solidez material que la sustenta, a ella y al “gran collage del mundo”.

 Dónde conseguir el libro: http://www.erasmusediciones.com/default.asp?pag=autor&idclient=86

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