Escaparate 


Autora: Liberata

    Hace años que comencé a observarlo, a comentarlo, a interiorizarlo; a, de algún modo, preocuparme por ello. Y hoy, en este todavía caluroso día de septiembre del 2019, la evidencia es abrumadora.

    Buena parte de la población occidental padece sobrepeso, incluso, se encamina hacia la obesidad. Yo diría que se nota más entre  el género femenino, pero no estoy segura. Sí entre gente bastante joven de actitud muy resuelta, nada acomplejada. Desde luego, no tiene por qué, ya que la inercia de la propia sociedad favorece las circunstancias para ello. “¡Qué novedad!”- pensaría algún psicólogo si me leyera- esto es olvidado por sabido”. Así pues, salvo alguna herencia genética o la existencia de una patología no diagnosticada, la causa de ese aumento de peso generalizado suele ser la frustración. A la que se llega a través del hábito adquirido de ingerir alimentos tan gratificantes para el paladar como perjudiciales para la salud, cuya misión consiste en liberar al ánimo de una ingrata sensación de fracaso. Que a su vez  suele  asociarse a  la práctica del  sedentarismo, debido tanto a la necesidad de permanecer mucho tiempo inmóvil ante el elemento de trabajo, como a otro hábito tan perjudicial como el mencionado anteriormente: el de consumir los denigrantes programas televisivos con los  que algunas cadenas nos obsequian bajo el pretexto de distraer, que no el propósito de instruir. Es obvio que ambos consumos se complementan.

       Por cierto, ¿quién soy yo para meterme dónde no me llaman y suscitar la atención sobre tema tan sensible? Nadie. Absolutamente nadie. Que cada cual se mire en el espejo y, si se siente a gusto con su imagen y su modo de vida, adelante. Sin embargo, sí  creo poder permitirme hacer un par de consideraciones basadas tan sólo en el sentido común.  La citada en primer lugar está destinada a advertir que podemos pasar de la estética, pero no del peligro existente para la propia salud y que el relajo mantenido durante una buena etapa de la vida -sobre todo, en la época del desarrollo- acaba pasando factura a ésta. En cuanto a la segunda, sé de buena tinta que la voluntad -esa cualidad personal a menudo demasiado discreta- puede ser una magnífica compañera de viaje; sobre todo, si se decide ponerla al servicio de los buenos propósitos, siempre aunando a la  pasión el pragmatismo.

        Para ocuparnos del físico, ahí están los caminos que invitan a ser recorridos a buen paso a la hora que nos sea posible hacerlo. Los alimentos vegetales siguen cultivándose en los lugares de siempre, cuanto más próxima y esmeradamente, mejor. Las proteínas, en general son suficientes en cantidades menores de las que acostumbramos a ingerir. Los hidratos de carbono, también. Y existen otras muchas  indicaciones que en realidad todos conocemos. Por su parte,  el  ánimo  siempre guardará  un objeto de entusiasmo que sirva de motor para tomar el sendero metafórico apropiado. Y es cierto que el entusiasmo y la constancia fusionados suelen obtener magníficos resultados.

      No digo que se emprendan exhaustivas tareas en busca de halagüeñas loas o mediatos y fáciles beneficios. Lo que nunca hay que perder, precisamente, es la templanza. De lo que se trata, es de creer en sí mismo y considerar todas las oportunidades de desarrollo personal a la vista. Ahí será donde se inicie el recorrido -por supuesto, no exento de dificultades- durante el cual se irán descubriendo los estímulos necesarios para llegar hasta donde sea posible hacerlo en tanto se disfrute de la ruta elegida. Y el tránsito de la misma no tendrá nada que ver con la ingestión de alimentos calóricos en exceso, ni con el sedentario consumo de la insultante oferta catódica -me refiero a los programas de mayor audiencia y menor nivel de discurso-  sino con una perspectiva más cabal, elevada y gratificante de lo que debiera ser la humana existencia.

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