El patrullero de la filmo: Nikkatsu y el porno japonés


Por Don Quiterio

Con la colaboración de Hiroyuki Ueno y Alejandro Rodríguez Medina de la fundación japonesa en Madrid, la filmoteca de Zaragoza inicia un interesantísimo ciclo sobre la productora Nikkatsu, el estudio nipón que con más fuerza apuesta por la juventud y el más abierto a los arrebatos de sus creadores.

Todo un lujo. Fundado en 1912, la Nikkatsu apuesta, en las décadas de 1920 y 1930, por el realismo y la mirada a las clases bajas, a individuos que se rebelan con el poder establecido. La segunda guerra mundial afecta brutalmente a la productora y en 1942 cesa su actividad y es forzada a fusionarse con otras dos, dando lugar a la Daeie, de la que la filmoteca de Zaragoza también ofreció hace poco una retrospectiva. En 1954, la Nikkatsu vuelve a ser independiente. A partir de 1965, ante la crisis provocada por el dominio de la televisión, la Nikkatsu apuesta por intensificar el sexo y le da buenos resultados. Estas películas eróticas que programa la filmoteca pueden servir para ampliar un poco más el reducido y normativizado imaginario sexual de la gente corriente. Uno no sabe si estas expectativas se pueden cumplir o no, no tanto por el idioma y sí porque la gente corriente no está, a lo mejor, acostumbrada a ver narrativas pornográficas no occidentales, y, a lo peor, no termina de entender quiénes son los protagonistas, qué les pasa exactamente, cómo se relacionan con otros personajes y, a fin de cuentas, de qué van las historias. Toda una industria patriarcal del porno ha operado y opera en nuestros cuerpos y en nuestras mentes. Imágenes que en la mayoría de los casos protagonizan hombres manteniendo relaciones sexuales desiguales con mujeres han contribuido a extender la industria del sexo hasta ofrecerlo como el único imaginable. Por suerte, existen narrativas enmarcadas en estas corrientes que pueden proponer otra manera de explorar la sexualidad. Otras expresiones eróticas desde otros puntos de vista que, acaso, consiguen empoderar a las personas que participan en ellas. Porque, muchas veces, lo sensual, lo erótico, lo sexual y todos sus antónimos son utilizados para delimitar el marco de lo posible, de lo destacable y, también, de lo follable.


Uno de los autores más prolíficos de este periodo de la Nikkatsu es el cineasta Tatsumi Kumashiro, del que la filmoteca programa ‘Ichijo sayuri’ (1972), sobre el negocio del striptease, con humor obsceno y escandaloso; ‘Yohohan fusuma no’ (1973), lúdico análisis sobre el sexo, el dinero y el poder que sucede en una casa de geishas a principios del siglo XX; ‘Koibito tachi wa nureta” (1973), aventuras sexuales de un libertino con la mujer que dirige el cine del pueblo; ‘A kasen tamanoi: Nukeraremasu’ (1974), erotismo, drama y comedia para la historia de cinco prostitutas cuando las autoridades de Tokio decretan el cierre de todos los prostíbulos; ‘Kurobara shôten’ (1975), sátira al cine erótico japonés donde un importante director (¿Nagisa Oshima?) decide parar su nueva producción debido al embarazo de su protagonista; ‘Akai kami no onna’ (1979), las fantasías sexuales más salvajes de un obrero de la construcción que recoge a una hermosa autoestopista; y ‘Kamu onna’ (1988), la historia de un ejecutivo de clase alta que dirige una empresa de vídeos eróticos. Siete lujos, siete. Como los pecados capitales.


Noboru Tanaka es otro de los realizadores más fecundos en el género pornográfico del estudio Nikkatsu, de quien se programa dos de sus filmes: ‘Edogawa ranpo ryôkikan: Yancura no sanporsha’ (1976), sobre un voyeur que espía a ciudadanos respetables realizando sus fantasías secretas, y ‘Jitsuroku abe sada’ (1975), que cuenta uno de los crímenes pasionales más famosos en el Japón de 1936, en un filme intimista y estilizado que sirve a Nagisa Oshima para rodar un año después su célebre ‘El imperio de los sentidos’. Junto a ellos, se cierra este miniciclo con ‘Tenshi no harawata’ (Chusei Sone, 1979), sobre un fotógrafo de pornografía que se encapricha de una joven al verla participar en una película, en la cual es violada por tres estudiantes, y ‘Tenshi no harawata: Akaimemai’ (Takashi Ishii, 1988), la historia de una enfermera que es objeto de la lujuria de sus pacientes.


