Solo se vive una vez: Recuerdos con sonrisa


Por Don Quiterio

  De todas las muertes que pasan ante mis ojos, las más dolorosas son aquellas que podrían pertenecerme. Como uno no es de piedra, el dolor deja un vacío mudo, un desierto sin palabras. Y sientes en el corazón la marca de la bofetada.

    Las biografías de los vivos están llenas de muertos a los que el destino ya les había dado la vez. Para esos muertos se inventó el consuelo. Desaparecen de la memoria cuando se muere la última persona que los recuerda. Los otros muertos, en cambio, permanecen a nuestro lado sin cumplir nada, y a su favor tienen que los recordaremos siempre con la sonrisa de sus años más pletóricos.

  Pedro Calavia Condón fue amigo inseparable mío. Y profesor de instituto. También fue director del instituto español de Andorra y del de Sao Paulo. Y pintor. Obtuvo varios premios y expuso en España y en el extranjero. Tengo cuadros suyos y me hizo un retrato gigantesco. Y juntos hicimos varios cortometrajes, el arriba firmante en labores de dirección y mi amigo Pedro de actor principal y otras funciones de asistencia: ‘Primeras imágenes’ (1983), ‘El secreto de la gran laguna’ (1985), ‘Contactos’ (1986), ‘A lo lejos’ (1988)…  Eran los tiempos de ese formato tan chulo del súper-8 y éramos socios de la Sociedad Fotográfica de Zaragoza, en la sección de cine que entonces dirigía el compañero de fatigas Armando Serrano. Hasta que se jodió el Perú y a todos los del colectivo cinematográfico nos echaron a patadas. A la mierda. Cosas, o envidias, de los fotógrafos. O del duce. O del primo José Antonio. ¡A formar!

  Allí conoció a lo más granado del cine amateur aragonés (José Luis Pomarón, Manolo Rotellar, Arturo Briones, Pedro Avellaned, Alberto Sánchez Millán, Santiago Choliz), con esas charlas, con esas proyecciones, con ese compañerismo que se respiraba y a todos contagiaba. Y Pedro Calavia, gran conversador, fue mi maestro vital, porque un maestro es aquel que te señala el camino hacia lo sublime, una cota inalcanzable, un faro en la noche. Aspiraba a la serenidad e iluminaba las sombras con un fino sentido del humor, sin darse importancia. Un contador de historias, siempre humilde y generoso, tímido y talentoso. Ha muerto dulcemente. Con la enorme elegancia que siempre tuvo.

  Al contrario, toda la repercusión provinciana y comunitaria -¡a formar!- la ha tenido Emilio Gastón en su reciente fallecimiento, el primer Justicia democrático y diputado constituyente, político, jurista, escultor, poeta, rapsoda, filántropo y ojo del canal, fundador de ‘Andalán’ junto a José Antonio Labordeta o Eloy Fernández Clemente. Uno de los referentes del último medio siglo en Aragón, fue uno de los últimos supervivientes de las tertulias del café Niké, como intentó reflejar Nacho Escuín en su fallido documental de 2013 dedicado a esa taberna y sus tertulias y tertulianos. También aparece en un reportaje de Javier Jiménez sobre los treinta años de autonomía aragonesa (1982-2012) y de cómo se gestó en esta comunidad tras el final de la dictadura. La lista de documentales o simples reportajes en los que aparece, directa o indirectamente, sería prolija. Conchi del Río lo dirige en su cortometraje ‘¿Qué ves?’, en el papel de un irónico anciano que ve cerca su final, cuyas palabras son burbujas de atención, pero en un minuto se desvanecen y quedan en el pasado. Morir es indigno. La muerte, sin embargo, espera. Y en esa espera, Gastón se esfuerza, pero no es actor. Y recita mal su papel. Y solo deambula por la habitación del hospital en el que sucede la acción. Acaso es que siempre fue el colmo de la bondad, capaz de llorar recitando un poema de otro autor.

