Incredulidad / María Dubón


Por María Dubón
https://mariadubon.wordpress.com/

    Pasan los días y todavía no me lo creo. Pese a las evidencias, pese a las imágenes que dan fe de lo que parecía imposible.

   Algo en mí reniega de la realidad y no acepta que haya estallado otra guerra en Europa. Después de lo ocurrido en los Balcanes nos juraron que nunca más, que no habría más guerras, que las causas políticas, económicas y culturales, además de las étnicas y religiosas, no volverían a empañar la paz lograda.

    Millones de desplazados. Miles de muertos. Genocidas. Pobreza extrema. Destrucción. Horror… Conocemos la historia y no hacemos más que repetirla. No aprendemos. No dejamos de agredirnos. ¿Tan difícil es la convivencia en paz para las personas? ¿Tanto nos cuesta anteponer el bienestar general a los intereses de unos pocos?

    Y toda esa marea humana que se mueve a pasos cortos, gente extenuada, al límite de sus fuerzas, con el miedo y el dolor en el cuerpo, con hambre y frío. Esas personas que huyen en un éxodo vergonzante, porque nadie debería pasar por ese trance, porque debió impedirse este desenlace al desencuentro cuando se estaba a tiempo. Solo les queda la vida y el miedo.

    Las crónicas de la guerra se parecen a otras anteriores. Todas las putas guerras son iguales. Cambia el escenario. Cambia el color de las banderas. El resto es idéntico. Ciudades asoladas. Destrucción de vidas. Estallidos que iluminan la negrura de la noche. Ruido de sirenas. Silencio. Dolor. ¿Por qué? Por nada. ¿Para qué? Para nada.

   No teníamos bastante. No era suficiente con una terrible crisis económica de la que aún no hemos salido, ni una pandemia exterminadora, queremos más adrenalina y qué mejor que una guerra que nos aniquile a todos directa o indirectamente. Porque las secuelas de este sinsentido las sufriremos todos. De hecho, ya las padecemos.

   Sentados en el sofá, frente al televisor que escupe violencia, contemplamos escenas que nos inmunizan. Caen bombas, pero caen lejos, sobre otra gente. Nos falta un contexto para entender, aunque tampoco nos importa demasiado no saber. Un día abren los noticiarios con imágenes de refriegas y hemos visto ya tantas que esta es otra más. Nuestra visión miope no nos impide opinar sobre lo que ocurre. La ignorancia es así de osada. Los creadores de opinión y los difusores de bulos nos dicen una cosa y su contraria. Contemplamos la guerra como un entretenimiento. Defendemos con vehemencia posturas infundadas, porque formarse una opinión requiere el esfuerzo de informarse, de analizar y extraer conclusiones, y eso supone un esfuerzo que no estamos dispuestos a hacer. Teniendo mensajes precocinados y eslóganes molones que repetir, no es cuestión de perderse en honduras.

     Nos hemos olvidado de las víctimas de Siria, de las mujeres afganas, de los damnificados por el volcán de La Palma… Y nos olvidaremos del pueblo ucraniano. Porque somos público olvidadizo, acostumbrado a la ficción, ignorante e influenciable. La realidad nos cabe en una frase.

    Algunos quizá piensan que la vida es así. Que el mundo funciona de esta manera desde mucho antes de los pitecántropos. El poder ha jugado al ajedrez desde siempre.

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