Feria del Libro: «Algunas lecturas dichosas (y III)»


Por
Don Quiterio

Los libros me han dado mucho más de lo que caben en ellos. El vino, ese hijo de puta, según Sancho, y raro grano del sembrador eterno, según Baudelaire, también. Los críticos sobrados suelen recordar que un autor determinado recuerda al mejor Baroja o al más atrevido de los Truman Capote, pero no a un buen “rioja” o a un buen “cariñeña”, o, por recorrido, a un chuletón de buey o a una buena merluza del Cantábrico, pescada, por supuesto, con anzuelo. La literatura y el vino hacen un buen maridaje del cielo y el infierno.

O al revés. Los libros han sido mis mejores amigos, y qué mejor que acompañados de un buen caldo negro, sorbo a sorbo.


Los libros son un elemento necesario para crear instantes privados y solitarios, historias contadas que trascienden a la memoria de los sentimientos y las sensaciones. Tocar el libro como una incógnita llena de palabras es emoción. Mis esenciales, aunque amarilleen en las estanterías, buscan, sin alborotos, un sitio donde residir. Nunca me abandonan. El libro, sí, me ha consolado por las noches de los desánimos del día. Con un libro he cubierto las decepciones de otro. Los acaricio. Los reconozco viendo su lomo, con los ojos. La mejor literatura, lo he dicho muchas veces, es la borracha, la etílica, la alcoholizada de palabras, polvo de verbo, y pensamientos.


Otra cosa es quienes, ahora, escriben la mayoría de los libros. Muchos intelectuales de prestigio han sido absorbidos y neutralizados por las mismas causas que llevan al precipicio a los corruptos: ambición, poder, dinero y fama. Conviven felizmente con el sistema político y económico que les da de comer. Tanto que, debido a este pesebrismo, han desnaturalizado su tradicional función: criticar al poder sin que se note demasiado. Yo creo que no están por la labor de ser moscas cojoneras de la democracia. Siempre llegan tarde a la cita con la realidad. No se puede ir a contracorriente de los intereses de quien te da de almorzar. Y, evidentemente, no escriben lo que no se puede escribir. Todo lo que dicen está tan bien dicho que al poder le entra por una oreja y le sale por la otra. En ‘La busca’, el de la boina y las alpargatas de abrigo relata cómo los traperos husmean en los cubos de basura. Baroja dice que la ley les perseguía porque la ley es como los perros, solo ladra al que va mal vestido.


Pero si lees solo los libros que todos los demás están leyendo, tan callando, solo pensarás lo que los demás estén pensando. Por eso, hay que salir de las normas establecidas, de las guías de los suplementos culturales, y descubrir piezas insólitas, tal vez no escritas todavía, que te impulsen a bajar al segundo subsuelo oscuro del alma. El lenguaje fracasa siempre, y, sin embargo, hay que fracasar de nuevo, fracasar mejor. Bien lo decía Beckett. Encima, nos quejamos de que la cosa va mal. Pero no vale mirarse al ombligo. La crisis económica en la que cada cual flota como puede es, sin duda, culpable de que se haya reducido alarmantemente el nivel de ventas de libros. Es verdad que la cosa no está muy boyante ni para libreros ni para autores ni para editores. Crear lectores es una urgencia a la que no parece querer atender ninguna autoridad competente, incluidos los propios escritores. Alguien, profesor en la universidad, me contaba que la lectura que tenían que hacer los estudiantes de segundo es ‘El árbol de la ciencia’. Nosotros, hace ya, ay, treinta y cinco años, lo leímos en primero de bachillerato.. Ahí está, a mi modo de ver, la verdadera tragedia. Y que Mainer me disculpe.


¿Qué piensa usted, desocupado lector, de la muerte del libro? ¿Quién defenderá la literatura en el futuro? ¿Quién se hará cargo de apreciar la belleza de una frase escrita en cualquier tipo de refugio, ya sea la columna de un periódico o un insustituible libro de poesía? ¿Cuáles son la nobles metas a las que ha de servir la lectura, la literatura en sí? ¿Por qué leer? ¿Para qué escribir? Sencillamente, por el gozo, como el goce de beber, sorbo a sorbo, poco a poco, como hila la vieja el copo, un buen vino al compás de una lectura absorbente. Un placer, una pasión y entretenimiento, un deseo de saber y, a la vez, de disfrutar, de realizarse y crecer como seres humanos que, pese a quien pese, nunca morirá.


Pero, en realidad, ¿qué lee la gente? Si contesto por contagio experimental, me sale un bolero de desamor, un canto triste, un abismo ante la nada. Me parece que quienes más tendencia a la lectura tienen son los artistas plásticos. Y quienes escriben, que deben leer para poder hacerlo. ¿Los gestores culturales, se forman, leen o lo son simplemente por la gracia de dios y el oportunismo? ¿Qué leen los críticos, los periodistas especializados, los bailarines, los músicos, los actores, las directoras de casting o los miembros de la comunidad teatral que habita en nuestra tierra? Qué dolor. Cultura ágrafa, desvencijada, volátil, desnaturalizada, portátil, hueca.


Con un atractivo cartel –sin lema, por lo de los recortes- del ilustrador Álvaro Ortiz, la feria del libro de Zaragoza, la mayor librería al aire libre, cumple este año treinta y tres, y Guillermo Fatás, catedrático de historia antigua de la universidad de esta ciudad inmortal, ha sido el encargado de leer el pregón. En la más populosa de las citas zaragozanas con el libro, ha habido propuestas para todos los gustos y para todas las edades, desde las presentaciones más singulares, con sabor a fiesta, hasta las propias del debate de ideas, la difusión del conocimiento o la puesta en común de asuntos y problemas que afectan al conjunto de lectores del libro.

Para ello, la presencia de los autores convierte la plaza Aragón en un espacio singular y privilegiado de encuentro entre el autor y sus lectores en el ritual de las firmas al que no faltan nuestros más laureados escritores, buena parte de ellos aragoneses, pero también del resto de comunidades. Y produce vértigo entrar en la cirugía de separar lo anodino de lo útil. Vean, si no: Bárbara Fernández, Javier Rovira, Javier Fernández Panadero, Jesús Sánchez Adalid, Ramón Acín, Félix Teira, Octavio Gómez Milián, Pilar Irala, Segio Vila-Sanjuán, Antonio Cabanas, Sarah Lark, Albert Espinosa, Sergio del Molino, Jordi Siracusa, José Verón, Gaspar Llamazares, Jordi Soler, Pilar Aguarón, Anais Layed, Juan Cruz, José Ovejero, Rosa Regás, Use Lahoz, Carlos Manzano, José María Merino, Fernando Aramburu, Ángel Guinda, Manuel Martínez Forega, Mara Torres, Arrate Gallego, Julián Sánchez, Begoña Oro, Reyes Calderón, José Luis Melero, Ana Muñoz, Jorge Riechmann, Francisco Grasa, Daisy Villalobos, Marifé Santiago, Carolina Otero, Remedios Zafra, Míchel Suñén, Antón Castro, Álvaro Ortiz… Pausa.

