Por Vicente Ibañez
Aún queda gente que lee en el metro de Madrid. Son rara avis, son excepción.
La mayoría de las personas mira el móvil: redes sociales, juegos, series o vídeos, incluso el chiringuito. Muchos escuchan música o la radio, unos pocos hablan con el grupito que se han subido y otros tienen la mirada perdida.
Hay quien se sube para una sola parada y hay quien baja después de tantísimo tiempo. Y también hay quien se pasa de parada, incluso los madrileños, seguramente por mirar el móvil. Unos van a trabajar o a estudiar, otros a ver a sus amigos, su pareja o su amante. Quizás de compras, una escapada al centro o escapando de este. Y luego están los que simplemente, da la impresión, se dejan llevar.
¿Cuántas vidas confluyen en una línea al mismo tiempo? ¿Se reconocen en el calor subterráneo de lo cotidiano? Esa chica que leía de pie, ¿en qué capítulo se encontrará cuando la vuelva a ver? Si la vuelvo a ver, claro. ¿En qué momento se encontrará de su historia?
¿Se acordará acaso de mí? ¿Y me acordaré acaso yo de ella? En ese instante fuiste mía chica, mía y de ese libro. Aunque apenas pueda recordar de ti solo que leías…
Todo son prisas en el metro de Madrid, pero aún quedan personas que leen. Muy pocas. La suficiente, quizás.
Leería si no fuera porque hago trayectos cortos y por todos los estímulos que se concentran en esos vagones. Pero ya hay gente que lee por mí. Además, tampoco quiero pasarme de parada.