Crónicas delicuescentes: El regreso

Por Hildebrindo

             Cuando regresas al lugar dónde naciste, después de más de cincuenta años de ausencia, no extrañas el aroma, ni el color del cielo, ni la flora autóctona, ni siquiera los ruidos y sonidos, ni el viento  del Moncayo que llevas incrustado en cada poro de tu cuerpo.    El vacío, el horror que te asalta es  encontrar el vasto espacio retenido por tu retina  ocupado por algo desconocido,  evolucionado, hacia delante, supongo, en una sucesión de sobresaltos compuestos, por barrios, calles, transeúntes que entre todos han vuelto del  revés la ciudad dónde tu te moviste tan a gusto. Las decorativas estatuas memorialistas se han mudado de sitio, las fuentes desaparecidas unas o, en el mejor de los casos, sustituidas por otras con menos chorros y escasos surtidores luminosos;  las plazas, de circulares  han derivado no ya a elipses, sino transformado en corredores denominados sendas, de un gusto que ni siquiera pueden incluirse en la vanguardia o la actualidad, sino en el “Como no sabíamos que hacer…nos ha salido esto” Y las calles, limpias de sus nombres pretéritos, los han sustituido por otros que será imprescindible aprender, y saber a quién se refieren, para no perderte, no ya en el dédalo dublinés de Joyce, sino en las  otrora calles recorridas, saludo tras saludo, por los sencillos ciudadanos de caras alegres y tristes, que de todo había, no vayan a confundir… Cierto que el ingenio te lleva en tranvía del Mago de Oz  a  Clara Campoamor,  Emeline de Pankhurstn y nos acerca a León Felipe, Neruda, Paco Martínez Soria y Rosalía de Castro o María Montessori y Margarita Xirgu,  entre otros nombres señeros conocidos por los pasajeros del urbano AVE ,  ¿o no?. Calles, supongo, para uso de las nuevas generaciones, que imagino cambiaran esos nombres, llegado el momento de su vida, por otros asequibles a todos los ciudadanos. Paréceme que  estoy  deviniendo en un sociólogo urbanita anticuado, y así, antes de dejar el tema, compruebo que  pusieron fin al pico y la pala del derribo de importantes y venerables edificios, cual, como mínimo ejemplo, la iglesia románica de San Juan y San Pedro, y todavía se han recuperado algunas de las muchas casas-palacio del casco antiguo, con pátina de siglos, que sobrevivían en el olvido milagrosamente, dentro del laberinto estratégico y céntrico núcleo de la ciudad.

             El regreso, más que un ataque de nostalgia, es una desilusión de saber escondidas y arrinconadas, a la sombra de sus cuartos de estar, las gentes que eran alegría y orgullo de la cultura, la sociedad y el esplendor lúdico de la vida zaragozana. ¿Do son los amigos entrañables? ¿Do los torneos musicales de guitarra, la donosura, y la semántica que usaban acertada, sin tacha ni agresión? Si por ley natural se fueron muchos de los mejores, por fuerza tienen que respirar los no-muertos. Y estos tienen que salir, antes que otros borren los pasos que dieron allanando el camino para los que llegaran, o  sellen el sentido que encerraban sus voces airadas positivamente, desfiguren los gestos graciosos, y sin embargo épicos, que daban a sus formas de vivir. Provocaban a los que merecían escandalizarse, siendo los rolingstonins aragoneses de los 50, transgresores en años que corrían malos tiempos, convirtiéndose en blanco, siendo grupo tan reducido, de maledicientes habladurías y, sobre todo, foco creador de envidias…No quiero admitir que todos ellos se hayan  vuelto mudos ni sordos, mucho  menos   invisibles. Quizás esté opinando demasiado pronto. Llegué no hace el año aún, y espero que los veré aparecer cualquier día en cualquier esquina, principalmente a las valerosas mujeres, de inteligencia, belleza y encanto irrepetibles.

             Inherente al volver después de más de cincuenta años, descubres también que la seguridad y el aplomo con el que afirmabas conocer la idiosincrasia de  tus congéneres, como que   eran nobles entre ellos, abiertos al vecino y acogedores con los visitantes, de eficaz ayuda para los que venían a  quedarse para estudiar o trabajar, descubres que eso no era más que una entelequia formada de boca en boca, y  ahora vives su inconsistencia en tus carnes, simplemente acercándote a la barra de un bar, en el pétreo semblante de los camareros y en las espaldas vueltas de los que tienes al lado. Nobleza baturra era una película, y la experiencia reciente es descubrir la ciudad tan magníficamente barrida por el viento.

             Por lo demás, la praxis de un regreso, sólo es un cúmulo de las experiencias aprehendidas, en colisión con el lagar sarmentoso del pasado, que ya no tiene remedio, en el vano intento por recuperarlo.

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