Alfredo Saldaña (60 años en la vida de un poeta). Dejar atrás la identidad

Por Jesús Soria Caro

      Alfredo Saldaña cumple 60 años, generoso impulsor de la obra poética de los demás, ejemplo literario con la mirada renovadora de su poesía y de su obra ensayística (que es una proyección de la primera).

      Su obra ensayística conecta la idea de Sousa Santos de “La epistemología del sur”, defendiendo la apertura hacia todas aquellas diversidades que no deben ser silenciadas por la voz dictada por un modelo unificador, anulador de otredades, excluyente de otras verdades no contenidas en ese orden que pretende hacer del mundo una verdad centro, un poder anulador de todas las diferencias, un mundo global que es una cárcel de información e influencias que hacen de nuestras culturas una fotocopia de identidades, cuyos rasgos son la misma forma de vestir, de vivir, de consumir, de aceptar falsas democracias, de ver la realidad virtualizada a través de la pantalla de Internet. Nuestro mundo globalizado sufre una unidad alienante que es como un pájaro de fuego que ve la lluvia de la verdad desde la cárcel del pensamiento, desde su jaula conceptual que lo domestica para poder formar parte del sistema, sin poder salir para mojarse de libertad, de autonomía, de diferencia frente a lo establecido por el poder.

     En La huella en el margen, uno de sus ensayos publicado en 2013, se propone una relectura de la Historia, esa que se escribe con mayúsculas porque ha creado un relato de dominación sobre otras realidades a las que se consideró inferiores y a las que se sometió a nuestro modelo occidental de poder.

     La narración de lo sucedido adulteró una realidad de opresión y anulación de esos otros mundos, dominados y expoliados en la colonización que se desarrolló principalmente en el siglo XIX. Se nos propone realizar una mirada que se sitúe fuera de su centro, que anide en todas aquellas verdades que han sido acalladas por lo establecido, por un modelo social neoliberal en el que la economía, el desarrollo tecnológico y su uso como unificador de verdades, mediante la globalización con sus imposiciones económicas y culturales, han debilitado a las “otras” realidades identitarias, eliminando las diferencias culturales, sociales y acallando otras lecturas más libres de la vida. Se destaca también el pensamiento de Hal Foster (1995) que ha denunciado esa posmodernidad que con prácticas heterogéneas y sin voz crítica ha calmado el mar de la lucha por las diferencias con diques acríticos de lo banal, dando lugar a algo similar a un río sin fuerza que genera aguas de sumisión allí donde la verdadera furia de la corriente de la verdad debería producir nuevos estuarios hacia la liberación de verdades impuestas, se ha canalizado esa rebeldía que sería necesaria frente a la instauración de moldes sociales y económicos opresores. Este juego de poder, como afirma Alfredo Saldaña, requiere que:

    El ecumenismo, cosmopolitismo e internacionalismo heredados de la modernidad han dejado paso en la posmodernidad a una sociedad mundializada en la que la globalización, con frecuencia, no es tanto un valor del que debamos sentirnos orgullosos como un hecho contra el que habría que rebelarse en la medida en que supone, en lo económico, imposición de un modelo injusto y crecientemente insostenible y, en lo cultural, fomento de la uniformidad y anulación de las diferencias. (Saldaña, 2013: 61).

     Se debe llevar a cabo una exploración de esos mundos o realidades sociales de lo otro, de lo diferente a lo que ha formado nuestra cultura, acto de defensa de las alteridades que ha sido desarrollado por los estudios culturales, por lo que afirmará Alfredo Saldaña:

    Es momento de trabajar una política real y eficaz en el reconocimiento de la alteridad (campo en el que desde algunas líneas de los estudios culturales se ha avanzado de manera considerable), de desarrollar una estética de la otredad, de promover la búsqueda y la aceptación del hecho diferencial… Y no hay gesto cultural más valiente que ese que se interesa por el conocimiento de otros mundos, aun a riesgo de poner en cuestión el mundo propio, hecho que implica asumir la posibilidad de la pérdida y la experiencia de la otredad. (Saldaña, 2013: 63).