Y sin prisa pero sin pausa, ‘El pollo urbano’, fiel a su tradición, se acerca, una vez más, a este tipo de ferias de las vanidades para realizar a los ilustres visitantes la pregunta de rigor: “A ver, piense y conteste: ¿Qué libro ha leído últimamente?”…

Guillermo Fatás:

-Pues mira, compañero, anoche estuve leyendo, precisamente, vuestro “pollo urbano”, que cada número lo hacéis mejor, con artículos verdaderamente interesantes. Me alegro mucho, la verdad, por la estima que os tengo y lo cachondos que sois. Por lo demás, lo último que he leído ha sido, hace unos instantes, el pregón de esta feria libresca, que estuve preparando, por cierto, mientras leía vuestra revista, y en el que he expresado mi amor por los libros y la labor de los libreros desde la noche de los tiempos. Hay que agradecer el papel que juegan los libreros. Sirviendo al libro se sirve a la sociedad. El libro es un maestro gratificante que te hace sabio si te halla ignorante. El término librero viene del latín “librarius”, pero qué te voy a contar si tú lo escribes y lo hablas a la perfección, y hubieses sido, en un improbable viaje en el tiempo, un gran complemento de tu admirado Buñuel, que “fichó” a Carrière precisamente por esos conocimientos. Y no quiero olvidarme de profesionales históricos de esta cuna romana: Inocencia Ruiz, Víctor Bailo o Luis Boya. Y tampoco de aquellos que este 2013 están de aniversario: Joaquín Casanova, Pablo Muñío, Paco Goyanes, Julián Millán o José Fernández. ¡Viva la feria del libro!

Vicky Calavia:

-Soy muy variable en mis lecturas. Lo que siempre leo son las etiquetas de la ropa que compro para comprobar su origen. Esta camiseta tan barata que llevo está fabricada en Bangladesh. En este forro del Decathlon pone “Made in Vietnam”. Estas botas a las que le doy tanto trote llegan desde China y los vaqueros están elaborados en Turquía, donde no están prohibidas las técnicas para dar a la tela –toca, toca- este aspecto ajado tan guay y que perforan también los pulmones de los trabajadores. La mayoría de la ropa que tengo no es de marca. Busco más la funcionalidad que el diseño y no compro en boutiques de lujo. Mis camisetas con serigrafías reivindicativas se elaboran en la periferia de Dhaka. Soy consciente de que los trabajadores que me venden la ropa cobran sueldos escasos y la mayoría de ellos tienen contratos precarios. Pero una también tiene serias dificultades para llegar a fin de mes, por lo que está fuera de mi alcance comprar ropas de lino de la mejor calidad, elaboradas con materiales obtenidos sin productos químicos que dañen el medio ambiente y transportadas con energías renovables. “Cinco euros, lo pillo”, suele ser mi razonamiento habitual. Pero cuando me llaman para colaborar en las muestras de “Ecozine”, “Espiello” o “Cine y salud” entro en cantidad de contradicciones. Y es que una es pura contradiccíon. Toda gran cineasta es contradictoria. Ya lo dijo Azaña: “Todos somos hijos del mismo sol, de las mismas creencias y contradicciones”.

Manuel Vilas:

-Por seguir la huella de la moda, he leído ‘Las 50 sombras de Grey’, pero me doy cuenta que estoy más cerca de Moccia que de las sombras mal escritas que, además, no excitan nada. Para eso, ya tenemos mi libro o las socorridas películas porno, que a los primeros minutos de metraje te invitan a la masturbación. Sé de lo que te hablo, que tengo las paredes del salón totalmente estucadas.

Cristina Grande:

-Me he empapado últimamente de prensa rosa, para un ensayo que me han pedido, y, la verdad, los periodistas que la escriben me parecen cómplices de una gran patraña cuyos fines no son en absoluto sentimentales, sino descaradamente comerciales, con una prosa frívola y superficial, recargada de frases hechas, ensambladas en textos manidos que tendrían que ser considerados la obvia demostración de que hay una prosa que más que para la lectura parece indicada para su fácil conversión en albóndigas o en flemas de menta para ser disparadas como goma arábiga en la escupidera. ¡Ya me puedo espabilar para no contagiarme de semejante sinsentido!

Manuel Pérez Lizano:

-A mí me van las memorias, sobre todo las de los pintores y artistas plásticos en general. Ahora bien, no entiendo las memorias que proliferan actualmente de gente de veinte o treinta años, en un momento de sus vidas en el que ni siquiera han tenido tiempo de que les ocurra la mitad de las cosas que les sucedieron a sus abuelas. ¡Ah, mi abuela, esa mujer silenciosa y abnegada que, ansiosa por disfrutar de un sentimiento sublime, hizo lo imposible por enamorarse de su marido un instante antes de que una bronquitis mal curada la dejara viuda! Yo, a mi edad, preferiría no enamorarme por enésima vez, sobre todo porque temo que con el dinero de mi divorcio se quede con mi chica el abogado.

Emilio Casanova:

-De niño leí las obras completas de Lope, así que no puedo evitar las lecturas en verso, mi pasión. Apenas leo prosa, en homenaje a tan larga y regalada infancia. También leo en latín y presumo de hablarlo como un romano. De los gracos.

Juan José Millás:

-Releyendo el ‘Quijote’, doy con el capítulo de los molinos de viento y me ocurre lo de siempre: que no me lo creo. No acabo de ver la analogía entre los molinos y los gigantes. Me ocurría de pequeño, pero no me atrevía a preguntar, ya que lo obligatorio era reírse. Llegué a pensar que se trataba de una carencia personal, todavía lo pienso, pues no he visto ningún estudio en el que se ponga en cuestión la pertinencia de esa imagen. He visto gigantes y he visto molinos, pero no logro imaginarme a los primeros como a los segundos, ni a los segundos como los primeros. Ya lo he dicho. Ahí queda. Me quito un peso de encima.

