Berlín: Sobre guerras secretas e intereses bastardos

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Por Andreu Jerez

      La indignación desplegada por el Gobierno de la canciller Angela Merkel y el aparato diplomático de la República Federal Alemana ante el espionaje masivo de Estados Unidos en suelo alemán es puro teatro.

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Por Andreu Jerez
Corresponsal del Pollo Urbano en Alemania

    Ésa es la conclusión a la que uno llega tras leer el recomendable libro Geheimer Krieg («Guerra secreta») escrito por los periodistas Christian Fuchs y John Goetz. 

    Cuando hace unos meses, y gracias a las filtraciones hechas por el extécnico de los servicios secretos estadounidenses Edward Snowden (todavía refugiado en Moscú a la espera de un salvoconducto), la prensa alemana desveló que EE.UU. había estado interviniendo durante años el teléfono móvil de Merkel, de otros parlamentarios alemanes así como las comunicaciones de millones de ciudadanos residentes en Alemania, el establishmentpolítico germano se echó las manos a la cabeza, calificó las escuchas de «inadmisibles» y exigió explicaciones «inmediatas» a Washington. El embajador de estadounidense en Alemania incluso fue llamado a consultas por primera vez en la historia moderna de las relaciones de ambos países. El barrio político de Berlín parecía recuperar así las atractivas esencias de las novelas de espionaje tan típicas de la Guerra Fría.

     Tras meses de intensas investigaciones, el periodista estadounidense John Goetz, quien trabaja en Alemania desde hace dos décadas, lo tiene claro: los servicios secretos de EE.UU. ni han dado ni dan un solo paso en suelo alemán sin el beneplácito del espionaje alemán, y por tanto, del Gobierno federal. O mejor dicho: los servicios secretos estadounidenses cuentan con absoluta carta blanca de Berlín para actuar cuando y como crean necesario en territorio germano, básicamente porque Alemania es un elemento fundamental de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos y porque «el aparato militar alemán y estadounidense son inseparables, la misma cosa», en palabras del propio Goetz.

    De este modo, ¿a qué viene tanta indignación por parte del Gobierno alemán si los servicios secretos y militares de Estados Unidos campan a sus anchas por el territorio de la República Federal desde el fin de la Segunda Guerra Mundial?  Como Fuchs y Goetz apuntan, tanto aspaviento responde más bien a una estrategia política de mero consumo interno: como claramente muestran las encuestas, la ciudadanía alemana ha mantenido y mantiene por razones obvias una postura manifiestamente pacificista desde 1945. Los alemanes se oponen de manera inequívoca a intervenciones militares de su país fuera de sus fronteras. No obstante, y como deja patente la investigación Geheimer Krieg, la silenciosa y mortífera «guerra contra el terrorismo» que la Administración Obama lleva actualmente cabo a través de ataques con drones en países como Afganistán, Pakistán o Somalia sería imposible sin la indispensable colaboración de Alemania, país que sirve de base de operaciones, logística e inteligencia al ejército y a los servicios secretos estadounidenses.

     Los sucesivos gobiernos alemanes, ya estuvieran encabezados por socialdemócratas o democristianos (o por ambos, como en la actual Gran Coalición), han desplegado así un doble juego político: con una mano, y ante la opinión pública, se abstienen de apoyar e incluso se oponen a la estrategias belicistas de sus aliados de Washington, mientras con la otra, le conceden a Estados Unidos total libertad y los medios que estén a su alcance para poner en marcha y ejecutar sus políticas de seguridad y sus estrategias bélicas desde suelo alemán.

     Pero si el Gobierno federal alemán aplica ese doble juego político, ¿dónde queda la responsabilidad de los representantes democráticamente elegidos por la ciudadanía alemana? ¿De qué sirve el ordenamiento constitucional vigente en Alemania si a final de cuentas el Gobierno federal permite que el ejército estadounidense ordene ejecuciones extrajudiciales de presuntos terroristas y también de decenas de civiles inocentes en Afganistán, Pakistán o Somalia desde bases situadas en Stuttgart o Ramstein? Una de las voces que aparece en el libro de Fuchs y Goetz es Dieter Deiseroth, actualmente juez del Tribunal Federal Administrativo. Deiseroth lo expone con la sutileza diplomática que confiere la jerga jurídica: «Todo gobierno alemán se mueve en los límites de la inconstitucionalidad» cuando permite que se lleven a cabo guerras ilegales desde su territorio soberano.

     Los socialdemócratas alemanes, con el apoyo de Los Verdes en el entonces Gobierno de coalición rojiverde, todavía sacan pecho por haberse opuesto a la (ilegal) guerra de Irak impulsada por la Administración de George W. Bush tras los atentados del 11-S. Sin embargo, nada dicen de la pasividad diplomática mostrada entonces por el Gobierno federal sobre el secuestro y las torturas a las que fueron sometidos ciudadanos alemanes inocentes detenidos previamente por Estados Unidos por ser presuntos terroristas. ¿Un ejemplo?: la experiencia de Murat Kurnaz en la cárcel ilegal de Guantánamo narrada en la película 5 Jahre Leben (Cinco años de vida) pone de manifiesto cuán poco le importan al poder político los ciudadanos a los que representa cuando sus derechos entran en conflicto con otros intereses bastardos y absolutamente carentes de legitimidad democrática y moral.

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