OperaMía: Nuestra lírica


Por Miguel Ángel Yusta

     Escribimos estas líneas todavía  con el regusto de dos espectáculos líricos, muy distintos pero ambos extraordinarios, a los que hemos asistido en las últimas fechas: la espectacular producción de Street Scene de Kurt Weil en el Teatro Real y la “delicatessen” de la versión en concierto de La Tempestad, de Ruperto Chapí, en el teatro de La Zarzuela.

    La primera, fue estrenada en Filadelfia a finales de mil novecientos cuarenta y seis y se ha estrenado a su vez en el  Real, dentro de la política de apertura del teatro a las producciones contemporáneas  (También se estrenan esta temporada Dead man Walking, de Jake Heggie; El Pintor, de Juan José Colomer; Gloriana, de Benjamin Britten y la espectacular Die Soldaten de Bernd Alois Zimmermann). El éxito -y la admiración del público- está acompañando a estas apuestas por la renovación sin perder de vista el hermoso repertorio clásico.

   También hay otra línea de actuación no menos importante: la puesta en valor, en La Zarzuela, de obras maestras de nuestro género lírico propio. La Tempestad es una joya musical del Maestro Ruperto Chapí, alicantino de Villena donde nació en  1851 y su obra se estrenó, precisamente, en este Teatro el once de marzo de mil ochocientos ochenta y dos con un enorme éxito. Se trata de una obra que el autor define como “melodrama fantástico” -en realidad una ópera- que buscaba caminos nuevos y propios a la lírica española. La exigencia de buenos cantantes, esencialmente tenor, barítomo, soprano y mezzosoprano, y la belleza y dificultad técnica de su partitura, hacen de esta obra una particular prueba para el elenco. Prueba que fue superada con éxito en las dos funciones ofrecidas, con unos excepcionales intérpretes, encabezados por Carlos Álvarez, José Bros y Mariola Cantarero, así como los coros y orquesta titular, al frente del maestro García Calvo.

    No pudimos evitar un soplo de nostalgia, al asistir en el histórico teatro de la calle de Jovellanos a este espectáculo y, como en otras ocasiones, reflexionamos sobre el inmenso -y en general tan desconocido- patrimonio musical español en este campo de la lírica, ya desde el inicio de las primeras representaciones de zarzuela barroca en el siglo XVII, pasando por la obra del bilbilitano José de Nebra (1702-1768) del que se celebra el 250 aniversario de su fallecimiento con, esperamos, diversos actos en la tierra que le vio nacer.

    Nebra fue un músico comparable a Vivaldi o Haendel y de la recuperación de su enorme producción operística se han ocupado, entre otros, fundamentalmente Los Músicos de Su Alteza, con el entusiasmo y sabiduría musical de su director Luis Antonio González Marín, así como Al Ayre Español, con Eduardo López Banzo. Gran compositor y profesionales aragoneses, reconocidos internacionalmente, en los que muchas veces, por desgracia, se cumple el dicho de que no son profetas en su tierra.

   Todas estas mínimas reflexiones nos venían a la mente contemplando estas obras maestras musicales, nuestras, propias, tantas veces maltratadas o ninguneadas y que esperamos que, paralelamente a la mejora del conocimiento de la buena música por parte de todos los públicos, se vayan produciendo y conociendo antes de que los “triunfitos” de turno  -y similares- vayan acaparando espacios de la verdadera cultura musical, tan necesaria y, por desgracia y por desconocimiento, tan minoritaria.

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