La revolución malbaratada :de la utopía a la distopía ejemplificadora / Quique López

Por Enrique Gómez Arnas

    Cuando Espartaco fundó su » Ciudad del Sol» hubo de reservar un espacio para crucificar a los disidentes y los inadaptados al nuevo sistema social que sus ideas de fraternidad le había llevado a crear.

   A lo largo de la Historia, al decir los investigadores marxistas tras, sobre todo, la «revolución neolítica» ( que creó el excedente y por tanto el comercio como actividad social fundamental), siempre ha habido poderosos y privilegiados, pocos, y una gran masa de trabajadores explotados por éstos.

     Rebeliones siempre hubo. Al decir de los pensadores conservadores: por envidia y vagancia, y según el pensamiento progresista, por solidaridad y justicia.

    Cuando uno de nuestros antepasados marcó con cuatro estacas un terreno y dijo: esto es mío, creándose la propiedad privada, empezó la historia de la desigualdad en la Humanidad. De ahí a ampliar esos terrenos usando la fuerza para conseguir los nuevos y mantenerlos todos, hubo un paso casi natural e inevitable.

    Los pueblos dejaron de ser depredadores nómadas y se asentaron al lado de los campos necesarios para la «revolución agrícola» recién instaurada. Crearon poblaciones y aldeas, que creciendo fueron ciudades, y sentaron las bases del primitivo capitalismo.Primero el trueque , luego comercio monetario. En paralelo, fundación de Ciudades-Estado y mediante su unión y confederación, condados y reinos, y más tarde, imperios.

    La evidente división entre la minoría poderosa de los primitivos líderes con sus ventajas económicas y la gran masa trabajadora, que luchaba por su supervivencia, manteniendo la base de la pirámide social, era ya una realidad que generaría una dinámica de enfrentamiento que no desaparecería nunca.

    En cada sociedad, desde los albores de ese comienzo de la desigualdad como sistema, el enfrentamiento adoptó muchas formas e intensidades, pero siempre estuvo ahí y, la mayor parte de las veces, lo que triunfo fue el «statu quo» con en sus diferentes modalidades.

   La aparición de una clase burguesa, que pondría en cuestión los privilegios de la nobleza que dominaba las monarquías absolutas, en su apogeo durante el siglo XVII, llevo a la Revolución Francesa.

   Llegan así conceptos modernos para aspiraciones antiguas: Libertad, Igualdad, Fraternidad, bases de unas ideas que ilusionaron a las masas: por fin iban a ser oídas, se conformarían democracias primitivas aun, eso si; los pobres iban a tener derechos por primera vez en la Historia.

    El desarrollo de esos grandes y bellos pensamientos no fue precisamente un camino de rosas. Europa estuvo más preocupada por conformar los Estados Nacionales que por desarrollar los principios revolucionarios.

    La llegada de la «revolución industrial», con el asentamiento de la burguesía como clase «realmente» dominante, llevó a un nuevo tipo de explotación del pueblo, y a la creación del proletariado.

   Nuevos filósofos desarrollarían todo un sistema que estudiaría esa nueva realidad social y no solo eso, también propondrían soluciones para cambiarla.

   Desde su origen, el marxismo explicaba que la Historia de la Humanidad había sido un proyecto fallido, no se había conseguido nunca el bienestar y el beneficio para la gran mayoría de los seres humanos, por tanto, habría que buscar la solución definitiva para esa realidad anómala y modificarla.

    Entonces se vería la verdadera cara del liberalismo, el verdadero sentido de sus principios : la Libertad lo era para desarrollar el comercio sin cortapisas; la Igualdad, para que los nobles no se consideraran mejores que los burgueses por su condición de nacimiento; la Fraternidad, para que el pueblo apoyara lo que, al menos aparentemente, también le iba a beneficiar a él.

     Había que revisar unos conceptos que habrían de resultar obsoletos antes de conseguir ser medianamente efectivos para el común de los mortales.

   Y hete aquí que, la revolución que por fin iba a redimir al mundo, vino a darse en el lugar mas insospechado por los teóricos: Rusia.

Lo que después aconteció, todos lo conocemos y el resultado final, tras casi 80 años de praxis, parece que dejaría huérfana de argumentos a la izquierda del mal llamado primer mundo

    Y, en no pudiendo volver sobre el experimento socialista como reformador del mundo, y no teniendo la fuerza que, anormalmente, daba el equilibrio nuclear de la Guerra Fría, cualquier intento de aplicar las teorías izquierdistas parecía abocado al fracaso.

    Así, un partido que se empeñó dolorosa y principalmente en la lucha por la vuelta a la democracia en nuestro país es hoy, según la visión de los neofranquistas, la antítesis de la libertad (cabría preguntarse de qué libertad se habla cuando se cita en este contexto).

     También parece mentira que un muy leído y culto profesor universitario, tuviera que ocupar los despachos del poder de una democracia no muy «plena»para darse cuenta de lo poco que se puede modificar la realidad desde estos escenarios.

     Necesitanos estar ahí. El contrapeso que se ejerce en esta sociedad dominada por los poderes fácticos (que ya no son militares, al menos no marcadamente) sino económicos, mediáticos y judiciales, es necesario y les molesta… por algo será.

    Pero, aparte de pelear por el mantenimiento y la ampliación de los derechos tan duramente conseguidos en este último siglo y medio de luchas sociales, fijar también la vista en la utopía de la fraternidad universal, con lo que ésto implica, es una necesidad en la que debemos seguir trabajando.

     El cambio social, en esta nueva «revolución tecnológica», puede tener unos costes inasumibles por una sociedad democrática que pretenda mantener el estado del bienestar; las fuerzas del poder real no tendrán ningún problema en asumir las inseguridades de un horizonte de mayores beneficios a costa de sacrificar los logros conseguidos por y para la mayoría.

    Y ese es el objetivo de la izquierda hoy. Sin violencia, sin perspectivas utópicas a corto plazo: la vigilancia por impedir el retroceso de lo publico, algo que se adivina inmediato en todos los órdenes de la vida.

    Una lucha poco épica, sin grandes logros, sin espectaculares consecuencias. Una pelea de hormigas, no de titanes. Escribir un nuevo «contrato social», línea a línea, sin cámaras ni papel timbrado, solo con los logros pequeños, con la conquista que supone no aceptar retrocesos y   para eso, tenerlo claro es fundamental, hay que educar a la sociedad y sobre todo a las más jóvenes generaciones, en esa nueva lucha poco heróica.

    Que no creamos nunca que la educación, la sanidad y los diversos servicios sociales de protección son inamovibles y consustanciales a la realidad moderna en la que nacieron nuestros jóvenes.

     Uno de los objetivos del neoliberalismo es poner en cuestión el «estado del bienestar» que tanto ha costado construir y tienen poder para desmontarlo, solo hay que ver la realidad cotidiana.

    Consiguen, además, el apoyo social de quienes sólo pueden perder en esta jugada: los obreros de derechas, la gente que perdió la fe en su propia liberación.

    Hoy pues, como siempre, la lucha es el único camino.

    Recordémoslo todos los días.

     Es nuestra Utopía cotidiana.

Artículos relacionados :