Un ramillete de muguet para Christian Bobin


Por Bernabé Dubois

     Cuenta la leyenda que en 1560 Carlos IX y su madre Catalina de Médicis estaban de viaje y al llegar a su destino un caballero le ofreció a Carlos un ramo de muguet (lirio del valle).

     El joven rey complacido tomó por costumbre regalar a las jóvenes damas de la corte un ramillete de muguet el primero de mayo y la costumbre se hizo tradición hasta que en 1891 se convirtió en la flor de la fiesta del trabajo del 1 de mayo en Francia, que desea felicidad a quien es regalada.

   “Un muguet rouge”, publicado en octubre por Gallimard, es el último libro de Christian Bobin que nos dejó el 24 de noviembre, a sus setenta y un años tras una grave enfermedad, privándonos de todo lo que aún nos podía contar o tal vez porque ya nos había contado bastante, suficiente, casi todo.

   Como sensible y delicado artista, era amigo del pintor Pierre Soulages que nos dejó también ese mismo mes a sus ciento dos años, hacia brotar la luz de la obscuridad con ese estilo fragmentario y aforístico tan suyo, delicado y contemplativo:

   “Sin lo invisible no veríamos nada”. “Lo contrario del amor es la necedad”. “La muerte es una alfarera que hace el trabajo al revés”. “No es complicado escribir: basta con entregarle cada segundo de vida”. “Ningún libro debería ser más pesado que la luz. Ninguna escritura debería hacer más ruido que una sonrisa”

   Había nacido en Le Creusot, el 24 de abril de 1951, de donde casi no se movió en toda su vida, allí fue bibliotecario tras estudiar filosofía, trabajó en una fábrica cercana y en un ecomuseo y allí ha vivido en un bosquecillo cercano, alérgico a las alharacas y postureos que han ido banalizando el mundo del espectáculo literario.

    Nos deja casi setenta libros, quince de ellos traducidos al castellano en las editoriales Árdora, Sibirana, El gallo azul, La cama sol, Pretextos y Encuentro, para pensar y disfrutar, para seguir creciendo y como antídotos para la tristeza y el escepticismo.

    A finales de los noventa me topé con “Autorretrato con radiador” (Autoportrait au radiateur, Gallimard, 1997)  y tanto la portada, su textura (usada en la colección Árdora exprés, ya la han cambiado, lástima) como el título me atraparon al momento. Este tipo de adquisición sin criterio alguno me sigue dando tan agradables sorpresas como alguna decepción, y tras leerlo de un tirón me vi en la apremiante necesidad de volver sobre algunas de sus entradas pues es un diario. No sabía nada de Bobin, no había nada más en castellano, no tenía internet, así que en los siguientes viajes a Francia husmeando por librerías fui encontrando algunos títulos más, la mayoría en la barata colección de bolsillo de Gallimard folio, para ir saciando esta reciente hambruna casi compulsiva.

    En “Autorretrato” nos dice: “A la pregunta siempre embarazosa: ¿qué estás escribiendo ahora?, respondo que escribo sobre flores, y que otro día elegiré un tema todavía más nimio, más humilde si cabe. Una taza de café solo. Las aventuras de una flor de cerezo. Pero por ahora tengo ya mucho para ver: nueve tulipanes muriéndose de risa en un jarrón transparente. Miro su estremecimiento bajo las alas del tiempo que pasa. Tienen una manera radiante de estar indefensos, y escribo esta frase a su dictado”

    Toda una poética que encontramos en su producción, una obra que nos va dejando desnudos, despojados de nuestras certezas, aprendiendo a no saber nada.

     Su primer libro data de 1977 pero la salida del anonimato en el país vecino le llega en 1992 con “LeTrès-bas” (El Bajísimo, ed. El gallo de oro, 2016) que le proporcionó el Prix des Deux Magots. Hay quien dice que es el escritor más grande de su generación (André Comte Sponville, Bonnefoy, Jacottet, Quignard, Maalouf)

    Su obra denuncia sin aspavientos esta sociedad de la urgencia y el beneficio, la tristeza, el ruido del mundo y expone la gracia del enamoramiento, la importancia de la soledad o el silencio, la autenticidad de la infancia.

   Los textos de Christain Bobin suelen ser breves, me leí “Éloge du rien” (Fata Morgana, 1990) en su versión castellana, “Elogio de la nada” (Presencia, 2016) en un viaje al trabajo en el autobús 39, un día que pude ir sentado (también había huelga en aquellos tiempos). En la zaragozana editorial Sibirana han traducido muy bien “Las ruinas del cielo” (2012, aparecida en Gallimard en 2009) y “Negro claro” (2016, en Gallimard, 2015)

     En 2007 escribe “La dame Blanche” (La dama blanca, Árdora, 2017) donde a su manera nos cuenta la vida de la poeta estadounidense Emily Dickinson.

    En “Pierre,” (así, con la coma, Gallimard, 2019, no me consta traducción) nos describe su primera conversación telefónica con el pintor Pierre Soulages: “Sé exactamente dónde estaba cuando descolgué. Las voces son ese tesoro que la gente te da, incluso los avarientos… Una voz es el mundo entero repintado por la persona. La voz de Pierre es la gruta de Lascaux con las hermosas chispas al fondo de la garganta”

      Este magnífico descriptor de lo ínfimo, de lo corriente, de lo cotidiano que imprime una mirada nueva y deslumbrante a lo más sencillo y casi invisible nos deja con las ganas de leerlo y releerlo para seguir extasiándonos cada mañana con lo que nos rodea y nos puede sorprender.

     En “El hombre alegría” (La cama sol, 2018) nos deja escrito: “He leído más libros que botellas bebe un alcohólico. No puedo alejarme de ellos más de un día. Su lentitud tiene maneras de curandero”. Y en “Soberanía del vacío” (El gallo de oro, 2021): “Hay más claridad en los libros que en el cielo. Hay más claridad en el sueño de los amantes que en los libros”.

Artículos relacionados :