Desde el diván: «La tentación vive arriba», de Billy Wilder

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Por José María Bardavío

    La película empieza con un festivo apunte de fingida antropología cultural en el que un grupo de indios manhattan despide desde las orillas del Hudson a sus mujeres e hijos embarcados ya en las canoas que les llevarán a las tierras del Norte en donde pasarán el verano evitando el sofocante calor del estío en la isla de Manhattan.

    Nacionalidad: Estados Unidos. Año: 1955. Producción: Charles Feldman y Billy Wilder (20th Century Fox. Dirección: Billy Wilder. Guion: Billy Wilder y George Axelrod. Argumento: obra de George Axelrod. Fotografía: Milton Krasner (color). Música: Alfred Newman y ‘Concierto nº 2’ de Rachmaninoff. Intérpretes: Marilyn Monroe, Tom Ewell, Evelyn Keyes, Sonny Tufts, Robert Strauss, Oscar Homolka, Carolyn Jones, Marguerite Chapman, Victor Moore, Don McBride. Duración: 105 minutos.

 Nota de la redacción: Tenemos la suerte de poder contar en esta sección de cine del Pollo Urbano con la singular  colaboración del amigo, profesor y escritor José María Bardavío.    De su blog: “Las bañeras en el cine” vamos a ir acercando a nuestros lectores amantes del mismo estas apreciaciones sicoanalíticas  de algunas películas  que , sin duda, forman parte de nuestras vidas. Y todo ello se hará a través de este apartado que hemos decido llamar:  “Desde el diván”. Gracias al profesor por su generosidad y enhorabuena a los polleros enamorados del cine.

     La película empieza con un festivo apunte de fingida antropología cultural en el que un grupo de indios manhattan despide desde las orillas del Hudson a sus mujeres e hijos embarcados ya en las canoas que les llevarán a las tierras del Norte en donde pasarán el verano evitando el sofocante calor del estío en la isla de Manhattan.
 
    Mientras la voz en off del narrador explica que los hombres se quedan para cuidar los asentamientos y a subsistir setting traps, fishing and hunting (poniendo trampas, pescando y  cazando), pasa por allí, cerca de la orilla, una india de cuerpo imponente que despierta al instante el interés de los varones que despedían hasta ese preciso instante a sus mujeres e hijos.
 
    Sirve el rijoso apunte antropológico para ilustrar la ancestral tendencia del sujeto masculino universal  (de cualquier raza o nación) a perderse en los laberintos de la infidelidad cuando su compañera sentimental legal se ausenta de casa para evitar el sofocante calor del verano. Es como si el sofoco de ellas por evitar, se convirtiera en el sofoco de ellos por perseguir.
 
   Se despide a la esposa y, a renglón seguido, el marido, al divisar a la espléndida mujer, se ve inundado por el deseo, se olvida de la fidelidad debida, y sale en persecución (“poner trampas, pescar y cazar”) de la primera fémina opulenta transitando ocasionalmente por ahí mismo.
 
     Un comentario final del narrador en off, justifica el jocoso apunte: “We brought up the subject to show how nothing has changed (traemos a colación el tema para que comprueben lo poco que ha cambiado quinientos años después). A continuación y para que lo comprobemos fehacientemente la acción de la película se traslada desde el pasado tribal a la más rabiosa actividad contemporánea (mil novecientos cincuenta). Seguimos estando en Manhattan, concretamente en una Central Station atestada de familias que se despiden, las mujeres embarcando con sus hijos en los trenes que les llevarán al Norte, a Vermont y Maine, mientras que los sufridos maridos deben de quedarse en la ciudad settings traps, fishing and hunting.
 
    Esas tres actividades fundamentales para la subsistencia de antaño muestran al instante idéntico sentido en inglés y español: En la picaresca castellana El Rodríguez trata de saciar la libertad que le proporciona la ausencia de su mujer para dedicarse a la caza, la pesca y el trampeo. Está última actividad, el trampeo, el engaño,  acentúa el caráctersexualmente trasgresor del pescar y cazar (pescar/cazar (a) una tía), trampeando (tendiéndole trampas).
 
