“Mi Rosarito»


Por Esmeralda Royo 

     Para Rosario Weiss, nacida en 1814,  la normalidad consistía en ser hija de padres separados, ir y venir de España a Francia (según el pie con el que se levantara el perturbado de Fernando VII) y convivir de los siete a los quince años con Francisco de Goya.

   Esto nos da una idea de cómo fue su vida.

    Llevaba el apellido del joyero Pedro Weiss, pero éste dejó constancia por escrito de que los dos hijos pequeños de su mujer, Lucrecia Zorrilla, no eran suyos.  El matrimonio, aunque el divorcio ni existía ni se le esperaba, se rompió y Lucrecia entra a trabajar en La Quinta del Sordo, el palacete de Goya, que acababa de enviudar, como ama de llaves. En ese momento, Rosario tomó el primer contacto con la pintura, más concretamente con las pinturas negras que se guardaban en la casa.

    Como no hay constancia de ello y no somos de chismorreos, desconocemos la relación de Lucrecia con el pintor y si había algún lazo de sangre entre éste y Rosario, aunque muchos la consideraron su hija y en Francia la conozcan cómo “la jeune batarde”.  Lo cierto es que tenía un cariño muy especial por la niña, a la que llamaba “mi Rosarito”, y fue él quien le enseñó a dibujar, como demuestra  el “Album Goya-Weiss” en el que se ve como él dibujaba con trazo fino y abocetaba, mientras que Rosario lo hacía con trazos más gruesos y los terminaba.  De estos años son  “Dromedario con su guía”, “¡Ay!, que me canso”, la serie de payasos y otros que se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid

   En 1824 Goya se exilia en Burdeos, ciudad referencia para los liberales españoles, y con él se van Lucrecia y Rosario. El pintor está entusiasmado con los dibujos de la niña, que todavía tienen influencia de la expresividad goyesca. Al entrar en la academia del pintor y grabador francés Pierre Lacour enriquecerá los conocimientos, personalizará el estilo y aprenderá la técnica litográfica. 

    Rosarito, como nos mostró Saura en “Goya en Burdeos”, era la que calmaba las pesadillas y delirios del aragonés y quien lo acompañó en su senilidad hasta su muerte en 1828.

    Aunque el único beneficiario del testamento del pintor fue su hijo Jorge, Goya añadió una adenda  por la cual a Lucrecia le correspondía una cantidad de dinero.  ¿Cuánto?  Se desconoce, porque ésta, demostrando tener un mal pronto y poca cabeza en este asunto, rompió el documento.  Jorge de Goya, que no podía soportar a Lucrecia,  la echó de casa y le dio mil francos, pagando así los celos que tenía por el ama de llaves y la niña, y la compañía que él no dio a su padre.

    Rosario Weiss regresa a España en 1833 aprovechando una amnistía de “su graciosa majestad” y como de los mil francos quedaba poco y la necesidad apretaba, entra a trabajar como copista, actividad que estaba de moda, en el Real Museo de Pintura y Escultura, actual Museo del Prado. Alterna esta actividad con la de retratista, litógrafa y miniaturista. Alabada por su técnica, trabaja en copias que serán vendidas como si fueran originales. Como ya he dicho que no vamos a chismorrear, no diremos si esto se hizo con o sin su consentimiento, puesto que no lo sabemos.

    Se hace un nombre entre los liberales españoles con posibles y alto nivel cultural que le encargan retratos, y participa activamente en el Liceo Artístico y Literario.  Trabaja en lo que le gusta y vive de ello, algo que entre las mujeres del XIX era una excepción. Por no mencionar que España no era país para artistas, hombres o mujeres, que eran considerados segundones.  

    Entre 1840 y 1842 crecen su fama y prestigio y, con apenas 26 años, es nombrada Académica de Mérito de la Real Academia de San Fernando.

    En aquel momento España, harta de la regente comisionista y esclavista María Cristina de Borbón, última esposa de Fernando VII, la manda al exilio, y Espartero, el general que se negó a aceptar el ofrecimiento para ser rey, es nombrado nuevo regente hasta la mayoría de edad de la futura Isabel II, mientras que Agustín de Argüelles pasa a ser tutor. Todo el equipo docente, formado por lo más granado de la ranciedad de negocios, rosario y sacristía cercana a la Borbón y que hasta ese momento se había ocupado de la educación de Isabel y su hermana Luisa Fernanda, es despedido y los progresistas liberales se hacen cargo de una labor de la que las niñas sacarán escaso resultado. Guillermo Weiss, hermano de Rosario, hará valer sus influencias con Espartero para que la pintora pase a  impartirles clases de música, dibujo y pintura a razón de 8.000 reales anuales. 

    Que ninguna de las dos sacaran provecho, ya no de esas clases sino de ninguna, no fue responsabilidad de Rosario, sino de las propias limitaciones de las alumnas.  Para la pintura no tenían aptitudes y en lo referente a la música no pasaron de tararear alguna que otra canción popular.

    Todo acaba súbitamente cuando no había cumplido los 29 años como consecuencia de la epidemia de cólera que asoló Madrid en 1843 y así lo atestigua el médico de la Casa Real que es quien certifica su muerte en la madrileña Calle del Desengaño. 

    En ese momento, la académica, pintora de fama y profesora de la Corte cae en el olvido, hasta el punto de que ningún periódico se hace eco de su muerte. Sólo su amigo Juan Rascón, periodista, abogado y senador, escribió una necrológica en la Gaceta de Madrid que comenzaba así:  “La Rosario Weiss ha muerto sin que nadie la recuerde a ella ni mencione la gran pérdida que con su muerte ha sufrido nuestra patria…”

    La Hispanic Society de Nueva York conservó durante más de un siglo 77 dibujos atribuídos a Goya. Hubo que esperar a 1956 para que un equipo de expertos demostrara que en realidad, eran de   Rosario Weiss.

Artículos relacionados :