Por Mariano Berges
Agosto es un buen mes para colarse en sus casas y sus mentes, sin ruido ni aspavientos.
Se trata de una entrada suave para hablar de nuestras cosas y, sobre todo, de nuestro estado de ánimo. ¿Cómo va la vida? Intuyo que mediocremente, pues los acontecimientos y, sobre todo, la falta de ellos han vuelto plana nuestra existencia. La epidemia, pandemia, postpandemia, vacunas, inmunidad, contagios, vacaciones sí/no, bares sí/no, viajes sí/no… hacen que nuestra vida sea un sinvivir, una duda universal, no cartesiana sino emocional. Nuestras mentes esperan no sé qué para no sé cuándo y nuestras expectativas se han diluido en un magma desconocido y abstracto. Si el futuro siempre ha sido incierto, ahora lo es mucho más.
Nuestras autoridades han desaparecido de nuestras preocupaciones y, por mucho que lo intenten, no ocupan ni preocupan nuestra atención. Tiene que ser duro para ellos no incidir en la realidad ni en las mentes de la gente. Aunque lo intentan no lo consiguen.
A los medios de comunicación les sucede algo parecido. Si ya es normal que en el mes de agosto los medios de comunicación adelgacen sus páginas y contenidos, este año se ha notado mucho más. Es como si los receptores no esperasen nada, o no supiesen qué se puede esperar. Vuelvo a citar el título de Beckett “Esperando a Godot”. Toda la obra esperando a Godot, que resolvería sus incertidumbres existenciales, pero Godot no llegó. ¿Qué fue de esas dos personas expectantes de no sabían qué o quién? No lo sabemos. Como no ponemos rostro a los contagiados, muertos y enfermos de esta época de nuestra existencia.
Me pregunto qué época es más auténtica, ésta nihilista o ésa otra desbordada de acontecimientos. Si lo pensamos serenamente, ambas son fases o épocas distintas de la misma vida. La mente humana debe conducir la existencia, y no al revés. Las contrariedades, desgracias, alegrías, van en el mismo paquete en esa existencia que, sartrianamente, solo podemos definir al final de nuestras vidas. Lo importante de la vida es darle sentido como tal vida humana. De lo contrario, es una mera vegetatividad.
Pues bien, podemos aprovechar este largo agosto de nuestra vida para reflexionar sobre el sentido de ella. Así como las leyes son imprescindibles, aunque solo sea para poder transgredirlas, las directrices y coordenadas existenciales son también imprescindibles para poder seguir caminando con un cierto orden. Orden que ponemos nosotros y no nos lo ponen desde fuera, pues nuestra vida es nuestra y no nos la debe vivir nadie.
Y vivir es siempre filosofar, despojando a este término de toda solemnidad. Y todo el mundo es filósofo, menos los estúpidos, que renuncian a filosofar. Y si la filosofía (reflexionar, vivir con sentido) sirve para algo es para perjudicar la estupidez, que no es una falta de inteligencia ni conocimiento, sino una manera de conformar el pensamiento en lo obvio, aceptar las respuestas sin haberse planteado las preguntas. Las respuestas nos esclavizan y las preguntas nos liberan. La filosofía es todo lo contrario a un libro de autoayuda que nos precariza inhabilitando nuestra capacidad de pensamiento crítico y nos esclaviza con el ruido atronador de lo banal. La filosofía, en fin, no es un saber ni una utilidad, sino una actitud que salvaguarda nuestra dignidad, que es la que da sentido a la condición humana. La filosofía es, básicamente, dar sentido a nuestra vida. De manera que si nosotros desaparecemos desaparece la filosofía, y si la filosofía desaparece es porque nosotros hemos desaparecido.
Agosto da para esto y para más. Pensar es gratis y no pensar sale caro, al menos colectivamente. Decía Francis Bacon que “quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde”. Por eso lo mejor de Occidente viene de los griegos. Ellos descubrieron el pensamiento, en el que, si nos fijamos bien, no solo no coinciden entre ellos sino que se contrarían dialécticamente, de manera que todos ellos configuran un mosaico capaz de abarcar todas las preguntas e incertidumbres del ser humano. Y cuantas más incertidumbres es capaz de soportar el hombre, más inteligente y más filósofo es.
Frente a la obviedad y la retórica hueca peleemos con la reflexión y el sentido crítico en nuestras vidas. La pandemia que nos asola podría ser así positiva.
Publicado en el Periódico de Aragón