Por Don Quiterio
A mi modo de ver, el siempre interesante Richard Linklater realiza en ‘La última bandera’ una significativa tragicomedia que desmonta la gloria americana, sus mitos y sus héroes de modo implacable, acerca de tres veteranos de la guerra de Vietnam…
…que se reúnen para enterrar al hijo de uno de ellos, fallecido en Irak, según la novela de Darryl Ponicsar (y secuela del filme de Hal Asbhy ‘El último deber’), que nos habla de forma profunda y compleja del ineludible paso del tiempo. También merece la pena la dura ‘Foxtrot’, de Samuel Maoz, un seco retrato del ejército israelí, crítica de hálito poético –y desconcertante- a la exagerada militarización de ese país, con un tipo que tiene que lidiar con sus mentiras y sus secretos. Más previsibles, aunque artesanalmente conseguidas, resultan ‘Gorrión rojo’ y ‘Héroes en el infierno’. La primera, dirigida por Francis Lawrence, es una adaptación de la novela homónima del ex agente federal Jason Matthews, en torno a una joven reclutada contra su voluntad por los servicios de espionaje rusos. La segunda está dirigida por Joseph Kosinski y es un drama biográfico que resalta la amistad, el sacrifico y la redención de un grupo de bomberos de Arizona que se convierten en una brigada de élite y arriesgan todo para salvar a un pueblo del fuego.
Otras producciones estadounidenses apenas aportan nada: ‘Un pliegue en el tiempo’ (Aya DuVerray), confusa e inconsistente fantasía adaptada de la novela infantil de Madelein L’Engle (coetánea de C.S. Lewis y J.R.R. Tolkien, aunque de una generación posterior), con un guion en imágenes que parece estar cosido con los retales de ‘La historia interminable’ y ‘El mago de Oz’, puro fuego de artificio sobre una chica que sufre ‘bullying’ en el colegio y que, tras la desaparición de su padre, un excéntrico científico, decide ir a rescatarlo hasta el espacio junto con un erudito hermano menor y el medio noviete de la adolescente; ‘Tom Raider’, dirigida por el noruego Roar Uthang, poco consistente película de acción con una heroína en busca de su padre perdido en una isla del Pacífico, inspirada en el videojuego homónimo; ‘Gringo’ (Nash Edgerton), comedia de acción sin pies ni cabeza, con exceso de giros y arrítmica, en torno a un laboratorio farmacéutico que colabora con los narcos; ‘Pablo, el apóstol de Cristo’ (Andrew Hyatt), morosa narración de los últimos días del santo en una prisión de Roma, condenado a muerte por el emperador Nerón; ‘Insurrección’ (Steven de Knight), vistosa pero impersonal secuela de ‘Pacific Rim’ (Guillermo del Toro, 2013), el enfrentamiento entre robots y monstruos sobrenaturales en un universo apocalíptico, con un guion que prácticamente no existe, y ‘Peter Rabbit’ (Will Gluck), poco creativa mezcla de animación y personajes de carne y hueso, a la manera del ‘slapstick’, según el cuento clásico ilustrado de Beatrix Potter, con un conejo sicópata de protagonista.
El cine europeo viene representado por la coproducción francobelga ‘La muerte de Stalin’, del escocés Armando Ianucci, hábil vodevil centrado en los últimos días del dictador comunista, fallecido en 1953 tras treinta y tres años al frente de la Unión Soviética, y en los momentos previos al funeral, haciendo una devastadora e inteligente sátira sobre la posterior batalla por el poder que se desata. La delirante comedia histórica dispara, esto es, contra la hipocresía y la mezquindad del poder y convierte sus secuencias en un torrente de vitriolo en el que los manejos políticos muestran su cara más despiadada. Por su parte, Michael y Peter Spierig son hermanos gemelos alemanes que filman en Australia y realizan en ‘Winchester’ otro convencional terror de casas fantasmales, aquí una gran residencia victoriana de California con una mujer acosada por espíritus malignos, en la figura de la viuda del inventor del famoso rifle del título, una suerte de cruce entre ‘La mansión encantada’ (Robert Wise, 1963) y ‘La cumbre escarlata’ (Guillermo del Toro, 2015).
