Colchón de púas: ‘Mis nombres. De piratas y funcionarios’


Por Javier Barreiro

     Acaba de publicarse en Sevilla este libro en el que los 25 autores escriben sobre sus nombres y apellidos, desde distintos puntos de vista Su título: en En el nombre del nombre, Sevilla, de culturas, 2022.

    Reproduzco mi texto que figura en las páginas 29-33. Las fotos son del bautizo, con mi tío Antonio oficiando de padrino y mi abuela Vicenta, de madrina. La otra, el día que cumplía un año y medio, sonriendo en Fotos Baby, al final de la calle Espoz y Mina.

    «En aras a la velocidad que nos impuso el mundo tecnológico, convertimos las churriguerescas firmas y rúbricas de nuestros ancestros en garabato, las retóricas bienvenidas y despedidas de las visitas en tiempo de nuestros abuelos en “Hola” o “Chao” y proferimos un execrable “¡Guau!”, cuando un conocido nos informa de que su hijo ha superado con fortuna tal examen. Cosa que antaño implicaba algo así
como: “¡Cuánto me conforta que su admirable retoño, vivo espejo de su brillantez y bonhomía, haya superado con excelencia las pruebas de ingreso en elfuncionariado”.

     Así, los historiados nombres de nuestros talentos literarios: Garcilaso de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer, Marcelino Menéndez y Pelayo, Ramón María del Valle-Inclán… derivaron en Pacoumbral o Pepecaballero, por no hablar de los Manolos: Altolaguirre, Vázquez Montalbán, Vicent o el gran Leguineche, transmutado enManu.

     Tal vez por dicha tendencia, cuando comencé a publicar escritos, mi nombre completo, José Francisco Javier Mariano Armando Barreiro Bordonaba, quedó en el que me pareció suficientemente denotativo, José Javier Barreiro Bordonaba, cuyas iniciales JJBB, quedan muy bien, pero el prurito simplificador deparó que pronto eliminara los extremos y me quedara en JB. Justo castigo a mi afán censorio, algún lustro después apareció un poeta y crítico de arte uruguayo afincado en Méjico con mi mismo nombre y apellido, más Cavestany de segundo. Y escribía bien. Pensé en ponerme en contacto con él pero concluí que, dada mi mayor antigüedad nominal, correspondía al tocayo afrontar la iniciativa. El gran Conrado Nalé Roxlo, cuando le preguntaron si había leído El ser y el tiempo de Heidegger, contestó: “No pudo ser, no tuve tiempo”. Lo mismo le debió de ocurrir a JBC, pues un agresivo cáncer se lo llevó de este lacrimarum valle en 2013.

    Explicaré el porqué de mi ristra de nombres. Desdichadamente, no fue el pertenecer  a la aristocracia.

    Como primogénito, la idea era unir al nombre de mi padre, José, al de Javier, que gustaba a mi pareja gestora y, a la sazón, estaba de moda. Una vez más, topamos con la Iglesia: el cura que me inscribió proclamó que Javier no era un nombre sino un apellido y que, en todo caso, habría que sumar Francisco a Javier, ya que era así como se llamaba el santo jesuita. En tal tesitura, mi abuela materna, que oficiaba de madrina y también mi madre, hija única y gran admiradora de su progenitor, muerto cuando mi feto alcanzaba los 3 meses, concluyeron que un patronímico más ya no incordiaba mucho y añadieron el del abuelo Mariano, nombre que, pese a identificar a Larra, derivó en apelativo poco prestigioso, no sé si
gracias a los calzoncillos que con él se adjetivan o al personaje de Forges.

     No terminó ahí la confección de mi entidad identificativa. Una tía segunda allí presente, cuyo novio murió en la guerra, fue acometida por un rapto de emotiva remembranza y propuso añadirme el nombre de su amado, al que guardó fidelidad hasta dejar este mundo. Nadie osó poner barreras al amor: Armando fue el quinto, quizá, porque no hubo más asistentes. Cuando, años después, supe que Armando Duval era el protagonista de La dama de las camelias, el nombre, aunque algo relamido, me pareció apropiado para un artista de mi sensibilidad y aptitudes estéticas.

    Al fin, en casa me llamaron Javier y tanto familia como amigos mantuvieron el apelativo sin fastidiarme con diminutivos y pendejadas, que no es poco privilegio.