    Es fundamental desaprender nuestros esquemas de interpretación de lo real, estos son formas ordenadoras que han instaurado un modelo social, moral, cultural. Es necesario lograr abrirse a otras lecturas de ese centro excluyente de otras posibilidades diferentes a aquellas que han fijado los centros de una verdad unificadora y segregadora de otras miradas más libres, más ajenas a nuestro sistema racional, instrumental, esclavizador de las rentabilidades económicas, de la utilidad de las cosas, colonizador de la verdad mediante el poder global de la tecnología y la información. Un mundo de progreso tecnológico que se olvida de la dimensión de un yo libre, más humano y menos determinado por lo que produce o posee. Un ser que no debería ser una pieza más en el engranaje de la racionalidad instrumental, aquella que entiende que todo en la vida debe servir para algo. La belleza, el amor y la libertad no sirven para nada (en el sentido de la rentabilidad de producción material) pero todos las necesitamos para saborear la existencia y dar sentido a las cosas. En este sentido su pensamiento es heredero de la Escuela de Frankfurt y su teoría de la razón instrumental.

     A lo largo del texto se alude a que no solo hay que recuperar las otras miradas culturales, sino que cada individuo debería encontrar una voz que le diferencie de ese coro de lo compartido, de la verdad común insertada desde lo cultural, lo social y sus construcciones de dominio sobre su verdadero ser libre, aquel que anida fuera de esas zonas comunes que anulan al verdadero yo, que silencian los resquicios de su voluntad no dirigida desde los influjos de lo enseñado y lo heredado. Es un yo otro, afirmado en una alteridad que poseía en sí mismo de manera innata antes de convertirse en un yo-social, debería recuperar así su liberadora otra voz pre-moral, pre-civilizada, pre-identidad. Hay, como afirma el poeta Roberto Juarroz, que desaprender, deformar, desemantizar, descreer, desactivar dichas ideologías y centros de verdad: “Desbautizar el mundo,/sacrificar el nombre de las cosas/para ganar su presencia”. La palabra es parte del edificio del pensamiento, sus puertas cierran la verdad en los muros de un sistema de lectura que limita y anula otras lecturas de lo real. La verdad es infinita y no puede ser contenida en un edificio cerrado. Por eso el nombre de las cosas, como nos dice Juarroz, es el límite cerrado de la palabra que se encierra en el límite de lo que se puede pensar, de cómo se puede o no vivir o leer la vida, por eso hay que desbautizar el mundo, romper las definiciones que nos atan a una interpretación cerrada de la realidad.

    La poesía de Alfredo Saldaña es metaliteratura, exploración del silencio y sus límites, de las verdades que se construyen desde el significado, de la necesidad de ir más allá de este para encontrar nuevas realidades más libres: “Lograr que el lenguaje/actúe por un instante/con la intención/de renombrar la existencia/y el deseo de hacerla otra”. Malpaís, es un poemario donde se dibuja la crítica de Saldaña hacia nuestra forma de mirar la realidad, condiciona, limitada, como así se resaltaba en su obra ensayística. Se destaca la necesidad de una trayectoria fuera de los centros fijados, huyendo de los grandes relatos, de su discurso interesado que dicta una mirada dirigida por el poder. Se nos propone hacer un viaje hacia la primera mirada, la del yo libre anterior a los significados, la moral, la historia y sus dominaciones, al excesivo culto hedonista al yo y sus placeres insolidarios. Se debe dejar atrás la identidad, la del yo dominado por una perspectiva económica, industrial, tecnológica, la que ha supuesto una banalizadora supresión de su verdadero yo libre.

 

Así, como el humo y la ceniza

que acarrean los restos

de lo que fuimos,

como un extranjero

que a solas, de noche y en silencio

se desplaza sin destino,

como el testigo de un tiempo

crecido frente a la adversidad,

avanzar y ser solo un papel en blanco

arrastrado por el cierzo que viene,

llega, cruza y ya se aleja,

[..]

