Por Pablo Rico
Cuando vivía en Ciudad de México solía visitar con cierta frecuencia el gran complejo arqueológico de Cuicuilco, al sur de la megaurbe mexicana, atravesado por la avenida Insurgentes y ocupado en gran parte por lo que fue la Villa Olímpica de las Olimpiadas del 68’ y otras edificaciones ahora posesiones del imperio económico de Carlos Slim.
Aunque la gran pirámide cónico-circular y poco más pudieron salvarse de la selectiva destrucción del progreso urbano y la desidia de décadas, me daba pena ver en qué quedó todo aquel complejo arqueológico residual de la gran ciudad de Cuicuilco, en sus tiempos de esplendor uno de los centros más importantes (si no el mayor) de todas las culturas mesoamericanas.
Cuicuilco es una palabra de origen náhuatl que significa “lugar de cantos” o “donde se canta y danza”, lo que nos da la pista de que se trató de una ciudad creada alrededor o a partir de un lugar religioso de ritos ancestrales. Su primera ubicación se debió a su situación estratégica a orillas del gran lago de la cuenca de México y estar flanqueada (entonces) por brazos de río y torrentes que descendían de la sierra del Ajusco y del Xitle, lo que le aseguraba el suministro de agua corriente, es decir, su agricultura. Pero también por su situación astronómica, su orientación y visibilidad del micro/macro mundo que representa el altiplano lacustre rodeado de sierras y cadenas volcánicas; en este sentido, parece ser que Cuicuilco fue el centro de uno de los primeros sistemas calendáricos basados en la observación del sol y la luna.
Las fechas del origen, esplendor urbano y ocaso de Cuicuilco han sido muy controvertidas. Llegó a datarse su origen hace 8.000 o 10.000 años, lo que la hubiera convertido en la primera ciudad del mundo conocido, anterior a Uruk, en Mesopotamia, y la construcción de su pirámide circular 4.000 años antes que las egipcias en Giza, lo que es una barbaridad. Las últimas cronologías sitúan su origen hacia el 2.000 a.C. y el fin de su ocupación entre el 600 y 800 d.C. El ocaso de su importancia urbana (pudo llegar a los 20.000 habitantes) coincidiría con la gran erupción del volcán Xitle, alrededor del 200 d.C., que cubrió la zona con un manto de casi 10 metros de espesor de lava. Su declive estratégico ––alrededor del s. I a.C. al s. I d.C.––y casi total destrucción por el Xitle coincidieron con el auge de la más norteña ciudad de Teotihuacán, lo que explicaría una masiva migración hacia allí de los habitantes de Cuicuilco y el final relativo de su cultura succionada por la ya entonces incomparable civilización teotihuacana, la más activa y poderosa en los valles centrales mexicanos antes de Tenochtitlán.
En Cuicuilco se han encontrado centenares de pequeñas figuras en barro y hermosos materiales rituales cerámicos. Parece ser que su dedicación y culto principal era Huehuetéotl (el Dios Viejo del Fuego), cuyo culto fue uno de los más antiguos de Mesoamérica. En tanto que divinidad solar, estaba relacionado con el calendario. Se le representaba como un anciano arrugado, barbado, desdentado y encorvado. Sentado, Huehuetéotl llevaba un enorme brasero sobre sus espaldas. En otras ocasiones, el mismo brasero era la propia representación del dios. La Serpiente de Fuego (Xiuhtecuhtli) parece haber sido su nahual. Uno de sus símbolos particulares era la cruz de los cuatro rumbos del universo o quincunce, que partían del centro donde residía la divinidad.
La más importante e imponente estructura del conjunto de Cuicuilco es su gran pirámide cónico-circular. Construida entre el 800 y el 600 a. C. tiene unos 122 ms. de diámetro en su base y unos 25 ms. de altura desde la misma. Sus rampas de acceso y los restos de sus altares nos indican que estaba perfectamente orientada y sus ejes tenían que ver con la observación del tránsito del sol, este-oeste, y sus solsticios y equinoccios; se trataba pues de un observatorio astronómico sagrado. No obstante, las sensaciones que tuve en su alto me recuerdan las estructuras circulares del Templo del Cielo en Beijing… el gran templo votivo para las buenas cosechas y el favor del cielo. De todos modos, especialmente por su antigüedad y singularidad, este conjunto urbano y su pirámide mayor deberían ser consideradas Patrimonio de la Humanidad. Es un escándalo cultural e histórico que no se haya solicitado esta cualificación, lo que implicaría su total rescate y mejor preservación. Una vez más los intereses económicos prevalecen sobre los culturales… (y es que son tan poderosos).
Adosada a la gran pirámide, se encontró una pequeña estructura que recibió el nombre de Kiva por el arqueólogo norteamericano Byron Cummings, el primero que la estudió a fondo (1923). Cummings la relacionó con otras estructuras semejantes entre las culturas indígenas del sur de USA, sugiriendo que pudiera ser un recinto ritual semejante a un temazcal “religioso”, una especie de lugar de purificación sagrada. Resulta sorprendente su parecido a los antiguos crómlech celtas y otras proto arquitecturas megalíticas mediterráneas, como si fueran reinvenciones de cuevas y grutas. En su interior, algunas de las grandes lajas de piedra verticales tienen grafismos pintados en rojo, seguramente pigmento de cinabrio. Se trata de una cámara realmente misteriosa, sobre la que no he encontrado ninguna explicación realmente precisa ni siquiera verosímil.