Sergio Abrain en la Lonja


Por Lucho Gasca

     A partir del día 5 de octubre, nuestro amigo y camarada Sergío Abrain inaugurará en el Palacio de la Lonja una retrospectiva donde ofrecerá  series pictóricas, el arrebato puro del gesto, homenajes a Kounellis, y dos apartados claves en los últimos años como ‘Neuromecánica’ y ‘Paisajes del cuerpo’. Un imponente trabajo de casi medio siglo.

     Nunca he sido un bohemio. Mas los excesos me han preñado las venas desde que la pintura invocó mi nombre. Esta retrospectiva es un relato de dicho exceso. De esa vida apurada hasta los márgenes donde se leen las esquelas de las sombras a cada nueva década en la que combatir. La búsqueda de lo ajeno ha dibujado mis pinceles y es ahí, en ese extraño limbo de la inmortalidad, donde los escombros calientes de la historia cayeron sobre mí. Se iluminaron entonces los oscuros caminos de la ensoñación de la voluntad en donde nacen monstruos de cuerpos desnudos quemados sobre la tela. La violencia, sarnosa o dulce, de enfrentar la vida a través de la pintura.

    Como prólogo de esta crónica personal comienza este texto dedicado a mí por Galo Abraín con motivo de esta exposición. Intenso y bello texto que me retrata desde la primera persona como nadie, pues creo que él me conoce bien.

    La Lonja, un espacio poderoso. Un bellísimo container renacentista. Un marco ideal para realizar un proyecto hace tiempo deseado: Mostrar juntas algunas de las más importantes y diferentes etapas de mi trayectoria artística. Una experiencia sin duda emocionante donde el montaje pone los nervios a flor de piel. Un subidón de curiosidad y expectación para ver como dialoga en conjunto toda la obra realizada a lo largo de 45 años, desde 1974 a 2018. Una visión necesaria que da un poco de vértigo, para hacer una valoración objetiva del trabajo realizado durante tanto tiempo. Cada etapa está asociada a un momento muy distinto y personal de mi vida, todos muy intensos, y de la historia que me ha tocado vivir durante estos años. De cómo este país empezó a ser otra cosa, otro mundo y de cómo los cambios influyeron en la manera de hacer pintura y en la cultura en general. De cómo dejamos de ser los narradores necesarios de los relatos perdidos en la jungla de un tiempo muerto, para finalmente poder hablar de nosotros mismos y del futuro.

   Siguiendo algunas pautas históricas, la obra se ha distribuido tanto cronológica, como espacialmente, con el fin de dar a la muestra un concepto dinámico, entretenido e incluso algo didáctico, para valorar mejor los contrastes de las diferentes etapas.                                 

   De un surrealismo onírico en blanco y negro (1966) encarnado en sueños, soñados y pintados, en donde se combina la fantasía con la razón y el delirio, en un sinfín de imágenes imposibles bajo la expectante mirada de Lovecraft y el mecánico sonido de Tangerine Dream como telón de fondo. A un surrealismo social y agresivo, donde la violencia, el miedo y la represión rasgaban los rostros, aflorando una psicología animal hasta la sexualización del terror. Después las “masas” campaban a sus anchas, nuevos tiempos para la lírica y las perchas se cargaron de mochilas con panfletos. Tras aquello me zambullí en la exaltación del color y la coña mordaz, juegos frenéticos de maquinismos y referencias primitivas de origen incierto en un mundo mágico lleno de movimiento. Futuristas y situacionistas se apuntaron a la fiesta. Lo que a mí me daba marcha era luz y fluorescencia, lo underground y la poesía visual. Luego el ruido negro, pintura sucia, del bote al cuadro, chorreo, acción, el artista dentro de la obra. Algo físico y total. Se asentaron los signos, la pulsión, el arrebato y la poética del agotamiento. Los formatos más grandes eran los mejores y Roland Barthes con su grado cero de la escritura catalizaba aquellas superficies. La pintura era mi cuenta pendiente y mientras yo, libre como un pájaro.

