Que veinte años no es nada / Max Alonso


Por Max Alonso

     Lo cantaba Gardel en el tango y lo repite la vida, cuando, por ejemplo, han sido los necesarios para hacer un museo, el de la Casa Panero.

     Un sueño llevado adelante por sus soñadores y que año tras año, durante veinte, han perseverado en la idea de levantarlo y donárselo a la ciudad. Desde que vieron la casa de la estancia vacía, abandonada, amenazando desparecer a causa del deterioro, de unos poetas raros, que entre ellos se apuñalaron, de esa forma superior incruenta, pero más violenta, por la sola fuerza de las palabras.

    Hicieron por adquirirla, repararla paso a paso de subvención, llevándola adelante para atesorar en su interior lo que es, el tercer museo de la ciudad, tras el romano y el del chocolate. Este de ahora dedicado a la cultura, que, por algo, Astorga es el título que ha acreditado entre su patrimonio esencial.

    La casa de Panero ha dejado de ser la ruina de unos “poetas locos” para ser un templo de la cultura, en el que moran como pequeños dioses unos cuantos personajes de la España del saber. Desde los hermanos Juan y Leopoldo, que vieron sus biografías distorsionadas por la vida. De Ricardo Gullón, que hizo florecer la crítica como un género literario y al que el presidente de la Academia Darío Villalba proclamara, hace años, como el leonés de más alto valor en la Literatura, más el polígrafo Luis Alonso Luengo. Evocados los cuatro como la ‘Escuela de Astorga’ por Gerardo Diego, cuando les veía nacer en la ciudad del primer tercio del pasado siglo. Una frase, que era todo un desafío porque se anticipaba a lo que podía suceder, les elevaba comparándoles a la Escuela de Salamanca, que, en el Siglo de Oro, a partir de Francisco de Vitoria, influyeron en el pensamiento europeo.

    Junto a ellos están en el museo otros personajes como el músico Evaristo Fernández Blanco, que ya solo con su ‘Obertura Dramática’ se inscribía en la Historia de la Música. Como también está presente el poeta peruano César Vallejo, que también habitó en aquella casa. En la que también moran de nuevo ahora los hijos de Leopoldo, Juan Luis, el mayor, que vivió del apellido de su padre. El confuso y lúcido Leopoldo María, el que tuvo que suplicar que no le juzgáramos por su pobre biografía y con un claro puesto en los Novísimos de la segunda mitad del pasado siglo. Y Michí, el pequeño, en todas las dimensiones, hasta en la de la pluma, que no impide testimoniar el talento de todos. Junto a su madre Felicidad Blanc y la esencia de la escritora que ella misma pudo ser y la abandonó.

  Personajes estos últimos que se sumieron en ‘El Desencanto’, la película de Jaime Chávarri y detrás el agudo Elías Querejeta, que desairó a la ciudad, pero que la puso en el mundo, pues ostenta el título de ser la película española más vista fuera de nuestras fronteras.

  A partir de ahora todos estos dioses, con los pies de barro de su humanidad, ya tienen templo y son luminarias y estandarte de la Astorga inmortal. Con su templo romano para evocar la Astúrica del oro. La Astorga dulce más que industrial con el del chocolate que se nos va y la Astorga culta, de lo que lleva fama, y desde ahora sede, con su nuevo museo de la Casa Panero.

     No termina aquí la historia. Con ellos Juan José Alonso Perandones, cada uno en donde le corresponde, el bialcalde que más que decir lo que hay que hacer lo hace. Que hizo levantar el Museo, desde que compra la casa en 2002 y ha persistido veinte años, los del tango, para lograr coronar el templo y abrir sus puertas, en los comienzos de este siglo XXI, culminado la etapa del reconocimiento a la cultura en su magno proyecto global. El puede decir que su querida Astorga fue romana y dura, chocolatera y dulce y poéticamente sabia, porque lo que más define a la poesía es, además de la belleza, su sabiduría, que no técnica ni dogmática, sino íntimamente humana.

     Con él, Javier Huerta, el profesor callado y eficaz, que, aunque se dedique a las palabras está con los hechos. Desde el silencio, pero con sus obras, se cincelaron los congresos anuales que nos trae, y ahora el museo, como monumento sólido y permanente, que aquí está y aquí se queda. Como sigue puliendo el buen nombre de Astorga y ahí también es maestro y enseña. Con ellos María Ángeles Rubio, la cercana ‘Geli’, que hizo nacer el Festival e Cine de Astorga y lo ha traído a sus veinticinco ediciones, que estuvo al poner la primera piedra de lo que tenía que ser el museo y veinte años más tarde ha abierto sus puertas.

   Se cierra así el ciclo, de momento, con el homenaje de unos protagonistas que fueron y unas personas que son y que han emergido con su esfuerzo. Las obras que son el trabajo de las personas, enriqueciendo el patrimonio de la ciudad de todos.

   Tras veinte años, que como cantaba Gardel en su tango ‘Volver’, no son nada, pero ahí quedan.

Publicado en: https://astorgaredaccion.com/art

Artículos relacionados :