Los estrenos en los cines: El sueño americano


Por Don Quiterio

  Una buena película es aquella que vas a verla con expectación y la terminas de ver con satisfacción. Y expectante acudí a la proyección de ‘Proyecto Florida’, de Sean Baker, siempre explorando en los márgenes de la sociedad, quien ya me dejara un gran sabor de boca con su excelente ‘Tangerine’ (2015), aquella prostituta transgénero en sus penalidades vitales.

    El filme del realizador independiente de Nueva Jersey es un emocionante retrato, crudo y emotivo, de la desigualdad estadounidense, que está protagonizado por una entrañable y asilvestrada niña de seis años, cuya mirada recuerda a la Laia Artigas de ‘Verano 1993’. Una niña que dedica sus días y sus noches a poner el universo boca abajo en el papel de una moderna Tom Sawyer o una Alicia sin espejo en un país no tanto maravilloso como simplemente perdido. El cineasta enfrenta el mundo de Disneylandia con la pesadilla de los que aún están pagando la crisis, y mete el dedo en la llaga en la cara más amarga del sueño americano para conseguir una película verdaderamente magistral, adaptando los modos del neorrealismo al cine actual, con guiño a Truffaut en su inolvidable final.

  El cine estadounidense sigue estando de enhorabuena con ‘El hilo invisible’, de Paul Thomas Anderson, un relato de sádica exquisitez, de precisa puesta en escena, a la manera de la fluidez envolvente del gran Ophüls, que habla subterráneamente del arte y el poder, del amor y la dominación, de lo oscuro y lo temible, en un juego de mensajes secretos llevado a cabo por un modisto perfeccionista en el Londres de 1950, con el contrapunto de dos personajes femeninos, que el director maneja entre el melodrama y el horror sicológico, el suspense y el humor negro, y le da una vuelta de tuerca al Altman de ‘Prêt-à-porter’. Y otra vuelta a la fantasía romántica la da el mexicano Guillermo del Toro en la producción estadounidense ‘La forma del agua’, un cuento de hadas con el fondo intransigente de la guerra fría que cuenta la historia de amor entre una mujer solitaria –y muda- y una criatura marina tan entrañable como monstruosa, cautiva en un laboratorio secreto del ejército. La película, en cierto modo arrebatadora, nos lleva a la capacidad metafórica del cine fantástico clásico (‘La bella y la bestia’, ‘King Kong’, ‘La mujer y el monstruo’) en la seducción de su barroquismo armonioso y en su hábil –y extrema- mezcolanza de géneros, de la delicadeza de Jean-Pierre Jeunet y el goticismo melancólico de Tim Burton a la marca de fábrica del propio y bravo Del Toro.

  Hollywood ha mandado igualmente piezas valiosas como ‘Lard Bird’, una comedia con ribetes dramáticos sobre el paso de la adolescencia a la edad adulta, el relato de una joven en los días previos a su ingreso en la universidad de Sacramento narrado por la directora Greta Gerwig con un sagaz sentido de la observación social, a través de unos diálogos inspirados que muestran sus complicadas relaciones familiares y sus primeros escarceos amorosos. O ‘Yo, Tonya’, de Craig Gillespie, una suerte de sátira de la América abocada al fracaso, tan irregular como explosiva, en torno a la relación de una polémica patinadora olímpica y su agria madre que despelleja a la criatura, que va de la corrosiva e inteligente tragicomedia biográfica al delirante falso documental, con esas intervenciones de los personajes mirando a cámara y dando su particular versión de los hechos. O ‘Todo el dinero del mundo’, de Ridley Scott, ilustrativa historia (verídica) de un despiadado y avaro magnate que con una mano compra exquisitas obras de arte y con la otra no suelta ni un dólar para el rescate de su nieto, en una algo mecánica película de acción, sentimientos e intriga, pero que funciona por su tensa estructura de reportaje periodístico, con el momento contundente de la mutilación de la oreja.

  Pese a sus molestos subrayados, Ryan Coogher dirige una apreciable acción fantástica del universo Marvel en ‘Black panther’, con un superhéroe negro –como hiciera dos años atrás el belga Fabrice du Welz con ‘Message from the king’- creado por el guionista Stan Lee y el dibujante Jack Kirby en 1966, en una trama de intención racial tan confusa como atropellada que sucede en un lugar africano, pero con un imaginativo diseño de producción y unos villanos –malos malotes- verdaderamente singulares. Menos interés ofrece ‘Deber cumplido’, el debut de Jason Hall, guionista de Clint Eastwood en ‘El francotirador’ (2015), con un relato basado en el homónimo literario de David Finkel acerca del complicado proceso de vuelta a casa de un veterano de la guerra de Irak, como ya se hiciera en otros conflictos bélicos con ‘Los mejores años de nuestra vida’ (William Wyler, 1946) o ‘El regreso’ (Hal Ashby, 1978), pero sin la ambigüedad necesaria, ni el talento para la composición o el encuadre, en este retrato de un héroe americano con tantos traumas interiores como exteriores.

