Islotes azules en la inmensidad celeste del mediterráneo


Por Eduardo Viñuales Cobos

  Al sur de Mallorca se localiza el Parque Nacional del Archipiélago de Cabrera, una joya azul de nuestras costas, con calas y playas vírgenes de aguas turquesas. Antiguo refugio de piratas y corsarios, estos islotes baleares son hoy día un lugar para la conservación…

…de la fauna y flora marina.

    La aventura es todavía posible en esta porción de tierra emergida azotada por el viento y golpeada por las olas.

    Los amplios horizontes del mar suponen el encuentro amistoso de dos bandas de color azul. La ancha lámina de agua y la amplitud del cielo se funden o confunden en la lejanía, allá donde a la vista le puede parecer que termina el mundo. Si nos asomamos a la costa sur de la isla balear de Mallorca -el llamado Migjorg, o mediodía en castellano- podremos tener esta sensación, sólo que en días medianamente claros ese horizonte límpido se ve interrumpido por la presencia de un peñasco también azul. Es el archipiélago de Cabrera, un conjunto de diecisiete islotes que suman trece kilómetros cuadrados de tierra emergida, y donde destacan las islas de la Cabrera Grande y la Conejera. Las playas de rubia y fina arena, las aguas transparentes, las calas y los acantilados definen esta joya del Mare Nostrum, situada a tan sólo una hora de Palma y a ocho millas náuticas de la costa mallorquina.

   Sin embargo, esta porción de tierra emergida en la inmensidad del Mediterráneo que de lejos parece ser únicamente azul o añil encierra en su seno una multitud de colores difíciles de imaginar hasta que uno no se aproxima a suelo firme y se adentra en los recovecos costeros de lo que Plinio definió como “una isla desierta, hostería de corsarios, sujeta a naufragios”. Las paredes doradas se cubren de plantas y líquenes que otorgan rojos ferruginosos, negros de humo espeso, blancos como la cal, amarillos como el polen, turquesas en las aguas someras, y verdes de romeros, sabinas y labiérnagos que aquí se crían. Pronto los colores descubiertos se transforman en plantas, aves, paredes, o construcciones tan notables como el faro de Ensiola, Can Feliu, el Celler de Cabrera –convertido en museo etnográfico- y el castillo levantado ya a finales del siglo XIV para defenderse de los piratas berberiscos, estando situado en un nido de águilas. Y es que, pese al aislamiento y la pobreza del terreno, la isla grande siempre ha sido morada del hombre. Los restos de cerámica de origen talaiótico, y los pecios púnicos y romanos así lo atestiguan. Se asegura que en la isla de Conejera está la cuna del general cartaginés Aníbal, terror de los romanos. Más recientemente Cabrera fue residencia de fareros, pescadores, campesinos o payeses, arrendadores, prisioneros franceses y militares que desarrollaron intensas maniobras entre 1974 y 1988. Estos últimos permanecieron en Cabrera hasta el año 1999. Tras veinte años de reivindicación ecologista y popular, el archipiélago balear es hoy un Parque Nacional que atrae por sus tonalidades, por el perfume de las plantas aromáticas, por la voz de las aves marinas y por la increíble transparencia de unas aguas en cuyos fondos reposan los restos de naufragios, ánforas romanas y un oscuro ecosistema marino que atesora corales, algas, estrellas de mar, meros, medusas, pulpos, corvallos, morenas, salmonetes, barracudas, caballitos de mar… y delfines fáciles de observar.

   Pero Cabrera debe pasar a la historia como algo más que el enclave de interés estratégico y militar que siempre se ha considerado. Pues a partir del siglo XIX adquiriría un gran interés turístico y científico donde se impone el viaje por placer, la búsqueda de la aventura y el deseo de conocer lugares poco explorados. Azotada por los vientos, aún hoy, Cabrera puede crear todavía la ilusión de la aventura. En su seno desigual y montuoso, salvaje y desolado, se esconden calas y fuentes de agua potable, además de oquedades acostadas al pie de los acantilados, labradas por el empuje erosivo de las olas. La Cova des Frare o de s’Ermità posee una amplia apertura y guarda fina arena amarilla. La Cova de s’Amic posee grandes formaciones de estalactitas y por sus grandes proporciones permitiría dar cobijo a un bote en caso de mal tiempo. La Cueva Azul o Sa Cova Blava la visitan los barcos y golondrinas, alta de techo, con más de cien metros de profundidad y con amplitud suficiente para entrar a ver el mágico reflejo de las aguas y la serie de contrastes que proporciona la entrada de la luz. Dicen que si los remos de la barca van pintados de blanco, al salir del agua, chorrean tinta de un azul muy fino, y que se tiene la sensación de que el casco de la barca flota en un baño de agua coloreada a base de una gama de azules. Hace años se contaba que en la Cova des Forat, en la Cala Santa María, dormía un pescador junto a una foca monje. Era el cuento y a la vez el sueño de los niños, ver una foca. Un sueño imposible por que este animal, que hasta principios del siglo pasado vivió en las cuevas más inaccesibles a la orilla del mar, como las de Es Blanquer, desapareció por la presión humana. Hoy, gracias a la protección, son muchos los que tienen la ilusión del regreso de este perro marino al que en Mallorca conocían como “vellmari”.

   Aves marinas como el águila pescadora, el halcón de Eleonor, las gaviotas patiamarillas y de Audouin, los cormoranes moñudos, los paiños, las pardelas baleares y cenicientas… se suman a una escasa fauna más terrestre como la gineta, el erizo moruno o el conejo. La lagartija balear es otro de los animales emblemáticos de esta porción del Mediterráneo. Como resultado del periodo de aislamiento sufrido en los últimos 12.000 años, los biólogos han determinado la presencia de 10 subespecies de esta negra lagartija en otros tantos islotes.

   La vegetación de la isla la compone una maquia o garriga de acebuches, lentiscos, madroños, algunos bojes, barrilla y escasos pinos, además de plantas de gran interés botánico como son la treintena de endemismos que crecen en las rocas y el litoral sometidos al estrés de la sal y el viento.

   Debajo del agua se oculta otro mundo vivo diferente al que estamos acostumbrados a contemplar. Los ecosistemas submarinos de Cabrera se caracterizan por bruscas caídas de fondo que pueden dar lugar a paredes prácticamente verticales de hasta noventa metros de profundidad, y por la presencia de praderas de posidonia en las aguas más transparentes. Tortugas bobas, delfines mulares, algún cachalote, esponjas, moluscos y crustáceos como la langosta, el bogavante y la cigala encuentran también protección en este Parque Nacional donde el 85% de la superficie es agua marina.

  Cabrera es un entorno natural saludable. Desde antaño existe la creencia general de que nadie puede contraer enfermedades en su suelo, no habiendo más enfermos que los que allí van y las traen consigo. Antes se decía que “aquí sólo puede uno morirse por accidente o de pura vejez”.