María José Ferrando y Dolores Serrat (en conversación animosa):

-Siempre que puedo leo en fabla. Soy una de los once mil aragoneses que habla este idioma restringido durante largo tiempo a los valles pirenaicos y que con el esfuerzo de las últimas décadas empiezan a extenderse poco a poco en zonas urbanas. Los que ridiculizan el aragonés llamándole español mal hablado no saben lo que se pierden. Mi partido del gobierno, siempre tan generoso, ha aprobado una nueva ley de lenguas que cambia el nombre del aragonés y catalán, con lo que pasan a llamarse, respectivamente, “lapapyp” y “lapao”, en la mejor tradición de las lenguas chinas. Desde ahora, los de Cataluña ya pueden exhibir orgullosos su currículum lingüístico: catalán, valenciano, mallorquín y lapao. Además, los políticos del parlamento podrán dirigirse a los diputados utilizando el lapao, a la espera de que se entiendan. También vamos a poner en circulación un mapa de Aragón en el que se identifican los territorios en los que se habla lapao y lapapyp, indicando como idioma del resto del territorio el término “lapolla”, es decir, la lengua aragonesa propia de otros lindos lugares de Aragón. ¡Solo de oír el término me pongo caliente! Aaaaaahhhhhh…

-Leyendo la etiqueta de la botella de la empresa ‘Vichy catalán’, que pedí ayer en el bar de mi pueblo (Ripoll), porque últimamente sufro de ardores estomacales, me parece que mis propuestas no se quieren entender. De momento, voy a hablar con los responsables de esa fábrica de agua carbonatada para ver si se avienen a cambiar el logotipo original por el de ‘Vichy lapao’. Espero no llegar a los tribunales. El nacionalismo catalán se comporta exactamente igual que los movimientos totalitarios del siglo XX, que querían controlar políticamente países vecinos y se anexionaban territorios ajenos. Aragón no es colonia de nadie, y menos de un lugar que durante siglos estuvo subordinado al reino de Aragón. Como no espabilen, me paso a la ‘Fonter’. Ahora, además, tenemos que intentar cambiar la definición de la RAE sobre el vocablo catalán: “Lengua romance vernácula que se habla en Cataluña y en otros dominios de la antigua corona de Aragón”. De no ser así, entraríamos en la categoria borgiana de la historia universal de la infamia.

Javier Espada:

-En México, a donde voy con frecuencia como entendido en la obra de Buñuel que soy, me han regalado un libro titulado ‘Nos comen cuando estamos muertos’ y me ha dejado pensativo, pensando, quiero decir, en la mano repleta de hormigas de ‘Un perro anadaluz’. Si, en efecto, nos comen cuando estamos muertos, ¿por qué no comerlos nosotros mientras estamos vivos? Si, es un libro regalado sobre gastronomía e insectos, en su mayoría comestibles. En occidente hay una resistencia psicológica a consumirlos. Pero algo habrá que hacer para alimentar en el futuro a los probables diez mil millones de humanos que habitarán el planeta. El libro, además, te ofrece recetas. Vea: cucarachas crujientes y requetefritas aderezadas con salsa de chiles, saltamontes saltarines con un fundido de cheddar, grillos marinados al ajo, caviar caramelizado de lombrices, escorpiones sin veneno al chocolate negro o crema brûlée de larvas de abeja. ¿Qué es la miel sino el vómito de la abeja? Que se lo pregunten a los surrealistas.

Emilio Lacambra:

-Acabo de leer un libro hagiográfico sobre los cincuenta mejores restaurantes del mundo, todos ellos relacionados con la llamada “nouvelle cuisine”, esa trasnochada y obsoleta cocina francesa como una puta de los años cuarenta. La gastronomía ha vuelto a caer en manos de los siniestros críticos gastronómicos y de los cocineros mediocres que se premian entre ellos –como los escritores- para disimular su colectiva y tan tediosa falta de talento. Todo es un esnobismo de tanto patán que quiere pasar por inteligente extendiéndose en el elogio de algo que no comprende ni siquiera disfruta. Los números uno de este tipo de cocina de diseño son, en el fondo, la máxima expresión del atraso y la fatuidad de este submundillo gastronómico integrados por muertos de hambre y negacionistas de cualquiier indicio de intelectualidad en la cocina. Comer vuelve a ser algo fisiológico y ya en ningún plato se espera el prodigio, ni que cristalice en él ninguna idea, ni que concrete el deseo de un mundo mejor, sino, simple y llanamente, la satisfacción de una deposición consistente y compacta. De esto sabía mucho nuestro paisano Buñuel. ¡Vivan las “caenas”! Del váter, claro. Miraba por el agujero de la taza y se extrañaba: “¡Se ven águilas!”.

Laura Almarcegui:

-Como no podía ser de otra manera, siempre leo lo que se publica acerca del arte de vanguardia. De ahí viene mi inspiración, mi experimentación, mi conceptualidad, mi deconstrucción, y ahora expongo en la bienal de Venecia. Con mi obra de seis toneladas y un montante de cuatrocientos mil euros he querido preguntarme: ¿Es esa la España de la crisis? ¿Es la España de la ruina? ¿Es ético? ¿Es estético? El arte siempre ha sido crítico. Una obra, la mía, sencillamente ruinosa.

Alfredo Saldaña:

Era lector de Amy Martin, del que envidiaba su talento multidisciplinar: lo mismo disertaba sobre la central de Fukuchima que sobre la medición de la felicidad o la industria del cine en Nigeria. Ahora me dicen que era un articulista fantasma, y cobraba tres mil euros por reseña. O sea, escribía como un negro pero cobraba como un blanco, que ni Ruano en la cresta de su gloria ni el dandi más mimado entre los veladores del café Gijón. Ni el mismísimo Arturo Pérez-Reverte, recién regresado de Mostar con la libreta salpicada de cuajarones de sangre serbia.

Luis del Val:

-No paro de leer y escribir. Y sigo sin entender el mundo. Y no he conocido a nadie que lo haya entendido. Como decía aquel paciente de Santiago Lorén a su hijo antes de morir: “Me voy sin entender a las mujeres y sin saber para qué sirven las diputaciones provinciales”. En la vida, ni todas las mujeres son buenas ni todos los hombres malvados, pero algunos o algunas, periodistas sobre todo, si no lo son, les falta un hervor.

Luis Felipe Alegre:

-Estoy hasta los mismísimos de que me confundan con calvorotas y nosferatus, y me llenen el correo con historias que ni me van ni me vienen: que si no sé qué de los festivales de Málaga o Tudela, que si sé algo del embarazo de no sé qué actriz, que de qué va el ‘affaire’ con no sé qué boxeador, que cuándo podremos ver no sé qué de Aragón rodado, que no sé qué toques de atención de sus compañeros universitarios… Llega un momento en que te enfadas, sobre todo cuando te preguntan por Penélope Cruz o Maribel Verdú, y respondes, por educación, que están cada día más guapas y, la última vez que me visitaron, mi madre les cocinó una tortilla de patatas que se chuparon los dedos. Yo les chuparía otra cosa, la verdad, pero, bueno, yo me dedico a lo mío, a leer y a actuar, en la mejor tradición de la juglaría. Ahora, alma cándida, estoy, por lo de la pregunta, con un poeta novel, el rumano Andrei Mendeleanu, que edita el sello que dirige Chusé Aragüés para iniciar su colección Mareta, nombre aragonés de la sirena del mar. Y tambien, y siempre, con Bauman, ese que ofrece claves que deberían orientar a nuestros educadores y políticos para hacer frente a la disolución de las certezas que ha producido la sociedad de consumo y de indiferencia actual.