  Quien descarrila con todos los vagones del patrioterismo mal digerido es, precisamente, Clint Eastwood en ‘15:17, tren a París’, una especie de versión terrenal del Paul Greengrass de ‘United 93’, en la que el director californiano dirige a los tres jóvenes que evitaron en 2015 un atentado de un tren que salía de Ámsterdam con destino a la capital francesa, en una narración no lineal, y bastante banal, sobre el heroísmo, sin peso ni consistencia. Una americanada, vamos. El descarrilamiento total lo pergeña James Foley en ‘Cincuenta sombras liberadas’, tercera entrega de la estúpida y descafeinada saga erótica según los originales literarios de E.L. James, autora de unos artefactos al modo de un ‘Decamerón’ repleto de lugares comunes y topicazos. O sea, la tensión sexual entre un millonario adicto al sadomasoquismo y su novia apocada que le hace tilín, con una sintaxis sensual tan pobre como la gramatical. Todo un espantajo a no ser que se tome como una comedia involuntaria. Basura cinematográfica. Como la soporífera ‘Amitville: el despertar’, del neoyorquino Franck Khalfoun, una de sucesos sobrenaturales y casas encantadas que regresa a la primera y fundacional ‘Terror en Amitville’ (Stuart Rosenberg, 1979), mera y tediosa reunión de los tópicos propios del subgénero.

  La finísima línea que separa risa y dolor, o humor y ofensa, lo recorre todo en ‘La fiesta’, comedia negra envuelta en tragedia de la británica Sally Potter, quien fabrica, a través de una fotografía en un inmaculado blanco y negro, y el tono de vitriolo de unos diálogos cortantes y brillantes, una atractiva historia de secretos y mentiras para un retrato del desmoronamiento de la izquierda en Europa, de formato casi teatral (recuerda una suerte de Oscar Wilde) y en tiempo real, con varios amigos que se juntan en una velada y acaba todo como el rosario de la Aurora. También resulta muy estimulante ‘En la sombra’, del alemán de origen turco Faith Akin, eficaz y atormentada muestra de una sociedad basada en la inmediatez, la banalidad y las falsas apariencias, en un incómodo filme de gran nervio narrativo, que acaso bordea el maniqueísmo por su discutible coartada del “ojo por ojo”. Estructurado en tres partes, el filme aúna terrorismo, mezcla cultural y venganza, y estos serán los engranajes de una mujer en su dilema moral, pues no parará contra quienes han destruido su familia.

  El cine español viene representado por ‘La enfermedad del domingo’, de Ramón Salazar, la historia de una madre y su hija que llevan treinta años sin verse, en un filme de miradas y silencios, denso e introspectivo, riguroso y solemne, que juega con el espacio y la luz con precisión milimétrica, una obra de cámara de áspera y luterana belleza fantasmal sobre los caminos del tormento y la culpa, que recuerda al austero Saura de ‘La noche oscura’ y al doliente Bergman de ‘Sonata de otoño’. La otra propuesta nacional viene firmada por el gallego Norberto López Amado, quien nos propone en ‘El cuaderno de Sara’ un viaje al infierno, al corazón de África, en el que una mujer sorteará peligro tras peligro en busca de su hermana, una médico cooperante desaparecida en la espesa y turbia selva del Congo, para un thriller de aventuras (africanas) sin personalidad, demasiado comercial, tan aseado como aséptico, que no admite comparativa con la parecida y más conseguida ‘Todo está oscuro’ (Ana Díez, 1997), por mucho que se pretenda poner en alza el valor de la denuncia a la explotación infantil o a las mujeres tratadas como trapos.

  Del cine de animación se han estrenado ‘Una familia feliz’, de Holger Tappe, uno de los grandes del cine infantil alemán, con una familia maldecida por una bruja, cuyos miembros se convierten en monstruos (vampira y Frankenstein los padres, y momia y hombre lobo los niños), según la novela homónima de David Safier, que encierra un mensaje de revalorización de la gente que tenemos cerca, a quienes no solemos dar valor precisamente por formar parte de nuestras rutinas; ‘La abeja Maya: los juegos de la miel’, una coproducción entre Australia y Alemania dirigida al alimón por Noel Cleary y Alex Stadermann, donde la simpática abejita del país multicolor vuelve a la gran pantalla en esta bastante insoportable segunda entrega, en su intento de polinizar la inocencia de los más pequeños; ‘Boonie Bears y el gran secreto’, del chino Ding Liang, una discreta aunque entretenida historia sobre la amistad ambientada en un circo ambulante y protagonizada por unos animales marchosos y ecológicos, con mensaje pacifista incluido, y ‘Cavernícola’, de Nick Park, uno de los buques insignia de la factoría Aardman y el creador de los inolvidables Wallace y Gromit, en la historia de un hombre prehistórico que inventa el fútbol sin darse cuenta, realizada entre la técnica de la ‘stop motion’ y el moldeado de plastilina, pero sin mucha inspiración, más estética que interesante, con un guion más simple que un botijo.

  Ah, dejo para el final una infumable película para espíritus católicos, apostólicos y romanos. Se titula ‘Sarabandal, solo dios lo sabe’ y es un dramón de tomo y lomo dirigido por Brian Alexander Jackson en torno a las supuestas apariciones de la virgen María, cuando en 1961, en un pueblo de Cantabria, cuatro jóvenes reciben la visita de san Miguel Arcángel. Se la recomiendo a aquellos paisanos que se escandalizan del olvido de Alfredo Castellón o José Antonio Páramo en el obituario de la gala de los Goya, pero que en la propia tierra ningunean a otros –preferiblemente vivos- que superan a muchos popes ensalzados institucionalmente. Y que no dejan de ser unas medianías mediáticas que haría sonrojar al más pintado. Pues eso, para espíritus católicos, apostólicos… y marranos.

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