Reflexiones (y II) / Javier Úbeda


Por Javier Úbeda Ibáñez

  Lealtad

Vocablo derivado de ley, al igual que legalidad, indica la cualidad interior de rectitud y franqueza, de fidelidad y constancia a la palabra dada, a las personas e instituciones y aun al propio honor personal.

        Lealtad significa fidelidad, franqueza, nobleza, honradez, sinceridad y rectitud.

        Solo se es leal si se es fiel. Solo es leal quien, además de ser fiel, es franco y sincero.

        El leal es sincero, valiente, transparente, firme, agradecido, constante, confiable, seguro.

        Debemos ser leales a nosotros mismos (ser leal a sí mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás), a la Patria…, y a los demás (padres, esposo/a, hijos…) en primer lugar, y en segundo lugar a todo aquello que nos traiga el bien, la tranquilidad, la justicia y la felicidad.

        La lealtad es muy diferente al servilismo en el que con frecuencia se cae cuando se quiere buscar o conseguir algo e, incluso, se llega a traicionar lo más sagrado de una persona: su conciencia, con tal de obtener el reconocimiento, el puesto a que se aspira o una posición de privilegio. El hombre leal es recto, digno e incorruptible.

No sirve de excusa

    La crítica condena con frecuencia la superficialidad y el mal gusto de los medios de comunicación que, sin estar obligados a la estrechez de miras o la uniformidad, no deberían tampoco caer en la vulgaridad o la degradación. No sirve de excusa afirmar que los medios de comunicación social reflejan las costumbres populares, dado que también ejercen una poderosa influencia sobre esas costumbres, y, por ello, tienen el grave deber de elevarlas y no degradarlas.

La educación, un arte

    La educación es un arte y, cada día, ese arte se ejercita y se perfecciona a través de mil situaciones que, con el paso de los años, habrán sido los cimientos en la vida de los hijos y se convertirán en los mejores recuerdos para atesorar.

El tirano y el lenguaje

   ¿Qué medios tiene en su mano el tirano para someter al pueblo mientras lo convence de que es más libre que nunca?

        Ese medio es el lenguaje. El lenguaje es el mayor don que posee el hombre, pero el más arriesgado. Es ambivalente: el lenguaje puede ser tierno o cruel, amable o displicente, difusor de la verdad o propalador de la mentira. El lenguaje ofrece posibilidades para descubrir en común la verdad, y facilita recursos para tergiversar las cosas y sembrar la confusión. Con solo conocer tales recursos y manejarlos hábilmente, una persona poco preparada pero astuta puede dominar fácilmente a personas y pueblos enteros si estos no están sobre aviso.

        Tenía razón Ortega y Gasset al advertir: «¡Cuidado con los términos, que son los déspotas más duros que la Humanidad padece!». Un estudio, por somero que sea, del lenguaje nos revela que «las palabras son a menudo en la historia más poderosas que las cosas y los hechos» (M. Heidegger).

¿Infinitas verdades?

La verdad es terca, no se pliega.

        Una de las grandes causas que está siempre detrás de la actitud del cobarde: la verdad compromete personalmente, la verdad tiene consecuencias prácticas, y eso da miedo, porque no se sabe bien a dónde me puede llevar, qué sacrificios me puede exigir, qué renuncias me puede imponer.

        Cada uno tiene su verdad —se dice—, cada uno alcanza las cosas con una visión propia y personal basada en sus gustos, su educación o sus intereses. No solamente se hace difícil, para quienes así piensan, lograr comprender adecuadamente lo que piensan los demás, sino que es imposible lograr un acuerdo, puesto que no habría propiamente hablando una verdad objetiva válida y obligatoria para todos.

        Según lo anterior, lo que determina la verdad de alguna afirmación es cada individuo, por tanto, habrá (o podría haber) tantas verdades cuantos hombres. Algo puede ser verdadero para Juan y no para José, y ambos tienen razón: «su razón».

        De aquí se sigue que no hay una verdad sino infinitas, es decir: tantas cuantas personas distintas.

        Y no solamente cada uno tiene su verdad, sino que cada uno tiene derecho a formarse su verdad, aunque se trate de temas que desconoce en su casi totalidad.