Juan Domínguez Lasierra:

-Veníamos el otro día de una mesa redonda (la verdad, era cuadrada) en torno a la influencia de las nuevas tecnologías en la creación artística, acompañado de Emilio Casanova, Paco Rallo, Sergio Abraín, Néstor Lizalde o Eugenio Mateo, cuando entramos en la ‘Pequeña Europa’, un bar de la zona del casco, y nos encontramos con la sorpresa de que en ese espacio, todos los miércoles, a esas horas tardanas, el juglar Luis Felipe Alegre recita versos. El rapsoda, en cuanto nos vio aparecer, recitó a Brecht y, sin querer ser mal pensado, pareció señalarnos con el dedo. Ante semejante ofensa, le quité la palabra y recité a los presentes a Manuel Machado, mucho mejor poeta que su hermano Antonio. Siempre necesito la palabra viva y directa, pero me di cuenta, ¡maldita sea!, que ninguna tecnología punta evitó el frío y la lluvia de vuelta a casa. ¿Será cosa de la edad?

Víctor Barrios:

-Leer, lo que se dice leer, no leo mucho, pero librillos compro a mogollón…

Alfonso Val Ortego:

-Me encantan los escritos con insultos. Lo dijo Cernuda: “Los insultos son formas amargas de un elogio”. El insulto tiene un origen vil, procede de la mala vida, pero se ennobleció en la pluma de los clásicos. Los príncipes del ingenio utilizan injurias brillantes que se dicen entre sí los protagonistas: villano, hideputa, tocino, cerro de carne, picha amorfa, patán, paganaco, cabestro, mequetrefe, cabeza de lombriz, mameluco, puercoespín… Una de las injurias más celebradas sale de ‘La celestina’: “Mala landre te mate”. Landre significa sífilis. Desear que te coma y te mate la peste levantina es uno de los insultos más crueles de la lengua castellana, tan cruel como las maldiciones gitanas: “Colgao te veas” u “ojalá te gastes el jurdó en boticas”. En mucho tiempo, el insulto ha pasado del prostibulario al populismo, del casco viejo a internet. Y yo me lo paso pipa, pedazo de almendrón.

Eva Cosculluela:

-Los artículos que informan de la caída en las ventas de libros en España. Algunos llevan ese curioso subtítulo: ‘La lectura no ha caído, pero sí el consumo de libros’. Bueno, se ha leído siempre tan poco en este país que lo raro hubiera sido lo contrario: que cayera la lectura. Quedan leyendo los de siempre. Ya decía Flaubert que la chusma, la masa, el rebaño, siempre será detestable. No hay nada que tenga importancia, decía, salvo un pequeño grupo de seres inteligentes que siempre son los mismos y que son los portadores de la antorcha. Sospecho, por lo que me afecta, que los portadores siguen todos en sus puestos.

Lucas Estevan:

-Yo solo leo los prólogos de los libros, en muchas ocasiones de una lucidez pasmosa, una suerte de orientaciones en la noche para los analistas y de una cercanía casi física con el lector. Es decir, los prólogos son piezas literarias, ensayos de incalculable valor, muchas veces superiores a lo que luego viene. Pero tampoco es cuestión de hacer un prefacio de noventa y ocho páginas para una novela corta de… ¡cuarenta y tres!

Mikel Iturbe:

-He leído una descripción que encontró en cierta ocasión Julio Cortázar en un diario londinense. Un tal mister Washbourn firmaba una carta en estos términos: “¿Ha señalado algunos de sus lectores la escasez de mariposas este año? En esta región habitualmente prolífica casi no las he visto, a excepción de algunos enjambres de papilios. Desde marzo solo he observado hasta ahora un Cigeno, ninguna Etérea, muy pocas Teclas, una Quelonia, ningún Ojo de Pavorreal, ninguna Catocala, y ni siquiera un Almirante Rojo en mi jardín, que el verano pasado estaba lleno de mariposas”. Tuve la impresión, y la he mantenido durante años, más de los que habría deseado, que pájaros y mariposas, los símbolos más universales de la libertad, estaban prohibidos por su, como es sabido, carácter revoltoso. Por eso se canta aquello del pájaro que deja de serlo porque le cortan las alas. Acaso por eso mister Washbourn notaba su escasez. Demasiadas tijeras.

Juan Alberto Belloch:

-Me gustan mucho las autobiografías. La mejor es ‘Habla, memoria’, de Nabokov, y también es magnífica ‘Quemar los días’, de James Salter. Tienen gran riqueza sensorial e imaginativa, son inigualables. Ahora estoy preparando la mía y se titulará ‘Mi consistorio, la expo y yo’, desde la época en que mi madre me dijo un día, parafraseando a García Márquez: “El otro día vio tu padre caballos volando”…

Paula Ortiz:

-Jo, estoy súper contenta. Pero súper. Leo, con cierto retraso pero con mucho alborozo, un tratado de ética comparada que me va a servir para desarrollar mejor el guion sobre una pieza de Lorca para convertir en cine. Perdona, guapetón, que acabo de recibir un mensaje en el celular. Otra lectura, ya ves…

Carlos Gil:

-Alfonso Guerra con libro bajo el brazo. Y de memorias. Campaña de desmemoria. Campaña de ventas. Las memorias de un político desmemoriado. De un dios menor que busca en sus últimas bocanadas expulsar toda la bilis posible. Se cree un iluminado, un intelectual. Pero es mucho mejor comediante, fingidor de orgasmos de una izquierda pactista y monárquica. Lo peor es que los periodistas aduladores insisten en presentarlo como un hombre de estado, como un gran político, íntegro. Nunca tuvo hermanos. Su exposición mediática tiene una cosa positiva: nos vuelve a demostrar que cualquier tiempo político pasado fue peor. O que él representa lo peor de un tiempo pasado oscuro que no se ha ido. Su salida de las cloacas trae consigo la aparición de otros habitantes de esas oscuridades.

Sergio del Molino:

-Como escritor, leo de otra manera, atendiendo al andamiaje, fijándome en el ritmo. Cuando empiezas a escribir tratas de imitar. Así es al principio. La buena literatura es un entretenimiento que exige del lector algo más. Es para un lector más sofisticado, que se implica. Confundimos venta con lectura. No todo lo que se vende se lee, y hay muchos lectores de best sellers de moda que solo leen eso. Son lectores efímeros. Yo soy lector intelectual. Y ahora estoy con varios libros a la vez, como siempre.

