Italia: Furias, hombrecillos

Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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      El epítome del asesinato por celos está en dos tragedias escenificadas por Herzog y Visconti. Vemos a Friedrich Johann Franz Woyzeck, al ralentí, apuñalando a su Marie sobre la ribera de un hermoso lago de Costanza, sus ojos espantados en lágrimas que, al mismo tiempo que ejecutan, viven su horror.
    Quién sabe si Testori tomó la idea de Büchner para ambientar el acuchillamiento de Nadia por Simone, el hermano amargo de Rocco, a orillas del hidropuerto de Milán. Ciertas atrocidades convierten en animalillos sin defensa, guiñapos, dolientes garabatos a sus víctimas, como esos hombrecillos brutalistas de Phil Mulloy que no dejan títere con cabeza. En Italia ocurre un feminicidio cada dos días; cerca de doscientos al año. Traiciones sexuales medidas con distinta vara, supuestas provocaciones no correspondidas, discusiones escaladas hasta el paroxismo, extraños masoquismos de la soledad, marcas extremas del macho posesor. Mientras suena el teléfono rosa, que recoge voces humanas desde la oscuridad de los hematomas, el uxoricidio progresa en una estadística que, en la mayoría de los casos, tiene como escenario los muros de casa, los brazos del propio compañero. Del miserable vengador erigido en Furia doméstica. Mientras una ley contra la violencia de género lleva diez años tratando de combatir la lacra hispana, sólo en octubre pasado se aprobaba aquí algo semejante, y en su embarullado articulado se mezclan asuntos tales como la militarización de las vías de alta velocidad o los fraudes derivados de la suplantación de identidad electrónica. Ni siquiera el crescendo de las cifras, su pavorosa urgencia, ha persuadido a los (señores) legisladores de la necesidad de afrontar específicamente el fenómeno.

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