La Casares


Por Esmeralda Royo

    Los primeros años de Maria Victoria Casares (Vitola) transcurren entre A Coruña y la aldea de Montrove. Escribe en su autobriografía “Residente privilegiada” que, aunque no fue una niña deseada, sí fue muy querida.

     Era hija de Santiago Casares Quiroga, un abogado de izquierdas perteneciente a la burguesía coruñesa, galleguista, muy culto y aficionado a la ciencia, y de Gloria Pérez, de origen humilde,  alegre y atractiva con unas ganas inmensas de vivir y aprender.

    Cuando se proclama la II República, en la Izquierda Republicana de su amigo Manuel Azaña, Casares Quiroga es nombrado Ministro de Marina y el traslado de la familia a Madrid supone para María su primer exilio y la renuncia al particular paraíso gallego.  Pasa de medir el tiempo según las mareas y de estudiar anatomía con su padre y los esqueletos que éste le compraba, a recibir una educación de vanguardia en el Liceo-Escuela.  Ya no observa el océano sino a personajes de la política y la cultura que pasan por su casa: Juan Negrín (al que consideraba su segundo padre), Valle-Inclán y Lorca, entre otros.

    El 18 de julio de 1936 Casares Quiroga es Presidente de Gobierno y Ministro de la Guerra y aunque desea que la familia permanezca unida en España, la situación será insostenible cuando Esther, la hija que tiene de una anterior relación, es tomada como rehén en Galicia por los golpistas.  María se va a París con su madre en el que será será su segundo exilio.

   A los catorce años, y sin saber francés, decide que para sobrevivir tiene que enterrar dentro de sí misma a la niña española exiliada.  Son acogidas por el matrimonio Alcover, miembros de La Comédie Francaise, y con ellos comienza a recitar y actuar entre sollozos y espasmos, con tal vehemencia y gestualidad que Pierre Alcover le dice a su madre: “O hacemos actriz a esta niña  o acabará ahogándose“.

L    os cinco años siguientes son para ella tiempos de vorágine, combate y estado de emergencia continuo donde sólo se dedica a estudiar francés e interpretación. Tal es así que apenas conserva recuerdos, excepto el de la húida del París ocupado perseguida por la Gestapo. Se pregunta cuántas guerras  se pueden perder en una vida cuando solo tienes diecisiete años.

    A los diecinueve años esta mujer menuda, de imponentes ojos verdes, voz grave, mirada felina y de una timidez enfermiza, es ya primera actriz. El flechazo con el teatro es instantáneo y la mayoría de los críticos coinciden en que nunca han visto nada igual sobre un escenario. Gracias a su amistad con Sartre, Anouih y Cocteau, será considerada musa del existencialismo francés. 

    Mientras, en España se propone que el apellido Casares sea borrado del Registro de Nacimientos porque “en éste debían figurar seres humanos, no alimañas”.

     El embajador de España en la Francia ocupada, Jose Félix de Lequerica, especialista en entregar a republicanos españoles a los nazis, le transmite un mensaje de Franco: Permitirá su regreso para convertirla en la estrella más importante del teatro español.  Fue muy gentil, diría María, y con la misma gentileza le contesté que “no quería volver a verle”. 

    El día del desembarco de Normandía tiene lugar lo que ella llama “el gran encuentro”. María Casares (Casarès para los franceses) conoce a Albert Camus autor de “Le Malentendu”, la obra que va a representar.  Durante 16 años será “amante, padre, hermano, amigo y a veces hijo, el único”, en una relación con abandonos mutuos pero que ellos los consideraban un paréntesis en la inevitable reconciliación.  Prueba de ello son las 865 cartas que se cruzaron y que más tarde María daría a Catherine Camus para que se publicaran.

    Albert Camus muere en 1960 en un accidente de coche y comienza su tercer y último exilio, el que le lleva a las arenas movedizas y a un terreno baldío. Pierde la vitalidad y durante años trabaja obsesivamente porque solo en el escenario es capaz de no ser ella.  Habrá otros hombres en su vida e incluso se casará con su gran amigo, el actor alsaciano André Schlesser, pero comprueba con dolor que la vida con Camus era una cosa y sin él es otra muy diferente.

     Cuando Margarita Xirgu le propone una gira por Latinoamérica con Yerma, el reto la sobrecoge.  Iba a ser dirigida por la leyenda, la elegida por Lorca para interpretar esa obra por primera vez en 1934. ¡Y en castellano!. El obstinado acento gallego, que nunca desaparecía cuando hablaba la lengua materna, convierten los ensayos en agotadoras sesiones de dicción.

    “Solo volveré a una España sin Franco, aunque no sé si mi corazón podrá resistir pisar tierra española”, había dicho.  Lo comprueba en 1976 cuando regresa a Madrid para interpretar “El Adefesio” de Rafael Alberti. En ese momento sintió que la niña que había enterrado dentro de sí misma cuarenta años atrás, volvía a la vida. “España es fascinante, pero es desolador que sea incapaz de reconocerlo  y solo se regodee en sus miserias”, escribirá.

   Al regresar a Francia, la mujer cuya patria era el teatro y su país de origen la España refugiada, desea cerrar el círculo definitivamente y cambia el estatus de Residente Privilegiada, que aparecía en su documento francés y es el título de sus memorias, y pide la nacionalidad francesa.

    María Casares, primera figura de la Comédie Francaise, Premio Nacional y distinguida con la Legión de Honor, solo regresará a España para conceder alguna entrevista. Muere en 1996 mientras se prepara para asistir a la primera edición de los premios gallegos de teatro que llevan su nombre.  Catherine Camus dijo sobre ella: “Se va una actriz memorable, la única y el gran amor de mi padre”.

   Donó su finca y casa de La Vergne, a orillas del Charente, al municipio de Alloue, donde está enterrada junto a su marido.  En memoria a la que fue considerada primera actriz de Francia, pasó a llamarse “La Maison du comédien-Maria Casarès”, un lugar dedicado a la cultura, encuentros y conferencias. 

Artículos relacionados :