    De ahí surgen los elementos que poco a poco definirían toda mi obra posterior. Elementos acerados, industriosos, autónomos, pero todavía pintados y matéricos con carga poética, como el Homenaje a José Alfonso (1987) en Viaje de ida, y de forma definitiva a partir de Neuromecánica en la Galería XXI de Madrid (1992). Metáforas y analogías sobre el cuerpo y la tecnología, la mecánica y la máquina. Redes, cilindros, conos, generadores, etc… que más tarde se llamarán Metalíricos o Emisores. Supuestos conductores de energía y fluidos que dan vida al hombre y la máquina, pues todo lo creado en su exterior es una prolongación de sí mismo. Una especie de objetística fuera de códigos conocidos. En la muestra hay obras significativas de cambios a nuevos caminos como San Jorge o Espejo (2014 y 2015). Las transparencias, reflejos y espejos son asuntos congénitos a mi obra, pero en la actualidad han cobrado especial protagonismo la realidad y su doble. Reflejos que cambian y transforman los espacios, las presencias y la identidad de lo reflejado en un mundo que menciona otra realidad subjetiva, pero otra realidad, al fin y al cabo. La razón puede ser una histeria que provoca el miedo a lo oculto. Al caos, o la falta de control. El arte es un ejercicio que nos permite andar en el límite de ese abismo.

   Finalmente, las últimas piezas son la suma de todo lo anterior y conjuran la obra del futuro. El viaje continúa, tal como indica el título de la muestra, Rompiendo el tiempo… (Sergio Abraín 2018)

       El talante imaginativo de Sergio Abraín hunde sus raíces en los oscuros dominios del subconsciente, allí donde se producen las más insólitas asociaciones de imágenes, donde nacen las evidencias sin razonamiento, donde conviven los monstruos más informes y las bellezas más refinadas. Y este caos profundo, en el que tal vez se manifiestan deseos y derrotas colectivos, Sergio Abraín lo va fijando minuciosa y también impulsivamente, hasta ordenarlo objetivamente en ricas fabulaciones plásticas que configuran un universo alocado y coherente, misterioso y significativo, sugestivo y turbador a un tiempo. Un universo en cuya expresión convive, no sin tensión, el gesto espontáneo y la estructura rigurosa, por citar dos actitudes plásticas situadas en las antípodas.

Ernesto Contreras

… Ni cabe una más alucinante penetración en la entraña viva de los temas, ni una más sólida y solidaria arquitectura dibujística, ni tampoco una más cabal organización de la línea o del color, de la mancha o del montaje para la más convincente traslación de las visiones objetivas. Con dolorida responsabilidad, cual si el artista se liberara, en cada una de las obras expuestas, de diabólicas posesiones, que en todo ser humano contribuyen a establecer sus núcleos de comportamiento, Sergio Abraín, el rescatado de sus propios terrores, de sus alucinantes intuiciones, de sus crueles experiencias, pero aún atormentado por las visiones que la realidad le proporciona, reduce o mejor eleva a categoría estas figuraciones, que le plantean la proyección de un mundo, de una sociedad en corrupción, en descom-posición, pugnaz y dominante.

   El artista, convertido en feudatario de su tiempo, de su mundo, de su ámbito social, transcribe puntualmente cuanto ve, cuanto siente, cuanto contribuye a volverle el alma, echándola por la boca.

   No se recata ni se limita por temor o por respeto a convenciones éticas o estéticas. Las cosas son ferocidades. La violencia, el sexo, la degradación, el miedo. Y en el fondo de esta visión entre goyesca (en sus fabulosos dibujos críticos), y dantesta, en sus alucinantes collages, permanece el dolor del hombre, la protesta de la víctima. Sergio Abraín no especula en sus representaciones, reflexiones y fantasías.

   Sencillamente, con el corazón invadido de amarguísimos lodos, expresa un mundo. Frenético, empavorecido, avasallado, condenado. Un mundo: el nuestro.

   Pero conviene advertir, sobre todo para aviso de caminantes sin brújula por los vericuetos de la pintura, que para la aventura que Sergio Abraín acomete, dispone de un instrumento tan eficaz como sugestivo, el dibujo increíble, el dibujo puntual e incisivo, el dibujo que le convierte en el cronista alucinante de un tiempo alucinante. Sus dibujos se convierten en sorprendentes e increíbles lecciones maestras.

Antonio Gamoneda

… En raras ocasiones puede reconocerse tal episodio como en la sobrecogedora aventura pictórica de Sergio Abraín: desde hace 10 años ha venido circulando su trabajo en torno a las dificultades que presenta el color, depurándose alucinadamente de toda marca inútil, de todo signo de encarecedora pacotilla. De aquellas iniciales composiciones en cuyos límites la línea producía un discurso literario muy cercano al metaforismo surrealista a la presente muestra donde lo ciclópeo tan solo se sustenta en el prodigio del color masificado existe un infinito -el infinito contemplado de la historia de la pintura-  que acentúa la elección misma del sustento nada gratuitamente empobrecido.

    No quisiera terminar sin acentuar el sentido de un adjetivo deslizado con alguna vacilación: patéticamente, ha dicho calificando el carácter de la actual opción pictórica de Sergio Abraín. No sé, naturalmente, si es así, si esto es cierto. He pensado simplemente que, en el infierno donde la línea y la voz –lo figurativo y lo anecdótico– asientan su eficaz imperio, permanecer dialogando con lo informe absoluto –¡pues también esto es el color!– abre las puertas de la maldecida santidad que en los diálogos humanos se figura como Locura.

