Donde la piel no llega: Un grito que pasa disfrazado de luces


Por Jesús Soria Caro.

    Este poemario de José Ramón Ayllón, reeditado por Los libros de gato negro, muestra una voz poderosa, que bucea en lo profundo del amor, del dolor, en los paisajes de su intensidad.

     La voz poética adquiere el camino de la palabra que queda fuera de los tópicos habituales del lenguaje cuando este es usado para hablar de motivos amatorios. Así se cumple el objetivo de la lengua poética, que debe ser capaz de hallar otros itinerarios más libres que los de la lógica habitual.

    En “Telémaco” nos encontramos ante un lenguaje evocador de la estela que ha dejado el amor del día anterior, sus imágenes son potentes; los símbolos son alegorías, metáforas encadenadas, que constituyen un microrrelato simbólico, el pájaro, que sonríe antes de alzar su primer vuelo, nos invita a recorrer el interior donde anida un mundo, la primera luz de una mirada renacida. Es excelente el tono lírico de biografía espiritual atormentada, similar a la grandeza de la voz abismática de Luis Cernuda.  Es genial cómo la metáfora se hace alegoría, relato fabulístico-simbólico de lo vivido, paisaje del interior en el que se mueve la vida. Es el relato de un ave que vive por primera vez, antes de volar, en su interior el fuego de la vida: el amor:

Primavera. Las sábanas respiran todavía

el abrazo indecible de dos cuerpos fundidos

y mi pecho florece una mañana

donde se aloja un mundo y un pájaro pequeño

que no empezó a volar y que, curioso,

sonríe estremecido el brote de sus alas. (Ayllón, 2020: 22).

     “Donde la piel no llega”, el texto de título homónimo al poemario, aborda la violencia de un amor llevado a los abismos de la verdad, lejos de las cordilleras de la apariencia, de los senderos del dolor y sus conflictos:

Ahora vete…

si solo buscas la fácil humedad

del cuerpo solo, del humo y la palabra;

si solo esperas la luz de la mentira

que a la luz se hace sombra y se evapora;

si abrazas solo un sinsabor de olvido;

si es un acuario acaso lo que buscas

donde alojar los peces que, esclavo tú, esclavizas,

vete ahora -te digo- y no me nombres,

porque no he sido yo ni tan siquiera

el que ha creído ver al borde de tu boca.

Más si es consumación, cuchillo y hueso;

si es sangre insobornable lo que anhela

el sueño más profundo de tu noche,

quédate y no te vayas…

Bésame sin reposo, en carne viva. (Ayllón, 2020: 20).

     Recuerdan, como ya anunciábamos, muchos de los versos la intensidad lumínica de Cernuda. Hay algo del “grito que pasa disfrazado de luces”, del conocimiento subliminal de las sombras de la ruptura, de la soledad que surge “donde habita el olvido”:

Yo sé lo que es un cuerpo vencido tras la lucha

-rota la espada roja-,

desangrados los miembros, tendidos por las sábanas

abandonadamente sobre un turbio

silencio de desierto infinito y de reptiles.

Al lado, la otra carne

-dulce fruta de agosto condenada

a no ser agua solo en otra boca-

en orfandad simétrica se duerme

persiguiendo el amor, la senda rubia

de un sol incandescente, capaz de calcinar

la espina del deseo. (Ayllón, 2020: 25).

     A diferencia del yo y el tú enfrentados de Bécquer, poeta admirado por Cernuda y por la Generación del 27, siendo el autor nombrado un referente de biografía espiritual atormentada, pero rozada en este caso esta por la luz del amor y la pasión por la vida. Hermosas imágenes son las que contiene el poema de Ayllón, procedentes de una raíz becqueriana, partiendo de dos elementos que se contraponen para unirse, no como en el caso de Bécquer que implicaban la metáfora de la ruptura o la confrontación entre el yo y el tú de la amada, aquí cada opuesto del tú saca al yo de sus sombras, es la luz que le dirige al retorno a lo vital, no hay escisión entre los amados, sino suma contrapuesta, unión:

Somos uno más uno, que no dos.

Porque si eres tú luz, soy yo la sombra

que persigue los faros de tu danza,

mas soy luz si la sombra te entumece

y anida en el brasero de tus huesos.

 

Somos uno más uno, que no dos.

Porque eres tú sonrisa que atesora

y enjuga los pañuelos de mi llanto,

mas soy consuelo yo cuando las lágrimas

desbordan las tristezas de tus ojos.

 

Somos uno más uno, que no dos.

Porque si me derrota la fiebre del cansancio,

eres viento ligero que me arrastra

hasta nubes de formas singulares

pero soy viento yo si necesitas

que desembarre el yugo de tus pies encallados.

 

Somos uno más uno, que no dos.

Porque eres ola cuando yo soy desierto

y eres desierto cuando mis aguas buscan

fertilizar la arena de todas las derrotas. (Ayllón, 2020: 74).

 

     “Plegaría” es la religión del amor, reminiscencia del amor cortés, es el amado quien alimenta la mística del retorno a la voz:

Enciéndeme la luz de la mirada

.si mis ojos se ciegan o se pierden

y no encuentran sendero u horizonte

que brindar al sosiego de tus ojos,

cuando la noche ruja poderosa

gruta de oscuridad impenetrable (Ayllón, 2020: 68).

     Al igual que en Cernuda se buscan las nubes, el origen, la semilla, el amor más allá de la imagen, la materia, la fusión con el origen del amado. Un lenguaje, poderoso, interior, que viaja al alma del amor. En “Beso de nada y de nadie” se alcanza el desnudo de la materia, sonido, olor, la sinestesia de lo absoluto:

Desabrocho tu piel. Beso la sangre

que enamorada abona los cimientos

de las torres de luz que habitas.

 

Desabrocho tu sangre. La desnudo.

Beso el perfume a amor que se derrama

y me lleno la boca y los pulmones

hasta sentirme en mí, como se siente

el dolor de la risa o un latido. (Ayllón, 2020: 38).

     La voz poética abraza la piel de lo interno, lo oculto, la raíz del dolor donde florece la belleza trágica de lo amado. Es una voz poderosa, que viaja a las entrañas del silencio, donde anida la palabra que no puede nacer porque el lenguaje lógico la limita, pero que llega a ser caricia de lo imposible, una nueva voz que da forma libre a la fuerza del amor en lo introspectivo.

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