        Desde este punto de vista, el principio de aislamiento más grande entre los seres humanos: el ostracismo de las inteligencias que quedan desterradas a los límites de su dueño. Con la aceptación de esta filosofía no puede haber maestros, hay tan solo orientadores de opinión, o mejor todavía, cada uno ofrece su opinión por si a alguien le gustaría hacerla suya.

        Lo que determina la verdad de alguna afirmación es cada individuo, por tanto, habrá (o podría haber) tantas verdades cuantos hombres: dependerá la verdad de la cultura histórica; o del juicio en los grupos sociales; o de la raza; o de los compromisos políticos, ya sea de los votos de la mayoría o de los pactos entre los partidos políticos o de otros modos de lograr el común acuerdo (consenso).

        Con esta concepción de la libertad, la convivencia social se deteriora profundamente. Si la promoción del propio yo se entiende en términos de autonomía absoluta, se llega inevitablemente a la negación del otro, considerado como enemigo de quien defenderse. De este modo la sociedad se convierte en un conjunto de individuos colocados unos junto a otros, pero sin vínculos recíprocos: cada cual quiere afirmarse independientemente de los demás, incluso haciendo prevalecer sus intereses.

        ¿Es verdad que no hay verdad?

        La verdad es la adecuación de nuestra mente con las cosas, por tanto, o hay verdad objetiva (adecuada con la realidad) y por tanto válida para todos los seres inteligentes, o simplemente no hay verdad sino opiniones, que son apreciaciones diversas sobre las cosas.

        Decir que nadie posee la verdad absoluta puede tener algo de verdad, pues el ver las mismas cosas de diverso ángulo u óptica nos da diferentes percepciones de un hecho o cosa. Como dijo Calderón de la Barca: «Todo es según el color del cristal con que se mira».

        En matemáticas la verdad se halla mediante razonamientos lógicos, con los que la verdad de una fórmula o definición, se halla mediante otra y esta con otra y así hasta el final que no encontramos palabras ni razones y creemos «porque sí».

        En buena parte de los casos la verdad la aceptamos porque nos lo dice una autoridad en la materia como en la TV cuando el hombre del tiempo nos dice que: «Mañana va a llover». Otras porque lo vemos: esta pared es blanca. A veces nos engañan los sentidos como cuando vemos torcido un bastón recto al meterlo en el agua.

        Si cada cual tuviera una percepción diversa y determinara arbitrariamente el ser y «medida» de la realidad, ¿acaso seríamos capaces de comunicarnos los hombres?

        A la tesis de Protágoras «el hombre es la medida de todas las cosas…», responde Platón a manera de crítica: «Si el hombre es la medida de todas las cosas, en consecuencia, como a mí me parezca que son las cosas, tales serán para mí, y como a ti te parece que son las cosas, tales son para ti»; de tal modo que, si a Juan le parece que todos los hombres necesitan respirar para vivir, y a Pedro le parece que no es necesario que el hombre respire para que pueda vivir, en efecto, cada uno tendrá una percepción y una «medida» diversa de la realidad, pero también unas consecuencias diferentes.

        Al pretender que el hombre sea medida de la misma, no hay entonces criterio alguno de verdad, la medida será arbitraria y, al depender del hombre, de cada sujeto, habrá una pluralidad de verdades tan infinita como la pluralidad de hombres existentes.

        La verdad radica en la inteligencia del hombre, pero solo podemos decir que alguien posee un conocimiento verdadero, por ejemplo, sobre el agua, cuando el juicio de la inteligencia acepta que el agua es un compuesto de H2O. Si la inteligencia de Luis nos dice que el agua es un compuesto de H3O, entonces decimos que la proposición que Luis afirma es falsa y no verdadera, porque no se adecua (o adecúa) a la «realidad» del agua.

        Si la verdad es la adecuación de la inteligencia con la realidad, «resulta entonces que la cosa misma es la medida de nuestro entendimiento (res enim est mensura intellectus nostri)».

        Sí hay un parámetro o criterio objetivo de verdad, y que este hace referencia a la naturaleza misma de las cosas, a lo que las cosas son, y no a lo que arbitrariamente pretende el hombre individual —cada hombre— que sean.