Santiago Lanzuela:

-Leo el periódico a gritos, escandalizado, pero quieto ante lo inadmisible. Hay un nuevo clasismo de la corrupción, un narcisismo de la estafa, que me afecta directamente, pero nada. Ante esta fea realidad, desarrollo una costumbre unidimensional. Y ahí empieza la derrota. Es por cosas así, por tantas certezas como apelean el ánimo con solo mirar alrededor, que uno requiere a ratos detenerse. A solas. Y buscar en su infancia, en todo lo que fue, pues pocas veces te acercas a la vida tan intensamente como cuanto esta se piensa desde aquel lejano sin por qué. Lo dice muy bien Rilke: “La verdadera patria es la infancia”.

Antonio Pérez Lasheras:

-Quevedo resulta muy vistoso para estos momentos agónicos, y además sirve a los fanfarrones como ejemplo de gallardía ante poderosos, por su toque carcelario y su famoso “No he de callar por más que con el dedo”. Un verso que a Borges –y casi a cualquiera- le parecía ridículo, aunque también decía el argentino que don Francisco podía empezar los poemas como le diese la gana, porque su genio siempre acababa levantándolos. Con perdón de Góngora, mi ídolo.

Carlos Calvo:

-Acabo de leer un ensayo sobre los cornudos. Como se dice el pecado pero no el pecador, no te voy a decir quién es el autor, que es de Zaragoza y no quiero líos. Lo ha escrito evidentemente porque él encontró a su mujer en la cama con otro, y está resabiado. Si ya es arriesgado llamar a nadie imbécil –al inteligente, enseña Ruano, le acompaña hasta el día de su muerte la duda tremenda de si no será tonto-, cuánto más lo será llamarle cornudo. Aquí conviene extremar la delicadeza porque normalmente los cuernos suelen molestar más a quien los recibe y procurar algún clandestino placer a quien los pone, aunque no era Quevedo de la misma opinión: “Dícenme, don Jerónimo, que dices / que me pones los cuernos con Ginesa. / Yo digo que me pones casa y mesa. / Y en la mesa, capones y perdices… / Más cuerno es el que paga que el que cobra. / Ergo, aquel que me paga, es el cornudo, / lo que de mi mujer a mí me sobra”. Y aunque estamos en una época que tragamos sapos a precio de caviar, ya sabemos que muchos se quedan con el caracol: cornudo, baboso y rastrero.

José Quílez:

-Estoy leyendo unos fascículos de unos cartones para aprender inglés que venden en el quiosco, con cedés y todo, y la publicidad promete hacer de mí un Glasdstone o un Disraeli, sin esfuerzo y en cosa de un par de semanas, tres a lo sumo, gracias a un método revolucionario que inocula la lengua de Shakespeare tan dulcemente como un beso poco higiénico inocula la mononucleosis.

Carlos Grassa Toro:

-Recuerdo que Kafka decía que un libro debería ser el hacha que perforase y rompiese el mar de hielo de nuestro interior. Detesto la literatura actual, que te promete el rostro de dios y solo te sirve las mismas mentiras con las que el mundo nos aturde cada día.

Inocencio Ramírez:

-Acabo de leer un informe titulado ‘Paraísos laborales’ y el autor nos advierte de que el trabajo empezó siendo un castigo, después se convirtió en un derecho y hoy en día es un lujo. En España, el puesto de trabajo va camino de engrosar el catálogo de especies en peligro de extinción junto al lince ibérico y la foca monje. En épocas de bonanza, nos creíamos que éramos lo que teníamos, y ahora –que nada tenemos- sentimos que nada somos. El horizonte es la incertidumbre. El estado de bienestar, un timo. Y el futuro, un sueño. Suspiros de España (y Portugal).

Juan José Vázquez:

-A uno, que tiene quemadas las pestañas de leer a Josep Pla, le divierten mucho los relatos largos, eternos. Leer es abandonar la madriguera llena de prejuicios, descubrir que ningún pueblo está en el centro. Por eso, mis libros preferidos son los de viajes. Ya lo decía Pla: “Viajar es aprender a tolerar”. Y a tener cuidado con los rateros, que diría el Cela de ‘Viaje a la Alcarria’.

Eduardo Lolumo:

-Acabo de leer un microrrelato que me ha emocionado. Me lo sé de memoria: “Llueve torrencialmente. Me paro delante de la ventana a mirar llover. A través de la cortina de lluvia veo otra ventana y la silueta misteriosa de una mujer que mira llover o que me mira mirar llover, o tal vez sea la lluvia la que crea a las ventanas y la mujer y yo, creyéndonos rigurosos espectadores de este acuático portento, no seamos más que lo que mira la lluvia cuando llueve”.

Humberto Vadillo:

-Al leer los apuntes biográficos de Dashiel Hammett escritos por la menor de sus hijas me he dado cuenta de que el autor de ‘El halcón maltés’ se dejó arrastrar toda su vida por ese impulso temerario que suele parecer una virtud de los hombres que, en realidad, son cobardes. Yo no he convivido nunca con una escritora como Lilliam Hellman, pero comprendo que Hammett se sintiese cómodo al lado de una chica como ella, una mujer tenaz y resuelta, casi un soldado, que tenía esa voz ronca en la que la dulzura de la feminidad no excluye que uno pueda sentir mezclados durante el paroximso del sexo el relincho de una yegua, el asma del tabaco y la voz reprobatoria y bronquial de su padre. Lo que no comparto es el supuesto encanto de la afinidad ideológica y activista que tanto les unía. Yo soy más prosaico y menos heroico. No podría ser feliz al lado de una mujer con la que, además de una pareja, pudiese constituir un piquete.

Joaquín Casanova:

-Leo a los contemporáneos, pero parece como si el escritor de hoy prefiriera ir a beber sus fuentes lejos de su tierra, ahí donde la miseria ajena le ennoblece y le convierte en un explorador de los sentimientos primitivos. Nos encontramos con ficciones escapistas en las que ni siquiera hay lugar para el humor o la sátira. Hoy, los escritores no nos hablan de su tiempo y de su mundo, porque están amarrados a sus mesas defendiendo un pequeño puesto de trabajo. ¿Qué se ha hecho del Gorki de ‘Los bajos fondos’, del Baroja de ‘La lucha por la vida’, del Victor Hugo de ‘Los miserables’, del Martín Santos de ‘Tiempo de silencio’?

