Colchón de púas: Entrevista con Adolfo Bioy Casares

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Por Javier Barreiro

       Conocí personalmente al escritor en la Librería Casares, un pequeño establecimiento bonaerense. El propietario y el narrador compartían apellido pero no tenían lazos familiares. No obstante, aquél lo admiraba profundamente y solía tener sus libros en exposición.

     Como pequeña conmemoración a la entrada nº 100 de esta página, rescato una entrevista a uno de mis dos o tres grandes maestros literarios.

    Conocí personalmente al escritor en la Librería Casares, un pequeño establecimiento bonaerense. El propietario y el narrador compartían apellido pero no tenían lazos familiares. No obstante, aquél lo admiraba profundamente y solía tener sus libros en exposición. Una mañana, Bioy apareció por allí y yo, que sentía por su obra la misma devoción que el librero, no pude sustraerme a la convencional petición de entrevista, previo aviso de que no era por ningún encargo sino para disfrutar de su persona. Me citó a la mañana siguiente en su casa de la calle Posadas, por la que ya Silvina Ocampo, deambulaba como una sombra espectral. Aunque todavía no había llegado el boom que su obra conseguiría pocos años después, Bioy intuía que no le quedaba demasiado tiempo de vida para escribir. Pese a ello, me dedicó cerca de tres horas. Una parte de esa conversación se publicó en Diario 16, el 8 de octubre de 1988 y es la que aquí reproduzco, con las entradillas que le colocó el diario. Las fotos son tan malas porque iba solo y se las tuve que hacer yo.

       El escritor argentino Adolfo Bioy Casares acaba de publicar en México su último libro, La invención y la trama (Fondo de Cultura Económica). Una antología de sus textos con añadidos y revisiones respecto a ediciones anteriores. Permanentemente ajeno a la actividad pública y reacio a cualquier tipo de declaraciones, el autor de La invención de Morel manifiesta su desdén para la gloria literaria en vida.

Usted se debe divertir mucho escribiendo.

□ Sí, sí es cierto. Pero justamente hoy estaba pensando que esto se puede convertir en un gran peligro si el placer se produce tanto cuando uno escribe bien como cuando escribe mal.

Y ¿qué procedimiento tiene el escritor para advertirlo?

□ Vivir unos cuantos años, escribir mucho, leer mucho. No creo que se pueda dar otro consejo. Yo escribí mal desde el año veintisiete, en que empecé, hasta el treinta y siete o treinta y ocho. Borges me decía – no sé si por error o por indulgencia- que yo escribía mal porque escribía rápidamente. No, no escribía rápidamente. No tenía criterio para escribir bien. Además pensaba en mí y no pensaba en mi libro.

Usted suele escribir libros cortos. ¿Le salen así o se trata de una resolución previa?

□ Me salen así. No veamos mérito donde no lo hay. Me salen breves y, a medida que los corrijo, se abrevian. Sin embargo, un exceso de concentración puede ser peligroso. A mí me ha preocupado siempre que corra el aire, que no sienta el lector la excesiva tensión que puede tener lo muy lacónico. Yo trato de hacer un discurso fluido.

Se ha dicho que el escritor satírico, como usted, es, a menudo, un desengañado, un inmovilista.

□ Un desengañado puede ser. Creo que soy un pesimista animoso a quien le gusta la vida. Pienso que nos parecemos a los pasajeros de la montaña rusa que, cuando van cuesta abajo, gritan y ríen. Así vamos nosotros, salvo que ellos después pisan tierra firme y se van a su casa, y nosotros terminamos siempre estrellados. Más o menos parece que ésa es la vida. Nacer es suicidarse, ¿no?

¿Usted ha pensado alguna vez en esa posibilidad del suicidio?

□ Sí, desde luego. He reflexionado abundantemente sobre el tema e, incluso, cuando era muy joven pensaba en suicidarme porque me parecía que vestía, que era elegante. Además, en mi familia hay casos. Tres tíos, Enrique, Antonio y Javier Bioy se suicidaron. En mi casa se vivió el tema. A una cuadra de acá, en el jardín de la Recoleta, hay una gruta adonde solían ir los suicidas. Ahí le encontraron al tío Antonio. Es una pequeña gruta artificial que, por el día, visitaban los enamorados y, por la noche, los suicidas. Es una especie de quiosco, un paisaje romántico del siglo pasado. Ahí cerca, tuve mis primeros, mejor dicho, mis segundos amores. Yo tenía trece años y una vecina de quince me llamó desde detrás de un árbol. Fueron mis primeros amores más o menos serios. Después huyó de mi vida en un automóvil.


Psicoanálisis

¿Su obra puede estar influida por el psicoanálisis?

□ Mi obra puede tener bastante que ver con el psicoanálisis porque yo tuve una amante durante diez años que se psicoanalizaba, era una sacerdotisa del psicoanálisis, pero yo vivía luchando contra ella. No creo ni que el comprender sirva para evitar los males ni que sirva como terapéutica.

¿Cómo acuerda la necesidad de ser querido por todos con la de defenderse?

□ No busco el camino para eso. Lo encuentro. Tengo bastante facilidad para interesarme por la gente y establecer buena relación con las personas. A pesar de ser un desesperanzado, de no creer en el buen salvaje. Creo que los seres humanos somos bastante terribles espontáneamente. Los niños que me rodean, mis nietos, me parecen unos canallas. No tienen sentimientos, son delatores, son calumniadores, son mentirosos, son lo peor que hay. Así que no me hago ilusiones sobre el género humano, pero la gente me atrae, y eso, posiblemente, hace que a uno le perdonen. En cambio, el que rechaza a la gente –como me decían hace poco de un colega mío, que después de dar la mano siempre se la lavaba- no creo que suscite afecto espontáneo. Yo me defiendo con la dureza necesaria. Trato de no ofender pero, cuando es preciso hacerlo, corto la relación, no doy explicaciones. Me alejo porque creo que las explicaciones son dolorosas y despiertan inquinas eternas. Creo que no hay nada más terrible que las explicaciones francas.