        Si un individuo ha determinado en su juicio «personal» (en su propia medida de la realidad) que el incendio de bosques es una actividad divertida, y lo pone en práctica, está destruyendo un bien objetivo que pertenece a todos los hombres, y que no podemos permitirlo, aunque a la persona en cuestión le parezca divertido y recreativo en «su medida y en su personal juicio».

        ¿Dónde se fundamentan y encuentran su cimiento los derechos humanos, esos derechos universales y válidos para todos los hombres…?

        Si la verdad hace libre al hombre, la mentira lo esclaviza. Todos, tristemente, tenemos la experiencia de cómo una sola mentira, aparentemente inocente, desencadena una serie de mentiras para sostener la primera. Hay vidas que se han construido sobre los cimientos falsos de una mentira. Los protagonistas de esas vidas viven siempre con el terror de ser descubiertos y de que su edificio se derrumbe.

        Un mentiroso deja de tener credibilidad y prestigio moral. El que es veraz se gana la confianza de los demás y su testimonio es válido.

        El mentiroso se daña a sí mismo, daña a los demás, daña a la sociedad…

        Cuida tu lengua (y tu pluma), amigo. Es la parte más valiosa que tienes, pero también la más peligrosa. Con ella puedes alabar, consolar al triste, aconsejar a un amigo… pero también puedes herirte, herir el honor y la fama del prójimo.

        Decía san Bernardo que la lengua es una lanza, la más aguda; con un solo golpe atraviesa a tres personas: a la que habla, a la que escucha y a la tercera de quien se habla. ¡Cuánto destrozo se puede causar con la lengua (y con la pluma), si se usa para el mal!

        El corazón humano es una cámara de tesoros, que tiene por puerta el habla; hay quien saca bondad, amor, verdad, sabiduría; el otro saca insensatez, maldad, veneno, mentira.

        La veracidad es una forma de justicia, pues los demás se merecen la verdad y no el engaño.

        Hablar de la verdad hoy, resulta no sé si difícil, pero al menos atrevido y, en cierto sentido, sarcástico.

        En fin, que la verdad no tiene hoy carta de ciudadanía en todas partes del planeta, no la han dejado entrar y salir libremente, la tienen maniatada, vendada, amordazada. ¿Por qué? No se quiere encontrar hoy con la verdad, pues «la verdad, incomoda».

        El hombre es una unidad perfecta. Todo lo que es mentira, falsedad, fingimiento, inautenticidad, rompe esta unidad. La ruptura se da entre el ser y el actuar, entre el pensar y el decir, entre el decidir y el cumplir. Y las consecuencias son: infelicidad, insatisfacción, ruptura de la armonía de la personalidad.

        El término verdad se le suele colocar al lado de otros términos sinónimos: autenticidad, coherencia, honestidad, sinceridad, integridad, transparencia, hombre o mujer de una sola pieza.

        Y contrapuesto a verdad, tenemos: mentira, hipocresía, fariseísmo, doblez, engaño, duplicidad de vida, fachada, ocultamiento, ambivalencia, inescrúpulo.

        Verdad del ser (ser aquello que uno es, que uno debe ser. Hay verdad del ser cuando uno se comporta como persona inteligente, libre y responsable. Lo contrario a la verdad del ser es la inautenticidad); verdad del pensar (cuando la mente coincide con la verdad de las cosas, se vive en la verdad del pensar. La mente tiene que respetar la verdad de las cosas); verdad del hablar (decir lo que la mente sabe que es verdad, y que lo ha descubierto así, después del estudio y la formación. Las palabras deben ser vehículo leal de lo que se piensa); verdad del obrar (es la verdad del comportamiento y de la vida. Vivir como se cree, coherencia de vida entre lo que se cree, lo que se predica y lo que se vive).

        El escepticismo radical moderno afirma que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla. Si el escepticismo fuese verdadero, se negaría a sí mismo.

        El subjetivismo dice que la verdad no es objetiva, sino subjetiva, y que cada persona puede determinar por sí misma lo que es verdadero o no. Suele ser el defecto de los hombres prácticos, como Pilatos, que consideran como una especulación inútil la búsqueda de la verdad objetiva.