     Ricky, el hijo de Helen y  Richard Sherman, se ha disfrazado de astronauta con escafandra y todo, mientras sostiene en su mano derecha una pistola verde con la punta roja que dispara a su padre emitiendo un gruñido supuestamente amedrentador. El caso es que con las prisas y los nervios, después de las despedidas y los besos reglamentados, Helen y Ricky atraviesan la puerta de embarque mientras el páter familas descubre que Ricky se ha olvidado del remo de la canoa. Como a Richard no le dejan pasar al andén porque no lleva billete, no tiene más remedio que salir de Central Station para dirigirse a la editorial donde trabaja con el paddle en cuestión.
 
    Mientras atraviesa el hall divisa a una estupenda mujer y al grupo de varones que la siguen embobados. Lo más divertido del asunto es que la comparsa de caballeros encorbatados son los mismos emplumados que perseguían quinientos años antes a la india del tipazo. Los remos indios y el remo olvidado de Ricky vuelven a ser el gran otronexo de unión entre lo que hacían entonces los aborígenes  y lo que hacen los manhateños ahora, en la década de los cincuenta del siglo veinte. Lo mismo sucede con el adminículo que lucen de las dos espléndidas damas, la pluma esbelta y bicolor que corona exageradamente sus testas alude inevitablemente a cierto atributo  sexual masculino que ellas dicen así poseer en subliminal referencia al efecto devastador  de conquistarlos con sus encantos carnales. Todos los hombres, viene a  proclamar el suculento adorno, son suyos como quiera y donde quiera el transcurrir histórico de la especie humana.
 
     Y en la misma melodía simbólica –fálica- las corbatas de los caballeros  que las chaquetas a veces ocultan, que se ven pero que no se ven. Ese no del todo es de lo que va (también) la película: El brote del deseo y su simultánea represión es como la corbata que se ve pero que no se ve, del todo. La marea masculina que sigue embobada a la chica hasta ninguna parte, viene a ser el arriba y abajo de los dientes de sierra del deseo y de su represión ad infinitum.
 
     Y la pluma en ristre es como si el falo de ellos, de todos ellos, estuviera debidamente recepcionado en y por el cuerpo de ella. Son reinas soberanas coronadas con la pluma vibrante que haría posible la cópula que persigue el deseo de ellos invocado por el señuelo/estímulo del exhibirse ellas y en la respuesta de ellos al ir tras ellas.
 
    El motivo del omnipotente remo (siempre está ahí) no representaría intríngulis (simbólico) alguno si no fuera porque en nuestra película adquiere un decidido estatus de falo. Y en cierto modo de tótem en el sentido de que contiene y encarna las aspiraciones pulsionales del Deseo que es el gran protagonista, el alma misma, de la película. El deseo y sus vicisitudes. Y las vacilaciones y las dificultades que concurren en el sujeto deseante para conseguir cumplimentar sus exigencias copulativas.
 
    Cuando Richard se descubre a sí mismo siguiendo embobado a la chica del tipazo inmenso, se detiene en seco y murmura << Oh no! No me! >>. And I’m not gonna smoke either (como le acaba de prometer a Helen hace un momento). Look at them sigue diciéndose a si mismo reprochándoles su conducta: Awful. The train isn’t even out of the station. (Espantoso. ¡Y ni siquiera ha salido el tren de la estación!)
    Llega a la oficina con el remo, y cuando Miss Harris, su secretaria, le trae el diseño de las portadas de los libros a publicar, Richard, con un rotulador agranda los escotes de las modelos y, sin darse cuenta, traza en la blusa de Miss Harris, con el mismo rotulador, muy cerca del pecho, esa misma raya que prescribe el dejar más carne al descubierto. Lo ha hecho espontáneamente, sin malicia alguna, lo ha hecho inconscientemente habría que decir para decirlo bien dicho. Pero cuando un instante después descubre la insinuación sexual que ha generado el aplicar el rotulador al escote de su secretaria,  corta de raíz el malentendido, es decir, el camino emprendido por el inconsciente, sugiriendo educadamente a Miss Harris que ha terminado la entrevista, que puede ya salir de su despacho,  That’ll be all (Eso es todo).
 
