Pantallas / Quique Gómez


Por Quique Gómez Arnas

      Pasamos casi toda nuestra vida delante de una pantalla, es decir, ante una realidad virtual.

    Una pantalla pequeña para comunicarnos,  jugar y hasta trabajar, incluso cuando estamos con los amigos.

     Una mediana para trabajar y …otros menesteres, para gran sufrimiento en nuestras cervicales y nuestras almas inmortales.

     Una grande, con buen sonido, para cuándo podemos amortizar nuestros comodísimos sofás.

     Es decir, nuestra vida transcurre entre el mundo de los sueños y la virtualidad.

    Nuestro alejamiento de la realidad, de los olores, de la tridimensionalidad, nos va acercando a una forma de vida totalmente nueva.

    Ya no hay verdades, no hay ideología, lo importante no es el fondo sino el mensaje en si, el relato.

    Verdades inamovibles: el mundo sigue estando en manos de los de siempre.

     Las guerras, desgracias, el hambre, no son ciertos, porque no salen en las noticias, o sea, en nuestras pantallas.

     Nuestros problemas son los que con los noticieros nos dicen que son.

    No hay perspectiva, no hay reflexión, no hay filosofía.

    Lejos de suponer una revolución cultural positiva, el acceso a cierto conocimiento (que no al más importante) universal, nos ha dado una sensación de globalidad que no puede estar más lejos de ser cierta.

    La virtualidad crea celdas, burbujas, solo nos enteramos de lo que queremos, de lo que quieren los mercaderes digitales, más bien, que nos enteremos.

    Creemos que dando un clic ya participamos en la revolución.

    Los poderes nunca habían soñado tener una sociedad tán domesticada, solo nos faltaba una pandemia que nos terminara de encerrar delante de las pantallas.

    Primero destruyeron ese invento llamado «clase media» y crearon una «precariado» ( los proletarios que, aún trabajando, siguen siendo pobres), y cuando ya estábamos convencidos de que no había dinero para los servicios públicos, llega la pandemia y nos convencemos de algo de lo que ya lo estábamos, practicando el aislamiento voluntario.

    Más allá de toda reivindicación, de toda actividad cultural, de cada esparcimiento en común; el sentido común coincidiendo con los intereses de quienes fomentan el apaciguamiento social por intereses totalmente espurios.

     Por dónde iremos, nadie lo sabe.

    Son tiempos sombríos.

   El desánimo cunde entre la humanidad.

   Tengamos algo claro, o aparcamos las pantallitas o la espiral de robotizacion y de inteligencias artificiales entrando a muerte en nuestro mundo laboral y cotidiano nos dejarán fuera de juego.

    Volvamos, con todas las restricciones puntuales, al espacio público, reivindiquemos, socialicemos, culturicémonos.

    No seremos dueños de nuestras vidas si creemos que todo se puede arreglar utilizando el ratón.

    Más filosofía, más naturaleza, más libros (de papel), más teatro, , más exposiciones, más bares y gastronomía, por supuesto.

     No abandonemos la calle, nos estamos acostumbrando a ello y nada puede ser más alentador para los que no quieren que nada cambie.

   Es nuestra responsabilidad: pesimismo adocenador o positivismo, solidaridad o burbuja, realidad o virtualidad.

    Por supuesto que se pueden cambiar las cosas, pero las tenemos que cambiar nosotros.

    Bill Gates, Zuckerberg, Steve Jobs, Bezos… revolucionaron todo para que nada cambiara, si acaso, con la aparición de este nuevo mundo virtual, las desigualdades se han incrementado… o quizás precisamente por eso.

    Debemos sacudir nuestras neuronas, sino volvemos a tomar las riendas del devenir histórico estamos condenados.

   Quizás nunca se había encontrado el ser humano ante una encrucijada más complicada.

   Concienciémonos de que cuando pasa algo así, nos pasa a todos.

   La única forma de cambiarlo es tomar decisiones cotidianas, como la resocialización en cada pequeño reto.

     Participar es la palabra clave.

   Volver a la política con mayúsculas.

    Creer en la revolución.

    Si nosotros no lo hacemos, los que tomen las riendas nos llevarán donde ellos quieran, ya llevan años haciéndolo.

     Y para ese cambio, lo primero es conocer el problema, tomar conciencia del mismo.

    Menos pantallitas y más realidad.                                                                                                

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