        He llegado a comprender y a percibir con claridad que renunciar a la verdad no solo no soluciona nada, sino que además se corre el peligro de acabar en una dictadura de la voluntad. Porque lo que queda después de suprimir la verdad solo es simple decisión mía y, por tanto, arbitrario. Si el hombre no reconoce la verdad, se degrada; si las cosas solo son resultado de una decisión, particular o colectiva, el hombre se envilece.

        Hombre veraz y auténtico es el que tiene las riendas de su ser, posee iniciativa y no falla. Es coherente y nos enriquece con su modo de ser estable y sincero. Hombre veraz y auténtico es aquel que armoniza las palabras con los hechos, es como debe ser, actúa como debe actuar, elige en virtud del ideal que orienta su vida y no a impulsos de sus intereses particulares; es fiable y creíble, tiene palabra de honor y consiguientemente inspira confianza.

Mediocridad

La mediocridad es una enfermedad sin dolores, sin apenas síntomas visibles. Los mediocres parecen, si no felices, al menos tranquilos. Suelen presumir de la sencilla filosofía con que se toman la vida, y les resulta difícil darse cuenta de que consumen tontamente su existencia.

        Todos tenemos que hacer un esfuerzo para salir de la vulgaridad y no regresar a ella de nuevo. Tenemos que ir llenando la vida de algo que le dé sentido, apostar por una existencia útil para los demás y para nosotros mismos, y no por una vida arrastrada y vulgar.

Marionetas del grupo manipulador

Un pueblo manipulado, unos ciudadanos masificados, por mucho que participen en asambleas y votaciones no forman un pueblo libre, ni son ciudadanos que vivan en libertad. Son marionetas del grupo manipulador, que convierte el régimen político en una dictadura oligárquica, aunque tenga la máscara de una democracia.

La educación en la vida humana. El proyecto personal del hombre

      Del concepto mismo de educación se puede inferir con claridad la íntima relación que tiene la educación y la vida humana. Todo el mundo acepta sin dificultad que la educación es preparación para la vida. Es más, la educación es propiamente vida, porque es actividad y perfección.

        La educación se refiere y se realiza primariamente en el orden personal. Debe entenderse que lo personal no se refiere exclusivamente a las características individuales y peculiares de cada ser humano, pues la persona humana es una realidad abierta que no se puede desarrollar sino a través de la comunicación. De aquí que la educación, siendo una realidad primariamente individual, se proyecta también en la vida social del hombre.

        Vista en la perspectiva social, la educación como preparación para la vida plantea muy serios problemas. Basta tener en cuenta que una característica de la sociedad actual es el cambio rápido. Por tanto, más que proporcionar determinados conocimientos concretos, o normas y patrones de actitudes y reacciones para problemas y situaciones sociales dadas, interesa capacitar al hombre para conocer cualquier situación en que se puede encontrar y saber cómo debe reaccionar adecuadamente a ella. Más que la adquisición de un conocimiento enciclopédico, interesa el desarrollo de hábitos de trabajo intelectual y de criterios de valoración.

        Si el hombre se ha de mover en una sociedad compleja y cambiante, el problema está en hacerle capaz de distinguir lo importante de lo trivial, lo permanente de lo transitorio, lo real de lo aparente. Solo así el hombre podrá ir seguro por un mundo propicio a la confusión y en el que reina la ambigüedad; solo así será capaz de encontrar «camino en el mar, entre las olas senda segura».

Ley justa

      La ley justa es un tesoro. Su aplicación en la sociedad genera paz y unas condiciones de seguridad que fomentan, de modo natural, su desarrollo y crecimiento.

        Las leyes humanas pueden ser injustas. El legislador humano lo ha demostrado a lo largo de la Historia, incluso elegido democráticamente y votando la ley en referéndum. Los hombres «pueden atarse voluntariamente cadenas», pueden consagrar en plebiscito a un tirano…, que hacen que las leyes se corrompan y dejen de serlo.

El sistema moderno de convivencia

      El sistema moderno de convivencia no es un sistema ético sino de consenso. No hay bien o mal sino acuerdo o desacuerdo. El valor absoluto es la paz y el diálogo solo es posible planteando «un idéntico peso probabilístico» a toda opinión. No hay certeza sino mera opinión.

