José Luis Alegre Cudós: el poeta, el buscador de la otredad


Por Jesús Soria Caro

     Ha muerto José Luis Alegre Cudós, autor de una amplia trayectoria en todos los géneros, escritor que ha obtenidos galardones muy relevantes…

…en el mundo literario como el Premio Adonáis y el Hermanos Álvarez Quintero. No debería haber sido olvidado, como así sucedió. Se le debe un homenaje a un escritor diferente, premiado, libre y ajeno al sistema comercial editorial, pero con una gran producción creativa. Su lenguaje poético supone una ruptura con la representación tradicional que los poetas realizan del contacto de lo real con su mundo introspectivo, poetización que generalmente se queda únicamente en la codificación usando símbolos o imágenes literarias. El poeta aquí mencionado va más allá, lo podemos describir desde un concepto metaliterario en lucha contra el lenguaje, buscando otros niveles del sentido que trasciendan el vacío (tanto del significado del lenguaje como del existir que tan torpemente es por este evocado), la lucha contra la nada. Son estos algunos aspectos destacados de su obra que no se pueden alcanzar con la mirada “tradicional”. En teatro fue muy relevante también su lenguaje metaliterario en el que hacía que fuera el protagonista el lenguaje, convirtiendo en director al espectador, quien debía imaginase la historia que quería oír. Algunas de sus obras fueron estrenadas en Nueva York y París.

     En estos juegos metaliterarios y “meta-vitales” de ruptura de los límites de lo real se le propone al lector entrar el poema (Mise en abyme en el que la ficción y la realidad se interconectan) y se le advierte de no quedarse dentro del mundo de lo leído. Luego en el texto siguiente se le habla al receptor textual, diciéndole que ame a quien esté dentro, pero advirtiéndole siempre de los peligros de regresar del sueño de ese mundo interior de la ficción y del golpe que supone regresar a la realidad y sus límites:

 

Si se empeña en seguir buscando al poeta

perdido para siempre en el poema,

y va a seguir con su empeño gastando los ahorros

de toda la vida y toda la muerte,

permítame dos consejos sin mucho conocimiento.

 

Si se encuentra con él en el poema,

(no lo creo)

y se empeña a punta de pistola en sacarlo

a superficie

(ya sabemos que la superficie no existe en el poema)

más vale que desista y lo deje tal como estaba

 

Y si no se encuentra con él y le gusta cómo

se vive allí dentro y quiere probar a quedarse

una temporada,

yo que usted no lo haría. (Cudós, 1987: 18).

 

     Otro de los temas constantes de su obra es la “otredad”, entendida esta como la búsqueda de las alteridades de nuestro yo, las de los otros que no hemos sido, seremos o podemos ser y que quedan relegados por el “sujeto de la subjetividad” que los borra, silencia… En el siguiente poema encontramos la construcción de esa otra subjetividad perdida que podría emerger tras destruir la identidad. Ese “yo anulador” de los otros posibles yoes es en el poema “el nombre”, que mata o sustituye a nuestro verdadero yo libre, perdido en esa identidad externa, social. Juan era el nombre, el que definía la identidad que creía ser, huyó de la realidad que creía que formaba parte de su persona, se fue de su sujeto, del actor de su vida, del personaje de su identidad:

 

Juan era el nombre

con el que hizo el 80 % de su vida

y el 20 % de su vida

restante (si morirse es vida).

 

Cuando quiso mirar atrás,

el nombre que había sido un buen pronombre

toda la vida,

                        había huido

del sujeto. (Cudós, 1987: 56).

     Su voz es muy otra, viaja alejándose hacia quien pudo ser y no ha sido, lo que conecta su creación poética con el teatro otro que también desarrolló. Su voz se fue, el otro se acerca a lo que quedó deshabitado en su subjetividad:

Quizás se esté cansando la realidad

de hablar conmigo

y le gustan los otros, aquel otro. […]

Quizá mi voz esté ya muy otra. (Cudós, 1987: 56).