Adolfo Ayuso:

-He leído ‘Naturaleza de la novela’, del menor de los hermanos Goytisolo, y nos advierte del declive actual de la literatura. Dice que la educación cristiana, se crea en ella o no, forma parte del código genético occidental. Así, divide a autores como Faulkner, Dostoievski y Benet como seguidores de la Biblia, mientras que escritores como Proust, Hemingway, Flaubert o Tolstoi se encuadrarían en la estela de las nuevas escrituras, más vividas y más cercanas a nosotros mismos. ¿Y el futuro? Vaticina el autor en su ensayo que la lectura se convertirá en una actividad especializada y, por lo tanto, prescindible para el gran público y eso, unido al actual ocaso de las humanidades, no propiciará la eclosión de nuevos autores. A mí me parece, de todos modos, una mirada en exceso agorera. O tal vez no.

José Luis Cortés:

-Mis lecturas se basan en los periódicos, de los que soy un fiel comprador. Hoy, me indignan ciertos periodistas, vendidos a los poderes financieros. Y lo de los políticos no tiene nombre. Que si no hay que ponerse enfermo para que el sistema sanitario no sea insostenible, que si hay que hacer lo que se debe hacer… Pero ¿cómo se puede soslayar la enfermedad? Escribe Camóes en sus versos: “Encubren en el pecho el dolor / de la muerte, y la hacienda ya perdida, / de amargura, deshonra y triste enojo / de ser a otro triunfante su despojo”. Pienso al leerle que Camóes debió pasar por Bankia antes de irse nada menos que a Cantón.

Luis Calavia:

-Uno de mis cronistas favoritos es Gonzalo López Alba, navegante como yo. Recomiendo sus agudas lecturas sobre política española. “España”, dice, “es un barco que va al puerto de llegada de un país ingobernable”. Este magnífico cronista habla de la fragmentación política, del debilitamiento de los dos grandes partidos. En medio de la depresión, las convicciones ya no son inquebrantables. A la gente ya no le gusta el reparto del espectáculo que lleva viendo treinta años. Y ahí están los nacionalistas: o se pacta una nueva constitución o el hundimiento está cantado.

Franco Deterioro:

-Acabo de leer un cuento muy feo de Oscar Wilde sobre una infanta española. Sin embargo, escribió un diálogo magnífico sobre otra Elena, esta vez con hache, en su ‘Dorian Grey’: “Yo estoy con los troyanos, luchaban por una mujer”, dice. “Fueron derrotados”, le contestan. “Hay cosas peores que la derrota”, concluye.

Carmen París:

Me interesan las obras de los nuevos escritores. Ahora bien, nunca he entendido a estos jóvenes –o no tan jóvenes- que se mosquean ante una mala crítica. Que te hagan una crítica –buena, mala o regular- ya es motivo de orgullo. Una crítica completa una obra. Cualquier obra de arte guarda dimensiones que, a veces, nos cuesta ver o entender, incluso a los propios artistas responsables de esa misma obra. Hay que ser menos vanidosos. No es una opinión habitual entre creadores, pero me llena de satisfacción decirlo.

Mari Cruz Soriano:

-He terminado de leer –lo hago todos los años- la última guía de teléfonos y al final me he enterado de quién es el malo, y de que fulanito se casa con menganita, que es muy limpia y aseada y de su muñequita Mimí está encantada.

Eva Puyó:

-Leo con voracidad, sobre todo lo que me dicen mis amigos.Yo soy muy zaragozana y formo parte de los ambientes literarios de la ciudad, de sus grupos y camarillas. No me interesa tanto la oferta cultural. Con lo que más disfruto es con el microrrelato. Breve, intenso, maravilloso para impacientes y fosfóricos, que se agotan en una llamarada. Y no podría haber imaginado, con mis escritos, que el eco social sería tan fuerte. Espero que mi próximo relato, que habla de personalidades nocivas, cumpla la misma función.

José Manuel Alonso:

-A ti no te contesto, que te conozco. Los del “pollo” sois unos sinvergüenzas y gilipollas, siempre haciendo bromas en contra de mi persona y mi gente. Te advierto que ya le he ganado un juicio a Fernando Lacruz, ese abogadillo que me llama estalinista. Pregúntale a otro por libros, cacho cabrón, y vete a tomar por donde descansan las botellas. (¡Jo, como se pone el gachó!).

Chus Tudelilla:

-Soy una apasionada de Hans Christian Andersen. En sus 168 cuentos sus personajes conviven con héroes mitológicos, objetos animados y todo tipo de animales parlantes. Los leo y los releo. Al parecer, se ha descubierto un relato suyo inédito, ‘La vela de sebo’, la historia de una vela con problemas para encontrar su lugar en el mundo, hasta que una caja de cerillas le muestra su auténtico destino. Ya estoy ansiosa. Mientras tanto, me estoy empapando de su autobiografía titulada ‘La verdadera historia de mi vida’.

Javier Lambán:

-Como siempre, estoy leyendo varios libros a la vez. En este momento, catorce. Sí, sí, catorce exactamente, ¿de qué se ríe? Y me percato de que los pensadores tienden al pesimismo. Son pesimistas escribiendo y optimistas viviendo.

María Rosario Vázquez:

-Me encanta leer a Luis Alegre. Soy de su quinta, el 62, y médico de familia. Cada domingo busco en ‘Heraldo’ su firma. Sus artículos son divertidos, transmiten cultura, conocimiento y, sobre todo, la alegría de que alguien en esta sociedad siempre tenga la palabra exacta para ponderar las virtudes y nunca los defectos. Mi hija estudia periodismo y yo quiero que escriba como Luis Alegre.

Guadalupe Corraliza:

¡Pues sí que estamos bien! Acabo de escuchar a la anterior señora y una esperaba algo más de las madres del futuro periodismo. Quia: si el periodismo, hoy, es un valle de lágrimas, habrá que prepararse porque vienen curvas. Y es que Alegre, como Aragón televisión, parece estar en el mundo de ‘Yupi-Biel’ para contarnos cosas bonitas de sus amigos bonitos. Así va el periodismo, por el amor de dios.

José Ángel Biel:

Soy un cazador de cuentos y me empleo a fondo en esta singular tarea que me obliga a recorrer cualquier aldea en busca de un mito, una leyenda o una canción que sea digna de ser recopilada. Me apasionan los cuentos, sí, acaso porque soy un romántico empedernido, un regionalista apegado al legado de su tierra y sé escuchar el espíritu del pueblo que surge entre la espesura de los bosques. Y es que siempre he tenido inclinación por el realismo romántico de Henry James y Evelyn Waugh, con sus ambientes sofisticados, el tratamiento del humor y la psicología de los personajes. También leo y releo a Capote y a Gay Talese, de los que siempre aprendo a crear situaciones repetitivas –como mi habla- y construidas en torno a una anécdota. Puuuura anécdota, oooooye.

