Diálogos y Monólogos (Breves)


Por Liberata

DIÁLOGOS

En el supermercado. Antiguas compañeras de trabajo.

-¡Pero cuánto tiempo hacía que no nos veíamos!

-La climatología, hija, que nos deja en casa junto al radiador. Parece que no, pero la vida cambia. Los -y las- que ya no estamos en edad laboral, nos levantamos más tarde. En mi patio, las persianas se alzan después de las nueve. Y es que casi todos -y todas- somos mayores. En este sector hay mucha ancianidad.

-Y tanto. Mucho bastón y mucho carrito de compra de los que sirven de apoyo.

-Tú estás muy bien. De todos modos, eres más  joven que yo. 

-¡Bah!, todo fachada; los años pesan. Y los nietos me dan bastante quehacer. Esto de que vivan a dos calles de casa, se las trae. Menos mal que el chico está fuera. Que si no, entre su hermana y él, me mataban.

-¿Te ayuda tu marido?

Sí: ¡a caer!

-¡Cómo son!

-Si tenemos la culpa nosotras. Bueno y antes, sus madres. Hoy día, las cosas son diferentes. Luego iba a haber ido éste paseando a sus hijos por ahí. Y ahora se ven cantidad de jóvenes paseando el carrito o llevando a las criaturas de la mano.

-A ver. Si los dos aportan al presupuesto familiar, es justo que se repartan las tareas domésticas.

-Por supuesto. Lo malo es cuando se reparten el paro y las calamidades.

-¡Tanta calamidad como debe haber! No hay más que ver esos infelices que se aposentan a pedir en las calles. Que eso debía estar ya superado. Es una vergüenza. Tanto, como las subidas de nuestras pensiones. Apenas tres euros, en mi caso. Es ofensivo.

-¡Toma, y en el mío! Y la de Marcos, como autónomo,  es una miseria, pero no para aplicarnos los impuestos.

– Estos hijos de perra nos humillan descaradamente, pese a que ya nadie ignora que ellos se lo han llevado crudo, como dicen los jóvenes. De veras que no me explico cómo no se arma una gorda. Tanto ignorar y tanto resistir, hemos debido sufrir una mutación: ahora que nos vamos enterando  de lo que pasa, somos animales de sangre fría. O, lo que es peor: el veneno nos lo trasmitimos entre nosotros, los cuitados.

-Bueno, algunos  ya han comenzado a padecer. Pero los de las esferas más altas, ahí siguen. Si Dios existiera, no permitiría tanta injusticia. ¡Cómo nos engañaron con lo del valle de lágrimas! Hoy, ya nadie cree en nada

-Aunque el clero siga ahí, terne que terne, yo diría que co-gobernando en la sombra.  Habría que educar en la ética y no en una moral ficticia.

-Pues, sí. Oye, voy a seguir, que todavía me queda. Me alegro de haberte encontrado tan bien.

-Lo mismo digo. Saludos.

-Cuídate.

“Yo, como no tengo a quien saludar, ni a quien llevar a la escuela concertada…”

 

 

En el restaurante. Compañeros de profesión. Ocasionales socios.

El hombre que parecía esperar a alguien sentado en una mesa dispuesta para dos, vigilando el móvil que reposaba sobre la misma, pereció decidirse a hacer una llamada.

-Estoy aquí -fue la inmediata respuesta-. En este momento, abriendo la puerta.

Un momento después, se saludaban afablemente.

-Perdona el retraso, pero he tenido que cerrar un trato de escasa importancia en el último momento- se excusaría en tanto se instalaba-. No contaba con ser tu invitado. Supongo que existe algún motivo para ello,  y espero que sea bueno.

-Pues depende de cómo te lo tomes. Me ha salido algo interesante en Reus.

-¿Cómo que te ha salido? Pero si tenemos lo del pasaje, que es una bicoca, en los tiempos que corren.

-He hablado con Armentia. Él puede ayudarte

-Seguro. Ese no deja escapar

Se acercó una camarera y les dejó la carta.

-La especialidad de la casa es el solomillo de ternera braseado.

-Lo sé. Estuve hace un par de meses. Se come bien. Deduzco que el negocio que vas a emprender merece la pena. Claro, tantos catalanes abandonando la patria chica, al final, la disponibilidad se resiente.

-Calla, calla, que están como cabras.

La diligente camarera, que debía observar los gentos y hasta leer los labios de la clientela, regresó y formalizaron las peticiones.

-No sé por qué, me parece que me estás ocultando algo. Porque en los últimos tiempos no has mencionado lo de marcharte a trabajar fuera ni una puñetera vez. Y menos, a Reus.  Pero ¿se trata de algo duradero?

-No lo sé. Ya sabes cómo es esto. Igual te despachas en un par de meses, que se encadenan los proyectos

-¿Movilizas a la familia?

-Por el momento, no. Más adelante, ya veremos. Vendré los fines de semana. Y, cuando a los

chicos se lo permitan  los estudios, irán todos  allí.

-¿Y tu padre?  Te va a echar mucho de menos.