La francesa ‘Historias de una indecisa’, de Eric Lavaine, es una blanda e inofensiva comedia romántica sobre una dicharachera mujer madura con dos pretendientes muy diferentes, sin encanto ni gracia, llena de tópicos, de enredos amorosos, de toques gastronómicos, de usar y tirar. La británica ‘María Magdalena’, del australiano Garth Davis, es una plana, discursiva e impostada historia sobre el misterioso personaje del título. La italiana ‘El viaje de sus vidas’, de Paolo Virzi, es una comedia dramática endeble y reiterativa, una ‘road movie’ de la tercera edad a bordo de una vieja autocaravana, según la novela homónima del estadounidense Michael Zadoorian. Sin embargo, la noruega ‘Thelma’, de Joachim Trier, es una de las mejores películas de la temporada, que homenajea el doloroso poema de Safo ‘El adiós de Atthis’: “De verdad que morir yo quiero, pues aquella llorando se fue de mí”. Estamos ante un cine abstracto, alegórico, perturbador, de enrarecida atmósfera y tenebrosa textura, con una puesta en escena de hermosa y gélida elegancia, acerca de una tranquila adolescente que desata su furia ante la intransigencia paterna y entonces sus poderes quiméricos o telepáticos -o como se diga- se tiñen de rojo sangre.
El cine más exótico viene del Líbano con la producción ‘El insulto’, de Ziad Doueiri, un tan interesante como algo altisonante y poco sutil relato de un juicio entre un cristiano libanés y un constructor de origen palestino. O del Japón con el gran filme de animación ‘Una voz silenciosa’, de la realizadora Naoko Yamada, una dura historia de acoso escolar protagonizada por una niña sorda y un chico con problemas de autoestima, que acumula capas de lectura y está observada desde distintos puntos de vista, en un conjunto tan riguroso y violento como delicado y emotivo, de gran belleza visual y desenlace trágico.
Del cine español se han estrenado en las salas zaragozanas ‘El herrero y el diablo’, del vasco Paul Urkijo, un cine de género fantástico a la manera de ‘Legend’, de Ridley Scott, la adaptación de un cuento sobre la búsqueda de un cargamento de oro desaparecido tras la primera guerra carlista, el denominado “oro de Zumalacárregui”, a mediados del siglo diecinueve, dialogada en un supuesto euskera extinto que se hablaba en Álava, pero que no termina de encontrar el tono en sus excesos formales; ‘100 días de soledad’, dirigida por José Díaz con la ayuda del experimentado Gerardo Olivares, entrañable documental que analiza cómo sería una vida en reclusión alejada de la sociedad, solo el hombre con la naturaleza, el paraíso abandonado, el frío, el silencio, la nostalgia, o ‘Bajo la piel de lobo’, de Manu Fuentes, poco convincente relato de un asilvestrado y huraño trampero que vive aislado en las montañas en los años treinta del siglo veinte, cuya vida cambia cuando llega a un acuerdo con un molinero para casarse con su hija, rodado en varias localidades del Sobrarbe –Pineta, Muro de Bellós, Boltaña-, que parece un cruce apenas asimilado del Pollack de ‘Las aventuras de Jeremiah Johnson’ (1972), el Kurosawa de ‘Dersu Uzala’ (1974) y el González Iñarritu de ‘El renacido’ (2015), aunque hay que poner de relieve su espíritu documentalista y esos paisajes aragoneses (y asturianos) bellamente fotografiados.
También se han estrenado ‘La tribu’, de Fernando Colomo, comercial comedia costumbrista, bastante floja y previsible, con una limpiadora aficionada al baile que intenta recuperar al hijo que dio en adopción, ahora convertido en un ejecutivo con problemas de memoria; ‘El aviso’, de Daniel Calparsoro, prolijo y fatigoso relato de suspense sicológico basado en la novela homónima de Paun Pen, que plantea la existencia de universos paralelos, con un realización plana, carente de tensión, y ‘Loving Pablo’, de Fernando León de Aranoa, el ascenso y caída del narcotraficante Pablo Escobar –un grasiento e histriónico Javier Bardem-, el capo más importante de la mafia colombiana, en un filme alicaído, esquemático, decididamente equivocado, basado en el libro ‘Amando a Pablo, odiando a Escobar’, de Virginia Vallejo, periodista que fue su amante e interpretado aquí por una igualmente histriónica Penélope Cruz, cuya persistente voz en off termina por falsear el relato.
Finalmente, ‘Sin rodeos’, del mediático Santiago Segura, es un remake –o copia literal- de la comedia ‘Sin filtro’, del chileno Nicolás López, que es como el Colomo de ‘Estoy en crisis’ pero cambiando de sexo, o sea, una sátira de empoderamiento femenino, de trazo grueso y planificación convencional, televisiva, sin apenas puesta en escena, sin apenas dirección de actores (y actrices, por el amor de dios) y sin apenas gracia, que busca, sin disimulo, el triunfo en taquilla. A por ella, en efecto, aunque su enredo es de nulo fuste, sin ningún mecanismo engrasado, solo cuadros costumbristas que se suceden ranciamente. Muchas veces, el éxito comercial se debe a que hay productos que son recomendados con insistencia machacona. ¿Qué pinta una comedieta como esta, tan vacua e inane, promocionada en toda un aula magna del paraninfo de la universidad de Zaragoza? ¡Que vengan Sam Peckimpah y Steve McQueen, los reyes del rodeo, a poner orden!