  También han fallecido recientemente Forges, Manuel Moneo Lara, José María Berzosa, Pedro Osinaga, Jesús Gluck, Reyes Abades, Nellie Manso de Zúñiga y Maruja Cavalled, quienes, de un modo u otro, directa o indirectamente, participaron en proyectos de cine o televisión con gentes de esta comunidad aragonesa. Antonio Fraguas, ‘Forges’, ha sintetizado toda una época democrática en sus dibujos y las frases lapidarias de sus personajes entrañables, capaz de la crítica más feroz a la realidad española como de la sinuosa caricia. Ha construido un vocabulario propio (‘bocata’, ‘cubata’, ‘jubilata’, ‘segurata’, ‘tontolculo’, muslamen’, ‘maciza’, ‘chorbo’), que entra, muchas veces, en el diccionario de la academia de la lengua. Autor de innumerables viñetas para publicaciones como ‘Hermano Lobo’, ‘La codorniz’, ‘El jueves’, ‘Interviú’, ‘Por favor’, ‘Pueblo’, ‘Informaciones’, ‘Diario 16’, ‘El Mundo’ o ‘El País’, su paso del humor gráfico al lenguaje fílmico, sin embargo, es desafortunado: ‘País, S.A.’ (1975) y ‘El bengador justiciero y su pastelera madre’ (1976). Mantuvo una gran relación con Huesca –allí lo conocí-, más exactamente en el congreso de periodismo digital, y que desde su cuarta edición era el encargado de entregar el premio Blasillo, en honor a uno de sus famosos personajes. De hecho, fue el propio Forges quien propuso la creación del galardón. A la capital del alto Aragón la llamó ‘Rotondas city’ y tanto caló la denominación que en su honor se bautizó una rotonda con su nombre.

  Proveniente de una saga de grandes artistas, el cantaor jerezano Manuel Moneo Lara participó en el disco ‘Jerez, fiesta y cante jondo’, del año 1991, donde sonó junto a su hermano, Juan Monea ‘el Torta’, y su hijo, Manuel Moneo ‘Barullo’. Con Carlos Saura participó en ‘Flamenco’ (1995), donde el cineasta oscense eleva el documental para bucear en las raíces de un arte en sus expresiones más puras, en la esencia del cante, el baile y el toque, sus influencias y sus grandes figuras. Ahí están, en ‘Flamenco’, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar, Remedios Amaya, José Menese, Enrique Morente, Joaquín Cortés, Merche Esmeralda, José Mercé o Tomatito. El conjunto del filme son diecinueve temas que intentan dar cabida a todos los palos del flamenco, con la estación en la plaza de Armas como escenario, magníficamente iluminado por el director de fotografía Vittorio Storaro.

  El cineasta albaceteño José María Berzosa hizo su carrera profesional en Francia, adonde se trasladó en 1956 por lo que él mismo llamó su “antifranquismo visceral”.  Escribió críticas de cine y, tras obtener la titulación en el instituto francés de Altos Estudios Cinematográficos, trabajó como asistente de dirección con Jean Renoir y con Luis Buñuel, con quien trabó amistad y le encomendó incluso un papel de actor en ‘La vía láctea’, en 1969. Buena parte de su trabajo fueron documentales o filmes de ficción para la pequeña pantalla.

  Pedro Osinaga fue uno de los intérpretes más populares, tras una exitosa carrera, del teatro y la televisión. Era uno de los componentes del reparto de aquella mítica versión de ‘Doce hombres sin piedad’ que hizo la televisión estatal para su espacio teatral ‘Estudio 1’. Con aquella sonrisa siempre en sus labios, pertenecía a una generación de actores españles en peligro de extinción, la de esos cómicos que daban lustre por igual a la zarzuela, el vodevil (representó durante más de una década ‘Sé infiel y no mires con quién) o el drama. Trabajó con los cineastas zaragozanos Fernando Palacios (‘Siempre es domingo’, 1961) y ‘José María Forqué (Tengo diecisiete años’, 1964). El compositor turolense Antón García Abril puso la música a varias películas en las que intervino, como ‘Las ibéricas F.C.’ (Pedro Masó, 1971) o ‘Fulanita y sus menganos’ (Pedro Lazaga, 1976).