-Tendrán que ocuparse algo más mis hermanos. Los tengo mal acostumbrados por eso de ser el mayor.

Saborearon la carne.

-Y el vino, como dicen ahora, marida a la perfección.

-Me alegro de que te agrade la comida.

-Suéltalo.

-¿Qué suelte qué?

-Pero, ¿me crees idiota? Ahora,  ya sé que el problema es personal. Lo que no intuyo, es por dónde vienen los tiros.

-La dichosa familia.

-¿Tu matrimonio?

-No, por ahora. El motivo, ni te lo imaginas. ¡Mi padre!

-¿Qué pasa con tu padre?

-Que le ha dado por conquistar a la mujer que lo cuida.

¿Esa de la que alguna vez me has hablado tan bien?

-Sí.

-Es extranjera.

-Sí.

-Y guapetona.

-Es una belleza. Además de discreta,  trabajadora y cabal. Porque, si se tratara de otra, nos podía haber sacado las entretelas.

-¿Ella se te ha quejado?

-Quiere despedirse y él ha amenazado con suicidarse.

-¡Caray!, el asunto es serio.

-Demasiado.

-Y ¿por qué se te ocurre quitarte de en medio, cuando la cooperación de todos será poca para hallar la solución?

-Porque soy parte doblemente interesada.

-Espera, quieres decir… Tú te has en…

-Por favor, no  recurras  a esa palabra tan grosera. Porque no es así. Entre nosotros no ha

habido nada. ¿Oyes? Nada en absoluto. Pero  no puedo seguir interviniendo. El trabajo fuera, ha sido el pretexto de cara a la familia. No puedo seguir siendo el que disponga lo que se hace y lo que no al respecto. Me voy. Huyo. Me siento incapaz de hacer otra cosa. Y espero que mi decisión sea la acertada.

-Coño, Gerardo, no me esperaba esto.

-No te chotees y guárdame el secreto. Que bastante me ha costado tener que compartirlo. Pero nosotros dos siempre hemos trabajado bien, y eso quería que quedara claro.

-Sí, hombre, sí; puedes estar tranquilo. Supongo que el tiempo y la distancia harán lo que deben. Y que volverás curado. 

La conversación derivaría hacia  temas profesionales que interesaban a ambos. Iban por el café cuando un ingenioso comentario del invitado arrancó a su colega la primera sonrisa.

 

MONÓLOGOS

En la antesala de unas urgencias médicas de un antiguo y céntrico hospital urbano.