Pero hagamos un poco de historia. El pionero de la industria cinematográfica nipona es Kenicho Kawaura, que construye unos estudios en 1908. Shokichi Umeya forma la firma Pathé y es el gran organizador de la explotación, quien promueve la creación de un trust que se denomina Greater Japan Film Machine Manufacturing Corporation, que en 1912 se convierte en Nippon Katsu Shashin, más conocida por la abreviatura Nikkatsu, la más antigua firma japonesa en actividad. En 1920 aparecen nuevas productoras, se introducen nuevos estilos y se revelan nuevos directores. En 1924, los estudios Nikkatsu, Shochiku, Teikine y Toa se asocian en la Japan Motion Picture con el fin de anular a los productores independientes. Con la muerte del emperador Taisho en 1926 termina este periodo liberal, para iniciarse otro de signo contrario. En 1932 se funda la Toho, que entra en competencia con la Shochiku y la Nikkatsu, cuya rivalidad empieza a degenerar en verdaderas batallas campales. El conflicto armado con China, iniciado en 1937, desata una corriente de filmes de propaganda bélica, algunos de ellos notables por su paradójico acento humanista. Es el caso de ‘Fango y soldados’, una producción Nikkatsu dirigida por Tasaka Tomotaka en 1939, un conmovedor relato, próximo al documental, de la vida cotidiana de los soldados japoneses en el frente, durante su lento y difícil avance en territorio chino.

La entrada del país en la segunda guerra mundial hace que el gobierno fusione en 1941 todas las firmas cinematográficas en tres: Shochiku, Toho y la recién creada Daiei. En 1950 nace una nueva productora, la Toei y tres años después reaparece la Nikkatsu, que había interrumpido su actividad en 1942. En este periodo cada una de las cinco grandes compañías produce entre uno y dos filmes semanales. Entre ellos se encuentran dos dramas de la Nikkatsu que programa la filmoteca: ‘Fruta prohibida’ (Kô Nakahira, 1956), una extraña historia de amor en torno a dos hermanos adolescentes que se enamoran de la misma chica, sobre la novela de Shintarô Ishihara, y ‘El camino de Shinagawa’ (Yuzo Kawashima, 1957), tragicomedia que sucede en un burdel, en el que un endeudado cliente seduce a todo el personal del local. La recuperación económica es completa y los efectivos materiales y técnicos experimentan una completa renovación. En 1957 las cinco grandes compañías se unen para frenar la actividad creciente de las firmas independientes, que sufren un grave colapso.

En la década de 1960 inician su actividad varios jóvenes directores que llevan a cabo las obras más interesantes del cine nipón del momento. Uno de ellos es Shohei Imamura, de quien la filmoteca programa dos relatos dramáticos: ‘Cerdos y acorazados’ (1961), un filme de denuncia acerca de la presencia norteamericana después de la guerra, con detectives, yakuzas y prostitutas, e ‘Intento de asesinato’ (1964), incursión en el cine negro sobre el relato de Shinji Fujiwara, un retrato psicológico pleno de sensualidad en torno a una gris ama de casa que vive en la pobreza con su pareja, su hijastra y su madre, y es violada por un ladrón, con quien escapa en busca de una nueva vida, menos convencional y más turbia. Dos lujos.

Una década, decía más arriba, en que la Nikkatsu, ante la crisis provocada por el dominio de la televisión, apuesta por intensificar el sexo y le da buenos resultados, hasta que en 1993 la productora se declara en bancarrota. En los siguientes años pasa por diferentes manos hasta encontrar un relativo equilibrio a partir del siglo veintiuno, y financia a los directores japoneses más intrépidos como Kiyoshi Kurosawa o Sono Sion. Del primero, la filmoteca programa ‘Charisma’ (2000), un curioso filme interpretado por Kôji Yakusho, Hiroyuki Ikeuchi y Ren Osugi, en los papeles respectivos de un detective, un ermitaño y una botánica, a modo de introspección moral que confronta la idea del individuo frente al grupo (los empleados forestales) y advierte del riesgo que implica tomar cualquier decisión en una realidad que no siempre tiene sentido. El “otro” Kurosawa –autor, asimismo, de las personales ‘La senda de la serpiente’, ‘Cure’ o ‘Los ojos de la araña’- plasma una original historia sobre la desforestación a través de la amnesia que navega en lo inasible y, al mismo tiempo, apunta al subconsciente del espectador, en una atípica muestra del género negro, pues, tanto por su ritmo pausado de efectos hipnóticos como por su resolución que provoca más preguntas que respuestas, está en las antípodas de los “thrillers” habituales.

Como, en fin, todo este maravilloso ciclo sobre la productora Nikkatsu, una, esto es, atípica muestra que ningún cinéfilo de verdad debería perderse. Empero, el aforo en las sesiones de la filmoteca se podría contar, que diría Perich, con los dedos de una oreja. ¿Dónde se esconden esos mal autollamados expertos de la cultura cinematográfica de esta nuestra ciudad inmortal? Yo, desde luego, no los he visto por ningún lado, ni a la izquierda ni a la derecha, ni delante ni detrás. La respuesta, para qué negarlo, es clara. La tontería, también. De tontos y farsantes está el mundo lleno. Y Zaragoza, más. Todo un lujo, decía…

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