Encuentro con Carlos Saura y su hija Anna


Por Carlos Calvo 

  Recién llegados de Berlín, de los premios del cine europeo, Carlos Saura y su hija Anna –productora, que le acompaña a todas partes- aterrizaron en Zaragoza para participar en ‘Trayectorias: conversaciones sobre la cultura en España’…

…, un ciclo que quiere transmitir cómo el recorrido de una persona puede servir de ejemplo e instrucción en determinados campos artísticos o profesionales. La función tuvo lugar en el paraninfo de la universidad de Zaragoza.

  Saura lamentó que el cine dependa cada vez más de las televisiones, por lo que pidió a las cadenas un esfuerzo para aumentar la calidad del séptimo arte español. El director de ‘Cría cuervos’ señaló que el camino de hacer cine en España no ha sido nada fácil para nadie. Tampoco para él. Todo está en un momento de incertidumbre, por lo que hace falta fomentar el cine español y estimularlo. “Si no”, dijo, “nos vamos a quedar sin nada”. Saura confesó su cariño hacia sus productores –destacó su trabajo con Elías Querejeta, Emiliano Piedra o Andrés Vicente Gómez- porque, gracias a ellos, ha podido sacar adelante su cine y ha tenido toda la libertad del mundo para hacer películas. En ese sentido, lamentó que ahora hay financieros preocupados por tener cuota de pantalla.

  Su hija Anna hizo de entrevistadora y si alguna pregunta le omitía su padre, o salía por la tangente, volvía a insistir ella. Entre bromas y buen rollo, Saura fue contestando, esquivando, relajándose cuando le interesaba, pero Anna, erre que erre, volvía a insistir. Dijo Saura que hoy existe una censura acaso más perniciosa que en la época franquista. Al menos, se sabía por dónde venían e, incluso, venía bien. Recuerden, si no, el final de ‘Viridiana’, la obra maestra de Buñuel, cuyo cambio mejoró el previsto censurado. O la misma película ‘La caza’ de Saura, punzante parábola acerca de la guerra civil española, que en un principio se iba a titular ‘La caza del conejo’, pero por sus posibles connotaciones eróticas fue censurado y quedó como quedó, curiosamente mucho más simbólico.

  ‘La caza’, un filme austero “con cuatro actores y unos conejos” en donde el dicho ‘hombre, lobo del hombre” funciona como alegoría de los tiempos, gustó sobremanera a Luis Buñuel, a quien conoció años atrás al coincidir en el festival de Berlín, el oscense con ‘Los golfos’ y el calandino con ‘La joven’. Y del turolense habló, de su relación casi familiar, de cómo el maestro le dijo que si por motivos de salud no pudiera acabar de rodar ‘La vía láctea’ le dejaba todos los poderes para que la terminase él. Y aunque no se considera discípulo de Buñuel, su rastro es evidente en películas como ‘Peppermint frappé’ o ‘El jardín de las delicias’. De hecho, del amplio reparto de ‘Llanto por un bandido’ asoma el calandino en un pepelillo. También Saura realiza ‘Buñuel y la mesa del rey Salomón’, con guion de Agustín Sánchez Vidal, presente en la charla como espectador. Y las estentóreas risas de Luis Alegre, también asistente, sonaban como los tambores de Calanda. A Sánchez Vidal le preguntó si le había llegado su último libro, la novela ‘Ausencias’, y Saura no advirtió que días atrás el catedrático ya le hizo un reseña en ‘Heraldo’. Prudente, el salmantino asintió con la cabeza.

  Habló igualmente de sus documentales musicales y dijo: “Del baile hago cine, y eso nunca lo entendió Antonio Gades”. ¿Lo entendería Berna en ‘Jota’? Con Gades trabajó en ‘Bodas de sangre’, ‘Carmen’ o ‘El amor brujo’. Después de ‘Zonda’, ‘Flamenco’, ‘Fados’, ‘Salomé’, ‘Tango’ e ‘Iberia’ realiza ‘Jota’, su último musical, “porque si no lo hago me llamarían traidor”. Y habló del proyecto musical en marcha que tiene en México, con su hija de asistente de producción, O la película sobre Picasso con Antonio Banderas, para la que lleva más de ocho años trabajando e intentado sacar adelante. “Algunos proyectos se van a hacer y otros no se sabe”.