“La jefa ha tenido razón al mandarme aquí -se diría la joven de pálido semblante -. Queda cerca de la oficina y no hay tanta gente como suele haber, según creo, en el Hospital Universitario,  Este es el antiguo de los pobres, absorbido por la Seguridad Social. Bueno, si no hay casi nadie, supongo que por ser casi la hora de comer. Sólo de pensar en la comida, me vuelven las náuseas. Y este dolor tan intenso del abdomen  hacia abajo, hacia atrás… A ver, así, con las piernas un poco estiradas, estoy un poco mejor… Esto tiene que ser de digestivo. Pero el caso es que no he comido nada fuera de la rutina. Claro que como ahora parece que casi todo está medio envenenado… ¿Qué va a ser esto? La carne, presenta algunos inconvenientes y, de cuando en cuando, trasciende a los medios que se sanciona a ganaderos y veterinarios. Del pescado, se dice que no sabemos de la misa la media.  Los vegetales, tampoco se salvan, de no ser los ecológicos, que no sé si todavía hay para abastecer a todos. ¡Qué vida ésta! Siempre pensando que nos exprimen por un lado y que nos timan, o tratan de hacerlo en nuestra faceta de consumidores… Y, para más inri, de buenas a primeras, una se lleva un susto como éste, que no es moco de pavo. Porque tras los efectos, está la posible causa. ¡Ay!,  si no hubiera hecho caso a la ilusa de  Merche, que presume de tener a un futuro ingeniero loquito por sus huesos…Y eso tal vez sea cierto. El chico está muy bien y parece muy atento con ella. Sin embargo, su compañero… Demostró ser de los de aquí te pillo, aquí te mato.  Porque el pasado sábado de carnaval cenamos los cuatro, bebimos, bailamos y acabamos en el piso de los muchachos, compartiendo también las camas de ambos. Merche me preguntó si tenía preservativo y cuando le respondí, me pasó uno discretamente. Está claro que soy idiota. Porque ese Ernesto en el que advertí esa actitud tan frecuente de conquistador ordinario y jactancioso, no me atraía demasiado… Supongo que había bebido demasiado como para tomar decisiones que exigieran el menor esfuerzo. Así que, mientras él iba mostrando su entusiasmo, le puse el preservativo delante de los ojos. Lo tomó sin decir nada. Y aquello se consumó, según él, “gloriosamente”.  Corrí a la ducha. Y entonces, mi falta de práctica hizo que me asustara. ¡Dios!, ¿no habrá habido algún percance? Por un momento, pensé preguntárselo, pero luego me dije que si hubiera sido así y yo no me hubiera percatado, él me lo habría advertido. Nada, que soy tonta de remate. Bueno, ya he pasado por recepción hace un poco y no parece haber más que ese hombre tan ensimismado, que, si no me equivoco, está detrás   de mí. Dentro, debe estar todavía un muchacho que vino sangrando por la nariz y lo pasaron directamente. Si ha salido, no me he dado cuenta. Quizá lo hayan ingresado. No sé. Me sigue doliendo. Me toca la regla hoy, mañana o pasado. ¿Y si estuviera embarazada? No quiero ni pensarlo. Estoy tomando la píldora, pero algún caso se debe dar. Otra vez siento náuseas. Pero ¿qué voy a devolver, si he echado hasta la primera papilla? Sólo me apetece meterme en mi cama y olvidarme de todo… Espero que no tenga que ingresar… Este hombre, que podría ser mi padre, tampoco parece estar pasándolo muy bien. Claro, si lo estuviera haciendo, no estaría aquí. Ahora que recuerdo, he orinado en un frasco. Así que, por lo menos, saldré de dudas. Porque la prueba de embarazo seguro que la hacen. De cualquier modo, me quitarán este dolor. Me pondrán un calmante. Que sea pronto. Aquí llega otro parroquiano. Este podría ser mi abuelo. Por lo menos, viene acompañado y no parece sufrir demasiado. Hay que vivir la vida mientras se puede, que después viene la senectud. ¡Qué deprimente! Mis abuelos  no me lo parecen tanto. Están bien cuidados y en su sano juicio. De todos modos… ¡Ay, que sobresalto me ha producido oír mi nombre por el altavoz! Aunque es la segunda vez. Ahora es cuando se va a despejar la incógnita. Estoy temblando. Creo que ha dicho consulta uno. Está vacía. Alguien aparecerá en cualquier momento. ¿Me siento? Ya está aquí. Es un médico de mediana edad, con sobrada experiencia, supongo. Y serio. Ahora viene cuando la mataron. Está mirando los resultados. Y, por su indicación de que me siente en la camilla, me va a explorar la zona lumbar. ¿Qué si me duele? ¡No sabe cuánto! Que me tienda en la camilla. Tiene las manos heladas. ¡Uf! Todo mi cuerpo es un dolor. Ya está. Bueno, parece que me dedica una mirada tranquilizadora, mientras me larga una receta. Por lo visto, en la orina había… ¡arenillas! Podría tener algún cálculo. Así que debo pasar por mi médico de cabecera, a que me dé la baja si mañana no he mejorado sensiblemente tomando el medicamento, guardando reposo y alimentándome con una dieta blanda. Le doy las gracias y sonríe al decirme que no se merecen. Lo encuentro hasta guapo. Recojo mis pertenencias, procurando que no se me quede nada por ahí. Y salgo poniéndome el abrigo todavía, en busca de una farmacia. Lo que me aquejaba hace un instante, era parte de dolor y parte de un susto de muerte. De esto último, ya estoy curada”.

 

En la misma antesala.

 “La joven no debe tener nada importante, dado el brío recobrado. Porque durante un rato me ha parecido que sufría algún dolor agudo… De todos modos,  la juventud, es la juventud. Claro que  la madurez  podía ser una magnífica etapa del camino a recorrer,  si reinara la armonía en  el orbe  y sus habitantes no recibiéramos estos golpes tan desestabilizadores. Creo que me van a llamar en breve. En efecto.  Supongo  que  se  dan un respiro y dejan que la consulta uno se ventile.  Que la angustia dejada por el paciente anterior se desvanezca. Y ahora, ¿qué? ¿Qué le digo yo a este profesional que tal vez está deseando marcharse a comer? Porque la hora es de lo más inoportuna, aunque, como servicio de urgencias, se relevarán cuando sea preciso. El mundo es una noria. Le diré que me duele el estómago, que apenas  duermo, que me parece vivir en la penumbra… y que llevo ocho meses fuera de la empresa en la que llevaba trabajando más de veinte años. Me callaré lo de que a mi mujer parece importarle un pimiento mi situación, porque no viene al caso. Aquí no hay psiquiatría ni psicología. Eso que debería haber incluso en los ambulatorios. Creo que el tío me ha diagnosticado con solo mirarme de frente. Pero me hace algunas preguntas mientras me palpa el vientre.  Nada. No encuentra nada. Me receta unas pastillas. Me indica cómo tomarlas y me asegura que reducirán mi nivel de ansiedad. Ésta es una mascarada más de las que la vida nos obliga a participar. Cuando salgo a la calle, el viento helado me corta la cara. Además, siento el estómago vacío. Comienzo a caminar sin saber hacia dónde. Ya sé: hacia donde divise la cruz de una farmacia abierta. Cogeré las pastillas. Y regresaré a casa. Porque fuera, hace demasiado frío. Y la penumbra se acentúa en seguida. Esperemos que la primavera nos sea propicia”.

Artículos relacionados :