¿No cree que las relaciones sociales son cada vez más sinceras y hasta más justas, que, poco a poco, se va erradicando la crueldad?

□ Eso está claro. Yo creo en el progreso, creo que el hombre es educable, pero la enseñanza se transmite en una proporción mínima. Algo queda, no podemos saber qué. Una frase de las cien que decimos, y seguramente no la mejor, es la que va a quedar. Lo que cada generación puede enseñar a la siguiente es un mínimo, pero con ese mínimo va progresando el género humano. Estoy seguro de eso, con los consiguientes retrocesos y fluctuaciones.

■ En los últimos tiempos el costumbrismo ha sido un género más bien denostado, y en sus libros hay abundante costumbrismo…

□ Desde luego.

¿A qué atribuye que a usted no le hayan llegado parte de esos denuestos?

□ A que verán que no soy convencional, que no tengo las convenciones de los costumbristas. Yo no soy costumbrista porque me lo proponga, sino porque me gustan los barrios, me gusta ese tipo de vida, nada más que por eso, pero no hacer programas costumbristas o folklóricos.

Y ¿por qué se habla tan poco de Bioy?

□ Vaya usted a saber. Qué sé yo por qué no se habla. Hace unos días alguien me dijo: “Cómo habrás sido de desdichado en estos años en los que se te ignoraba.” Yo le dije que fueron los años más felices de mi vida. Si aprendí algo es que no había que buscar la fama ni la gloria, que por ese camino uno encontraba, más bien, desengaños y sufrimientos. Como soy educable, prescindí de esas cosas y me dediqué a escribir y fui muy feliz. Siempre tuve mujeres, jugaba al tenis y escribía muchísimo. Un día, un muchacho que trabajaba en la revista Panorama convenció al director para que pusiera en la tapa “Bioy, el gran olvidado”. Después de eso ya no lo fui, por lo menos en Buenos Aires. Tuve que hacer reportajes y comprendí por qué ciertos escritores tenían fama de ser huraños. Las entrevistas hacen perder el tiempo pero me gustan y, generalmente, hago amigos. Lo que ocurre es que, aunque invento rápidamente, me lleva tiempo escribir y quisiera terminar varios cuentos, algunas novelas, acometer unas memorias de mi vida amorosa. En fin… todo eso.

Crítica literaria: Ciencia gratuita

De Bioy se habla poco pero de Bustos se habla todavía menos.

□ Es cierto. Borges dijo: “De Bustos no hay nada escrito.”

Pero a Bustos Domecq no se le ha entendido, tal vez.

□ No…, no creo, no creo. No se le ha entendido mucho, pero tampoco uno puede pretender que lo entiendan.

Pero los críticos lo entienden todo

□ Sí, sobre todo lo que nadie entiende. Yo muchas veces pienso que la crítica es una escritura parasitaria que se interpone entre los libros y los posibles lectores, sobre todo el tipo de crítica profesoral y universitaria. Ellos encajan un libro donde ya tenían previsto encajarlo.

¿Qué le pide usted a la crítica?

□ Estimular a los lectores, dar ganas de leer un libro. Todo lo demás es un intento de hacer ciencia gratuitamente. Algo descaminado y monstruoso.

¿Qué suele leer?

□ Cuando lo hago, leo Eça de Queiroz, las cartas de Byron, Zola y poesía española… Lope de Vega, el anónimo sevillano, ese tipo de cosas. También el Horacio en España de Menéndez y Pelayo; siempre estoy releyendo. Hice una antología con Borges que dejamos inconclusa y no se publicó pero nos ha servido de libro de lectura. De poesía española, digo.

¿Y autores argentinos? Ahora recuerdo alguna mención irónica por su parte a Martínez Estrada.

□ Pero sería al personaje, que era un poco curioso. A mí me recordaba a un cochero criollo de otros tiempos que contestaba con frases crípticas y era bastante cobarde. Yo he contado que cuando cayó Francia nos reunimos unos escritores en un restaurante subterráneo, La pagoda china, que estaba en el centro de Buenos Aires, para firmar un manifiesto. Estábamos Borges, Martínez Estrada, Ulises Petit de Murat y yo. Martínez Estrada dijo: “Dense cuenta, están en guerra un triunfador, Hitler, y unos cuantos pueblos, tal vez corrompidos, que pierden todas las batallas.” Entonces Petit de Murat, que era bastante malevo, se levantó y dijo: “Para mí es así: de un lado está la gente decente y de otro, los hijos de puta.” “Ah, bueno, si es así, firmo”, dijo el otro. Y su firma apareció en el manifiesto. En ese sentido yo no tengo un gran respeto por él. Además con los débiles, ¡qué soberbio, qué cruel era! No se les orinaba encima porque no tendría gana. Pero como escritor me parece bueno.

Usted se ha jactado de haber tenido una vida erótica abundante y satisfactoria, incluso ha hablado de un proyecto de unas memorias amorosas…

□ He tenido suerte en eso y pienso que no se deben ocultar las cosas agradables que nos depara la vida. Yo he aceptado el hecho de su compañía y me han ayudado a vivir conversando y procurando evitar esa idea de que la inteligencia las retrae. Sé que de la mano de las mujeres he vivido y que mi madre me dijo un día antes de morir: “No dejes que las mujeres te devoren”.


Fuente: http://javierbarreiro.wordpress.com/2012/02/10/entrevista-con-adolfo-bioy-casares/

Más información: http://javierbarreiro.wordpress.com/javierbarreiro/

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