El patrullero de la filmo: Wong Kar-Wai


Por Don Quiterio

  Cuando uno acaba de ver una película de Wong Kar-Wai cuesta unos segundos cerciorarse de si el mundo real es el que describe sus fotogramas o si es el que tenemos al lado.

   La sensación es similar a la que se produce cuando alguien se despierta en medio de un sueño y tarda unos instantes en abandonar el universo onírico antes de afrontar lo cotidiano. En ese lapso de tiempo, a veces mínimo y otras no tanto, se mezclan lo imaginado y lo tangible, y nadie tiene la capacidad de decidir si prefiere quedarse a un lado o a otro. A veces, incluso,  resulta complicado diferenciar lo real de lo ficticio. Así se mueven los personajes del cineasta chino nacido en Shanghái, que a los cinco años, en 1963, se traslada con sus padres a Hong Kong, huyendo de la revolución cultural. Se hace guionista profesional a mediados de los años ochenta y, entre los más de cincuenta libretos de todo tipo que escribe, destacan los dirigidos por Patrick Tam, en especial ‘The final victory’.

  Debuta como director en 1988 con ‘As tears go by’, parte intermedia de una trilogía de acción inspirada en ‘Malas calles’, aquella película tan nerviosa y sutil, de neurosis contenida y paranoia ciudadana, realizada en 1973 por Martin Scorsese, con la que comienza a trabar los elementos de un cine de pura adrenalina para proponer estados de ánimo tan alterados como diletantes. Dos años después de su ópera prima, Wong Kar-Wai realiza ‘Días salvajes’, un filme dividido en cuatro partes, en cierto modo autobiográfico, que retrata la juventud del Hong Kong en los años sesenta y setenta, según la novela del argentino Manuel Puig ‘Boquitas pintadas’, publicada en 1969. Con ‘Chungking express’ (1994) ejecuta el realizador chino un thriller contado en dos historias: la primera acerca de una mujer perseguida por traficantes de droga y la otra sobre las relaciones entre un policía y una camarera. Basado en la novela del japonés Haruki Murakami, el filme es una suerte de cruce entre el cine de Jean-Luc Godard y el de John Cassavetes, y se compone, esto es, por dos relatos diferentes, sin relación aparente, pero protagonizados por sendos policías enfrentados, cada uno a su modo, al universo femenino. El resultado es una brillante y experimental propuesta en sus conceptos narrativos y formales.

  Dos años más tarde, con ‘Cenizas del tiempo’, según una novela de Jon Yong, Wong Kar-Wai ofrece un melodrama de artes marciales en el que las escenas de acción tienen más elementos de danza que de violencia, y tiene, en la tonalidad, muchos puntos de contacto con ‘Happy together’ (1997), otro melodrama en torno, en este caso, a los desgarrados amores de una pareja de homosexuales chinos en Buenos Aires cuando estalla la crisis económica argentina. Los personajes de los filmes de Kar-Wai conviven en un frágil equilibrio, están marcados y atormentados por su pasado y no encuentran la manera de romper con él para ser felices en el presente. Son seres que están predestinados a vivir en soledad, con la única compañía esporádica de sus propios fantasmas. Necesitan la redención personal y transitan sin descanso por túneles en los que la luz dura muy poco antes de convertirse de nuevo en oscuridad.

  El cineasta abandona un universo para entrar en otro, con las dificultades de sus personajes por alcanzar la estabilidad emocional. Universos, en fin, complicados, interiores, que pueden estar tras una puerta, al final de una escalera, en el peaje de una autopista o al abrir el ascensor. Todo cambia, de pronto, y los demonios, hasta entonces adormilados en espera de su oportunidad, irrumpen con una fuerza sobrehumana en tu vida para ponerlo todo patas arriba. Así se manifiesta en ‘Deseando amar’ (2000), un drama ambientado en el Hong Kong de 1962 en el que un periodista y una joven secretaria entablan amistad. Sus respectivas parejas están a menudo ausentes por motivos laborales, con lo que su amistad se refuerza día a día. Sin embargo, habrán de enfrentarse a una dolorosa sorpresa: sus cónyuges están manteniendo una relación amorosa. A la manera del clásico británico ‘Breve encuentro’, Wong Kar-Wai se arroja a filmar un melodrama sencillo, cotidiano, pero narrado con una inusitada audacia, con inabarcable hondura. Con mimbres livianos, ‘Deseando amar’ se convierte, gracias a la pasión de su director, en una magistral reflexión, casi susurrada, sobre las relaciones personales, la amistad y el amor.