José Luis Rodríguez

… He hablado de desconcierto y no creo equivocarme si afirmo que la obra de Abraín posee la rara cualidad de hacernos sentir a un mismo tiempo desconcierto y certidumbre. Desconcierto porque no otra cosa puede suscitar la producción artística de alguien que ha evolucionado con tal rapidez, de alguien que ha sabido construir una galería tan rica en imágenes, tan fecunda, de alguien tan empeñado en la indagación sistemática y exhaustiva de las posibilidades del medio. Y de certidumbre porque a nadie se le puede escapar  que su multiplicidad es unicidad, porque incluso en sus creaciones más diversas, entre los extremos más alejados de su radical investigación, es fácil reconocer la intevención de su pincel inconfundible.

Ignacio Martínez de Pisón

   El artista no descuida en su obra el papel del colorido que presenta evidentes referencias al mundo del cómic o al pop norteamericano: tintas planas, a menudo tramadas, y tonalidades agrias, amarillo limón, azul pálido y violáceo, rosas y rojos fluorescentes- construyen, en su combinación con lo puramente lineal, rostros desfigurados con ojos desorbitados, objetos mecánicos, claras referencias sexuales (vulvas y falos eyaculando o en erección, etc.); elementos todos ellos que sirven al artista como vehículo para la expresión de las diversas contradicciones imperantes en la sociedad actual, aquellas que se manifiestan fundamentalmente en represión a todos los niveles y nos hablan de manipulación, de insatisfacción, de alienación de las aspiraciones más propias y naturales de lo humano… Presidida por una fuerte tensión dialéctica, Abraín propone en esta obra, a través de las múltiples relaciones entre elementos contrapuestos, un verdadero teatro simbólico de la compleja relación entre lo humano y lo cultural, entre lo individual y lo social. Y aunque crea una pintura que es, en definitiva, fiel reflejo de su pensamiento ideológico, se deja también influenciar de alguna forma por las sugerencias de un ambiente de alta calidad humana y espiritual, como era el que proporcionaba el marco de aquel symposium en que se hacía verdaderamente fácil la reconciliación del hombre con la naturaleza y del propio hombre consigo mismo…

Juan Ignacio Bernués

… Con el paso del tiempo los paisajes fueron perdiendo concreción y con ello la sensación de realidad, fueron siendo cada vez más abstractos hasta perder las cualidades de dimensión, escala, profundidad y, por lo tanto, la referencialidad, mientras que los signos que sustituían a los objetos fueron cobrando cada vez más presencia física, cada vez más contundencia formal, hasta apoderarse totalmente del cuadro. En las pinturas que hoy contemplamos es esta exposición el experimento pictórico llega a uno de sus grados más extremos, las figuras se apartan del principio de realidad conocible por la experiencia sensible para convertirse en objetos cuya realidad sólo existe en la mente del artista. Sin embargo, no se da en esta pintura una negación de la realidad sino, más bien, una interpretación introspectiva de ésta ya que las formas tubulares, como tales signos que sustituyen a otros elementos reales, siguen internamente formulaciones de la lógica de lo real.

Javier Maderuelo

… Al mismo tiempo, considerando que todo cuanto procede o se origina en la naturaleza humana es, al menos, tan noble y digno de consideración como ella misma, sobre todo en nuestra contradictoria época, signada por los grandes adelantos (nunca sabremos si avances) tecnológicos, perseguidos y anhelados con no menos pasión que la simultáneamente puesta en denostarlos, no puede sustraerse a la tentación de reunir y conciliar la belleza o el estupor de los cuerpos humanos con la estremecedora belleza de la naturaleza natural (cada día más improbable o escasa, pero todavía presente en las vegetaciones arbóreas o en la fabulación de su recuerdo) y con la fría hermosura, tal vez inanimada pero siempre latente y presentida, de las industrias humanas, reducidas a unas pocas y recurrentes imágenes arquetípicas con las que acaso pretende sintetizar la esquemática percepción simplista que solemos tener de ellas, aquí emblematizadas en formas cilíndricas que sugieren porciones de imposibles estructuras metálicas, aunque también impolutos fragmentos de conducciones cuya desconocida finalidad nos habla, en todo caso, de circuitos de comunicación por los que tal vez circulan y avanzan los más vulgares o misteriosos líquidos industriales, pero más probablemente los fluídos ideológicos, intelectuales, sensitivos y, en definitiva, sentimentales que desde hace milenios continúan intentando explicar lo más inexplicable, es decir, el posible e improbable sentido de nuestra dubitante y frágil existencia, porque la fábula sólo resultará tan deliciosa y esperanzadora como estamos deseando desde el principio de los tiempos si acaba celebrando el triunfo de la bondad y la belleza y el placer sobre las tenebrosas asechanzas derivadas de la despreciable mezquindad que muchas veces empaña o desbarata esa desconcertante condición que llamamos humana.

