Javier Sierra, premio Nobel aragonés


Por Carlos Calvo

     Yo no sé si el recurso de los que no tienen imaginación es contarnos cosas, según la reflexión de Vauvenargues, o si los escritores excelentes escriben poco, por decirlo con Jouber.

    Da lo mismo, porque el turolense Javier Sierra engancha al lector. Sus libros son cercanos. Vivos y concisos. Contundentes e íntimos en su sencillez. Un tipo comprometido con el periodismo, la literatura y la vida, ávido observador de la condición humana. Y la sabe escudriñar, abstractamente, en su eficaz narrativa. Fluida, limpia, cristalina. Al estilo azoriniano. De una prosa acaso elemental pero siempre elegante. Sin formalismos hueros. Un autor que se interesa por la libertad de pensamiento. Por el ejercicio intelectual. Por el reto humanista. Y acaso se acerca al mundo de la pantalla audiovisual como prolongación de sus intereses creativos.

  Javier Sierra acaba de ser galardonado con el premio de las letras aragonesas y el arriba firmante considera un acierto este honor del Nobel de nuestra tierra, que ya lo obtuvieron, entre otros, Ignacio Martínez de Pisón, Soledad Puértolas e Irene Vallejo. El turolense, uno de los fundadores de la revista ‘Año Cero’, es un gran escritor que afronta temas esotéricos, misteriosos o paranormales, siempre desde el escepticismo y con un punto de vista científico. Es lo que le seduce. Y el escritor, también periodista e investigador, lo hace bien y en soledad. Nada que ver con el mediocre y efectista estadounidense Dan Brown. Lo hizo en la gran pirámide egipcia, cuyas vivencias dieron lugar a dos libros. Lo hizo también en el marmóreo mausoleo, esculpido por Juan de Avalós, de los amantes de Teruel –tonto ella, tonto él- para tratar de buscar una explicación a los muchos enigmas que rodean la leyenda. Y Sierra se sentó en medio de ambos cuerpos e interfirió sus miradas porque las momias tienen la cabeza inclinada el uno hacia el otro. Acaso los amores imposibles son los que acaban siendo eternos, y el escritor lo plasmó en un preciso (y numerado) cuaderno de viajes de apenas cuarenta páginas.

  Al mismo tiempo, Sierra es un gran narrador audiovisual, y siempre se rodea de un equipo técnico de primer orden para sacar adelante sus proyectos. Ahí está, para corroborarlo, el excelente mediometraje documental ‘Una noche con los amantes’, de 2016. O la sorprendente serie ‘El arca secreta’, realizada ocho años antes. U ‘Otros mundos’, brillante e insólita serie documental en la que Sierra explora el mapa de su pasión por enigmas que le cautivaron desde niño. Con un impecable estilo fílmico, el turolense entrelaza la autobiografía y el cosmos en un puente entre el misterio y la ciencia. Los misterios del pasado y enigmas de la historia le interpelaron y fascinaron cuando era un tierno infante en la recóndita y fría Teruel de la década de 1970, por lo que aborda incógnitas que asaltaron su imaginación desde las páginas de libros y revistas. Sierra viaja en busca de especialistas, investigadores, científicos, testigos, protagonistas o forenses a los que interroga acerca de los sucesivos misterios que quiere desvelar.

Premio Planeta en 2017 por ‘El fuego invisible’ -cuyo protagonista es un lingüista, criado en Irlanda, que viaja a Madrid en pos de un antiguo libro- y autor de obras como ‘Los guías del cosmos’ (1996), ‘La dama azul’ (1998), ‘Las puertas templarias’ (2000), ‘En busca de la edad de oro’ (2001), ‘El secreto egipcio de Napoleón’ (2002), ‘La cena secreta’ (2004), ‘La ruta prohibida’ (2007), ‘El ángel perdido’ (2011), ‘El quinto mundo’ (2012), ‘El maestro del Prado’ (2013), ‘La pirámide inmortal’ (2014) o ‘El mensaje de Pandora’ (2020), Sierra es de verbo sólido, cárnico, limpio estilísticamente, tendente a sustantivar el mundo más que adjetivarlo, con la idea de llenar, con esmerada y pulida literatura, los huecos que el tiempo ha dejado. ´

  Siempre te dicen que desconfíes de los ‘best sellers’, como si el hecho de haber llegado a muchos fuera sospechoso. O fácil. Un libro –o una obra audiovisual- ha de ser, ante todo, una explosión en el paladar, un calambre al primer bocado, ese galope de horas que hace que te olvides de todo y que solo sucede si elegiste el caballo adecuado. Está claro, también, que el género documental, cuando está bien resuelto, logra hacernos vibrar más que la mayoría de las ficciones. Sierra lo consigue en ‘Otros mundos’, una serie que tiene más de cinematográfica que de televisiva, en la que los símbolos, su porqué y su naturalismo, en ocasiones místicos y poco explicados, es una de sus constantes.

