Heráldica gala de las artes y las letras

Por Carlos Calvo

   A veces, solo a veces, el frío produce delirios, igual que el calor. Subía yo por la Gran Vía zaragozana en dirección al auditorio y hacía un frío pelón que no recordaban ni los más viejos del lugar.

   Había que estar, tampoco era obligatorio, a las siete y media de la tarde en la entrega de la tercera edición de los premios ‘Artes & Letras’ de ‘Heraldo’, en una gala que condujo, con más nervios que temple, la periodista Victoria Martínez. Después del largo y cansino agradecimiento a la editorial Edelvives y al banco Sabadell, por esas cosas del patrocinio, empezó la gala propiamente dicha.

  Con sus muchas horas de esfuerzo, empeño e ilusión que dedica a sensibilizar y normalizar el mundo cultural en Aragón, a través de “un compromiso e implicación personal y profesional inquebrantable”, o eso dijo la presentadora, un emocionado Antón Castro consideró que los medios de comunicación deben definir lo que es importante para la sociedad, al margen de cualquier presión externa, qué diálogo se quiere tener con ella y qué mejor que con las artes y las letras por bandera. Aprovechó y lanzó una misiva a sus jefes para que las páginas semanales de la cultura que él coordina pudieran salir a lo largo de todo el año, sin interrupción, y así el lector no se distraiga y, por insistencia y en el mejor de los casos, distinga un verso de Cernuda de otro de Guillén. Pero sus plegarias apenas fueron atendidas. Solo le faltó decir que se pagara a los colaboradores.

  Antón Castro destacó igualmente el talento, la pasión, la tenacidad y el valor de la actitud como motores culturales en esta tierra nuestra. Está claro que la ilusión puede viajar en tranvía, pero el asombro está muy ligado a la felicidad, palabra recurrente en la gala. Hay que ponerse en el lugar de los demás, hacer las cosas de verdad, trabajar con inteligencia emocional. Es lo que nos hace humanos. Las cosas más sorprendentes ocurren cuando salimos de nuestra zona de confort. El miedo, ya saben, es el camino hacia el lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio lleva al sufrimiento. Como para ser temerosos. O ariscos. Mejor ser felices. Contento y feliz, pues, Antón Castro se refirió al trabajo en equipo, donde es esencial el colectivo y cada uno de los individuos que lo conforman. Los grandes equipos, no hace falta decirlo, surgen de grandes personas que quieren colectivizar su conocimiento, sus aspiraciones, sus sueños.

  La gala transcurrió con fluidez, no se hizo pesada y fueron subiendo al escenario de la sala Luis Galve del auditorio todos los galardonados. De uno en uno. O de dos en dos, como ocurrió con las parejas formadas por Iris Lázaro-Eduardo Laborda y Elisa Arguilé-Daniel Nesquens. Los primeros se llevaron el premio de bellas artes y de parejas artísticas hablaron. Quisieron agradecer muy sinceramente este premio a todos los miembros del jurado, especialmente a Antón Castro, quien, hace ya treinta años, les prologó y aportó unos relatos breves al catálogo de una exposición que realizaron, precisamente a dúo, en la sala Gaudí de Barcelona. Dieron las gracias también por la difusión que desde el suplemento ‘Artes & Letras’, o del ‘Heraldo de Aragón’ en general, han tenido sus actividades, no solo pictóricas, sino también editoriales o cinematográficas. Es la primera vez que comparten un premio y, en el reconocimiento a esta aventura que iniciaron juntos hace más de cuarenta y cinco años, lanzaron un guiño a las numerosísimas parejas que han transitado por el mundo del arte, desde las más conocidas como Antonio López y María Moreno hasta las vinculadas con Aragón: Juana Francés y Pablo Serrano, pusieron de ejemplo. O Pilar Aranda y Francisco San José. Tampoco se olvidaron, nobleza obliga, de los amigos Ángeles Felices y Hermógenes Pardo. La otra pareja premiada, la de Nesquens y Arguilé, se llevó el de literatura juvenil e infantil, y estuvieron especialmente divertidos. Y somardas.