Caminar,

adentrarse en mala hierba,

dejar atrás la identidad (Saldaña, 2015: 13).

     El silencio nace como afirma Alfredo Saldaña de la pregunta ante la verdad de lo dicho, ante la mutilación de dicha verdad, ya que nombrar es dejar fuera lo que no se dice y esto es parte del significado, por eso podemos preguntarnos: “¿qué palabra al mismo tiempo no pronunciada ni silenciada se oculta bajo las palabras?” (apud Blesa, Pueo, Saldaña, Sullá, eds., 2007: 147).  Es, por lo tanto, la vuelta atrás en este proceso genesiaco de lo absoluto de la palabra, el regreso a la nada, a lo no reducible al sentido, a la negación de toda construcción cultural entre las que el lenguaje y su proceso de referencias al Significado constituyen el primer paso hacia la deformación de la Historia, la Verdad y la Razón que son las productoras de una modernidad y un mundo posmoderno asentado en falsedades que son verdad, o tal vez en su contrario, no hay forma de saber si existe ninguna de las dualidades (real/irreal), ya que ambas son lo mismo. Es ese silencio que habla de lo que no puede ser dicho, que renuncia a la voz de lo que no puede tener forma porque no puede ser pensado desde la racionalidad y sus implicaciones lógicas y morales; por este motivo se efectúa lo que Alfredo Saldaña designó como la necesidad de llegar a un silencio ético:

     El arte de callar es en realidad un tratado de retórica centrado en las posibilidades coercitivas del silencio, un silencio que ha de ser siempre significativo; dado que con frecuencia nos perdemos entre las palabras, es preciso impulsar una política, una ética del silencio con las que hacer callar a las palabras y, a la vez, hacer hablar al silencio; poesía y filosofía, El arte de callar remite al tiempo del silencio, tiempo de la reflexión que precede al tiempo de la escritura (Saldaña, 2007: 149).

    Debe surgir una recuperación de esa voz de lo “otro”, de aquello que ha sido silenciado en la subjetividad, en el pensamiento de lo diferente, debe ser la palabra y el agente poético el que logre, como afirma Alfredo Saldaña, hacernos conscientes de que es necesario reconocer la existencia de otra realidad que no olvide por el camino todas sus pérdidas, dé cabida a sus diferentes versiones –incluidas aquéllas que, desde unos determinados planteamientos morales, suelen considerarse más sucias y degradadas– y acoja la palabra incomprensible –por extraña o no escuchada– y acallada de los vencidos, la palabra sin sonido de los olvidados, la palabra sin palabra de los desposeídos de la tierra, síntomas todos ellos que habrán de interpretarse como disonancia estética frente a un mundo política, económica y socialmente inmoral e injusto (Saldaña, 2011: 279).

Sousa Santos (2009) defiende esta idea de dar voz a lo silenciado, es necesario entonces una contraescritura de estos relatos de lo que pertenece a las afueras de los centros, aquello que ha sido rechazado por el discurso del canon occidental, olvidando que fuera de sí hay otros mundos que han sido borrados, lo que da lugar, como indica Alfredo Saldaña, a una acción de buceo en las profundidades epistemológicas de lo contaminado por una escritura de lo real homogénica y negadora de las diferencias:

    La contraescritura implica, en todo caso, una estrategia subversiva, un acto crítico tendente a desmontar las bases artísticas y epistemológicas sobre las que se asienta el texto que sirve como referente, una acción política que intenta desvelar los fundamentos culturales y los presupuestos ideológicos de las obras pertenecientes al canon literario metropolitano, señalar sus contradicciones y los intereses a que responde (Saldaña, 2013: 66-67).

     Por eso su paisaje poético es un itinerario en dirección contraria a la Verdad, esa que se escribe con mayúscula porque es la única admitida, la impuesta, la que no permite otras realidades o miradas liberadas de lo establecido. Esto ocasiona que el yo poético se aleje de los lugares comunes del pensamiento, de los trayectos que sólo admiten una dirección. El yo poemático sale de la senda de la interpretación única, fuera de la Historia y sus construcciones de lo sucedido, relato que dejó fuera otras perspectivas silenciadas por intereses dominantes: “levantarse de nuevo contra viento y marea y en nombre /de nadie, en nombre de todos los reventados de la tierra” (Saldaña, 2015: 22).

