Abrazando los grandes árboles de Rafa.


Por Eduardo Viñuales

En recuerdo de Rafael Esteban

    Un día Dionsio, el director de El Pollo Urbano, nos invitó a mi amigo Carlos Tejado y a mí a ir a Daroca…

…para grabar un documental de Medianet TV sobre los árboles de la finca de la Virgen del Pilar o Torre Campillo, los más grandes de Aragón: un pinsapo -en forma de candelabro-, un abeto, un cedro del Líbano y una secuoya de grandísimas proporciones…gigantes vivos que pertenecían a nuestro amigo común Rafael Esteban que, tristemente, nos acaba de dejar.

    Pequeños de nosotros, pasamos un gran día a su sombra, nos abrazamos a los árboles, hicimos bastantes fotos, mirábamos hacia el cielo -hacia lo alto de las copa arbóreas-, Rafa se subió a una rama y nos contó la historia de aquellos seres descomunales -que si pasaba por allí una acequia de riego que los alimenta y riega, que si en una tormenta un rayó tronzó el crecimiento de uno de estos ejemplares, que si su abuelo le había dicho…»-. Y mientras tanto Dionisio nos grabó una entrevista en la que Carlos -que tanto sabe de secuoyas, pero poco «ducho» en eso de posar delante de las cámaras- se atrancó un poco en su amplio conocimiento sobre los grandes árboles.

    Desde entonces siempre que he podido he recomendado y he escrito de estos árboles: en varios libros, en revistas, en el Heraldo de Aragón, etc… Me parece que son de lo mejor de un pueblo ya de por sí bonito, tan monumental, como es Daroca. Porque estos ejemplares -que en 2015 el Gobierno de Aragón declaró protegidos como «Árboles Singulares»- son realmente un monumento vivo. El citado pinsapo, que es una especie de abeto andaluz, tiene 33’50 metros de altura, una copa de 314 metros cuadrados de superficie y 9 metros de perímetro en su tronco. Y la secuoya gigante le supera con 41’50 m de altura y es, muy posiblemente, el árbol más grande de todo Aragón.

   Siempre he dicho que algunos de estos árboles son tan antiguos como una catedral, tan bellos como un paisaje y, a veces, tan delicados como una flor. Que estos ancianos vivos son grandes, monumentales, especiales… hasta el punto de que los individualizamos del conjunto, de la agrupación, del bosque. Su inmovilidad, grandeza y belleza nos atrae, nos deleita y, al mismo tiempo, nos sirve de elemento referencial, pues su longevidad nos permite también contemplar en ellos el inexorable paso del tiempo. Acumulan años, pero también momentos vividos bajo sus copas, historias personales, juegos, siestas o simplemente recuerdos de otras épocas que no volverán. Ellos son testigos de una vida o de muchas. Y, lo más importante, es que han sido respetados por la mano del hombre, el hacha o la motosierra gracias a personas como Rafael Esteban y su familia quienes se han sentido orgullosos de conservarlos y cuidarlos en su propiedad. Con talla XXL los árboles de Daroca forman, por tanto, parte de nuestra propia historia y de nuestro patrimonio. Estos árboles representan la cultura y la madurez de una familia, de un territorio, de una comarca, y son el reflejo de los hombres que lo habitan y de sus formas de vida.

   Hace poco, camino de Burbáguena, pasé por la finca de Rafa, estaba abierta la puerta y no pude evitar entrar para preguntar por Rafa, para ver los árboles y abrazarme de nuevo a su tronco para obtener energía. Dicen que uno así se siente mejor, y por eso le llaman «arbolterapia». Pero ese día la hermana de Rafa me hablo del estado delicado nuestro amigo, ingresado en un hospital. Ahora ya te has ido, pero quiero que sepas que nos acordaremos de tí siempre que veamos subir hacia el cielo a estos grandes árboles tuyos que tanto cuidaste porque realmente los querías.

   Te mando un abrazo para las alturas, amigo. Más allá de los árboles.