«Help!». Un grito desde los retazos de la memoria

Por Javier López Clemente 

   El pasado 10 de Marzo la compañía Teatro Imaginario representó en el Teatro Arbolé la obra Help!.

    El actor Alfonso Desentre, como pude leer en la nota que publicaba S. Campo en el Heraldo de Aragón, afronta el nuevo espectáculo bajo la influencia de una situación muy directa sobre el olvido y, con esa premisa, el espectáculo pivota sobre una pregunta esencial “¿Qué me gustaría recordar si algún día padeciera alzhéimer o demencia?”

   Si la memoria es nuestra capacidad para recordar imágenes sonidos y sensaciones del pasado; el olvido es precisamente la pérdida de ese recuerdo, o en palabras del tanguista Luís César Amadori: “Si pensara alguna vez en lo que fui  no tendría ni la fuerza de vivir. Pero yo sé que hay que olvidar y olvido sin protestar.” Memoria, recuerdo y olvido trabajan justas para construir el relato de nuestras vidas, todo un proceso creativo en el que, igual que elegimos minuciosamente los materiales para construir una historia que sea exactamente la que nos queremos contar, también hacemos un profuso ejercicio de olvido como la herramienta imprescindible para destruir de la memoria todo aquello que entorpezca el relato, es ese mecanismo de supervivencia que nos permite borrar los reglazos humillantes de algunos profesores o ese día que agachamos la cabeza y la dignidad ante las amenazas de un superior. Pero esta construcción tiene poco que ver con la pregunta esencial que se hace Desentre “¿Qué me gustaría recordar si algún día padeciera alzhéimer o demencia?”Porque, como explica la Asociación de Alzhéimer en su página web, las células del cerebro funcionan como pequeñas fábricas que procesan y almacenan la información para comunicarla a otras células. La enfermedad comienza cuando algunas partes de esa fábrica no funcionan bien y, aunque en la actualidad no se sabe con certeza donde empiezan los problemas, el resultado es que los atascos y averías en el flujo de información terminan por afectar a otras áreas, pero el alzhéimer no determina los recuerdos que se desechan, simplemente nos desconecta de ellos de forma aleatoria, no podemos elegir que palabras olvidar y tampoco si seremos capaces o no de abrocharnos la camisa hasta que la avería se generalice y nuestra personalidad y estado de ánimo sean independientes y nada tengan que ver con nuestra voluntad, entonces, la comunicación con los demás y con nosotros mismos será imposible: No se puede construir un relato desde las células afectadas severamente por el Alzhéimer.

    La historia que se nos contó Alfonso Desentre se sustentó fundamentalmente sobre el lenguaje corporal y un puñado de palabras de un hombre desmemoriado que intenta una y otra vez encontrarse en sus recuerdos que están a nuestra vista, desplegados en forma de fotografías, discos, textos, y voz. El personaje, al que queremos desde que sus ojos se fijan en los nuestros, hace un sobreesfuerzo cuando cada una de esas ventanas abiertas al recuerdo le permiten si acaso un breve asomarse que no termina de culminar, en una especie de experimento de prueba-error que siempre termina en frustración hasta que, por el capricho de los sueños, podemos ver con nitidez  como uno de sus recuerdos salta todas la barreras y se presenta con la sonrisa y la satisfacción de quien juega un partida de pinball mientras en la sinfonola de local suena una canción de Los Módulos. Y por eso, gracias a ese final, que yo sentí esperanzador, también me quedé con ganas de más y me atrevo a lanzar un reto a Alfonso Desentre que, en la charla posterior a la función, confesó la dificultad interior que sentía al preparar este espectáculo porque algo personal rondaba por su cabeza, y es precisamente ahí donde el actor debería bucear y profundizar para que esta historia alcance una cota mayor desarrollo artístico y de paso sacie mis deseos por saber más de ese personaje y sus recuerdos, por eso me gustaría que el hombre desmemoriado que me mira a los ojos y confunde mi nombre se asomase a cada una de las ventanas que tiene a su alrededor y me muestre más destellos de su vida, que la memoria, el recuerdo y el olvido hagan su trabajo para levantar una historia, un relato nuevo, el relato del hombre desmemoriado que sirva para dibujarlo con nitidez. Alguno de mis improbables lectores pensará que esto de lanzar ideas es un atrevimiento que está fuera de lugar, y tal vez tengan razón pero, ¿qué quieren que les diga? Si la función me sacó del patio de butacas para sentarme en el escenario, una vez allí, me siento parte de la historia.

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