        Y ese sistema es, de hecho, antes de aplicarse, un sistema en crisis e incapaz de proporcionar aquello que propugna. No hay paz porque habrá siempre personas que sostengan su opinión con la fuerza, otros que no aceptarán esa imposición, y otros que se negarán a entrar en el juego «equipotencial» de cualquier afirmación.

Destierra la idea de que eres una persona fracasada

     Conocerte como eres, valorarte por lo que tienes, y no amargarte por lo que no tienes. Destierra la idea de que eres una persona fracasada. Acepta que con tus cualidades puedes hacer muchas cosas. El éxito está en hacer las cosas que puedes hacer. No empeñarte en lo que está fuera de tus posibilidades. Fracasarás y te entristecerás. El éxito da euforia y entusiasmo. El fracaso, tristeza y desaliento. Y cuando una persona todo lo ve negro, está inclinada a criticarlo todo.

La política para Rousseau

       Para Rousseau, la política es un mero arte, derivado íntegramente de la voluntad libre del hombre. El hombre, para él, ha nacido libre, con la libertad del salvaje en un bosque, y así ha de permanecer esencialmente. Como todos los hombres son libres, es inconcebible e injusta la menor subordinación. Pero, como la sociedad política es inevitable —para mejorar el nivel de vida—, Rousseau busca construirla en forma tal que nadie se vea quebrantado en su libertad e igualdad esenciales. Para ello, finge un pacto social, por el cual los hombres hasta entonces libres consienten en vivir en sociedad, concebida como un producto artificial, donde solo rige la voluntad general, o sea la multitud numéricamente computada.

La caída del muro de Berlín

      La caída del muro de Berlín en 1989 no fue solo un evento emotivo, ni afectó exclusivamente a quienes se encontraban a un lado y otro de aquella ignominia. Constituyó un acontecimiento cultural de primer orden, cuyos efectos se dejan sentir hasta el día de hoy. Significó el final de la era de las revoluciones. Dos siglos tardamos en percatarnos de que, en la entraña de todas las revoluciones políticas europeas, anidaba un elemento totalitario que atentaba contra el respeto a las personas humanas.

La tesis más atractiva de Samuel Huntington

    Su tesis más atractiva es la de que la democracia no será posible mientras los políticos no renuncien a comprar las voluntades de sus conciudadanos con quimeras. No podemos crear demócratas a golpe de subsidio, déficit y ayudas del FMI. Uno de sus corolarios es que las transiciones democráticas deben hacerse de forma lenta y sin engañar al pueblo. El Estado de Derecho no viene con una barra de pan debajo el brazo, aunque es la institución que mejor y de forma más justa facilita que cada uno se gane la vida.

¿Democracia o demagogia?

     Hilary Putnam (filósofo, matemático e informático teórico estadounidense) dejó escrito que sin valores no tenemos ni mundo ni hechos.

        Una democracia sin valores, inmersa en la incertidumbre moral y en la contingencia política, tiende a convertirse en un totalitarismo visible o latente. Ya Tocqueville —más actual ahora que nunca— advertía de que el fundamento de la sociedad democrática estriba en el estado moral e intelectual de un pueblo.

        Una democracia, en una sociedad que no respete los valores objetivos, será cauce, no de gobierno sino de desgobierno, no de desarrollo social sino de corrupción de la sociedad, no de la libertad sino del permisivismo, no del progreso sino del regreso a formas salvajes de vida. Más que democracia, será demagogia.

        La condición de posibilidad de la democracia es el pluralismo, que viene a reconocer los diversos caminos que la libertad sigue en su búsqueda de la que podríamos llamar verdad política. La democracia es, ciertamente, una forma de gobierno en la que el pueblo designa a sus gobernantes; pero es también —y principalmente— un régimen de libertad. Sin libertades personales y, de modo fundamental, sin la libertad de ser persona —en el sentido propio de esta palabra— no hay democracia, aunque haya votaciones. Solo por votar no se es persona, ni las elecciones son la democracia; ambas cosas son instrumentos para la libertad y para la democracia, mas no son la democracia ni la libertad.

        En definitiva, la democracia no puede florecer si se considera que es el régimen de la incertidumbre, la organización de la sociedad que permite vivir sin valores.

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