‘Ven al cabaret’, cortometraje documental de Glòria Espelleta y Sara Boldú

155Plata
Por Don Quiterio

   ‘Ven al cabaret’ (2015), cortometraje documental realizado al alimón por Glòria Espelleta y Sara Boldú, da a conocer, de cerca, el café cantante Plata, que desde hace años anima la capital aragonesa.

En su reapertura, en 2008, el director artístico fue el fallecido Juan José Bigas Luna, y los símbolos españoles como el jamón, las morcillas y las jotas se mezclan junto a los desnudos y los números picantes. La actriz Inma Chopo, una de las artistas del espectáculo, es la que se encarga de explicar, más allá de conocer su trayectoria profesional como empresaria teatral, la filosofía que les inculcó el cineasta y sus imágenes de la cultura española.

Y habla de Bigas Luna y de sus dotes de malabarista mediterráneo, un observador privilegiado para entender el universo que trasladó al Plata y su particular comando festivo y empapado, en el que nunca ha faltado el diálogo y el intercambio. Para la intérprete y para otros colaboradores, Bigas Luna siempre fue un gran generador de la cultura y el espectáculo, a los que unía sabores, olores, texturas, tactos. Se encadenan evocaciones de manera inmediata. El Plata apela a todos los sentidos y está muy cerca de lo que es una experiencia total. O eso es lo que se afirma. Como buen gastrónomo, el autor de ‘Jamón, jamón’ comparaba el cabaret con la comida. Tal vez por el ritmo. Tal vez por la secuencia. Es eso o nada.

El Plata no deja de ser una prolongación cabaretera de su cine más bien obvio, tan complaciente como inconexo, tan petulante como desconcertante, tan ampuloso como amorfo. Decía Truman Capote que los creadores visuales “serán más conocidos por las pequeñas obras que por las de larga duración”. Sea cierto o no, parece, a veces, que el cineasta andaba más desnortado en materia de sexo, obsesión y destrucción que una anaconda en un iceberg, a la manera de un Ferreri mal entendido. Le gustaba Fellini y el Valle-Inclán de las ‘Comedias bárbaras’, pero su visualidad facilona siempre me ha recordado, maldita sea, a Tinto Brass.

De este cabaret zaragozano hablan los espectadores fieles, los artistas, las modistas, los camareros, los trabajadores del local y así, y todos expresan la importancia de no perder esa impronta del erotismo ibérico, genuino y divertido, que le imprimió el cineasta catalán, de su huella que sigue presente todavía en la renovación del espectáculo del renacido local, cuya propietaria e impulsora, Joaquina Laguna, siempre deposita toda su confianza en los actuales directores artísticos y coreógrafos, con ese punto surrealista y del absurdo, el tono disparatado y el estriptís, que, al parecer, encaja perfectamente con la estética del director de ‘La teta y la Luna’.

Al mismo tiempo, los responsables del café cantante van cambiando la escaleta para que el público se encuentre siempre a gusto, con algo diferente. El espectáculo, en efecto, cuenta con un repertorio de números que van entrando y saliendo cada cierto tiempo con la intención de ir renovando el contenido del mismo y no aburrir al espectador. Un suponer. En el repertorio no faltan esos números fijos y ya clásicos, como el de los ‘escoceses’ que se levantan la falda y ‘El amor de Carla Torbellino’, uno de los favoritos del realizador. Y por el escenario desfilan artistas que llevan tiempo vinculados al local, como la mentada Imma Chopo, pionera de la danza del vientre. O Isabel Rodríguez. O Juan Carlos Arcusa. O Julio Latorre. Para ellos, claro, el cabaret es un sitio muy especial, “difícil de encontrar otro similar en Europa”.

Aquí, en Aragón, se le quería mucho al director de ‘Huevos de oro’. De hecho, sus antepasados maternos eran de Zaragoza y él amaba esta tierra y la sentía como propia, con sus continuas visitas acompañado de su esposa, la zaragozana Celia Orós, con quien había creado una empresa de productos ecológicos. Una pasión, la comida, que nunca la abandonó: pan (“lo básico, lo necesario”), vino (“lo lúdico, la sensualidad”) y chocolate (“el pecado”). Nos dejó la huella en 1998 en la nueva ubicación de la virgen para la ofrenda pilarista y en la vuelta a la vida del histórico café cantante Plata, del que es suyo el diseño de los urinarios de caballeros con la boca de los Rolling, una idea que le vino inspirada por una película de Kubrick.

En su aspiración, pues, el cineasta catalán hizo del Plata un lugar mucho más amplio. Duchamp apuntó a la necesidad de “hacer arte como si el arte no hubiera existido nunca”. Iba, por tanto, a la suya. Como los considerados grandes artistas, no hacía caso ni a dios. Acaso sea la decisión de ser libre. E intentó, en última instancia, que los clientes fueran unos espectadores vivos, unos usuarios participativos, donde la excepción tuviera más importancia que las reglas. Con acierto o sin él.

El arte, qué duda cabe, te ayuda a ponerlo todo en duda, en efecto. Te ayuda, a la postre, a cultivar una mentalidad crítica, de modo que, al final, la historia no existe, lo que existe es tu historia. El arte te ayuda a construirte como un individuo pleno, a quitarte el miedo a ver, a pensar, a intuir, a anticipar, a opinar, a analizar. Bigas Luna murió hace algunos años, pero parece que su espíritu, con morcillas, jamones o jotas, se mantiene en el Plata. O eso, digo, desean los actuales responsables del espectáculo. Un espectáculo, esto es, que conserva la visión personal del cineasta. Y del trabajo de las reporteras Glòria Espelleta y Sara Boldú también participa del burlesque ‘Berlín, Berlín’, que la compañía de Nacho Embid estrenó en la sala Royal con las actrices Marian Nadal y Vicky Tafalla.

Con todo y con eso, la cámara de ‘Ven al cabaret’ sigue los pasos de Julio Latorre, el cantador de jota del Plata al que le propusieron actuar enseñando sus partes –y se negó, naturalmente, que la jota no se puede desvirtuar-, y le vemos ensayar con el grupo folclórico al que pertenece y con el traje bien puesto, como debe ser. Entre el público, la cámara también localiza a auténticos fans del cabaret, y, así, Álvaro Rodríguez explica cómo las vedetes –recuerden a las míticas Mary de Lis o Marga Castillo- lograban esquivar la censura con sus cuplés de doble sentido.

Del Plata, en fin, se han hecho muchos documentos, escritos o filmados. Recuerden aquel ‘Plata, Plata, Plata’ (1980), cortometraje del caspolino Alejo Lorén. El que nos ocupa, aunque aspira a analizar la interioridad de un espectáculo orquestado desde el más allá por Bigas Luna, se queda en el chasis, en tierra de nadie pese a su honradez y dignidad, a años luz, pongo por caso, de los inteligentes documentos realizados por el programa televisivo ‘Imprescindibles’, espacio, por cierto, que en uno de sus episodios hizo un magnífico retrato del mismísimo autor de ‘Renacer’. Y en el que, curiosamente, no aparecía, ni por asomo, ninguna referencia de su contribución artística al cabaret del Plata. O al cambio floral de la Pilarica. Para reflexionar. O tal vez no.

Porque, al fin y al cabo, todo deriva en el toque castizo del botijo, la fregona o la ropa tendida en la calle. O sea, Bigas Luna en su salsa de plata, como un Almodóvar catalán. El espíritu de las morcillas, los jamones o las jotas. Los desnudos y los números picantes los dejamos para otro día.

Artículos relacionados :