 

    En el poemario En un despoblado canta el poeta su amor incondicional, le pesa al yo poético el dolor de la palabra, está enferma ya que no puede ser dadora de todo el contenido del mundo y de los paisajes secretos del yo. Los límites del lenguaje no pueden cubrir con la palabra todo lo que es real en lo introspectivo y lo que acontece fuera de su mirada. La realidad es superior a la explicación que damos de ella, a la manera como la nombramos. Así el yo lírico declara: “me pesa de todo corazón tener que matarla”. Es una lucha a muerte para que ella no asesine la voz de quien no se deja dominar por el lenguaje, se sigue así lo que Wittgenstein afirmó, declarando que el lenguaje era el que hablaba por nosotros, dirigiendo con sus estructuras de verdad lo que decimos y pensamos y que no era el yo quien usaba el lenguaje sino que, por el contrario, el escritor era usado por este, aconteciendo algo similar a lo que le sucede al alfarero con el barro: “No podrá la palabra matarme/ y nos matamos/y/nos damos el pésame/palabra conmigo/sangre de mi sangre”. La palabra es el peso, que se carga sobre sí mismo el poeta, cual Sísifo su destino, es la carga de las preguntas, de las dudas, de los límites de lo decible, una losa que debe arrastrar en su vivir diario. Se alude así a la lucha meditativa contra esta, a cómo le produce un cansancio, un vacío existencial:

[…]

no podrá la palabra conmigo

a pesar de su peso

me pesa

en el alma

su poco peso

su poca alma

su eterno cansancio su eterno desánimo

su peso

muerto

porque estoy vivo

porque estoy vivo y pesa y me pesa en el alma

el peso

muerto

de la palabra

su eterno cansancio su eterno desánimo

no podrá la palabra conmigo

a pesar de su peso

a pesar de su mucho

pesarme

no podrá la palabra conmigo

a pesar de su peso de muerte

matarme

no podrá la palabra conmigo vivo

sin palabras sin descanso

conmigo. (Cudós, 1976: 11).

 

    Es uno de los asuntos centrales en su obra el vació, la nada, surgiendo un combate existencial intentado encontrar un sentido al existir. En el siguiente poema se relata la totalidad, la unión del yo con el absoluto, la liberación del peso de la nada, las dudas, la libertad de la cárcel del pensamiento:

 

Caerá de sus ojos la mirada

extendida serena en el paisaje

y con ella los velos del ropaje

desandarán su vuelo en la hondonada.

 

Será la cueva, cueva enamorada

en soledad a solas de equipaje,

y el no sentir ni ver será su traje,

su engalanada flor decapitada.

 

Eternidad de siempre y siempre nueva

de sentimiento ciega, blanca vista

se verá luminosa en lo que ama.

 

y beberá el amor en lo que beba

con los ojos sin ojos en conquista

de la visión total por la que clama. (Cudós, 1980: 40).

 

     Continuando la alegoría que metaforiza los abismos del ser, aparece la imagen de las alas invisibles que permiten remontar el vuelo, cual ángel de la historia de Walter Benjamin, para así recorrer los ángulos más imposibles, más libres de lo más profundo del ser, esas cavidades no iluminadas por la razón, por nuestra consciencia ,oquedades del pre-ser que también permiten regresar a la libertad pre-lógica, pre-racional, a la innata región del creador, a sus zonas más irracionales donde anida el límite de lo imposible que la imaginación susurra, sugiere.

 

Qué nombre le pondría de repente

a este abrirse las alas invisibles

y al remontar el vuelo de terribles

cavidades oscuras de la mente.

 

Qué lengua o qué palabras o qué fuente

de entre todas las cosas más sensibles

manarán con sentido apetecibles

por un significado diferente.

 

Sustantivar el acto sustantivo

como el cuerpo se encuentra la memoria

y actualizar el aire en quien habita.

 

la esperanza de un tiempo durativo,

que recobra el tiempo de ser historia

si el vivir del morir se nos desquita. (Cudós, 1980: 54).

 

    Hay un viaje de transustanciación en el poemario Poemas de réquiem y luces, en el que el yo lírico se trasmuta en lo informe, se disuelve en el viento, cuyas ventanas encierran al yo en lo interior de su ausencia, también se transforma en el rayo, la roca, el agua. El caballo del silencio recorre esos paisajes sin materia, adentrándose en esa transformación donde, desde la ausencia de lo real, se retorna a ese mundo invisible, prelógico, sentido. Es el regreso inverso del yo poético al origen perdido de lo amado, a lo no recordado, a lo intuido, a la infancia tal vez anterior a la memoria, a lo que puede no puede ser recordado, pero sí intuido:

 

Dale a ala su vuelo, mientras alza

el tuyo. Mañanero el aleteo

por alzarse: la lucha.

                                           Brinca el agua

por subirse a las nubes, a llover,

a caer de un solemne desconsuelo

al suelo.

…..Por allí, por allí viene

a caballo sin patas, a caballo

sin alas, a caballo de las llamas

en revuelo.

                    Venid, es él: ¡el nuestro!