  Por su parte, el diseñador e ilustrador Isidro Ferrer, madrileño afincado en Huesca, obtuvo el premio especial de un jurado compuesto por Desirée Orús, Julia Millán, Eva Cosculluela, Fernando Sanmartín, José Luis Melero, Pablo Ferrer, Santiago Paniagua y el propio Antón Castro. En su discurso de agradecimiento, Isidro Ferrer no se consideró un artista, sino un artesano que hace las cosas lo mejor que sabe. O puede. Tenía razón Isidro Ferrer: muchos confunden los montajes publicitarios con el arte. Si me apuran, no existe realmente el Arte (así, con mayúscula). Tan solo hay artistas. Estos eran en otros tiempos hombres que cogían tierra coloreada y dibujaban toscamente las formas de un bisonte sobre las paredes de una cueva; hoy, algunos compran sus colores y trazan carteles para cualquier estación de tren. Entre unos y otros se han hecho y se hacen muchas cosas. No hay ningún mal en llamar arte a todas estas actividades, mientras se tenga en cuenta que tal palabra puede significar muchas cosas distintas, en épocas y lugares diversos, y mientras se advierta que el Arte, escrito con mayúscula, no existe, pues el Arte con mayúscula ha de ser un fantasma y un ídolo. Se puede abrumar a un artista diciéndole que lo que acaba de realizar acaso sea muy bueno a su manera, solo que no es ‘Arte’. Y se puede llenar de confusión a alguien que esté admirando un cuadro, pongo por caso, asegurándole que lo que le gusta en él no es precisamente el Arte, sino algo distinto.

  Otros galardones recayeron en la compañía La Mov (artes escénicas), Judith Prat (fotografía), Luis Alegre (cine) o las revistas ‘Rolde’ y ‘Turia’ (promoción cultural). Decían los antiguos que en la oratoria no hay que bracear ni alzar la voz, no cosquillear los oídos, ni tratar de envilecer al público. Unos y otros hicieron caso de los clásicos y los discursos de agradecimiento fueron cortos, con la demagogia justa. Algunos no decían lo que pensaban, sino que directamente ocultaban sus pensamientos. Incluso alguno hizo un viaje imaginario a Castellón. El arsenal de la retórica agradecida estaba cargado de carburante. No era el momento de las discrepancias, que aquello no era un wéstern crepuscular ni llegó al poblado uno que era más rápido con el revólver.

  Entre criminales, detectives y gabardinas, un sobrio Julio José Ordovás recogió de Pilar de Yarza, presidenta editora de ‘Heraldo’, el premio de literatura. Citó a Chesterton, ese periodista y filósofo británico que era conocido como el príncipe de las paradojas, y tiñó su intervención al profundo respeto que el universo de las letras le merece, acordándose del anterior director del suplemento ‘Artes & Letras’, Juan Domínguez Lasierra, y de aquellos compañeros de fatigas con los que compartió letra impresa, como el imprescindible y añorado Joaquín Aranda –se ponga como se ponga José Luis Melero- con sus “libros de viejo” y así. Ordovás, todo hay que decirlo, no es espía, no es ‘hacker’ ni se parece a Bond. Es escritor. Y panadero. Y amigo mío. Como la mayoría de los premiados de esta gala. Su despacho de pan es una versión castiza del sótano del técnico que suministra ‘gagdets’ al agente 007. Aunque lo que más miga tiene es su literatura de anticuerpos y paraísos altos, que por eso le han premiado. Antes se ponía unos guantes naranjas fluorescentes, para no dejar huellas en sus investigaciones, y la panadería familiar parecía ‘CSI, calle Heroísmo’. Pero los detectives ya no llevan gabardina, ni una lupa, ni un periódico con dos agujeros a la altura de los ojos. Elemental, querido lector.