Miguel Pardeza:

¡Qué añoranza me entra cuando jugaba en el Zaragoza con el campo lleno! Sin embargo, hace poco, presenté con mis amigos Barreiro y Petón, artífices del proyecto, una recopilación de los cuentos del gran  Tomás Borrás, antiguo escritor vanguardista convertido luego en falangista, en el teatro Principal, autor del que he leído todos sus escritos encontrados, y no concurrieron al evento ni veinte personas. Menos mal que entre el público aún pude reconocer a Manuel Martínez Forega, a Jesús Rubio, a Carlos Calvo, a Adolfo Ayuso… En fin, uno de los más grandes escritores de aquella generación que después caería en un oprobioso manto de olvido, sostenido con aciago sectarismo por los repartidores de bulas y anatemas que manejan el cotarro cultural, arrinconado por considerarlo una reliquia franquista. Frente a las mezquindades características de una época que ha hecho del sectarismo bandera cultural, sobreviven incólumes los cuentos de Tomás Borrás.

Eduardo Laborda:

-He terminado un libro de un autor francés, que no recuerdo ahora su nombre, sobre el talento de un vendedor de feria al que es imposible cazar con la razón. Leyéndolo, me recordaba la derrota de mi abuela en el mercado del pueblo ante unos polvos blanquecinos que un pícaro vendedor voceaba como “¡Polvos para adivinar!”. Mi abuela olió con sumo cuidado los polvos y concluyó que estaban hechos con mierda de gato. El vendedor la miró sonriente y animó a los posibles compradores con una frase triunfal: “¡Ya lo adivinó la señora!”.

Javier Segarra:

-En un payaso se confunden tanto la ética y la estética: su salvación estriba en la conquista de una carcajada y su grave oficio refuta la artificiosidad del arte por el arte. La payasada nunca debe reducirse a un entretenimiento, a una perfomance meramente vistosa. Con más autoridad que ninguno lo explica Hans, el atormentado protagonista con que Heinrich Böll me ha helado la sonrisa en ‘Opiniones de un payaso’: “A los estetas lo mejor es romperles en la cabeza un valioso objeto de arte, con lo cual sufren, aún al morir, por el crimen artístico”.

Miguel Ángel Yus:

-Acabo de leer el libro de Javier Marías que ha recibido el premio nacional de narrativa que otorga el ministerio de cultura. No me ha sorprendido para nada el rechazo del escritor a los veinte mil euros. Durante ese año se publicaron mejores novelas que la suya. Un gesto que le honra y que demuestra que se necesita tener una buena talegada de euros en el banco para mandar dicha bolsa al triángulo de las Bermudas.

Dionisio Sánchez:

-Hace años se decía que los relatos de Javier Tomeo sabían a croquetas. Se afirmaba con recochineo, pero, probablemente, fue la mejor alabanza que se hizo del escritor oscense. Mucho más que comparar su mundo literario, como así se hizo, con Thomas Bernhard y con Luis Buñuel. ¡Vas a comparar, tú, unas croquetas de langosta con una novela de Aramburu!

Marta Garú:

-Existen gafas para la vista y tendrían que existir gafas para la mente. Hay invidentes que ven mucho mejor que los que gozamos de vista, porque el uso de la inteligencia es una manera de sustituir la desventaja de la negrura. Leía la prensa y pasaba las hojas con indiferencia, casi con desprecio, acaso con resignación, como si supiese que cada página del diario era justo lo que necesitaba para enterrar con alivio lo que no hubiese ocurrido en la página anterior.

Ángel Azpeitia:

-Uno se hace mayor y comprende que cada mañana al despertar le espera otro esfuerzo fuera de su alcance, un café que destruye la leche y ese periódico local en el que en cualquier momento será noticia su propio cierre. A mi edad, en mi declive emocional, descubro que se dan juntos la resignación y la esperanza, las ganas de leer y la plesbicia, y en el momento de mayor placer sexual se me mezclan el orgasmo y la llorera.

Fernando Jiménez Ocaña:

­-Obtener éxito es fácil, lo difícil es merecerlo, escribió Albert Camus, y, aunque a los demás nos puede parecer mentira la primera parte del anunciado, hay que entender que a él le dieron el nobel a los cuarenta y pocos. Dentro de poco es su centenario, y me estoy leyendo toda su obra, para un encargo de escritura que no me pagan nada mal. Después del verano, ya verá, estaremos hartos de oír citarle. Para Camus todo era un absurdo bastante insoportable, excepto en morir en accidente de coche, algo que consideraba una imbecilidad. Por supuesto, falleció al estrellarse en un automóvil, que además conducía su editor, lo cual representa una perfecta imagen sobre el destino que les espera a los escritores que se dejan guiar por sus editores.

Goyo Maestro:

-Yo colecciono libros, no para leerlos, sino para tenerlos, tocarlos, como los coleccionistas de armas, que adquieren pistolas y escopetas que no disparan. Lo que busco es la firma del autor, sin otra pretensión. Comprar libros para no leerlos es algo tan legítimo como sin duda lo es escribir cartas y no echarlas al correo. Además de pozos de sabiduría, los libros son también una manera segura de ahorrar la pintura de la pared y tener localizado el polvo. Y puesto que cada ejemplar que se presta raras veces se recupera, un libro puede ser también un recurso para perder amigos.

Manuel Millera:

-Acabo de leer el famoso artículo de Ortega y Gasset publicado en 1930 en el diario ‘El sol’. Después de apoyar el golpe de estado de Primo de Rivera, el abuelo intentó aparentar normalidad constitucional con el gobierno del general Berenguer. El filósofo exhortó al pueblo, explicando que aquello era un error y eran ellos, la ciudadanía de la calle, quienes debían crear un nuevo régimen. “Nuestro estado no existe, reconstruidlo”. Cinco meses después salía en su Duesenberg de lujo a toda velocidad hacia la Roma de Mussolini, vía Cartagena, repudiado por sus súbditos, reconvertidos en su dignidad. Tenía 140 millones y no esperó ni a su esposa ni a sus dos hijos. Diez años después murió tras haber donado alguno de estos millones a Franco para el alzamiento militar. Ahora, si Ortega levanta la cabeza volvería a afirmar: “Nuestro estado no existe, reconstruidlo”. Esta es nuestra misión: ser protagonistas de nuestro destino, el nuestro y el de las generaciones venideras. Si no lo hacemos nosotros, algún otro líder demagogo, populista y chillón podría tomar nota. Como decía Catón, el viejo, de su enemigo Cartago en las guerras púnicas: “Delenda est Monarchia”.

Alfredo Romero:

No me gusta leer, no me acostumbro a las letras. De los muchísimos libros que me regalan apenas paso, con esfuerzo, de las solapas. Me enorgullezco de no haber leído nunca un libro. Miento, empecé ‘Papillón’, de joven, y lo dejé al enterarme de que iban a hacer la película. Pero eso no significa que no tenga cultura, que la tengo y a mucha honra. Sé, por ejemplo, que el pollo crea homosexuales y que la calvicie es una enfermedad. Por eso, de verdad, me preocupa el futuro desempleo de los peluqueros.

