Reflexiones ? / Esteban Villarrocha


Por Esteban Villarrocha

    En las últimas décadas, muy a menudo se ha descrito el sector cultural como un “motor económico” de primer orden, un semillero de innovación y emprendimiento…

…que nos ayudaría a descubrir nuevas fuentes de creación de valor en la sociedad del conocimiento.

     Reconozco cierta admiración por quien aún consigue exponer semejantes disparates sin que se le escape la risa.

   Lo cierto es que la digitalización, la concentración monopolista y los recortes públicos han ido destruyendo progresivamente una porción muy importante de las vías de subsistencia tradicionales del sector cultural, y no ha habido sustitutos.

    ❞?????????? ??????????” es un término pomposo que oculta una realidad mucho más oscura: la inmensa mayoría de las empresas que se dedican a la mediación y producción cultural son diminutas y    se encuentran en lo que denominamos iniciativas de autoempleo muy precario.

    Toda la retórica de la libre difusión de la cultura, los nuevos medios distribuidos y la accesibilidad digital siempre ha ocultado una cuestión embarazosa: ¿cómo se vive de esto?, Las respuestas que se nos han ofrecido son dos: siendo el dueño de Spotify o trabajando de camarero.

    Como ha ocurrido con la sanidad, la pandemia ha convertido esa erosión de la cultura en un descalabro descontrolado del sector, la pandemia ha demostrado su debilidad y dependencia, solamente hemos mirado a la necesidad urgente de intervención pública, pero La cuestión no es si esa intervención pública se va a producir sino qué características políticas va a tener que políticas públicas se van a aplicar.

    Posiblemente estemos a las puertas de otra gran recesión económica con consecuencias de nuevo devastadoras para el mundo de la cultura.

   Es probable que se produzca una intervención masiva del Estado en al menos algunos de los sectores económicos clave.

   El paradigma del libre mercado era un muerto viviente desde 2008, el coronavirus lo ha incinerado. La cuestión no es si esa intervención pública se va a producir sino qué características políticas va a tener.

    También el futuro de la producción cultural profesional depende de esa disyuntiva. Si las intervenciones públicas, como pasó en 2008, van a rebufo de los acontecimientos tratando de ganar tiempo para apuntalar un sistema que se desmorona, la cultura formará parte del lastre que se considera aceptable soltar para rescatar a bancos y grandes empresas.

    Si, en cambio, nos atrevemos a explorar otras posibilidades, si tratamos de salir de esta catástrofe impulsando un proceso igualitarista de desmercantilización rápida y democracia económica, las cosas podrían ser diferentes.

     Tal vez entonces podríamos imaginar alternativas públicas que cuestionen el poder monopolista de las plataformas de contenidos, que busquen mecanismos de retribución justos y razonables de los creadores y mediadores vinculados a la utilidad pública de su trabajo, que nacionalicen las entidades de gestión de derechos para que sirvan al interés general, que impulsen el cooperativismo cultural y protejan las prácticas culturales no profesionales.

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