Son los silbos del viento, son los suyos

recorriendo la tierra.

                                           ¿Vuelo?

                                                            Muero

ahora que aún tengo tiempo, caigo

y me quedo arrastrándome por muerto,

por las alas caídas de los muertos.

Dame el ala, mi pluma.

                                           Dame el verbo

sin patas ni caballos, sólo el verbo

y las patas con alas del silencio. (Cudós, 1977: 18).

 

    Domingo Ynduráin afirma que se mantiene el sentido unitario del libro, la idea del viaje de retorno a esa esencia primigenia anterior al pensamiento, regresando al origen materno, al amor inicial que se despierta en la preconciencia del yo, resurgiendo este con las primeras brasas de un fuego que el tiempo, el final y la muerte no apagarán, reapareciendo así en este poema de suspiros becquerianos, de gran alcance de imágenes en las que se funden el mar y el viento, los suspiros atávicos y las fuerzas naturales. Es una creación de gran factura estética, con resabios becquerianos:

 

Suspiro lento, nunca llegas solo,

nunca tarde.

                           Callad.

                                          A suspirar,

a suspirar, hermosa.

                                        Cruje el vino

en el tambor del pecho: a suspirar,

amor, a suspirar.

                                   Como un aliento

que se perdiera inmenso por el valle,

¿dónde estás, suspiro? ¿dónde encuentras,

si encuentras lo que buscas?

                                                        Viene el mar

con todos los suspiros en la boca.

No, mi amor, que me ahogas.

                                                           No, mi mar.

A suspirar, mi muerte, a suspirar

por el amor del mar y por el mar.

A suspirar, amor, a suspirar

lentamente, mi amor, sin respirar.

Sin respirar, amor.

                                     Sin respirar,

de tanto mar, de tanto y tanto amar. (Cudós, 1977 :26).

 

    A lo largo del poemario encontramos el deseo de esa transformación en muchos de los elementos, así en otro de los textos la puerta quiere ser madera, savia, pureza, todo ansía regresar a una esencia anterior a la violencia de la realidad. Hay un tono de fábula poética, es casi una narración simbólica de cómo regresar al ser, entendido este como la esencia que somos y abandonamos, la parte más pura que perdemos cuando nos hacemos puerta de lo social para entrar y que entren en nosotros las convenciones.

 

     Poemas del sentir es un libro físico que parte del amor adolescente, de la fuerza de nacer al mundo. En esta génesis de una nueva verdad se recurre a un lenguaje con ecos religiosos, que tal vez conecte con el origen seminarista del poeta o con sus lecturas de nuestra tradición mística, pero trasladados todos estos elementos a una nueva realidad mundana, al amor humano. Hay que entender su correlación sexual, de manera cercana a la poesía de San Juan de la Cruz, como símbolo que expresa la unión con lo inalcanzable. Se recurre a la sinestesia: “los ojos se salían de sus ecos” que rompe los límites de lo decible, para tratar de evocar un Dios que no puede ser explicado de acuerdo a la lógica, esa deidad, siguiendo la tradición de El amor cortés, es la amada. El poeta se sabe conocedor de un lenguaje que debe romper los límites de la lógica, navegar en lo irracional de lo inexplicable, enunciar a Dios con el amor humano, aunque este ser divino sea la amada:

latir del ala, el cielo se salía

de los ojos.

                              Los ojos se salían

de sus ecos: era nuestro ese silencio,

cuando la llama sube y lengua llama.

Llamó porque no estaba: estaba ciego

llamándose a la sombra de un espejo

de labios de cristal.

                                   Un corte, un verbo

y un silencio clarísimo y corriente

que pasa malherido por los cuerpos. (Cudós, 1980: 18).

 

     En muchos poemas se encuentra una proyección animista del mundo emocional que proyecta las fuerzas introspectivas del sentir sobre el mundo físico. Original traslación del mundo emocional sobre el mundo externo, físico. Ruptura de los límites del lenguaje, extrañamiento según las teorías de El Formalismo Ruso para desautomatizar nuestra mirada, ver desde una perspectiva nueva la realidad, iluminarla con la luz de una nueva libertad perceptiva:

 

Aletea la luz por si la piedra

quisiera ser la nube, por si el fuego

quisiera ser susurro de dos besos

buscándose las manos.

                                           Temblorosas

las caricias se aferran a los vientos

azules.

                    Aletea aquella roca

que fue boca de miedos, mientras era

la luz un soplo negro.

                                            Cuando clavan

las raíces el susto de ser alas

golpeadas y llueve la oscuridad

hasta secarnos.

