Por Miguel Clavero
Este pasado julio se recordó el 85° aniversario del golpe de estado perpetrado contra el gobierno legitimo de la nación y el inicio de la última guerra civil en España en 1936. Salvaje ésta como pocas.
Años después, tras digerir todo lo que había pasado, pocas dudas tuvieron quienes estudiaron —al menos con un mínimo de rigor histórico— aquellos cruentos años que asolaron nuestra patria, aportando, desde las más prestigiosas universidades a nivel mundial sobrada documentación de todo lo acontecido. Estudios que, curiosamente, no se abordaron con toda la objetividad que cabría esperar en nuestras universidades españolas y condicionados por interpretaciones partidistas.
Dicho ésto, no obstante, y como diría nuestro ilustrado Reverte: “una ardilla podría cruzar España desde Algeciras a los Pirineos saltando de tonto en tonto sin pisar tierra…” Porque, efectivamente, aquí no nos faltan cuando se aborda el tema de la Guerra Civil Española.
Mi amigo Benito opina que durante el franquismo a pesar de todo también había muchos simpatizantes al Régimen, pero claro, le dije, ahí tendríamos que descontar los muertos de ese genocidio en que se convirtió esa guerra y la posterior represión; los exiliados que tuvieron que salir por patas del país, y si me apuras, los obreros en los años sesenta que tuvieron que emigrar masivamente a Francia, Alemania, y otros países, para poder ganarse la vida. Sí Benito, había afines al régimen franquista: además de los vencedores —que estarían encantados con la nueva situación— estaban el resto de españoles que se quedaron en el país para levantarlo de nuevo; que tuvieron que soportar un país marcado por el horror y el miedo metido en el cuerpo: trabajadores donde a la mayoría no les quedó otra que callar y no preguntar nada, no fuera que también les cayera encima todo el aparato represor franquista. Bastante tenían las familias obreras con sacar adelante a sus miembros, conformarse con lo que tenían y hasta poner buena cara.
Por eso Benito no es justo, y creo que ni siquiera decente frivolizar en este sentido por todo lo que se ha sufrido en este país, y más si tu familia tuvo la suerte de pertenecer al bando afortunado del Régimen, con la pertinente bendición eclesial, como no pudo ser de otra manera en ese estado nacional y catolico que perduró más allá de lo tolerable.
Pero es que además llegaron éstos del PP y nos hicieron tragar el sapo, que además de indigesto era feo de cojones.
Que al igual que hay quien niega pandemias, cambios climaticos, incluso que la Tierra es redonda hubo quienes negaron que no se dio un golpe de estado de corte fascista, —pasándose el criterio científico ampliamente consensuado por el forro de los cataplines— tal como pudimos comprobar el pasado mes de julio durante las jornadas que organizaron la Fundación Concordia y Libertad donde vimos a un Pablo Casado dejando decir barbaridades, con derecho a barra libre, a quienes protagonizaban un debate que debía él moderar: dos pesos pesados de la política, como eran Rafael Arias Salgado e Ignacio Camuñas manifestándose con la soltura de dos “cuñaos” tomando carajillos tras la comida de Navidad. Parecía una competición a ver quién la soltaba más gorda. Hasta que Camuñas, elevando el listón, dijo: “un golpe de estado no es lo que ocurrió en el 36”. Con dos cojones. El sapo está servido señores…
Es un ejercicio sano, creo, poner las cosas en su sitio porque estas declaraciones suponen un peldaño más en la estrategia involucionista de la derecha española. Un partido político como el PP que aspira a presidir el Gobierno de la nación debería acotar su campo de acción, pues da la impresión de que vive en una perpetua indefinición de cuál es su posicionamiento politico: atrapado entre la tendencia al centro —ahora favorecida por la autoliquidación de Ciudadanos— o hacerle la competencia ultraderechista en el terreno que ocupa VOX. Creo que le iría muy bien al PP, de momento, enfriar la tensión política que ellos mismos han desencadenado y adoptar una opción más razonable que alguna vez podrían poner en práctica y seguro les iría mejor. Por ejemplo: trabajar y comportarse como un partido de Estado. Pero en realidad hacen justamente lo contrario. Más bien se parecen a una empresa de derribos que lo unico que les motiva es tirar y derruir todo lo que hace el Gobierno. Podrían mantener una dura oposición —obviamente— frente a posiciones de izquierda, pero participando en los grandes acuerdos de Estado.
A lo mejor así les mejorarían los resultados en las urnas. Haciendo una política más sosegada y abierta, recuperarían votos de centro y alejarían posiciones radicales y fascistoides no deseadas por la mayoría de la población.
Al menos, no deberían permitir que los más nostálgicos soltaran “sapos” sin fundamento ni rigor historico, redefiniendo la historia al gusto y libre albedrío de unos pocos.
Que luego llegan los “Benitos” (que hay muchos últimamente) y se “tragan” lo primero que les cuenta cualquier indocumentado.