  Viajado y cultivado, Saura estuvo divertido, juguetón, e hizo un aparte en los festivales de cine, en sus manías de dar premios hasta al conductor del camión del cáterin. Con Ingmar Bergman quiso organizar un certamen de cine europeo en el que solo se premiase un trabajo, ya fuera de ficción, documental, largo o corto. Como el Nobel, un solo galardón. Pero todo quedó en agua de borrajas. Su hija sonreía en todo momento y le preguntó por qué no ha trabajado en Hollywood, pero nada se le había perdido allí. De lo que más orgulloso se sentía es de su legado, cuarenta y tantas películas y siete hijos. A su hija Anna, la única hembra y más pequeña de su prole, la tuvo ya sesentón. Y jugaron con la edad, que si ella tenía veintitrés o veinticuatro y que si él, ochenta y cinco u ochenta y seis. Yo a Boston, tú a California.

  Saura recordó ‘Elisa, vida mía’, tanto la película de 1977 como la novela homónima editada en 2004. También recordó esa película definitiva sobre la guerra civil que no pudo hacer, ‘¡Esa luz!’, que posteriormente convirtió en novela. Qué menos. Y aunque no le interesa volver a ver su cine, una de sus películas favoritas, dijo Saura, es ‘La noche oscura’, realizada en 1988, en la que limita en un claustrofóbico y mínimo espacio fílmico la figura de san Juan de la Cruz, un excelso místico y poeta: “¿Adónde te escondiste / amado, y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste / habiéndome herido; / salí tras ti clamando y eras ido”. Al oscense le subyuga esta voz porque sabe que la palabra es la personificación de nuestros deseos más íntimos, tanto intelectuales como sentimentales: “En una noche oscura / con ansias, en amores inflamada, / ¡oh, dichosa ventura! / Salí sin ser notada / estando ya mi casa sosegada”.

  Antes de hacer cine, Saura pensó en diseñar motos y coches y soñó con ser un atleta de los cuatrocientos metros lisos. Como esprínter, confiesa, no tenía futuro; como ingeniero, tampoco. El cine, al parecer, era lo suyo, aunque él tardara en darse cuenta. Comenzó como fotógrafo, y con diecisiete años, incluso, publicó en portada de ‘Abc’. Años después, ‘Paris Match’ le hizo una oferta, pero se puso a rodar ‘Los golfos’ y tuvo que elegir. Y eligió bien, pues poco después estaba en Cannes codeándose con Fellini, Antonioni, Minnelli, Bergman, Buñuel y Nicholas Ray. Como ellos, Saura es una institución del cine europeo, un hombre que siempre ha ido a su aire y que se ríe con frecuencia al recordar pasajes de su vida que en un momento no le hicieron tanta gracia.

  Mucho se dijo décadas atrás de los contenidos sociopolíticos y de los mensajes más o menos cifrados y simbólicos de sus películas, especialmente durante el franquismo. Pero, sin que tales ingredientes consabidos deban ser negados hoy, lo que delata una excepcional filmografía –más su dedicación al ballet y al teatro- es el cultivo incesante y progresivo de una maestría con la luz y los colores, con los volúmenes y los espacios, con las manchas y las sombras, que Saura ha desarrollado no solo bajo el condicionado de su planteamientos estéticos, sino mediante el uso de la técnica y de la tecnología más innovadora en las herramientas propias de su profesión. Como todo artista singular, Saura tiene su técnica y es un gran técnico, pero también es un gran experimentador de la tecnología, por la que siente un vivo interés.

  “Con los años”, reconoció Saura, “algunas películas mías que fueron destrozadas por la crítica han recuperado su valor, lo que es todo un misterio para mí”. Y aplaudió el documental ‘Saura(s)’ realizado por el navarro Félix Viscarret y que gira en torno a su vida, su trayectoria y su relación con sus hijos. Un altoaragonés tenaz que invierte la tradición como nadie, con una óptica intimista. Y se enorgulleció de ‘¡Ay, Carmela!’, otra de las películas favoritas de su filmografía, con esos dos seres desamparados en un mundo hostil, quienes encuentran en el arte y en el teatro un modo de supervivencia no tanto ya alimenticia como esencialmente ética. Igualmente le sorprendió ‘El Dorado’ cuando la vio hace poco, con un gran Omero Antonutti con cara como de pan seco. “Me sorprendieron algunas escenas… ¡y las hice yo!”, dijo, entre sonrisas.

  Pero, sin duda, la obra maestra de su singladura es Anna, nacida en Barcelona, la hija pequeña del realizador que le acompaña a todas partes. Y que estuvo con nosotros en el paraninfo de la universidad de Zaragoza entrevistando a su padre. Todo un lujo.

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