Rafael Ordóñez Fernández

… Las formas mecánicas de Sergio Abraín, basadas en tubos y conductos, difieren de las de otros artistas en que estas parecen hechas por la mano del hombre más que semejar algo orgánico. Aun así, el observador percibe un impulso en la pintura, escultura e instalaciones de Abraín que nos recuerda al visto en sus colegas: una versión del arte abstracto que pretender hacer avanzar la modernidad mediante la creación de formas originales. El arte de Abraín a menudo se siente como un monumento a la industria, cuyo desarrollo, no debemos olvidar, dio lugar al modernismo. Sus tubos son conductos cuyos ángulos rectos y cantos rígidos producen metáforas para la mente moderna.

Jonathan Goodman 

… Cuando se escribe un texto de estas características parece un tópico imposible de erradicar transmitir contenidos cualificados del objeto del escrito. En este caso nos situamos ante el trabajo de un creador de solvencia y de indudable talento, con recursos técnicos, creativos y teóricos que han dado lugar a una serie de metadiscursos ya iniciados en la década de los años setenta del siglo pasado hasta esta exposición que, seguramente, significará un punto de inflexión en sus planteamientos.

    El corpus artístico interdisciplinar de Sergio Abraín es inherente al de un artista de su tiempo no sólo circunscrito al desarrollo de su obra plástica, retirado y cobijado entre las paredes de su estudio, sino también incursiones en el mundo editorial, en la gestión de exposiciones o galerías de arte. Una multidisciplinariedad de actuaciones realizadas con el ánimo de dinamizar el mundo cultural, especialmente en épocas difíciles o esperanzadoras como la gloriosa década de los ochenta del siglo XX así como para paliar la banalidad envolvente de nuestros días. Sin duda es necesaria esta breve mención nada ajena a su quehacer para entender su globalidad y versatilidad artística. Capítulo aparte, inseparable de lo antedicho, merecía su compromiso ideológico en el sentido más lato del término.

Cristina  Jiménez

   La gran novedad de Sergio, ahora, la aportan los dioramas; según el diccionario, “dioramas son” panoramas o lienzos de grandes dimensiones con figuras diferentes pintadas por ambas caras y con los que, mediante juegos de luz en una sala oscura, se producen diversas imágenes y da la sensación de movimiento.

    Además de técnicas mixtas, utiliza aerografías; también recurre a la manipulación fotográfica o realiza instalaciones y fotografías de éstas: a menudo, imágenes fotográficas desenfocadas se combinan con elementos geométricos; otras veces, objetos tridimensionales, observados desde un primer plano, aleatoriamente, pasan a ser una imagen figurativa de contenido nuevo y distinto “plano” y lo mismo ocurre con las instalaciones escultóricas en marcos paisajísticos.

   Su iconografía tan característica, de “el cuadro dentro del cuadro”, se reitera, aunque con perspectivas nuevas y enriquecidas; abundan modelos femeninos, vestidos o desnudos; estructuras maquinistas, frecuentemente, con sus característicos elementos tubulares.

   Una nueva y muy fructífera etapa, que, se nos antoja, va a ser muy cinematográfica.

Carmen Rábanos

UN ALQUIMISTA DE TURBULENCIAS

Sergio Abraín es un inventor. Un creador de imágenes, un alma desarbolada, un artesano del capricho a su capricho. Alguien que siempre está en marcha: en el estudio, en la calle, en la tertulia, en la galería, con sus alumnos. Imagina líneas, máquinas, colores, trazos, constelaciones, submundos; fabrica geometrías del abismo. Ha sido un rebelde y se mantiene en ello. No cumple años, cumple con la vida y el arte en ese tratado de la imaginación que es él mismo, desasosiego que camina. Dialoga con la materia y se hace masa y pájaro, disparo y fogonazo de asombros, ironía, juego y arrebato. No sabe parar; la intuición es su escuela de ideas, el torbellino al vuelo. Esta gran exposición es un pequeña parte de lo que puede ser, de lo que ha sido durante años, desvelado, vitalista e inagotable, un alquimista de su época turbulenta, el soñador insaciable que se arroja al lienzo, al papel o al collage, desafiante y sin red, con la plata del delirio. 

Antón Castro

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