                                  Sale la mirada

por si el fuego quisiera ser la nube

de los ojos azules, por si el beso

quisiera ser la mano que te apaga

cuando la noche sopla.

                                             La luz cae

de espaldas. (Cudós, 1980: 19).

 

      En la siguiente composición encontramos un brillante uso metafórico, cercano a la sinestesia aplicada a los colores por Rimbaud en su soneto “vocales”. Se recurre a este cruce de los ámbitos sensoriales para representar la etapa de abandonar el mundo infantil y dar paso a la etapa iniciática del yo adulto. Los colores se extienden metafóricamente sobre la isotopía del árbol que es otra de las metáforas centrales que metaforizan esta idea de crecimiento, de raíz interior que da lugar a las ramas del yo, a su surgimiento como árbol del ser que ha crecido, ha desarrollado la alteridad del yo adulto.

 

Azul y blanco el vuelo puso nido

allí donde la rama se retuerce

por ser raíz, allí.

                                       Verdes los sueños,

rojos los ojos, iban con los picos

abriéndonos las puertas.

                                                   Iban.

                                                               Eran

como rayos de tiza entre los dedos

de un árbol niño, tiernos como el gesto

de una estrella, que pálida, se entrega

a lo que seas, noche.

                                          Mientras crece

el resplandor del miedo, que por dentro

nos va limpiando a fondo de la luz

que nos pintó el cielo.

                                        Mientras duele

el paso de lo negro, que seguro

nos va borrando el nido, si nos va

cortando de raíz ese rocío

azul y blanco. (Cudós, 1980: 24).

 

     Poemas, editado por Olifante, más allá de carácter aforístico ofrece un interesante juego metaliterario. El diálogo del poeta (en un Mise en abyme que rompe los límites de la ficción) con el lector, los sitúa a un mismo nivel ontológico, ironiza sobre la vida del lector, lo iguala en el mismo desarraigo existencial que el yo lírico, trasunto del yo del autor, padece:

 

Ahora que ya nos conocemos, querido

lector, me gustaría hablar más cercanos.

Quiero suponer que su vida no ha sido

fácil, porque si no fuera así no hubiera

aguantado mi lectura con ironía y con

ese tono de prosaísmo para no idealizar.

¿Acierto, si no has sido feliz en amores? ¿Acierto

si no has hecho fortuna? Y así seguiría. (Cudós, 2007: 198).

 

    El tema de la inocencia perdida que tal vez solo unos pocos mantienen, entre esta minoría estaría el poeta herido por la realidad, que respira aún los sueños de libertad, la imaginación de la mirada libre de la infancia:

 

¿Por qué dejamos de ser niños?

¿Perdemos la inocencia?

Yo más bien diría que aumenta.

¿Si supiéramos conservarla

seríamos más sabios?

Sócrates parecía un niño

y se hizo pasar por culpable.

Un acto de ironía con su propia vida.

No tengo nada más que decir.

Cuando yo note que tengo suficiente

inocencia

volveré a hablar con autoridad. (Cudós, 2007: 163).

   Una de las voces más brillantes de nuestra literatura nos ha dejado. Su presencia no debe quedarse en la mención debida a la actualidad de su fallecimiento. El gran uso del lenguaje, la complejidad de sus imágenes, la violencia contra el lenguaje y contra la realidad nos ofrecen una voz lírica única, olvidada, que debe ser reeditada, leída, traída constantemente a nuestra actualidad como referente, más allá de la moda de mencionar ahora al autor, tras su muerte, para luego, de nuevo ser olvidado, como así ha pasado en Aragón con el autor que aquí nos ocupa, uno de sus mejores poetas y uno de los más galardonados con premios muy relevantes a nivel nacional. Por siempre tuyos, los lectores críticos, los poetas, los otros, los amantes de la verdadera literatura. Tu voz poética, tu genio teatral, tu reflexión teórica permanecen y permanecerán. Gracias, José Luis Alegre Cudós.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Cudós, José Luis Alegre (1976) En un despoblado canta el poeta su amor incondicional, Zaragoza, Fernando el Católico.

_____ (1977) Poema de réquiem y luces, Zaragoza, Librería Central.

_____ (1980) Poemas del sentir, Santander La isla de los ratones.

_____ (1984) La alegre noche de Don Francisco de Goya y de Quevedo, Zaragoza, Institución Fernando el Católico.

_____ (1987): Discurso de la dignidad poética, Madrid, Hiperión.

_____ (2007) Poemas, Zaragoza, Olifante.

Artículos relacionados :