  Sierra considera que el cine siempre impone una imagen determinada y acaba hurtando al lector parte de la que él se ha construido. Y sabe que nuestra civilización vive una enorme carencia de trascendencia y por eso los misterios de la antigüedad siguen atrayendo tanto la curiosidad de la sociedad y repercuten en el presente. Pero también ha escrito de misterios contemporáneos, de la influencia de las sociedades secretas en la política, sobre sectas y así. Ya su primer libro, ‘Roswell, secreto de estado’ (1995), tenía que ver con el fenómeno ovni, y así lo constata en uno de los episodios de su sorprendente serie documental.

  Tras comprobar lo difícil que es explorar el espacio exterior, Sierra se interroga sobre los misterios del alma, la exploración del interior, la conciencia, los estados alterados, la trascendencia vinculada al proceso artístico. Para él, la vida es el paréntesis entre dos muertes: la previa, en la que no somos nada, y la postrera, en la que somos parte del todo, que a la vez es nada. Por decirlo con Nabokov, la existencia es un milésimo fogonazo de luz entre dos eternidades de total oscuridad. En esto se aproxima a Carl Sagan, Miguel Ángel de la Quadra-Salcedo y Félix Rodríguez de la Fuente, sus referentes televisivos.

  Los capítulos de ‘Otros mundos’ nos arrastran al periodismo de misterios en la linde de la ciencia y la imaginación con un deslumbrante final. Sierra, que ha desembocado en la novela de investigación de la historia oculta, reconstruye el viaje iniciático que con catorce años hizo a la montaña de Montserrat, de la mano de Luis José Grifol, el que avistaba ovnis. Así, escuchamos la cinta de casete original que grabó el escritor y vemos su entrevista al Grifol de hoy, que treinta años después desvela que algo le impulsó a llevar a la pared del Diablo a ese chaval que le pedía una entrevista. Y aquella noche singular ungió al Sierra abierto a lo extraño, al autor de relatos que, como la serie ‘Otros mundos’, enseñan que todo es por algo.

  Como en todas sus novelas, Sierra revisita en la serie algunos de los grandes misterios de la humanidad, como los jeroglíficos del antiguo Egipto, el secreto de Fátima, las leyendas sobre la Reconquista, los encuentros con extraterrestres o el aparente orificio de bala en el cráneo de un ‘homo sapiens’, aparte de sus experiencias personales. Son sucesos paranormales en los que se utiliza la investigación real para contar sus resultados con herramientas de la ficción. Se trata, pues, de un formato documental híbrido que bebe de muchos géneros y homenajea películas de Vittorio de Sica (‘Milagro en Milán’, 1951), Rob Reiner (‘Cuenta conmigo’, 1986), Steven Spielberg (‘E.T, 1982), Richard Donner (‘Los Goonies’, 1985) y Wolfgang Petersen (‘La historia interminable’, 1984). O filmes de Luis García Berlanga y de Federico Fellini.

  Para hacerse preguntas y buscar la respuesta a las mismas, Sierra asume las funciones de director, presentador y narrador de ‘Otros mundos’, y se apoya en el buen hacer de Alfonso Cortés-Cavanillas, jefe de realización de La Caña Brothers, quien ya nos sorprendiera en 2011 con el documental ‘Elige siempre cara’ o, un año después, con el meritorio y original filme de ciencia ficción ‘Los días no vividos’. Y Teruel le inspiró sus primeras grandes preguntas. En la serie es su propio hijo, Martín, quien le interpreta de niño descubriendo todo el potencial de su curiosidad por las calles turolenses de su infancia. “Mi infancia es aragonesa y ahí es donde está el paraíso de un escritor”, dijo al recibir el premio de las letras aragonesas.