  En su discurso, Miguel Iturbe, director de ‘Heraldo’ y más largo que un ciprés, recogió la pelota de Ordovás y se apoyó en Chesterton. Pero a Chesterton solo le perdía el chiste, buscaba que el lector pensara dos veces cada sentencia. Suya es la frase: “Puedo creer lo imposible, pero no lo improbable”. Lo cual es una manera de expresar que estamos autorizados a soñar, pero teniendo los pies en el suelo. Lo imposible no puede ser y lo improbable simplemente no ocurrirá. Los políticos, bien lo sabe Iturbe, están obligados a intentar la utopía, aunque no pueden prometerla porque estarían engañando a la gente. “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, pintaron los jóvenes revolucionarios del mayo del 68. Una paradoja que hubiera encantado a Chesterton.

  La gala estuvo amenizada por los artistas Sara Giménez -acompañada al piano por Alberto Martínez-, Sara Comín .junto a José Luis Arrazola a la guitarra clásica-, María José Hernández -con su tema ‘Aniversario’- y, como broche, el dúo formado por Ernesto Cossío y Joaquín Pardinilla. Este último fue premiado a la mejor labor musical y dedicó el trofeo a su madre, allí presente y tan sufridora ella, que ya sabemos que estos chicos, siempre en furgoneta de un lado para otro, han sido de más jóvenes unos tarambanas. El arriba firmante parecía un detective (sin gabardina) al terminar la fiesta, pues actuaba como si de Colombo se tratara, preguntando a los sospechosos habituales. Ser detective es un estilo de vida y lo aprendes en la calle: lo duro que es, la ‘cara b’ de las personas, cómo es la sociedad de verdad, lo que esconde. Te hace ver la vida desde un plano que la gente no ve en su zona de confort. Aunque te puedan llamar arisco. Pero la gala fue felicidad infinita, decía. Más ficción que realidad. ¿Mienten los artistas? Todo el mundo miente. Nietzsche, que no pudo acudir al evento, tiene escrito: “La mentira es necesaria para la vida”. Necesitamos mentir porque la verdad siempre es decepcionante.

  En realidad, el fiestón por excelencia no llegó hasta el envite en el restaurante Rogelios. Casi enfrente del auditorio, sí, pero el frío pelón hizo desistir de la caminata a más de uno. Taxi y para casa. O tranvía, vaya usted a saber. Pero la mayoría nos quedamos y abarrotamos el salón del comedor. Menos mal que no fueron todos. No cabía un alfiler y hacía un calor del carajo. Eficaz servicio y abundancia de caldos y bocados. Todo empieza por la boca y, luego, se expande por el cuerpo por los nervios. Parecía una boda de relumbrón. También es verdad que no pagaba la matriarca Yarza. Los tíos, vestidos mayormente de etiqueta, premiados o no, y las tías, muy puestas y perfumadas. Ya saben que detrás de cada perfume hay una sensación, un sueño, una historia, un verso suelto.

  La creatividad, mejor o peor perfumada, es la hermana pequeña de la imaginación. Mientras la mayor vaga por rincones insospechados, ella intenta hacerlos realidad. De ahí que el arte nunca tenga claro hacia dónde va. Pero uno sí sabía a qué lugar se dirigía. La oportunidad se pintó calva y hablé con unos y con otros. Nuestra calva más ilustre, Luis Alegre, me confesó que su vida es un trajín: que si cena al día siguiente con Ana Marquesán y su ‘troupe’, que si galardón días después en Bujaraloz, que si viaje a Madrid, que si comida con Paco Simón y Juan Aguirre… Vino sin el cenizo, cierto, pero nos dio la noche con sus vivas a Lechago, Aragón y Castellón. Le dije que le guardaba en mi tienda unos garbanzos de la factoría dionisíaca y, después de varios abrazotes, me presentó a una guapa bailarina, la que luego me diría: “He sentido cuando me mirabas como si me clavaras agujas de acupuntura”. Vamos, que ni Alice Denham. Yo, por si acaso, besote en el carrillo derecho, besote en el carrillo izquierdo. Oportunidad perdida, maldita sea. Solo faltó decirme: “Cuando me veas en el escenario entenderás que cualquier forma de arte consiste en no perder el compás y saber detenerse”. Ahora ya sé que sufriré por ella.