     Que el rotulador adquiera la simbólica del pene y la propuesta de apertura del escote la vagina, puede parecer una ocurrencia demencial si no fuera porque el análisis de esta película recogerá no solo manifestaciones sexuales evidentes sino las encubiertas mediante estrategias retóricas de enmascaramiento apenas perceptibles, microscópicas, una marea inmensa que va creando un tam tam acompasado, un ritmo de base persuasivo, que sirve para alimentar el fuego sexual que arde arriba a nivel evidente. Antes (como estamos ya comprobando) de que  entre en escena la gran protagonista, la tipazo entre tipazos, The Girl (Marilyn Monroe).
 

 
      Richard cena en el restaurante vegetariano cerca de casa obedeciendo las dietas bajas en calorías prescritas por su médico. La camarera, poco agraciada físicamente, al indicarle cuando va a pagar, que no admite propinas, le explica que la aceptaría si permitiera destinarla a financiar un club de nudistas ya que <<todo sería perfecto y no habría guerras si los habitantes del planeta fueran desnudos>>. Richard desconcertado por tan inesperada y ardiente defensora del nudismo, asiente mientras recoge el remo y se va de allí algo confuso.
 
    Y es que el nudismo, como expresión de las desinhibiciones y la explosión de libertades de la contracultura hippie de los sesenta, asoma ahora la cabeza en un sitio tan convencional como este restaurante radicalmente vegetariano en donde se ha desterrado el placer que proporciona la comida contundente derrotada por la ingesta de sustancias  sanas pero sosas. En esta película tan de los cincuenta, se notan, se anuncian, aunque sea en estado larval, los grandes cambios que se producirán en la Década Prodigiosa. Se nota en esta defensa de un utópico nudismo planetario defendido por la ferviente camarera que, pareciendo más adicta al credo conservador, sorprende con su defensaavant la letre de lo contracultural por llegar. Es como si el nudismo cristiano que parece defender la atípica camarera se convirtiera pocos años más tarde en el naturismo libertario que practicarán las corrientes contraculturales.
 
     Cuando Richard llega a casa y deja el remo cerca de la puerta se percata de inmediato, siente, aspira, se nutre, del silencio y la tranquilidad que reina en una casa sin la televisión encendida, sin Ricky viendo vídeos, sin el olor a comida y sin Helen preguntando el sempiterno “What happened at the office” (“¿qué tal en la oficina?”).  <<Pues que obligué a la secretaria a acostarse conmigo, que le aticé un golpe tremendo al jefe en la cabeza, y que quemé 300.000 copias de Little Woman (Mujercitas). <<Eso es lo que pasó en la oficina>>- se dice Richard a sí mismo- como si lo que no pasa nunca es lo que debería de haber pasado siempre aunque solo fuera para aliviar la sofocante monotonía que reina en su oficina. Y prosigue: It’s peaceful with everybody gone. Sure is peaceful. (¡Qué paz sin nadie por aquí!). 

     Se dirige a la cocina y saca de la nevera un light drink  y al ocurrírsele extraer la tapa utilizando el tirador del armario, oye en su interior uno de los favoritos mandamientos de Helen: “Use the opener, Richard” (“Utiliza el abrebotellas, Richard). Pero se ríe de la fantasmal ocurrencia y prosigue destapando la botella con la prohibida manilla del armario. Después del trago inicial repara en los ingredientes del bebedizo: sabor artificial a frambuesa, colorantes vegetales, preservantes… Y se pregunta cómo semejante potingue puede ser mejor, superior, al whisky con sus gotitas de limón que le encantaría tomarse ahora mismo pero que el médico le ha arrebatado de sus deseos más íntimos y profundos.

 

 
Sin saber bien en que llenar el no hacer nada, opta finalmente por leer hasta que Helen le llame para informarle del viaje. Cuando se acerca a la cartera que dejó sobre el televisor para sacar un manuscrito del Dr. Brubaker que se ha traído de la oficina, pisa inadvertidamente el patín que se dejó por allí su hijo y cae al suelo estrepitosamente dándose un batacazo tremendo. Mientras está en el suelo aterrado, vemos al  fondo del plano el omnipresente remo de Ricky. Richard levanta el patín y lo aprieta en su mano como si estrangulara a su hijo con delicada ferocidad. Luego, y mientras busca a cuatro patas el otro patín, suena el timbre de la puerta de la calle.
 
    Más información: http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/

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