Muniellos, un lugar para sentir el bosque

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Por Eduardo Viñuales

El bosque cantábrico de Muniellos está considerado el mejor robledar albar de España y posiblemente de Europa. Allí habitan el oso, el lobo ibérico y hasta 14 murciélagos forestales. Pero la gran riqueza natural de esta masa forestal son sus líquenes, con más de mil especies distintas.

 
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Texto y fotos: Eduardo Viñuales Cobos.

Escritor y naturalista de campo.
http://www.asafona.es/blog/?page_id=1036
Twitter: @EduVinuales 

   Tras años de talas forestales, Muniellos es hoy una Reserva Natural Integral muy protegida. Tan sólo pueden entrar 20 personas al día.

    Hablar de Muniellos supone, para muchos naturalistas y caminantes de la montaña, rememorar un paisaje extraordinario de bosque caducifolio que representa una parte importante de lo más salvaje de la naturaleza que todavía conserva la Vieja Europa. Porque este añoso retazo forestal de robles, hayas y abedules que ha llegado tan bien conservado hasta nuestros días en pleno corazón de la Cordillera Cantábrica, allá en el seno de los verdes y profundos valles del Alto Narcea de Asturias, todavía está considerado como una de las mejores masas forestales que cubren y cubrieron la Península Ibérica.

    En su interior enmarañado habitan el lobo ibérico, el oso pardo, el urogallo, la marta, la nutria, el corzo, el cárabo y el azor… o distintos especies de pájaros carpinteros. Si bien para muchas personas este bosque denso y oscuro de Muniellos también constituye uno de los últimos escenarios donde se refugia el misterio propio de la imaginación infantil y rural, puesto que aquí, en este bosque encantado que a menudo esconden las nieblas, aún es posible ambientar los cuentos, historias y leyendas, reales o ficticias, de bandidos y bandoleros, de brujas y diablos, de lobos y fugitivos… o de esos personajes propios de la rica mitología astur como son las xanas, los busgosos, los cuélebres o los trasgos.

Recorrer el bosque: 20 personas al día.

    Muniellos, como una joya viva que ha llegado indemne hasta nuestros días, es hoy en día una Reserva de la Biosfera de la UNESCO y también una Reserva Natural Integral con 55 kilómetros cuadrados de superficie protegida donde tan sólo pueden entrar 20 personas diarias, previa reserva, y con una sola visita por persona y año.

    Las opciones para su visita interior son dos largos itinerarios senderistas, siempre partiendo de la Casa Forestal y centro de recepción de Tablizas: o bien la ruta del río que comienza siendo un sendero adaptado para minusválidos y que luego continúa por el puente del arroyo de la Cerezal y el puente de los Gallegos, siguiendo por el valle central del río Muniellos hacia arriba; o bien la ruta de Fonculebrera, que a media ladera en la margen orográfica izquierda del valle pasa junto a dos grandes árboles, el roblón de Fonculebrera y el acebo o xardón de la Candanosa. Ambas rutas coinciden en un punto donde luego, en unos 20 minutos más de recorrido, se terminan alcanzando las lagunas glaciares de la Isla, la Honda y la Grande, cerca de la más retirada y pequeña, la lagunilla de la Peña. Si las horas de luz solar son largas, dependiendo de la época del año, se puede subir por una de las rutas y regresar por la otra.

    Esto es lo único que se puede visitar y pisar, porque el resto de la Reserva Natural hace honor a su nombre y es el espacio destinado para la vida salvaje, para los animales silvestres, pero también para los verdes helechos, los arándanos, los hongos y setas, el tapiz de musgo que cubren los troncos… y para esos peludos líquenes que son las barbas de capuchino que frecuentemente cuelgan de los ramajes. De hecho, se dice que la gran riqueza ecológica de este bosque no está en sus árboles, sino en sus líquenes, ya que se estiman más de mil especies diferentes. En Muniellos, los arroyos, barrancos y vallinas forman un laberinto hidrológico que ha excavado pacientemente estas montañas silíceas, de suelos ácidos, propias de una antigua época geológica llamaza Paleozoico.

Un bosque casi virginal, pero asediado en los dos últimos siglos.

    Cuando uno penetra bajo la sombras de Muniellos cree estar dentro de un bosque virginal, no intervenido por el hombre. Y eso es cierto en parte, pero no del todo. Porque haber ha habido explotación forestal, aunque no siempre todos los intentos en este sentido fueron fructíferos, debido principalmente al alto coste económico que suponía el tener que sacar la madera y los troncos desde aquellos montes tan escarpados y retirados de toda población importante para su comercio.

    La historia nos recuerda que ya lo romanos, hace unos dos mil años, buscaban oro en estas montañas y que realizaron una explotación aurífera que removía mucha tierra, excavando pozos y minas con ayuda de la fuerza del agua. También se sabe que durante casi catorce siglos el bosque descansó y funcionó creciendo y muriendo a sus anchas. Pero en el siglo XVIII se escribió que “los robles eran tan robustos y derechos, que había infinitos parajes a donde sin mudar los pies se podían cortar tres quillas para navíos de línea”. Y es que fue a partir de ese momento cuando llegaron de nuevo los hombres a estos parajes para extraer los fustes de madera más longevos y sanos, y así destinarlos a los astilleros de Esteiro y del Ferrol donde luego se construían los pesados navíos de las flotas de Indias.

