«Biban los quintos del 63» / Paco Bailo


Por Paco Bailo

 

«Las palabras de los profetas
están escritas en las paredes del metro,
y en los vestíbulos de las casas,
y susurradas en los sonidos del silencio»
The sound of silence, 1963
Paul Simon

     El toque de queda y ciertos aromas primaverales me invitan a demorar el paseo apurando el tiempo permitido como si me siguieran al acecho, cronómetro en mano los guardianes de la ley tras el rastro de mi dni, como cuando de adolescentes sisábamos media hora al obligado regreso a ese hogar en el que una madre golpeando con el índice su muñeca izquierda, arqueando las cejas y emitiendo telepáticamente el previsible mensaje: “como se entere tu padre…” nos hacía sentir que avanzábamos en nuestra personal conquista, que nuestra autonomía se alzaba sobre sólidos basamentos, que ni un paso atrás.

    Hace algunas décadas de aquella adolescencia, tan escasa y breve entonces, tan dilatado malestar crónico ahora, que no entiendo este afán por rayar la ilegalidad a estas alturas de la vida. Más aún cuando te espera en casa esa golosina mental que es una tele multicanal.

    A lo que iba, ese deambular sin objeto, salvo el de confirmar que una alpargata azul en el móvil señala que dejo atrás algunas millas, como estelas en la mar (ay, D. Antonio) me permite leer grafitis y pintadas que otrora, ya hace más de un año trisiesto, pasaban desapercibidos, que ni me invitaban a entornar los ojos al paso ni a detenerme a evaluar su mejorable caligrafía o a escudriñar husmeando dobles mensajes en su críptica semántica.

    A las mientes me traen la vieja imagen de aquel abuelo tirado en la acera tras encajar el bofetón de unos grises, años setenta, mientras leía, cataratas mediante, un “¡Viva la libertad!” en un muro de la magdalenera calle san Agustín. Y otra, inmensa, años ochenta por Lérida, un par de espráis en aquellos veinte metros de fachada debió invertir el concienzudo artista, que rezaba “¡Basta de aquiescencia!”. Párvulo total me hizo sentir pues anduve en zozobra hasta el diccionario dado que el vocablo (asenso, consentimiento) era nuevo para mí.

    Grafiti no es más que el plural del italiano grafito (del latín “scariphare”, incidir con el scariphus, el punzón, sobre tablas), una modalidad de pintura que exige ilegalidad, más bien urbana; por los pueblos solo disfrutábamos de aquellos entrañables “Beber es preciso, agua San Narciso”, “Antonio x Teresa”, “Biban los quintos del 63” o “Pantano no”.

   En uno de estos paseos, flâneur a tope que me sentía, hace unas noches, once menos diez, paseando a mi leal paranoia perruna (a ver si me pillan, ¿de cuánto era la multa?, ya estoy a tres manzanas) va y se le ocurre ponerse a orinar en una esquina de la calle San Jorge. Qué oportuna, date prisa, anda que no hemos dejado atrás alcorques con sus arbolitos, a ver si la…

   Mientras sujetaba firme su correa apremiando la maniobra a un palmo de mi mirada leí en la pared esta discreta pintada: “Delito, expulsión”. Uhmm, mala caligrafía, pero raudo y astuto pillé su significado. Cuatro letras menos que “aquiescencia”, no tenía gran mérito. Algunos precavidos nunca salimos de casa sin nuestro boli, pluma o rotulador (sigue habiendo clases, don Karl), la inercia de tantos años, la tardía llegada a lo digital, así que con mi actualizado scariphus alargué el palo de la mayúscula “D” hacia abajo e inserté un arco a la izquierda y media altura de la primera “l”, transmutando en segundos el “delito” en “ventosidad”.

   Aliviada ya mi fiel paranoia de sus excedentes líquidos, once menos cinco, venga, corre, con un trotecillo alegre que parece que se ríe (ay, don Juan Ramón) coronamos la meta del portal con legal formalidad, como aquellos adolescentes conscientes de que una zapatilla en la mano diestra solía acompañar la espera de la madre inquieta.

   De camino a por tabaco a la mañana siguiente pasé ante el reciclado mensaje permitiéndome la sonrisa de quien no sabiendo manejar un aerosol Montana ni dominar el estilo flechero había entrado inconsciente en el clandestino ateneo del arte urbano callejero.

   Sigo demorando los paseos, sigue el toque de queda, hay libertad decirculación (al menos de la pulmonar y la sistémica) y no sé si estamos mejor que hace un año. Lo que mantengo es que, al menos, el humor es la cortesía de la desesperación. No lo perdamos, que no nos lo reglamenten.