La cucaña / Andrés Sierra


Por Andrés Sierra

Entro en un estanco, y mientras me toca el turno, observo el entorno, estanterías por todas partes llenas de cajetillas de muchas marcas, pero percibo que en todas las cajetillas se lee FUMAR MATA.

    Cuando me toca el turno pido lo mío y me voy.

   Ya en la calle me queda el recuerdo del estanco: muerte por todos lados. No sé por qué me viene a la memoria, cuando todos los años íbamos los de la empresa al reconocimiento laboral a una mutua de accidentes.

    A todos  nos sacaban algún problema de salud con el correspondiente mensaje: ” Vaya a su médico de cabecera”.

     Luego venía la conversación entre los compañeros, que era repetida todos los años.

-Te sacan problemas, pero no te dicen: “ Mejor coja la baja”.

-Sí, claro, si no tuviéramos que trabajar, seguro que estaríamos más sanos.

-Es que trabajar mata.

    Hay algunos trabajos, ciertamente, que tienen un alto riesgo de morir, o sea que trabajar puede matar. Hace algunos años, también en los paquetes de tabaco, el mensaje era la posibilidad de poder morir, ahora ya directamente mata.

   Con respecto a los trabajos, aunque ahora, afortunadamente, se ha mejorado mucho en los riesgos laborales, existen circunstancias en ciertos trabajos y en ciertas empresas que los atenuantes para evitar un accidente laboral casi se quedan en pura teoría.

   Así que no es muy descabellado pesar en un cambio –como el de las cajetillas de tabaco- de que el trabajo no es que puede matar; el trabajo mata.

    Bien es cierto de que un trabajador de un banco, por ejemplo, o un administrativo no es muy probable que muera haciendo su trabajo (salvo que el techo se derrumbe), pero imaginemos a un minero en el fondo de la mina, por ejemplo, o a un albañil en un andamio a veinte metros del suelo… obviamente la posibilidad de muerte es muchísima mayor a pesar de los mencionados EPI.

    Dándole un giro cuasi filosófico se podría decir categóricamente que vivir también mata, con lo cual me lleva a recordar, irremediablemente, una conversación de dos señoras en un supermercado que me contó una amiga.

     Las dos señoras decían cuan doloroso es perder a un hijo. Vale, no es lo más común, al menos en los años en que estamos, pero existen los accidentes, las enfermedades, en fin, existe el azar (dejando al lado creencias religiosas), a lo que mi amiga me decía con rotundidad; esas señoras no se han parado a pensar que traer un hijo al mundo lo avocas necesariamente a la muerte, y no deja de tener razón en tal posición o yo al menos comparto plenamente.

    De crío nunca tuve de  la oportunidad de jugar a las cucañas cuando en las fiestas del barrio, para entretener a los peques, los mayores organizaban varios juegos, pero he visto el juego de las cucañas tantas veces…: los ojos vendados, un palo y atinar a darle a alguna cucaña.

    A unos al romperla solo les cae una lluvia de confetis de papel, mala suerte, a otros les cae una lluvia de caramelos.

    Ahora me imagino estar en ese juego infantil; los ojos tapados y con un palo romper una cucaña, qué me saldrá… una lluvia de regalos, mucha mierda o la muerte.  

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