  Eduardo Laborda me confesó que no iba a exponer más, pues en la Lonja se le movían los cuadros solos, tomando vida propia. A Antón Castro le intrigaban los óleos del comedor, pues todos le parecían ‘aguayos’. Fernando Sanmartín me recordó que no faltase a la presentación de su libro sobre ciudades de pajaritos y pajarracos, que lo suyo no es Castellón: su travesía llega a Tetuán. Raúl Carlos Maícas contaba que el paso previo para enfrentarse al rompecabezas catalán es el desarme sentimental del conflicto, que entre el inmovilismo y la revolución hay siempre un camino poco espectacular pero fructífero y razonable. Raúl Herrero, que cada día se parece más al Agustín González de ‘Atraco a las tres’ (o ‘Ataque a las tres’, como le gusta decir a Antón Castro), se dirigió a la gran jefa de los seminolas con el arquetipo de la película de Forqué: “¡Raúl Herrero, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo!”… Y me agradeció que le pusiera en contacto con los uncastilleros Carmen y Josu para organizar algo con su libro sobre el mago del cine Méliès. La ingenuidad de unos cohetes que se incrustan en el ojo de una luna sorprendida.

  Un supuesto ‘connaiseur’ del vino centrifugaba su copa como si le fuera la vida en ello y emitió su veredicto de cata: “Sutil, tenue, con fresco aroma afrutado; en boca es suave, fresco, sabroso y con un delicado final cítrico”. Casi nadie dice o escribe que un vino es gustoso (o goloso). Casi todos dicen o escriben que es sabroso. Sabor sabroso. Algo gustoso (o goloso) es aquello que tiene buen sabor en el paladar. Gustoso (o goloso) es una palabra que no se suele utilizar pero a la vez tan válida como cualquier otra. O más que otras. El verdadero entendido, ya ven, no bebe vino, saborea sus secretos. Tanto es así, que un invitado bastante bebido se sintió por primera vez humorista: se le choteaban cada vez que abría la boca. Peor fue el que solo hablaba de comidas o te contaba sus enfermedades con pelos y señales. O aquella que no paraba de filosofar, a la manera de Sophie Swetchine: “El arrepentimiento es el remordimiento aceptado”. O sea.

  Otro invitado, encantado de haberse conocido, iba dando la enhorabuena a todo bicho que se le acercara, pero mi amigo Jesús Rueda me dijo que nunca ha confiado en el elogio, porque el primero que recibió fue la más insultante mentira. Todos me contaban cosas, porque les preguntaba. Soy, para qué negarlo, un preguntón. Con Jesús Marco hablé de los premios Simón, de la academia aragonesa del cine y de otras cosas sin importancia. Como de todo hay en la viña del señor, algunos no callaron más que lo oportuno y aceptaron mojarse pisando charcos con la solvencia de quienes saben apuntalar con rigor sus intuiciones. Luis Rabanaque, al que yo llamo Toño desde siempre, es uno de ellos. Me gusta su ironía, el arte de dar bofetadas con elegancia. Su humor tiene una raíz bufonesca, porque el bufón era el único que le contaba la verdad al rey. Y le dije que echaba en falta en esta gala un premio a la frivolidad. Entiendo que la frivolidad puede ser una de las bellas artes y yo propondría a Antón Castro, si conflicto no supone, un galardón en esta disciplina para la próxima edición.

  Vivimos en conflicto, en cualquier caso. Conflictos personales, conflictos culturales, conflictos sociales y conflictos políticos. Forma parte de la naturaleza humana. Esta obviedad ha estimulado el pensamiento y las artes a lo largo de toda la historia. El pesimismo, que Chesterton decía que era propio de los que solo creen en sí mismos, parece imponerse. Basta con mirar la realidad del mundo actual: hambre, explotación, esclavitud, violencia, guerras… El desaliento inundará el corazón de cualquiera que digiera, sin masticar, el relato dominante de los medios de comunicación de masas. No en vano ellos forman parte activa (e interesada) del conflicto. El optimismo, continúa el bueno de Chesterton, es propio de los que creen en los demás. Ellos son los protagonistas imprescindibles de esas otras historias que se abren paso en medio de la desolación, que encienden una luz en la oscuridad y siembran jardines en el desierto. Historias que tendemos a leer con las lentes de la incredulidad o la admiración ‘piadosa’ que nos blinda ante cualquier posibilidad de imitación.

