Desde Berge / Andrés Sierra


Por Andrés Sierra 

 ¡Bien! Para mí, mi sino, no está del todo mal.
 Soy de pueblo –Calatayud- aunque, prácticamente me he criado en la capital.

    Cuando era joven intenté ir a vivir a mi pueblo, pero fue inviable. Mis padres no tenían tierras ni siquiera casa en propiedad.

    Hace unos veinte años aparecí en Berge (pueblo de mi compañera), de unos doscientos habitantes. Fui muy bien acogido por todo el personal del pueblo. Como siempre, por unos con más agrado que por otros, pero todo correcto.

    Yo, siendo urbanita, no sabía distinguir una lechuga de una mata de patata.

    Allí aprendí a llevar un huerto, además en plan ecológico, sobre todo con respecto a la herramienta; a base de azada pura y dura. Greta Thunberg me hubiera dado un O K fabuloso. Ahora ya he dejado la azada (que cansa mucho) y se me ha olvidado algo las plantas a cultivar y sus hojas.

    También fue allí, en el pueblo, donde hice “conciertos” de piano frente a público.

    Lamentablemente, aquel evento, que se hacía un día señalado en agosto, tras cinco años, sucumbió, no se sabe muy bien por qué.

    Al principio de llegar a Berge, algo nuevo a aprender en la vida fue coger olivas. En aquel momento todavía era en plan arcaico: escaleras de más de dos metros y medio, las varas para varear y la otra opción, meterse por el árbol y “ordeñar” las ramas para soltar las olivas. Otra vez Greta Thunberg con un O K; nada de contaminación.

    Un atractivo especial, para mí, lo de andar por las ramas –yo que peso poco- a veces me apoyaba en ramas realmente delgadas, y en los días de viento fuerte, se movían de tal forma que tenía la sensación de estar en un velero con el mar movido.

Cierto que en un pueblo tan pequeño, prácticamente todo el mundo sabe lo que hacen sus vecinos, de que pie cojean y las “ilegalidades” realizadas, pero si no es nada trascendental todo el mundo calla.

     Aprender, siempre aprender. Yo no soy de matar animales, pero en una ocasión, para meterme en el contexto del ambiente de los cazadores, fui a cazar con ellos. Me tocó ir detrás de uno que tenía un cometido concreto y sobre todo por una zona del monte. En esa ocasión que estaba yo no hubo suerte, no se cazó nada –iban al jabalí, sobre todo- pero ni siquiera los vimos, pero yo sí aprendí el funcionamiento de cazar.

    Lo último interesante, conocer, someramente, el mundo de la apicultura, algo tan fundamental para mantener un equilibrio adecuado, aparte del provecho económico.

    Nosotros calentemos la casa con leña, hay una estufa, no muy grande, clásica, de las de toda la vida. Ahí, rayamos la ilegalidad, puesto que cogemos la leña del monte, pero oficialmente no se puede, aunque en realidad lo limpiamos, que es lo debido por parte de la administración competente, para evitar incendios…

    Hay tanta incongruencia en los que dirigen el cotarro, que da mala gana.

    De cualquier forma, me siento satisfecho de haber podido estar viviendo, más o menos, en un pueblo. En mi caso -azar de la vida- me ha tocado Berge, aunque no me hubiera importado nada cualquier otro.

Artículos relacionados :