Nacho del Río:

-A mí me encanta la literatura de Curzio Malaparte, del que se ha publicado una biografía escrita por Maurizio Serra. Moravia dijo que Malaparte no sabía escribir, que era un lobo que se depilaba y pintaba las uñas y que su éxito con las mujeres ricas era debido a que tenía una polla enorme. Yo creo que es pura envidia, porque la madre de una amiga fue amante de Moravia y lo dejaron porque no la satisfacía. ¡Al sexo por la literatura!

Jerónimo Blasco:

-Decían de mí que de niño no jugaba, pero no es cierto, lo hacía con los juguetes de mis hermanos y ellos se quejaban de no poder hacer lo mismo con los míos, porque cuando llegaba mi cumpleaños en vez de pedir a mis padres una cometa les suplicaba que me comprasen la ‘Historia de Inglaterra’ de Goldsmith, o cualquier otro librazo parecido. También iba acaparando los cabos de vela que encontraba por la casa para leer bajo su manta, con riesgo de salir ardiendo junto a los discursos de Séneca o de Balmes. A los dieciocho años fui licenciado en filosofía, a los veintidós catedrático, a los veinticinco académico y ya maduro soy segundo de Belloch. Fui el Sheldon Cooper de las humanidades, pero no soy un raro, solo una de las inteligencias más extraordinarias de Europa consagrada a recopilar la cultura, el arte, el pensamiento y la historia de Aragón. Como ve, soy todo un libro “guiness” de récords, que, por cierto, acabo de leer junto al refranero de Aliaga.

Luz Gabás:

-Lo último que he leído ha sido un correo en el que me informan que la adaptación cinematográfica de mi libro ‘Palmeras en la nieve’ va por buen camino. La va a dirigir Fernando González Molina, el de ‘Tengo ganas de ti’, y ganas que tengo, la verdad, de ver mi novela interpretada por ese actor tan guapo llamado Mario Casas. Me pone. Pero lo que más me pone es el tirón mediático que voy a recibir y la gran tirada, en preparación, de una nueva edición. ¡Viva Benasque!

Y, ante la efusividad de la alcaldesa, un individuo que pasea por ahí, vizco y patizambo, exclama, con sonoridad inusitada: “¡Y viva Pastriz!”. Y el gentío corea: “¡Viva!”. “¡Y viva Gallur!”: “¡¡Viva!!”. “¡Y viva Lechago!”: “¡¡¡Viva!!!”. “¡Y la biblioteca ‘Félix Romeo Pescador’!”: “¡¡¡¡Viva!!!!”. “¡Y la pescadilla viva!”: “¡¡¡¡¡Viva!!!!!”. Y entre vítores y faenas de aliño, la tarde comercial, menos mal, llega a su fin. Es hora de dejar las entrevistas, que ya estoy mareado de tanto majadero (y majadera) y algunos puestos están echando la persiana. Despedida y cierre. Además, llego tarde a una cita importante. Me esperan en la taberna ‘Bonanza’ una editora y un buen vino. Y el vino tiene prisa. Me la presentaron días atrás y está muy interesada en publicar un libro sobre el rumor y la seducción en la narrativa aragonesa del siglo veintiuno. Le gusta mi escritura y, al parecer, me quiere hacer el encargo. No me parece mal, ni el encargo ni ella, seductora sin pretenderlo, elegante por lo bien que le sienta la vestimenta, de una sonrisa jardielesca (directamente escapada de ‘Eloísa está debajo de un almendro’), de cabello y cejas oscuro, rotunda nariz y físico curvilíneo.

Hablamos y hablamos y dice que pocos ruidos son tan dañinos como el rumor. Sí, el rumor, esa noticia vaga que corre entre la gente, un ruido sordo y continuo, un ruido confuso de voces. El rumor, le digo, no tiene identidad, carece de una firma al pie de su runrún que atestigüe como cierto lo que casi siempre miente y en ello reside, precisamente, su nocivo carácter: en que nadie responde por él, en que nadie se hace responsable de su propagación. Crece el rumor y se reproduce en la ignorancia y, una vez se pone en movimiento, se va infiltrando entre nosotros eludiendo razones y criterios. Sé de lo que le estoy hablando. Sé de lo que me está hablando. Ningún rumor, por más arraigado que esté en un pueblo, va a poder sobrevivir al conocimiento, a la luz de la verdad.

Seguimos hablando y hablando en amena conversación y bebiendo vino, sorbo a sorbo, poco a poco, como hila la vieja el copo. El vino, ya se sabe, no espera. Y cuando llega el momento de la despedida, entrada la noche y el garito a punto de cerrar -despedida y cierre- me doy cuenta de que he perdido las llaves de mi casa. La editora dice que no me preocupe (no lo estoy, la verdad) y me ofrece la habitación de invitados de su domicilio. Nada más. Y nada menos.

De camino, hablamos de que hay un tipo de hombre seductor que no lo es por sí mismo, sino por lo que se dice de él, al que preceden rumores sobre su mala vida, los asuntos turbios en los que se supone anda metido. A veces, la seducción viene acompañada del recelo, incluso precedida del miedo. Del hombre bueno y de fiar se hace alabanzas y se pregona sus virtudes, pero, al final, quien resulta seductor es el canalla, el tipo que adopta a sus conveniencias sus principios, capaz de regalarle flores a una mujer después de haberlas robado en la tumba de su padre.

Llegamos, finalmente, al piso. Tiene dos dormitorios: el suyo, con una cama de matrimonio, y supuestamente el mío o el de las visitas. Cuando abrimos la puerta de “mi habitación” descubro, con asombro, que pilas y pilas de libros se amontonan hasta el techo, por lo que difícilmente se puede avanzar. Impresionado, le digo si ha leído todos esos títulos y me contesta que sí, que muchos de ellos varias veces. Pero la pregunta obligada no es esa sino la que usted, desocupado lector, están pensando: si mi dormitorio está ocupado por todos esos libros…, ¿dónde dormiré yo? No tengo tiempo ni a preguntarlo. “Dormiremos juntos, en mi cama”.

Al final, una noche desafortunada. Un estrepitoso fracaso. “No importa”, me dice, “lo que esta noche no haya ocurrido entre nosotros. Los dos estuvimos desacertados, pero yo sé, cariño, que lo mejorarás cuando lo cuentes”. Y no se equivocaba, porque sabía, la muy zorra, que lo que no pudo lograr la lencería, lo podría conseguir la literatura. El vino, ya saben, no espera. Siempre tiene prisa.

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