  Pero en el envite cada uno iba a lo suyo. Pura paradoja. O puro envés. O, simplemente, pura parodia. En el fondo, por decirlo con Bolaño, “la parodia solo disfraza el deseo enorme de ponerse a llorar”. Así, el poeta Jesús Soria me decía no sé qué del yo o del no yo que dejome turulato. El bibliófilo José Luis Melero estaba especialmente feliz por su inminente ingreso en la noble academia de las artes bellas de San Luis, esa institución que solo admite gente intelectual y culturalmente casposa. Con olor a naftalina. A la matriarca Yarza le hice varias fotos y todas salieron mal. A la paraninfa Yolanda Polo la descubrí metiéndose en el bolso varias croquetas y alguna empanadilla. El catedrático Agustín Sánchez Vidal discutió con uno y lo mandó hacer viñetas, que lo suyo no es el cómic. Con el artista Perico Calomarde apenas pude hablar, porque cada dos por tres iba a visitar los baños. Un invitado, más bebido de la cuenta, que se percató como yo de ese trajín, balbuceó algo así como que las drogas no son un problema, son una mala solución a un problema. Se ve que el alcohol es un fenómeno moldeado a la inversa de las drogas. Calomarde, la cosa está que arde.

  A Antonio Pérez Lasheras le pregunté por los artefactos sarcásticos de Nicanor Parra (“La piedra más horrible / es superior / a la estatua más bella”) y solo supo decirme que como Góngora no hay ninguno. Su sobrino Fernando Lasheras, tan despistado él, felicitó a Iris Lázaro por el premio a las artes y a Eduardo Laborda por el de las letras. Desirée Orús se encontró un perro abandonado y se lo llevó a su casa. Ese fue su premio. Y lo bautizó Goya. El cirujano Antonio Gutiérrez Valdivia, natural de Calomarde, me preguntó por un tal Robledo, que no sé quién era, pero él llevaba un pedo como Robledo. También me presentó a un escritor y le pregunté qué tal escribe. “Es muy buena persona”, me dijo. Igualmente soporté la matraca de conversadores torrenciales y más o menos obtusos o alcoholizados. Alguno no tenía ni idea de lo que decía, pero sin el menor pudor saltaba de una ignorancia a otra sentando cátedra en todas ellas.

  Poco a poco, como una vieja del fondo hilaba el copo, los premiados, perdedores e invitados iban abandonando el festejo. De uno en uno. O de dos en dos. Y algunos encantados de haberse conocido. Por ahí desfilaban Carlos Medrano, Eugenio Mateo, Cristina Beltrán, César Sánchez, Marisa Royo, Natividad Saura, Ismael Grasa, Eva Puyó, Mamen Monclús, Amparo Gallego, Joaquín Ferrer o, entre otros, Paco Rallo. Este me dio la noche hablando de anticiclones e isobaras. Desde que el mundo es mundo, uno de los temas de conversación preferidos es la meteorología. El tiempo que hace, el que ha hecho o el que hará. La lluvia que no llega o la que se pasa de raya. Como el del baño. Calomarde, la cosa está que arde. Sí, el otoño de frío pelón o el invierno atroz que dará paso a la primavera deseada. La bondad de la naturaleza o los daños colaterales. Ignoro qué factores ajenos a la política cultural influyen en los premios. Para mí que el clima. No es lo mismo premiar en junio que en diciembre.

  Tampoco es fácil saber cuándo es el momento perfecto para irse de un sitio. Ese conocimiento no se deja dominar fácilmente. Me quedé solo, maldita sea, porque me fui el último. Casi todos nos vamos de un lugar y al poco tiempo nadie se acuerda de que estuvimos.

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