Colmenas del espíritu

Por José Joaquín Beeme 
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       El exilio interior parece abrazar el cultivo de las abejas, y si Erice y Fernández Santos situaban su reflexión en la posguerra española, tiempo de silencio y maceración del espíritu, ahora Alice Rohrwacher (Las maravillas, premio especial del jurado en Cannes) traslada la apicultura de resistencia a una familia que refunda su comuna en una granja de la Toscana.
    Ruralistas por vocación, que no de nación, su hábitat elegido lo tiene todo en contra: cazadores, pesticidas, policía sanitaria, añagazas agriturísticas, redes televisivas que perpetran una Etruria de cartón piedra, disidencias de segunda generación, etc. El agro «primitivo», y la película se ambienta en los 90, tiene los días contados. La utopía mielera de Wolfgang y sus mujeres, sin aditivos ni colorantes, acabará arrollada por la civilización que borra diferencias y ahorma individuos en el gran enjambre urbano. Las hermanas Rohrwacher han experimentado ellas mismas una parábola vital semejante, y saben de lo que hablan cuando evocan ese piccolo mondo antico, perdido para siempre, que podía ser duro e inclemente pero que ofrecía raros momentos de armonía pánica, de suspensión y éxtasis primordiales. Pero si alguien quisiera hoy vivir «a solas, sin testigo, / libre de amor, de celo, / de odio, de esperanzas, de recelo», habría de corresponder a esa noble aspiración de pureza con una sobriedad igualmente rigurosa: «una pobrecilla mesa de amable paz bien abastada»… Sólo los excéntricos, sólo quienes, decididamente, estén fuera del mundo. Otros hay que alarman (justamente) con sus cámaras sobre el futuro de las abejas y los delicados equilibrios ecosistémicos que sustentan —Colonia, de Gunn-McDonnell;Abejas en crisis, de Langworthy-Henein; La reina del sol, de Siegel—, que se burlan de su trabajo pertinaz —trucando su prodigiosa secreción con fructosa de maíz o de azúcar de caña, con sacarosa de la remolacha— o que las invocan en vano —como la performer Isasi, que melifica unos potes con adormideras, controladas por la guardia civil, para llegar a la brillante tesis de que la naturaleza, sus mejores obreras, no entienden de drogas ni delitos—, pero este modesto, rarísimo film contra corriente, que explora el potencial metafórico de los panales, especie de sociedad posible autorregulada, es sencillamente necesario.

 

 

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