   Venturosamente, no tiene traducción inglesa. Únicamente he tenido que sufrir alguna vez la catalana, que suena algo así como “Chiavi”. Sí que la colección Gent Nostra me pidió una breve biografía de la aragonesa Raquel Meller para su colección de “Biografías catalanas”. Al traducirla, el autor se convirtió en Xavier Barreiro. No te digo como se pondrían ellos si, por joder, cogemos a uno de sus Peres -Pere Calders- y lo mudamos en Pedro Calderas, pongo por caso, tan cercano a Pedro Botero.

     Javier es nombre vasco, contracción de “echea berri, que significa “Casa Nueva”. Por cierto, que casi ha desaparecido en dicho país, en beneficio de los contenidos en la lista que elaboró Sabino Arana y que, a veces, parecen ex abruptos. También padecí la demencia nacionalista a raíz de un artículo sobre la cupletista Aurora Mañanós “La Goya”, solicitado por un amigo para ser publicado en algún medio de la zona, que no me indicó. Finalmente, terminó en Egin (14-VI-1992), que manipuló mi nombre, mi lugar de residencia, transmutado en Donosti, y el texto del artículo con el fin – supongo- de vasquizarme y vasquizar más a La Goya, ya bilbaína de nacimiento.

      Como escribió Bernard Shaw, desde muy niño, yo también hube de interrumpir mi educación para ir a la escuela. Allí, los apellidos se utilizaban en forma jocosa para jorobar a su portador. Así, Barreiro servía para gracias como: “barre la clase”, “barre el río”, “barra de pan”… Otros apellidos lo tenían peor y doy gracias a que mis compañeros de galera no cayesen en la cuenta de que el segundo de los míos,
Bordonaba, daba ocasión a partirlo en dos calificativos poco amables y muy usados en Aragón, donde “haba” es, a lo bruto, el órgano sexual masculino. Entonces, ni infantes ni adultos sabían lo que era el pene ni tampoco el falo. De hecho, cuando se generalizó el uso de la primera palabra, sobre todo entre las mujeres, porque nosotros seguíamos aferrados a la polla, la picha, el rabo y similares, su uso siempre
me pareció forzado y extemporáneo. Sin embargo, nadie atendió tampoco al origen etimológico de mi primer apellido, identificable con alfarero o trabajador del barro, elemento que también daba de sí para ser utilizado en mi contra. En eso de faltar al prójimo, desde los cuatro años estábamos ya confirmando aquello de Ortega: “Cada español es un centro de fiereza que irradia a su alrededor odio y desprecio”.

      En cuanto a la historia de mi familia, no puedo remontarla a más de cinco o seis generaciones. El primer Barreiro del que hay memoria fue recaudador de impuestos en la zona de Vigo, allá por la mitad del siglo XIX. Montado en su mula, fue asaltado y muerto por bandoleros en un descampado y la familia decidió ahuyentar los malos recuerdos asentándose, unos pocos años en La Rioja y, luego, en Aragón.

    Secretarios de ayuntamiento, tatarabuelo, bisabuelo y abuelo, desde entonces los Barreiro se
adscribieron en general a profesiones funcionariales y burocráticas. Sin embargo, generalmente, han sido gente emprendedora, con habilidades sociales y amantes de la buena vida.

    La estirpe de los Bordonaba parece que proviene de un pirata francés, cuyos descendientes se asentaron preferentemente en Aragón. Mi bisabuelo tuvo una fundición, su mujer fue médium a su pesar –sufría mucho en los trances y sólo por cortesía aceptaba las invitaciones de los espiritistas- y mi ya citado abuelo Mariano, perito industrial, fue gerente en Barcelona y Zaragoza de la entonces famosa firma de máquinas de escribir Underwood. Durante la guerra, un empleado suyo lo denunció por haber visto en su casa un libro sobre bombas hidráulicas. Estuvo a punto de costarle la vida porque no fue fácil desmantelar el equívoco.

    Como los extremos se tocan, mientras los funcionariales Barreiro, en general, desarrollaron el carácter social y expansivo que se señalaba, los Bordonaba, descendientes del pirata, resultaron tímidos, reservados y poco amigos de fiestas y alharacas.

   Uno siempre ha intentado parecer un filibustero, lo que me ha deparado algún éxito con el otro sexo pero, en general, se impone la sociabilidad barreirense y resulto un tipo bonachón, candoroso y, como tal, prescindible».

Fuente: https://javierbarreiro.wordpress.com/

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