    En el siglo XVIII comenzó la explotación de este bello bosque, un coto perteneciente a la casa de los Queipo de Cangas de Narcea y propiedad de los Condes de Toreno, señores a quienes hasta aquel entonces tan sólo le pagaban los ganaderos y vecinos del pueblecito de Moal por dejarles pastar y entrar a los cerdos, con el fin de que estos comiesen bellotas. Pero fue en el año 1768 cuando realmente se inician las cortas por mandato real, a la vez que se ensancha el cauce del río Narcea para poder hacerlo navegable con idea de sacar los grandes troncos hasta el puerto marítimo de San Esteban de Pravia. Asimismo, hasta Cangas las maderas que cortaban unos expertos leñadores vizcaínos serían transportadas por arrastre y por carros de los que tiraban bueyes traídos desde Santander. Las cifras indican que entre 1771 y 1775 salieron de Muniellos unos 6.500 robles, formando tablones de hasta 18 metros de longitud. Algunos eran tan largos y pesados que se necesitaba de tres carros empalmados, de cuatro ruedas cada uno de ellos.

   Poco después, el bosque “descansará” durante cerca de medio siglo, hasta que de nuevo en 1855 se conceden más contratos de explotación, en esta ocasión a cargo de un londinense apellidado Wilson, que a cambio de un millón de reales de vellón podrá explotar las riquezas de Muniellos durante quince años, un derecho que el inglés traspasará a una sociedad catalana, la cual a su vez contratará para ello a leñadores franceses que obtienen la madera destinándola a la fundición de minerales. Pero el altísimo coste de transportar la materia prima, a través de pésimas vías de comunicación desde tan lejanos parajes, hará que de nuevo muchos de estos planes se vean frenados en sus grandes intenciones. El coste-beneficio no rentaba y algunas empresas maderistas entrarán en quiebra. Aún a pesar de ello, en el año 1897 un centenar de leñadores croatas retoma el asedio y la tala del gran bosque asturiano. Y en 1901 los Condes de Toreno venden el monte de Muniellos a la Sociedad General de Explotaciones Forestales y Mineras Bosna Asturiana que construye un aserradero hidráulico, oficinas, viviendas y barracones en el paraje de Tablizas, a la entrada del bosque, donde ahora está la Casa Forestal que sirve de ingreso a los visitantes respetuosos.

   La última de las talas comenzó en los años cincuenta del pasado siglo y duraría unos veinte años, hasta 1973. Leñadores vascos y cántabros abren pistas forestales que facilitan sacar troncos de enorme porte y tamaño. Pero ya por aquel entonces van surgiendo voces conservacionistas que solicitan salvar este bosque único, pero herido, que ya por aquel entonces había sido declarado Paisaje Pintoresco sin mucho éxito en la práctica. A la pionera petición del rector de la Universidad de Oviedo, Fermín Canela, se unen posteriormente las opiniones de naturalistas como Félix Rodríguez de la Fuente o del ecologista e ingeniero asturiano Miguel Ángel García Dori, quienes piden la protección real de las maravillas y riquezas naturales que este lugar encierra. Felizmente, en 1973 el bosque será adquirido por el Estado y será declarado Reserva Biológica Nacional. Hoy, como Reserva Natural Integral es el espacio más protegido que hay en toda Asturias.

   Lo cierto es que a pesar esos episodios tristes y oscuros de talas y cortas, Muniellos está considerado como la mayor mancha forestal de Asturias, y como el robledal albar más extenso de España y probablemente de Europa.

   El roble cantábrico se mezcla en perfecta armonía con hayas, abedules, tilos, arces, acebos, avellanos, sauces… siendo la vegetación de brezo y de piorno la que cubre la parte alta de las montañas, cerca de los cordales donde quedan las lagunas y morrenas glaciares, las “lleronas” o canchales de piedras cuarcíticas, al pie de los altas cumbres nevadas de los picos Candanosa (1.680 m), Peña Velosa (1.565 m) y Sesto Gordo (1.661 m), un terreno casi alpino reservado a los ágiles rebecos. A la gran fauna ya citada, de osos y lobos, se unen otras especies menores, pero no por ello menos interesantes, como la salamandra rabilarga, el desmán de los Pirineos, catorce tipos de murciélagos forestales… o el ciervo volante, un escarabajo propio de los bosques maduros del género Quercus. Verlos, encontrarse con estos seres escurridizos y desconfiados, no es fácil. Pero haberlos, haylos.

El verdadero paraíso natural

   Hoy en día, gracias a la inacción en muchas parcelas del monte y la rápida regeneración de los árboles, dejando funcionar por sí solos a los ciclos naturales del bosque, Muniellos sigue siendo una masa forestal propia de otro tiempo, de aquella época de la historia en la que uno supone que hubo antaño árboles en mayor abundancia en el corazón remoto y virgen de nuestras montañas y sierras.

   Muniellos es un espacio natural singular, un bosque viejo, denso, grande, maduro, encantado y encantador a la vez… una extensa arboleda superviviente frente a otras muchas que por su fácil acceso fueron arrasadas, taladas, borradas de los mapas y del paisaje rural de los montes ibéricos.

  Todo aquí está diseñado para favorecer la investigación científica, la educación ambiental y muy especialmente la conservación de una Naturaleza, a la que se le deja hacer por sí misma.

   El paso cambiante de las bellas estaciones, los 1.800 litros de lluvia anuales por metro cuadrado, el frío y la nieve, la humedad reinante… y la fuerza del renacer que posee todo paisaje vivo con el transcurso del tiempo, es lo que va dando cuerpo y forma a este auténtico paraíso natural de la zona suroccidental de Asturias, digno de conocer al menos una vez en la vida.