Por Jorge Marqueta

    Me gusta la palabra “viejos” que viene de “vetulus” diminutivo latino de “vetus”.

    Es un sustantivo que indica, simplemente, que se tiene una avanzada edad sin más matices. Solo como adjetivo y únicamente en una de sus muchas acepciones es peyorativo y, sin embargo, socialmente se entiende como algo negativo, casi como insulto.

    Zaragoza les dedicó una calle al menos desde el siglo XIX. La concepción de la vejez en esa sociedad era diferente a la actual.

    En nuestra sociedad no aceptamos bien la vejez, no la nombramos, la evitamos con ridículos eufemismos como “los mayores” o “la tercera edad” y a quienes llegan a esa edad en no pocas ocasiones los consideramos una carga. Finalizando el siglo XX, Zaragoza dedicó una calle a los “mayores de Aragón”.

   La pandemia que sufrimos nos ha mostrado, de forma descarnada y sin paliativos, algunas de nuestras realidades más dolorosas, como esta que se mostraba imperceptibles, como el propio virus Covid 19.

    Hay una generación que nació en la primera mitad del siglo XX que sobrevivió una guerra de la que salió una sociedad militarista, analfabeta y brutal, con muertos que no se podían llorar ni aún saber dónde yacían, con silencios, hoscas miradas, hambre, enfermedades, cuarenta años de genocidio sistemático, incultura, control social nacionalcatólico, falsedades, machismo, tabúes y miedos. Pasaron su juventud y el inicio de su madurez en el peor ambiente político y social imaginable.

    En muchas ocasiones no tuvieron ni acceso a la escuela, ni, por supuesto, a la cultura. Los de la clase trabajadora fueron explotados, no pocos tuvieron que abandonar su hogar para trabajar marchando a ser mano de obra barata en países que apenas sabían situar en un mapa o ciudades que crecían desordenadamente. Algunos habitaron infraviviendas en barrios urbanos sin servicios ni calidad de vida, criaron una generación a la que, gracias a su esfuerzo, pudieron escolarizar y formar y, en no pocas ocasiones, cuidaron de sus nietos y nietas e incluso de sus hijos e hijas, cuando ya adultos, éstos perdieron su trabajo y los viejos y viejas fueron el colchón social.

     Y, ahora, el virus se ceba en ellos, las residencias devienen en morgues y la sociedad debiera preguntarse los porqués; los viejos y viejas son números de fallecimientos que ni siquiera sabemos contabilizar; números que ocultan muertes en soledad que aumentan la tragedia. Inhumanos debates sobre si debían ser atendidos en situación de saturación hospitalaria.

    Sin duda es una generación que deberíamos haber cuidado mejor. Una generación maltratada por el tiempo que le tocó vivir.

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