  Pero la cumbre de su cine la ejecuta cuatro años después con la obra maestra ‘2046’. Es el relato de un escritor que creía escribir sobre el futuro, pero, en realidad, estaba escribiendo sobre el pasado. En su novela, un misterioso tren salía con dirección al año 2046. Todos los que subían a él querían recobrar los recuerdos perdidos. Estamos ante la culminación del estilo del maestro Wong Kar-Wai, que retoma la vida del protagonista de ‘Deseando amar’ y lo encierra en la habitación de un hotel. En ella confunde sueños y realidades, entre fantasmas, recuerdos y mujeres, en especial a las mujeres a las que ha amado, responsables de su frenético deseo de viajar al futuro. En una clave que trasciende el melodrama para introducir elementos fantásticos o de ficción científica, con su habitual tratamiento de imagen y banda sonora, potenciado hasta un extremo que de tan poético se torna casi abstracto (en un muy particular homenaje a Resnais), en el año en que nada cambia, en el que todo permanece. El año 2046, efectivamente.

  Historia romántica donde las haya, ‘2046’ se centra en amores que atraviesan desde la más estricta inocencia a la más desesperada de las pasiones, desde la sensibilidad más exquisita a la magia de la posesión fantasmal. Las grandes películas –y esta es una de mis favoritas de la historia del cine- ofrecen casi siempre alguna verdad práctica: nociones de cómo sentir y nociones de cómo vivir. Porque, si existen cuatro grandes verdades (lo imposible, lo improbable, lo probable y lo inevitable), ‘2046’ trata de lo improbable, pero sugiere que lo irrealizable puede ser verdadero. De lo que se trata, en suma, es que el espectador se sumerja en las imágenes narradas. El cineasta, en fin, entrega una obra hermosísima, delicada, de maestro, una desgarrada historia de amor de irresistible cadencia, un canto a los misterios de la creación, el deseo, la vida, la muerte. Genial.

  Wong Kar-Wai también participa en películas colectivas. Así, en 2004, firma el interesante episodio ‘La mano’ de la cinta ‘Eros’, en colaboración con los de Michelangelo Antonioni y Steven Soderbergh (bastantes mediocres, por cierto). O en 2007 con el proyecto de Gilles Jacobs ‘Chacum son cinéma’, en el que se encarga del episodio ‘Traveled 9000 km to give it to you’. Ese mismo año, Wong Kar-Wai homenajea a los escritores ‘beatniks’, a los bares del cine de Alan Rudolph y a ciertas composiciones de Edward Hopper en su filme de confidencias ‘My blueberry nights’, lo que le permite una excitante combinación de variados elementos culturales en una historia de amores rotos, tan cara al autor. Y aquí la protagonista inicia un viaje de liberación que desde Nueva York la llevará hasta Memphis y Las Vegas, en el que conocerá a gente desarraigada y decidirá acerca de sus prioridades.

  La soledad, al fin y al cabo, es el tema esencial en el cine de Wong Kar-Wai, realizador de una hondura extraordinaria y con una narrativa única, cuya emoción hace estremecer. Todo fluye sin prisa pero sin pausa y los personajes parecen autómatas en busca de su destino, como ocurre igualmente en ‘Ángeles caídos’ (1995) o ‘El gran maestro’ (2913). Viven en silencio para no herirse los unos a los otros. Y su cine habla también de luz y oscuridad, sobre todo de su círculo eterno, de la necesidad de ambos. Nunca se puede ser una fuente de pura luz o pura oscuridad mucho tiempo. Pero al cineasta chino le atraen los extremos, y su trabajo habla de los extremos emocionales que podemos experimentar y cómo pueden ser fuente de extremo sufrimiento. Son parte de la condición humana. Todos sus filmes tienen mucho en común, como unas progresiones armónicas que parecen estar siempre ascendiendo. Solo le interesa comunicarse a través de las imágenes y los sonidos, alcanzar a la gente emocionalmente. Un maestro.

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