  Este pertinaz investigador de enigmas, que de niño se hacía grandes preguntas en su Teruel natal, siempre ha viajado a distintas localizaciones para poder llevar a cabo sus pesquisas y esclarecer los misterios que dichos lugares encierran, con el objetivo de vislumbrar si es posible que exista vida en otros planetas. Porque Sierra se ofrece con la pasión de una búsqueda, la exaltación de los sueños personales: canta a lo más elevado del espíritu humano, a su capacidad de soñar e imaginar mundos. La inquietud del turolense le lleva a recorrer el mundo, a escribir miles de artículos y a novelar, que es el más complejo modo de contarse las cosas a uno mismo e intentar comprender algo. Sus artefactos fílmicos y literarios te dan la libertad, ese tesoro tan preciado, de pensar, soñar, imaginar… Es un buscador de la verdad que acostumbra a explorar caminos diferentes a los típicos.

  Sierra se ofrece, en efecto, e invita a no traicionar cada uno nuestros sueños de niñez, porque es la más genuina y significativa señal, la más honda de todas las señales. Los artefactos de Sierra se han vuelto ídolos de niños, niñas y mayores que sueñan con seguir sus pasos. Y con ellos establece una suerte de conexión de la que surgen las respuestas a las preguntas esenciales para el ser humano. Las que tienen relación, claro, con la búsqueda de vida en otros rincones del universo. ¿Por qué los seres humanos buscamos en el cielo algunas respuestas que no encontramos en la Tierra?, vendría a ser la pregunta capital de esta serie.

  El cielo es una fuente de esperanza. Hay un lazo muy atávico con el universo del cual no siempre tenemos conciencia y es que nuestros orígenes vienen de allí. Ninguno de nuestros átomos fue fabricado en la Tierra. Por tanto, materialmente hablando, los seres humanos somos extraterrestres, hijos de las estrellas. Fueron las estrellas las que produjeron los elementos químicos del carbono y el oxígeno. Hay, por tanto, una conexión, a menudo inconsciente, que nos liga con el universo. Es la razón por la que solo contemplar la bóveda celeste nos emociona y nos hace plantearnos preguntas fundamentales. Acaso damos por hecho que la vida es algo normal, pero la vida es excepcional y, a veces, hay que morir para saber que la vida es vida. En el fondo, Sierra reflexiona sobre la abrumadora soledad que nos ofrece el universo y en su recorrido bien podríamos referirnos a una cita, que da miedo, de Arthur Clarke: “Puede que estemos solos en el universo y puede que no, y ambas opciones son igual de aterradoras”.

  ¿Se encuentra la humanidad en un cosmos solo para ella, que tiende a la infinitud? Las enormes distancias entre los cuerpos celestes harían muy difícil, por no decir imposible, comunicarse con otras posibles inteligencias avanzadas del universo si las hubiere. En todo caso, si fuésemos los únicos habitantes del universo nos debiera hacer sentir que cargamos con una tremenda responsabilidad sobre nuestros hombros. Si nos autodestruimos, si impedimos que la vida continúe en la Tierra, sería una tragedia. Significaría que el universo se queda sin su propia conciencia que le permita mirarse a sí mismo. Recuerden a Borges: “Era el único habitante del planeta… y llamaron a su puerta”. Al fin y al cabo, el espectáculo de los estímulos que vuelan en todas direcciones está concentrado en sus textos literarios y en sus trabajos para la pantalla. El más eficaz de los síndromes de necesidad es tener siempre a mano algo que sirva para vernos de lejos. O de cerca. O del otro lado del espejo.

  Y Javier Sierra es de los que saben qué luce al otro lado. Un autor que se manifiesta y evidencia como vehículo propicio para versar lo que se esconde delante y detrás. Un autor disponible, que nos apuntala e ilumina como voces que no envejecen. Un autor difuso entre personajes vivos y animados. Un autor que se ama en la dialéctica de conocerse y dejar de hacerlo. Un autor en la ambivalencia de entenderse y no entenderse, en la holgura entre la comunicación y la incomunicación, a la manera en que los latidos del corazón se expresan en su saludable vaivén del sí y el no. Un autor, en fin, que arde hallazgos y puntos suspensivos. Y se rebela contra este precipitado, pero necesario, punto final.

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