Desde el diván: ‘El Bola’, de Achero Mañas

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Por José María Bardavío

     Que algunos hagan pis sin utilizar el retrete (la abuela de El Bola involuntariamente;  el colega de clase en las vías del tren, voluntariamente), y que la clave del conflicto (el padre maltrata a su hijo) se descubra en un cuarto de baño, convierten la película en un monumento escatológico de patetismo ilimitado.

Nacionalidad: España. Año de producción: 2000. Director: Achero Mañas. Guion: Verónica Fernández y Achero Mañas. Fotografía: Juan Carlos Gómez. Música: Eduardo Arbide. Intérpretes: Juan José Ballesta, Pablo Galán, Manuel Morón, Alberto Jiménez. Duración: 86 minutos.

   Y lo digo lo más seriamente posible. Sobre todo si recordamos esa secuencia genial en la que Pablo, El Bola (Juan José Ballesta) tiene que ayudar a mantener en pie el cuerpo desnudo de su abuela en la bañera, mientras la madre, arrodillada, le lava con esponja y jabón. Una actividad que deben practicar frecuentemente dada la  incontinencia de orina que sufre la abuela.

    La grandiosidad de los miembros de una familia bañando a la desvalida anciana, la abuela, en la bañera, compone uno de los cuadros más patéticos y hermosos del cine español de los últimos años. Este momento del baño es grandioso porque  se adentra en el corazón de la intimidad de tantos millones de actos de la vida cotidiana perfectamente alejados de las grandes épicas putrefactas, dinerarias, que nos cuentan los periódicos. El invalimiento de tantísimas personas, náufragos del existir, antes de perderse del todo en el inmenso mar de la nada. La madre y el nieto prorrogando a la anciana, navegante en tan fragilísima embarcación, la bañera, el estar viva.  Lavarla es un achicarle el agua de la muerte que se va colando imparable en la barca corporal de su mermada vida.

Después de la excursión a la Sierra, final de un día feliz, empapados por la tormenta, Alfredo y Pablo (El Bola), buenos amigos, se ponen las camisetas limpias que les ha proporcionado Laura, la madre de su amigo. Es entonces cuando Alfredo descubre el moratón abultado en el costado de su camarada. El cuarto de baño se convierte así en el lugar de la gran revelación, espacio a partir del cual todo cambiará. Y también el tiempo se altera y se transforma, porque a partir exactamente de ahora mismo, la vida del Bola empieza a ser distinta: La familia de Alfredo, sobrecogida ante los moratones, se propone arrancarle de las garras de su monstruoso padre.

Pero todo el noble patetismo que la película desarrolla, alcanza grados de grandiosidad en la secuencia cuidadísima del baño de la abuela. Señalar primero que la escena en cuestión, sucede justo después de la excepcional  satisfacción que les ha supuesto  a los dos amigos pasar el día en el parque de atracciones. Porque se trata de una película que se atiene a la coherencia de los hechos, que nada ocurre por casualidad, y nunca jamás va de hueca exaltación. Se trata de un drama que se sacude el polvillo melodramático peyorativo con eficacia envidiable. Una película intensa y a la vez mesurada cosa que dice mucho del buen hacer de su  director.

     La secuencia abre en negro para mostrar un cuarto de baño con bañera al fondo. La pared está cubierta de azulejos rojos, rotos por la ventana sobre la bañera que  deja entrar a raudales una luz blanca y fuerte. Madre e hijo atienden a la abuela de forma bien distinta. La madre está de rodillas para acceder mejor al cuerpo de la anciana al que frota con una esponja de la que surge abundante espuma de jabón. Para facilitar y acrecentar el equilibrio, la abuela extiende el brazo derecho apoyando la mano en el brazo de la nuera arrodillada. Pero como el equilibrio que consigue dista mucho de ser satisfactorio, es aquí en donde entra en juego El Bola que, sujetando con fuerza la mano y el brazo izquierda de la anciana, se inclina hacia ella para apuntalarle el cuerpo, mostrando en la operación una respetuosa vergüenza ante la desnudez del cuerpo de la anciana señora.

Pocas veces se he visto un cuadro tan eficaz, tan fluyente en emociones, tan descriptivo, tan silencioso, sobre las miserias del cuerpo humano y las conflictivas consecuencias que acarrea al resto de los miembros de la familia. Y sin embargo, debemos pensar, que esa labor diaria devora al jovencísimo Pablo. Ese descendimiento-desfallecimiento que componen esos tres pilares generacionales vinculados en el lavar a la abuela, les une a todos en un cuadro de hermosura solidaria, de auténtica caridad. Las relaciones volumétricas de los tres cuerpos, los brazos extendidos, la extraña conjugación orgánica, la aparatosa fragilidad de la anciana, su dignidad, la excepcionalidad del entrelazado de los cuerpos, la constancia del no mirar respetuoso, ese dureriano- quizá cragnachiano- contorno rancio de la piel vieja de la mujer desastrada por la edad; ese extraño, fúnebre, erotismo emergiendo de situación tan excepcional que despoja al niño al derecho a ser niño a dentelladas.

Mientras Pablo  esconde su cuerpo amoratado por las palizas de su padre, la anciana muestra loschichones de la edad en su cuerpo rebosante pero marchito. El cuadro que componen los tres, ese estar tan desfallecidos como invencibles, recoge a la perfección, me parece a mí, lo que hubiera pintado Goya si habitara entre nosotros. O Lucian Freud, que tampoco está. ¡Qué magníficos resultan esos paños , las pálidas cortinas, la gran toalla, las visillos de la ventana multiplicando el efecto hacia abajo, el desfallecimiento vital del cuerpo de la abuela! Esto le otorga al cuadro un hálito de Descendimiento. Pero, claro, no al modo Armani Fashion del desde luego genial de Roger van der Weyden

con su portentosa exhibición de las telas que se fabricaban en Flandes como si la perspicacia publicista tuviera siglos de eficaz hipocresía, sino con la explotada verdad con la que el paisano de Los fusilamientos levanta los brazos (el brazo levantado de la madre de Pablo levantando el de su madre) espantados   por la enorme  crueldad del paso del tiempo que ha  dejado inútil a la pobre dama, y la protesta ante la crueldad bestial de la ejecución injusta, del otro.

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