‘Habitación 110’, cortometraje de Ana García Arnáiz


Por Don Quiterio

  ¿Es la existencia una comedia o una tragedia? Decía Sócrates, en ‘El banquete’, que “es cosa de la misma persona saber componer comedia y tragedia, y que quien con arte es capaz de desarrollar tragedias es también capaz de desarrollar comedias”.

   Que es cosa de Ana García Arnáiz componer ‘Habitación 110’, una película corta que es, como la vida misma, tragicómica. Una pequeña pieza, esto es, en la que se funden dos mitades, la cómica y la trágica. Una tragicomedia, en efecto.

  La premisa es sencilla, que no simple. Dos jóvenes –o no tan jóvenes- camareras de piso limpian la habitación de un hotel. La habitación 110 del título. Ahí están en sus labores mientras van desgranando sus deseos e ilusiones de ser actrices. Entre los objetos que quitan y ponen para limpiar –y limpiarlos- descubren una estatuilla de los Goya con la inscripción del premio “a la mejor actriz revelación”. Y aparece la propietaria, esto es, la clienta de la habitación 110. Y les revela que ese galardón se lo dieron por una película que las camareras de piso, ay, no recuerdan. O no conocen. Se trata de una actriz veterana, en horas bajas. Una actriz, maldita sea, de provincias. Del montón. Su último bolo, sin ir más lejos, lo acaba de hacer en Tamarite de la Litera. O, anteriormente, en Illueca, localidad en la que compró unos coquetos zapatos. Y así.

  Y las tres, con sus frustraciones, sus delirios, sus cosas, hablan y recuerdan y se evaden y se prueban vestidos y esnifan coca y saben, las pobres, que el futuro no va a ser nada prometedor. O, tal vez, sí. Quién sabe. Pero no existiendo porvenir flamante, el presente se carboniza. O casi. No palpando un objetivo terso, el arte interpretativo, la actuación, el amor, la ilusión, el vicio y la muerte sufren arrugas. La pérdida del Goya, al caer por la ventana, es reveladora. ‘Habitación 110’ es el debut en la dirección del cortometraje de la actriz zaragozana -tanto en teatro (‘Animalicos’, ‘La casa de Bernarda Alba) como en la pequeña pantalla (‘Los Artigas’, ‘Grupo 2: Homicidios’)- Ana García Arnáiz. También guionista, la debutante se reserva igualmente uno de los papeles, acompañada por Yolanda Blanco y Rosa Lasierra. Y las tres demuestran un buen hacer interpretativo pocas veces visto en el panorama del cine aragonés (signifique lo que signifique “cine aragonés”).

  Estamos, decía, ante una tragicomedia bien hilvanada, en la que todos los elementos suman para su reluciente acabado. Desde la matizada fotografía del gran José Manuel Fandos –encargado, también, de la posproducción- hasta la eficaz banda sonora de Gonzalo Alonso. A ellos se añaden Pilar Gutiérrez (ayudante de dirección y responsable, junto a Fandos, del montaje), Javier Estella (operador), Ana Bruned (vestuario, maquillaje y peluquería), Cristina Casero (producción, junto a Bruned) o Patricia Torres (asistente). Además, en el plano fijo final, sobrio, elegante, aparece la cantante flamenca Laura de San Pío interpretando uno de sus temas en la terraza del hotel, mientras se funde en negro para los créditos y agradecimientos. Perfecto.

  Un hermoso cortometraje, ligero pero repleto de capas, que habla de los sueños incumplidos y en el que no faltan las bromas a la academia del cine español y su cacareada gala, con esos agradecimientos de los premiados a los familiares, a los amigos que les ayudaron a descubrir su vocación, a los vecinos, a los compañeros de fatigas y a todo lo que se mueve o no se mueve. La cineasta enarbola un emotivo y absorbente relato que causa admiración, acaso autobiográfico, invadido de humor bien entendido, de drama válido, que entroniza, en secuencias grupales o paralelas, el poder de lo cotidiano, de lo mínimo, de una mirada, de un gesto.

  La historia comienza en la oscuridad. De repente, al abrir una de las protagonistas la ventana de la habitación, se hace la luz. Porque la vida es así. Juntarnos o separarnos de aquello que supone luz o nos da la clave de nosotros mismos. Todo, efectivamente, se puede interpretar. Todo se puede desdecir. Todo se puede discutir. No hay que dar por hecho lo que no dicen que es. Pues eso es la vida: jamás creer lo que nos viene dado. Juguemos a dudar. Juguemos a creer. Sentemos la razón en las rodillas. O en unos vestidos glamurosos. O en unas rayas blancas. Y, a partir de ahí, empecemos a dudar. Acaso las tres y únicas protagonistas de la función sienten que a su alrededor todo se viene abajo, como la estatuilla, y ya no encontramos sentido a la vida.

  El Goya, sí, ese viejo capricho cumplido para la más veterana e incumplido para las otras dos, que acaso quieren ser actrices y, ay, terminen de bolos en Bujaraloz. O vaya usted a saber dónde. ¿Y si de pronto se produce una cadena de contingencias y necesitas el Goya –lo necesitas muchísimo, como los aplausos- y no lo tienes? A la que lo tiene le parece una birria, casi lo regala, y a las que no lo tienen, en fin, la vida sería una birria sin él. Al final, todas luchan por el trofeo y acaba, maldita sea, en el foso de la perdición. Tres mujeres transparentes e impulsivas, también –a lo peor- autodestructivas y herméticas, que disparan respuestas a ritmo pegajoso y les cuesta aceptarse. Tres actrices, al fin y al cabo, que se sienten cómodas detrás –o dentro- de sus personajes.

  Rodado con estética poderosa, ‘Habitación 110’ es un corto tan divertido como triste. También luminoso. Habla de algo llamado arte interpretativo, de actuación, que permite vivir otras vidas, como refugio del náufrago en la soledad, droga con resaca o sin ella, fuente de conocimiento y emoción, antídoto contra el infortunio existencial. Ana García Arnáiz lo narra con sentido poético, delicadeza, complejidad. Fuerza emocional, esto es. Nada suena a recitado ni forzado. Doce minutos precisos. Grandes. Los sentimientos parecen auténticos. Y su romanticismo, contagioso.

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