     Ese yo que camina a contra-verdad es aquel que puede alcanzar su yo libre que había sido retenido en el interior de la palabra, aprisionado en una forma lógica que no le dejaba paso hacia lo externo del pensamiento, la palabra pronunciada y la vida: “Dragar/hasta dar/con el fondo,/abrir orificios/por los que el sentido respire/y explore vías de fuga”. (Saldaña, 2015: 26). Esa dirección hacia una mirada libre requiere una contraescritura, un derrocamiento de los centros fijadores de lo aceptado que excluyen las diferencias, las otras lecturas más libres de la vida. Es un yo poético viajando a través del desierto de la Verdad, la Historia, siguiendo una contra-dirección que se aleja de las certezas prefijadas, los absolutos instaurados en el inconsciente colectivo, prisiones conceptuales encerradas en verdades indiscutibles. Ese recorrido de contra-realidad es aquel que: “nos hará libres/de cualquier certidumbre y posesión” (Saldaña, 2015: 31).

     El lenguaje se define como carne de lo verdadero, cuerpo de realidad inmutable que no puede ser troceado en diferencias libres de lo unitario, de los centros de poder. Por eso se nos propone abrir la carne del pensamiento, desangrarla de otredades, sajar la sangre de lo no permitido, para que sea así palabra que se auto-cuestione a sí misma:

Sajar la carne del pensamiento

hasta que se desangren

las encías del aire.

Hacer de ese bicho raro y peligroso

que es la figuración

la estrategia con que desmantelar

nuestras bases poéticas.

[…]

País de nadie, teoría,

palabra que cuestione su palabra (Saldaña, 2015: 46).

 

     El lenguaje de Malpaís es como el mito de Narciso, al igual que el personaje mitológico se mira a sí mismo alcanzado un reflejo introspectivo, traspasando también el espejo de lo externo para hundirse en lo interno, en lo que queda atrapado antes de la forma externa. Hay en el poemario una semiótica de los orígenes, una búsqueda del no-lenguaje, intentando alcanzar ese pre-pensamiento anterior y libre de la forma lógica. Se debe fundar una nueva semántica de lo otro, lo que quedó silenciado y prohibido, tras forzar el lenguaje y su sistema de pensamiento hacia otras posibilidades:

 

Volcar ideas, signos, imágenes, símbolos

y conceptos con el propósito de fundar

una nueva semántica en malpaís.

 

Tensar, retorcer el lenguaje,

alargándolo, estirándolo al máximo

hasta descuartizar el sentido (Saldaña, 2015: 47).

 

     Ese nuevo orden otro de libertades nacerá con un lenguaje que sea semilla de diferencias, que haga posible el fruto de lo que se silenció y se dejó en los márgenes de la palabra, el pensamiento y la práctica vital, lo que se logrará: “abonando un pensamiento no sometido que se levante contra ese cielo infernal a partir de la ruptura de ciertas formas preminentes de entender la existencia, basado en el potencial emancipador de un lenguaje que no renuncie a su fuerza insurgente y expansiva, articulado alrededor del árbol de la vida” (Saldaña, 2015: 48).

 

BIBLIOGRAFÍA

FOSTER, H. (1995): Contra el pluralismo”, El Paseante, 23-25, 80-95.

SALDAÑA, ALFREDO (2007):  “José Ángel Valente: entre el decir y el callar, en T. Blesa, J. C. Pueo, A. Saldaña, y E. Sullá, eds., Pensamiento literario español del siglo XX, 1, Zaragoza, Anexos de Tropelías, 147-162.

 (2013): La huella en el margen. Literatura y pensamiento crítico, Zaragoza, Mira Editores.

(2015): Malpaís, La isla de Siltolá, Sevilla.

Artículos relacionados :