  El compositor valenciano Jesús Gluck fue autor de las bandas sonoras de películas de José Luis Garci (‘Solos en la madrugada’, ‘El crack’, ‘El crack 2’, ‘Asignatura aprobada’, ‘Sesión continua’), Juan José Porto (‘El florido pensil’) o Juan Madrid (‘Tánger’). Fue miembro, en 1968, de la banda pop española Los Bravos, y produjo a artistas como Raphael, Isabel Pantoja, Rocío Jurado, Lola Flores, Manolo Escobar, Emilio Aragón, Luis Miguel o Marisol. En 1982, los actores zaragozanos Antonio Garisa y Raúl Sender trabajaron, respectivamente, en las películas ‘Le llamaban J.R.’, de Francisco Lara Polop, y ‘Si las mujeres mandaran (o mandasen)’, de José María Palacio, cuyas bandas sonoras llevan la firma de Gluck.

  El extremeño Reyes Abades, el gran especialista del cine español en efectos especiales, trabajó para Carlos Saura (‘¡Ay, Carmela!’. ‘El Dorado’, ‘Buñuel y la mesa del rey Salomón’), Milos Forman (‘Los fantasmas de Goya’) o Terry Gilliam (‘El hombre que mató a don Quijote’). Con su empresa, que fundó en 1979, participó en más de trescientas cincuenta películas, a las órdenes de directores como Ridley Scott, Richard Lester, Antonio Isasi-Isasmendi, Robert Siodmak, Manuel Gutiérrez Aragón, Paul Verhoeven, Álex de la Iglesia, Pilar Miró, Guillermo del Toro, Julio Medem, Agustín Díaz Yanes, Pedro Almodóvar, Alejandro Amenábar y otros muchos.

  Traductora, empresaria, bibliotecaria y librera, Nellie Manso de Zúñiga fue una perfecta bilingüe (español e inglés) que le sirvió para traducir los diálogos de muchas películas extranjeras dobladas al castellano para su exhibición en territorio hispanohablante. Cuando Stanley Kubrick confió en Carlos Saura para el doblaje de ‘Barry Lyndon’, el oscense contrató a Manso de Zúñiga para la traducción. Participó igualmente para los productores Emiliano Piedra o Elías Querejeta.

  La jaquesa Maruja Cavalled fue presentadora, redactora, directora y realizadora de varios programas de la televisión estatal española. Su época de mayor esplendor se sitúa en la década de 1970 con los espacios ‘Aquí y ahora’ o ‘Gente hoy’. Se convirtió en la primera mujer en presentar el Telediario y en dirigir y producir programas de todo tipo (‘Walter y la familia Corchea’, ‘Club del sábado’, ‘Panorama de actualidad’), e inauguró el género culinario, que tantos seguidores ha tenido después, con ‘Vamos a la mesa’, primero, y ‘Nivel de vida’, después. La voz de Cavalled era como la zurda de Maradona o el revés de Justine Henin. Única.

  Es difícil, a veces, saber qué es lo que hace que alguien –o algo- se vea favorecido por la perdurabilidad del recuerdo o pase a dormir un sueño eterno en las tinieblas del olvido. Con Pedro Calavia tuve pasiones e ideas compartidas. Sin embargo, los medios de comunicación aragoneses lo han ninguneado. Allá ellos. Yo lo conocí, le llamaba el hombre tranquilo y nunca dejamos de vernos, aunque fuese en el pensamiento. Siempre cordial, nunca tuvo un mal gesto o una mala palabra –algo a lo que habría tenido derecho por su propia enjundia y peso intelectual-, ni envidia alguna. Era, como decía Antonio Machado, “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Vivir valía la pena, pero nadie sabe cuánto dura feliz nada.

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